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El 30 de octubre se han celebrado las elecciones generales en el país y con ello, en breve, se pondrá fin a un proceso político de facto que se iniciara en 1976.

 

Al abrirse una nueva etapa el Episcopado manifiesta su alegría por el reencuentro con el estado de derecho, único camino válido según lo tiene enunciado en mayo de 1981, para superar la crisis que se padece. Ante la nueva etapa que se inaugurará recuerda algunos principios básicos de la vida social y política y exhorta a la "ética del compromiso solidario" en lugar de la indiferencia y el egoísmo.

 

 

ANTE LA NUEVA ETAPA DEL PAIS

 

1. La elecciones con las cuales los argentinos hemos retornado a la normalidad de la vida política institucional, constituyen un acontecimiento que nos honra profundamente como pueblo.

 

La Iglesia, presente en toda la historia de la Patria y solícita por su crecimiento en humanidad, manifiesta por nuestra voz su alegría por el reencuentro con el estado de derecho y con una democracia que fue buscada con responsabilidad y fortaleza y que ha sido retornada en los comicios como forma de convivencia política.

 

No podemos dejar de subrayar los .gestos de reconciliación, generosidad y convergencia, que se han dado alrededor del comicio y que seguramente se han de acrecentar como signo de madurez cívica. Entre otros, señalamos el diálogo cordial de quienes fueron adversarios en la campaña electoral, la Carta democrática y el ofrecimiento de colaboración de numerosos sectores para la difícil tarea que le espera a la Nación.

 

En esta intención, ya en mayo de 1981, preveíamos como único camino para superar la crisis argentina el reencuentro de nuestra comunidad con el estado de derecho en el seno de una institucionalización democrática que busca "un modelo adaptado a su propio genio" (ICN. 114).

 

Hoy, reiniciando el camino de la normalidad, se debe proclamar con la mayor claridad posible, la verdad sobre el hombre y el respeto de sus valores para comprometerse eficazmente en la edificación de la comunidad nacional.

 

En tal sentido afirmamos que nuestro documento "Iglesia y Comunidad Nacional" permanece en plena vigencia como síntesis de la Doctrina Social de la Iglesia para esta nueva etapa del país.

 

2. En una democracia todos los ciudadanos deben sentirse protagonistas y artífices responsables de su propio destino como pueblo. Cada uno según su posibilidad, ha de contribuir al bien común, que es la razón de existir de la nación políticamente organizada.

 

La democracia, para ser auténtica, se ha de definir por la igualdad y la participación, la libertad y la ley, el respeto a la autoridad y el legítimo disenso, la unidad nacional y el pluralismo de acción política, una justicia social tan profunda que logre afianzar definitivamente la amistad cívica.

 

La mayoría tiene el derecho de gobernar y decidir el rumbo de la nación con la participación de las minorías, que tienen derecho de disentir y proponer caminos alternativos. Ambas, con recíproco respeto y subordinación al bien común (cfr. ICN., 119).

 

Los poderes ejecutivo, legislativo y judicial deben tener una sana separación y equilibrio, que favorezcan su libre juego y debido control.

 

Los partidos políticos, que canalizan las diversas opciones, no han de ser meras empresas electorales, sino que deben constituir escuelas de permanente educación cívica {cfr. ICN., 121).

 

3. La democracia exige no sólo en las autoridades sino en todos los miembros una recta conducta moral, porque se apoya de manera especial en el protagonismo de cada uno de los ciudadanos.

 

Pueblo y gobernantes han de convencerse que es la autenticidad de su vida ética la que sostendrá a la Nación.

 

Una vez más, ratificando lo que expresamos en "Dios, el Hombre y la Conciencia" convocamos "a todos los hombres de la Patria a una conversión sincera que no sea un barniz circunstancial porque sólo por la vida moral se salva el hombre y la nación" ( 169).

 

4. En virtud de un imperativo de conciencia, se ha de reconocer en todo momento la dignidad de la persona humana y defender sus derechos inalienables.

 

Se ha de custodiar la vida, que es sagrada desde su concepción.

 

Se ha de proteger la familia, crisol de los pueblos y su cultura, en su unidad y estabilidad, para que sea el hogar cálido del amor fiel de esposos e hijos. Los padres tienen el derecho irrenunciable, anterior al del Estado, de educar a sus hijos y elegir para ellos una formación conforme a sus propias convicciones.

 

Se han de intensificar los esfuerzos para que se multipliquen las fuentes de trabajo para todos, que permitan al hombre realizarse como tal, lograr el sustento para sí y los suyos y contribuir al desarrollo de la comunidad.

 

En el marco de una verdadera justicia social es indispensable volcar todas las energías hacia los sectores más pobres y desposeídos para que ellos también sean constructores de la Nación. Esto exigirá el sacrificio solidario de quienes tienen más y la austeridad de todos.

 

En fin, se ha de construir la paz, que es como la suma de todos los bienes. Esa paz, que en el interior de la Nación es fruto de la solidaridad de todos los argentinos y que en su proyección externa se expresa en el firme rechazo del "fenómeno absurdo y siempre injusto de la guerra" (Juan Pablo II, Ezeiza, 5).

 

5. Los hombres, débiles pecadores, sólo podemos relacionarnos con Dios y los demás hombres cuando aprendemos a vivir del perdón que recibimos y damos, de la disposición a cambiar y mejorar nuestra conducta para configurarla cada día más con la justicia y el amor.

 

Sólo si edificamos sobre los pilares de la verdad, la justicia y el amor, podemos estar ciertos de que alcanzaremos la tan ansiada y necesaria reconciliación y la Argentina logrará ser un ámbito de auténtica libertad, progreso y esperanza para todos sus hijos (ICN. 202). 6. Manos a la obra, pues, todos los argentinos. La ética del compromiso solidario debe sustituir al pecado de la indiferencia y del egoísmo.

 

Nuestra contribución como pastores será, como hasta ahora, anunciar con libertad incansablemente el Evangelio e iluminar desde él las realidades temporales.

 

Convencidos de que la sociedad no puede construirse sin Dios -"Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen" (Salmo 126) -, oremos agradeciendo lo que hemos recibido y pidiendo que el Señor, "fuente de toda razón y justicia", nos asista siempre con la luz de su verdad y la fuerza de su amor.

 

Que María de Luján, Madre del pueblo argentino, nos acompañe.

XLVII Asamblea Plenaria

San Miguel, 12 de noviembre de 1983