Carta pastoral colectiva del Episcopado Argentino sobre el congreso eucarístico internacional de Melbourne Un gratísimo deber nos mueve a dirigiros este mensaje pastoral en preparación a la celebración del 40° congreso eucarístico internacional, que se realizará en Melbourne en febrero próximo. Queremos ser un eco de las palabras de Pablo VI cuando dijo en el pasado marzo: "El próximo congreso eucarístico internacional es un hecho que interesa y compromete a todos los que, por cualquier título, formamos parte del pueblo de Dios, del rebaño de Cristo. Todos debemos disponer nuestros corazones, todos debemos sentirnos comprometidos: individuos, iglesias locales, Iglesia universal, y lo más ampliamente posible." El compromiso, a que nos invita el Padre común de la cristiandad, es una feliz oportunidad para reflexionar, para renovar nuestro fervor y culto al más grande sacramento y para llevar a la práctica con urgencia y coraje la unidad en la caridad, que simboliza, predica y realiza siempre y cuando el hombre no pone obstáculos a su eficacia sobrenaturalel pan que da la vida. La eucaristía ocupa indiscutiblemente la primacía entre todos los sacramentos, y es, en consecuencia, fuente inagotable de gracias divinas que Cristo nos mereció con su muerte y resurrección. En los otros sacramentos se nos comunica la gracia de Cristo, mientras que la eucaristía es el mismo Cristo en la integridad de su ser divino y humano a la vez, centro y corazón de la vida de la Iglesia, ya que contiene ,al mismo autor de la gracia. Presencia real de Cristo Sabemos por la revelación que Cristo está presente entre nosotros de diversas maneras. Lo está con su palabra de verdad y de vida que nos transmite fielmente el magisterio infalible. Está en la Iglesia cumpliendo su promesa de acompañarla indefectiblemente hasta el final de los tiempos. Está en la oración comunitaria, cuando dos o más se júntan en su nombre, según reza el evangelio. Vive en cada cristiano que lo ama y mora en él, junto con el Padre y el Espíritu Santo. Se hace presente en el niño, en el pobre, en el que sufre, en el desvalido; y todo lo que se realiza en favor de ellos, es servicio que se presta al mismo Cristo. Pero su presencia en la eucaristía es absolutamente distinta y única en su género, pues no es un mero símbolo de Cristo viviente lo que tenemos en el altar; ni tampoco un simple signo de unidad y caridad, figurado en el banquete de la cena, ni siquiera es solamente el recuerdo sagrado y 159 permanente de su pasión, muerte y resurrección. En la eucaristía Cristo está presente con su humanidad y divinidad, con su cuerpo y su alma, con su carne y su sangre, verdadera, real y substancialmente como lo enseña el Concilio de Trento. Se hace presente por el milagro de la transubstanciación, es decir por la conversión de toda la substancia del pan en su cuerpo bendito y del vino en su preciosa sangre. "No es el hombre, escribe el Crisóstomo, quien convierte las cosas ofrecidas en el cuerpo y la sangre de Cristo, sino el mismo Cristo que por nosotros fue crucificado. El sacerdote pronuncia aquellas palabras, pero el poder y la gracia son de Dios." Esta afirmación del gran doctor y obispo de Constantinopla traduce el unánime sentir de toda la Iglesia, la doctrina de los concilios y la enseñanza constante de los Sumos Pontífices. La misa, verdadero sacrificio "Nuestro Salvador instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y a confiar así a su esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección." 1 Por lo tanto, la conversión del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo en la santa misa es un verdadero sacrificio, pues representa y renueva por modo admirable el único y gran sacrificio consumado una vez para siempre en el calvario y nos aplica los frutos abundantísimos de vida y santificación. La misa es el mismo sacrificio de la cruz que lo ofrece Cristo, sacerdote y víctima, con la sola. diferencia en el modo de ofrecerlo,' con7b lo enseña el Concilio de Trento. Allá, en el calvario, fue cruento, con inmensos dolores seguidos de la muerte real; acá, en el altar, el sacrificio es incruento, sin sufrimiento alguno, ni derramamiento de sangre. ¡Qué pocos cristianos comprenden el significado profundo de la misa! El precepto dominical no sería tan frecuentemente transgredido si se meditase un poquito en la sublimidad de la misa. Hemos de añadir algo más que eleva y dignifica al hombre, que por el bautismo ingresa al pueblo de Dios: "La Iglesia en la misa, desempeñando la función de sacerdote y de víctima, juntamente con Cristo, ofrece toda entera el sacrificio de la misa y toda entera se ofrece en él," 2 aunque el sacerdote oficie . completamente solo, sin ningún asistente; porque su acción en el altar no es privada y limitada, sin proyecciones en la Iglesia y en el universo. Cristo en el altar es siempre el eterno sacerdote, que jamás está solo, sino unido a la Iglesia, su cuerpo místico, para renovar el sacrificio redentor de virtud infinita en alabanza y gloria de Dios y en beneficio del mundo entero. 1 Concilio Vaticano II. 2 Encíclica sobre la doctrina y culto de la SS. Eucaristía. El culto eucarístico La Iglesia, fidelísima intérprete de la revelación y obediente al man dato de Cristo, ha tributado siempre a la eucaristía el culto de adoración, debido exclusivamente a Dios, porque reconoce y proclama la presencia real del Señor, no solamente durante la santa misa, sino mientras perduran las especies sacramentales. "Cristo es realmente el Emanuel, es decir, el Dios con nosotros, porque día y noche está en medio de nosotros y habita entre nosotros, lleno de gracia y de verdad." 8 Por esto, como anota el Papa, el Santísimo Sacramento debe estar reservado "en un sitio dignísimo con el máximo honor en las iglesias a fin de atraer la atención de los fieles, el respeto profundo, la adoración y amor a Cristo realmente presente en el sagrario." Nos causa verdadero pesar el comprobar que para no pocos cristianos, la presencia eucarística pasa desapercibida al penetrar al templo: se dirigen al altar o imagen de su devoción, olvidando saludar ante todo y doblar la rodilla ante el Señor y Salvador encerrado en el sagrario. Al culto eucarístico deben converger todas las demás formas de piedad, así públicas como privadas. De aquí la importancia trascendental de los congresos eucarísticos, cuya finalidad primordial es glorificar pública mente a jesús Sacramentado, ilustrar la mente con la admirable y riquísima doctrina acerca del "misterio de fe" y enardecer el corazón en el amor a Cristo. La participación activa en la celebración de la misa y la recepción devota de la santa comunión, constituyen la forma más excelente y fructuosa del culto eucarístico. Por eso no nos cansaremos de predicar e insistir que no se omita, sino por causas graves, la asistencia a la misa dominical y que todos procuren en ella recibir la sagrada comunión. Más aún, recordamos las palabras de San Pío X, el gran promotor de la comunión frecuente: "El deseo de jesús y de la Iglesia de que todos los fieles se acerquen diariamente al sagrado banquete consiste sobre todo en esto: que los fieles unidos a Dios por virtud del sacramento, saquen de él fuerza para dominar la sensualidad, para purificarse de las leves faltas cotidianas y para evitar los pecados graves."' Pero el culto eucarístico no debe circunscribirse a la misa y comunión, según lo indicado. La fiesta litúrgica del corpus con la procesión del Santísimo por nuestras calles y plazas, la exposición solemne para la adoración de los fieles en el templo, la visita diaria a jesús sacramentado, la hora santa y muchas otras formas de piedad eucarística, surgidas bajo la inspiración de la gracia y recomendadas por la Iglesia, son pruebas del sentir cristiano del pueblo de Dios. ' ¡ Oigamos nuevamente a Pablo VI: "Frente a algunos inconsiderados planteamientos teóricos o prácticos recientes, todas las formas del culto 3 Encíclica sobre la doctrina y culto de la SS. Euaristía. 4 Decreto S. Tridentina Synodus. f 161 eucarístico conservan inalterada su validez, su función insustituible, su valor pedagógico y formativo de escuela de fe, de oración y de santidad." 6 La razón es clarísima, pues las especies sacramentales contienen a Cristo, redentor del mundo, cabeza invisible de la Iglesia, centro de la historia y del universo, por quien y en miras a El fueron creadas todas las cosas. La eucaristía, signo de unidad Este designio divino de unidad en Cristo está maravillosamente signi ficado y quiere ser realizado por medio de la eucaristía. No en vano san Agustín la llama "signo de unidad y vínculo de caridad", y Pío XII la define: "imagen viva y estupenda de la unidad de la Iglesia." De modo que entre la eucaristía y la Iglesia existe un nexo realísimo y esencial que los teólogos con el Papa a la cabeza se complacen en ¡ destacar, al enseñarnos que "al cuerpo personal y real de Cristo, conte nido en los signos del pan y del vino [ . . . ] corresponde su cuerpo social y místico que son los católicos,"' reunidos y congregados en la Iglesia, que se alimentan y viven de Cristo en el Espíritu Santo. Y cuando la asistencia a misa, la recepción de la comunión y demás prácticas euca rísticas no producen un aumento de caridad y unión, sin duda alguna, es porque nos falta fe, humildad y confianza en Cristo, que se nos da y ` entrega como víctima sacrificial, como alimento sobrenatural y como compañero inseparable en nuestro camino hacia Dios. Y a este respecto es providencial el lema elegido para el próximo congreso eucarístico internacional: Amaos los unos a los otros, pues responde a los gravísimos males y peligros sin cuento, que abruman a la Iglesia y al mundo de hoy, males y peligros que no tienen otra solución que el amor; porque si amamos y nos amamos de veras habrá justicia, paz, libertad y bienestar, dentro de lo que es posible, supuesta la radical limitación e imperfección del hombre. Con este espíritu de fe y de caridad hemos de adherir todos los argen tinos al congreso eucarístico de Melbourne, y los actos que se programen en nuestras diócesis, parroquias e instituciones católicas han de expresar la unidad interior y exterior de la Iglesia universal postrada en adoración ante jesús sacramentado para implorar la necesaria unidad, la verdadera fraternidad y la anhelada paz para la Iglesia y el mundo Exhortación finad A los sacred,otes, colaboradores insustituibles de nuestro ministerio pas toral, les suplicamos que empeñen su celo apostólico en la preparación y realización de actos eucarísticos en adhesión al congreso de Melbourne. A los religiosos y religiosas les pedimos que renueven fervorosamente la 5 Discurso de Pablo VI del 19 de marzo de 1972. j 6 Mystici Corporis. i 7 Discurso de Pablo VI del 16 de setiembre de 1972. 162 consagración de su vida a Dios y ofrezcan sacrificios con esta intención. A los enfermos, a los que sufren moralmente, a los niños, a los pobres y a todo el pueblo de Dios, rogamos instantemente unirse en una cruzada de oraciones, sufrimientos y buenas obras para alcanzar de la bondad divina que la gracia del congreso eucarístico se derrame copiosamente sobre la comunidad eclesial y sea ampliamente aprovechada por los individuos, las familias y las naciones todas. Pongamos por intercesora a María Santísima, medianera de todas las gracias y Madre de la Iglesia. Terminamos haciendo nuestros los ardientes votos de Pablo VI: "Deseamos vivamente que estas solemnes sesiones, que se celebrarán en la lejana Australia [ . . . ] sean como el corazón de un nuevo impulso de piedad, de un nuevo amor; que al reavivar el culto de la presencia real de Cristo puedan reavivar la generosidad, el esfuerzo, el heroísmo para descubrir a Cristo en el rostro y en los sufrimientos de los pobres, de los necesitados, de los emigrantes, de los enfermos, de los moribundos y servirle de todo corazón en la persona de estos, sostenidos por .la fuerza que sólo da la costumbre prolongada de familiaridad y de oración con El." En la solemnidad de Cristo Rey, 26 de noviembre de 1972. 163