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           Una vez recuperadas las Islas Malvinas se inician las negociaciones diplomáticas con intervención de las Naciones Unidas, la O.E.A. y el gobierno de los Estados Unidos. Sin embargo, se conocía que, unos días después de la ocupación, Gran Bretaña ordenaba el desplazamiento de naves de guerra hacia las Malvinas. En conocimiento de esta decisión el gobierno Argentino se aprestó para enviar más tropas a las Islas con el propósito de defenderlas en caso de ataque. Mientras ello ocurría se realiza la primera reunión anual del Episcopado, el que considerando la situación, da a conocer un documento exhortando a la paz.

 

 

 

EXHORTACIÓN EPISCOPAL A LA PAZ

 

 

Los Obispos de la Argentina nos hemos reunido en Asamblea anual Estatutaria.

 

Lo hacemos en un momento que en nuestro comunicado anterior llamamos “crucial” para el País.

 

Es evidente que nuestro Pueblo vive días particularmente tensos.

 

La Argentina está de nuevo en posesión de la soberanía de sus Malvinas, con un derecho que ha venido reclamando durante cuento cuarenta y nueve años; y que ha obtenido en forma casi incruenta.

 

Compartimos la alegría con nuestros ciudadanos por la integridad de nuestro suelo; pero también el temor de todos: la preocupación de una guerra de consecuencias imprevisibles.

 

Para evitarla, Gobernantes y Gobernados deberán empeñarse en trabajar con decisión, magnanimidad, humildad y sentido del bien común.

 

Los argentinos que hoy vivimos no conocemos la guerra; pero quienes la han sufrido comprenden cuánta razón tiene la Iglesia cuando dice que “la guerra es el medio más cruel e ineficaz de resolver los conflictos” (Juan Pablo II); y por lo tanto que “nada se pierde con la paz; todo puede perderse con la guerra” (Pío XII); o el llamado vibrante en la ONU “Nunca jamás la guerra” (Paulo VI).

 

Por eso hoy los Obispos reiteran a los fieles: SIGAMOS CONTRUYENDO LA PAZ PARA GANAR LA PAZ.

 

Se la ganará en la mesa de las negociaciones, como lo pide Juan Pablo II en su carta al Señor Presidente de la Nación, esperando que se aprovecharán todas las posibilidades para que, dentro de la justicia, pueda encontrarse una solución pacífica.

 

Además los cristianos sabemos que la paz se gana de rodillas ante el Señor de la paz, ante el Señor que en su Resurrección nos trajo como saludo su deseo de paz; quien para merecérnosla soportó la ignominia de la muerte en cruz y salió victorioso del sepulcro.

 

Si seguimos la voz del que inició la reconciliación de los pueblos, obtendremos que dos pueblos cristianos, a pesar de sus divergencias, lleguen a ser pueblos hermanados que encuentren caminos conducentes a una solución pacífica.

 

Por ello en todo ambiente: templo, hogar, escuela, hospital, lugar de trabajo, se reza fervientemente por la paz; se pide al Señor prudencia y fortaleza para que nuestros Gobernantes sepan y puedan ganar la paz.

 

Los Obispos seguimos alentando esta plegaria, que también debe estar acompañada de penitencia y conversión; libre de todo odio, aún hacia aquellos que hoy aparecen como adversarios, pero que son nuestros amigos y hermanos porque son hijos del mismo Padre Dios.

 

Esta oración ayudará a plasmar la unión fuerte y permanente que necesitamos; y ayudará también a rescatar valores muy nuestros que tal vez perdimos en parte a lo largo del camino, como la fraternidad, la austeridad, la esperanza.

 

Alentamos, asimismo, todas las actitudes, expresiones y obras que nutran el auténtico patriotismo.

 

Queremos también significar pastoralmente en estos momentos, como siempre, que estamos al lado, de un modo especial, con los que sufren y peligran, de los que perdieron a alguien y de aquellos a quienes la movilización llevó lejos de sus familias.

 

Pedimos a todos: hombres y mujeres, jóvenes y niños, que sepan compartir con los que sufren su afecto y su pan, si fuere necesario.

 

Ponemos esta exhortación y estas esperanzas en las manos de María, Reina de la Paz, para que las presente a Jesucristo, Príncipe de la Paz, para Quien, siendo Dios, nada le es imposible.

 

 

 

XLIV Asamblea Plenaria

SAN MIGUEL, 20 de abril de 1982.