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EL MATRIMONIO INDISOLUBLE

Mensaje de los obispos Argentinos

 

 

Un mes después del Comunicado de la Comisión Permanente (15 de marzo) referido a la Indisolubilidad Matrimonial se reúne la Asamblea Plenaria de Obispos y uno de los asuntos de más relevancia sometidos a su consideración es, nuevamente, el del vínculo matrimonial. La razón de la preocupación radica en que el matrimonio es el blanco de un ataque sistemático y hábilmente manipulado. El resultado de esa deliberación se expresa en el documento que se transcribe y en el cual se ratifica que se "advierte una decidida campaña" en favor del divorcio. Por tal razón la Iglesia, a través de sus Obispos, insiste en su enseñanza sobre el vínculo matrimonial indisoluble e ilustra en torno a puntos fundamentales de la doctrina católica".

 

 

1.- Ocasión y sentido del mensaje

 

Nuestro país vive con interés su reorganización democrática. Es tiempo de proyectos y de cambios. También son muchos los problemas, pero nos alienta la esperanza de salir adelante con la colaboración de todos. En cuanto pastores, queremos acompañar al pueblo en este esfuerzo común. No podemos ocultar, sin embargo, una seria preocupación: entre las propuestas nuevas se advierte una decidida campaña contra la indisolubilidad del matrimonio, y sobre todo esto queremos decir una palabra muy clara. No es el momento de hacer una exposición exhaustiva, pero vamos a recordar los puntos fundamentales de la doctrina católica acerca del matrimonio indisoluble. Nuestra intención es dar un franco testimonio sobre el tema. Lo que diremos es parte de la buena nueva del Evangelio, la que como Obispos debemos anunciar, y en el cual aparece toda la realidad creada bajo una nueva luz.

 

 

2.- Un auténtico valor humano

 

Ser una persona humana es un don inapreciable. Al descubrirlo se comprende la dignidad inmensa de cada hombre, en la cual se fundan derechos irrenunciables. Precisamente, en estos tiempos, se busca y se defiende la verdad completa sobre el hombre. Es necesario encontrarla incluso en esta difícil materia.

 

Muchos se preguntan, si la indisolubilidad del matrimonio tiene suficiente fundamento en un orden natural; si puede exigirse a todos los hombres; si tiene validez aún hoy. Respondiendo a estos planteos, con absoluta convicción, y apoyados en una sabia y larga tradición, repetimos que verdaderamente es un VALOR HUMANO NATURAL, comprensible y apreciable por todos; forma parte de una gran vocación dada al género humano. No se trata por lo tanto, en primer lugar, de un asunto de fe, sino de una cuestión filosófica, es decir, donde la razón humana descubre una exigencia natural. Tampoco es sin más algo opinable, que se decide libremente por mayoría. La respuesta adecuada se obtiene sólo profundizando quién es el hombre, cuáles son los valores auténticos que está llamado a vivir y qué lo hace de veras feliz.

 

3.- Las razones naturales.

 

¿En qué motivos se funda este valor? El matrimonio se inserta en esa misma naturaleza que el hombre no se dio a sí mismo, sino que le fue donada por Dios. Cada persona siente suya la vida y sabe que la tiene en sus manos; pero comprende, al mismo tiempo, que su existencia es de algún modo misteriosa y que no tiene sobre ella un dominio completo. En esa misma riqueza de vida descubre pautas, que le indican cómo gobernarse en consecuencia con lo que es. He aquí el sentido profundo de la ley natural.

 

El matrimonio, por lo tanto, entendido como íntima comunión de vida y de amor entre varón y mujer, no es un mero contrato dependiente de la voluntad de los contrayentes; es una INSTITUCION NATURAL, estrechamente ligada al ser mismo del hombre, con leyes y fines propios. Los que se casan son libres para entregarse por amor el uno al otro, pero el consentimiento que dan es irrevocable, porque no pueden desdecir ni deshacer lo que ellos no fundaron ni establecieron, y que, en consecuencia, está fuera de su potestad. De manera semejante, nadie consigue renunciar a su dignidad humana, ni a los derechos fundamentales como persona; nadie puede dejar, por su voluntad, de ser padre o hijo de otro ser.

 

Profundizando aún más la reflexión se entiende por qué la indisolubilidad es un valor, y no una limitación o mera prohibición. Desde siempre se ha comprendido que constituye un BIEN PARA LOS HIJOS, que sólo son buscados por una pareja estable y segura, y que ya nacidos necesitan el afecto, la protección y la educación de padres sólidamente unidos; UN BIEN PARA LOS MISMOS ESPOSOS, quienes no encuentran el apoyo completo y la integración que buscan, sino por la firmeza del vínculo; un BIEN PARA TODO EL CUERPO SOCIAL, que requiere de la estabilidad del matrimonio para lograr su objetivo de servir al bien común. Aún el mismo AMOR CONYUGAL, valorado cada vez más, no es auténtica fuente de felicidad, si no va consigo el compromiso de una fidelidad recíproca y de una indisoluble unidad; poco estimable y convincente sería el amor conyugal que se reservase el derecho de recuperar lo que entregó.

 

 

4.- Confirmado por el Evangelio

 

Esta realidad terrena, hasta aquí descripta, es parte de la verdad sobre el hombre, que los cristianos descubrimos plenamente en Cristo, y que en su nombre enseñamos por entero. Pasemos, pues, ahora, a recordar las razones explícitas de nuestra fe.

 

Cuando en tiempos de Cristo se discutía sobre las causales de divorcio, el Señor contestó: "al principio no fue así" (M t., 19,8), y dejando atrás un largo período de tolerancia divina, devolvió todo su vigor al ideal de la creación. Dios hizo al varón y a la mujer, a imagen Suya, para que entregándose el uno al otro constituyeran una profunda unidad que ningún poder humano puede separar. Los creyentes suelen conservar esta expresión muy gravada en el corazón: "lo que Dios unió no lo separe el hombre" (Mt. 19,6). De esta forma la Revelación cristiana confirma, con divina autoridad el valor humano del matrimonio indisoluble.

 

Además, elevado el matrimonio cristiano al orden sacramental, recibe del Señor una riqueza especial de gracia y firmeza, que le permite "compartir el amor pleno y definitivo de Cristo, nueva y eterna alianza hecha carne" ('Familiaris Consortio', 20 d; ver también 11 i y Ef. 5, 21-33). En la concepción cristiana, el matrimonio indisoluble es una participación real en el misterio de Cristo, que se entregó a la Iglesia para siempre, santificándola con Su Sangre; por eso los esposos orientan su vida completa por éste camino de cruz, gozo y salvación.

 

 

5.- Enseñanza constante de la Iglesia

 

A través de todas la épocas, y aún en circunstancias muy difíciles, la Iglesia ha sostenido con claridad esta misma doctrina; lo siente como una fidelidad debida al Señor. "Los documentos que la contienen y la explican son numerosos. Muchas ocasiones han exigido una reiterada y bien fundada exposición.

 

Es preciso que hoy todos los católicos conozcan bien esta enseñanza; que no duden de ella y que se animen a defenderla. Rogamos encarecidamente a los entusiastas de nuevas hipótesis, que no abandonen la doctrina de la tradición y que se dejen conducir por el Magisterio.(1)

 

(1) Ver Concilio de Trento: Denz. 969-982; Enc. “Arcanum divinae sapientiae” de León XIII: Denz. 1853-1854; Enc. “Casti connubii” de Pío XI: Denz. 2225.2238; Const. Past. “Gaudium et Spes 48-50; Enc. “Humanae vitae” de Paulo VI, 9, etc.

 

6.- Un valor apreciado y en crisis

 

A lo largo de la vida argentina se ha valorado la indisolubilidad del matrimonio, desde nuestros orígenes, y por mucho tiempo, la absoluta firmeza del vínculo ha pertenecido al ideal de matrimonio y de familia. Es un deber recordar a tantas personas que, a pesar de graves dificultades; perseveraron en una entrega fiel y generosa, confiando en la gracia de Dios; ellos fueron dichosos en su fidelidad y constituyen un genuino ejemplo.

 

Apreciamos incluso el testimonio de cónyuges que, después de un fracaso o de un abandono, han perseverado en su convicción, sin aceptar una segunda unión.

 

En los últimos tiempos, sin embargo, constatamos con pena un cambio notable; se van dando hechos, críticas y razones, que luchan reclamando el divorcio. Los argumentos no son nuevos; se repiten aquí y allá, en un período y en otro.

 

Por empezar se exige una solución para un número elevado de situaciones irregulares en las cuales se hallan nuevas parejas y sus hijos. Nos parece que se exagera la cantidad. De cualquier modo, comprendemos que existen muchos casos dolorosos. Ahora bien, ¿hasta dónde un hecho, aún tan difundido, puede obligar al hombre a reducir su ideal de vida? ¿No podrían resolverse por otros medios algunas de esas dificultades, sin recurrir al divorcio vincular? .Pensamos, por ejemplo, en una legislación adecuada para todos los hijos.

 

Se arguye que casi todos los países tienen divorcio; y que la .mayoría de los argentinos probablemente querría tenerlo Hay que pensar, no obstante, que no siempre los pueblos cambian para mejorar, y .que los hombres también se equivocan, al conducir su historia. En este sentido debemos ser críticos. ¿Acaso no cuestionamos cierto progreso moderno que nos ahoga o pone en peligro la vida? ¿No criticamos el desarrollo, cuando sirve más para someter que para ayudar a la humanidad? También se pide el divorcio en nombre del pluralismo. Pero aún respetando la diversidad de concepciones, creemos un deber testimoniar que ésta no puede invocarse cuando se trata de obligaciones fundadas en el ser mismo del hombre. Ningún pluralismo podría justificar la injusticia, el fraude o el incumplimiento de la palabra dada.

 

Otros argumentan que la indisolubilidad es una cuestión religiosa; un criterio católico que no puede imponerse a todos. Ya recordamos que se trata de una exigencia natural. Es una propiedad esencial de la "institución " creada por Dios. La imposición suele darse al revés; porque quienes se casaron con decisión irrevocable se sienten dañados por el efecto retroactivo de la ley y por un ambiente que favorece las rupturas matrimoniales. Se oye a menudo que existe un derecho a rehacer la vida después de un error o fracaso. Pero el ejercicio libre de un derecho tiene que respetar la naturaleza de cada realidad, en este caso, del matrimonio. Por eso la libertad tiene límites. El hombre no puede siempre rehacer, ni a veces reparar, lo que pierde. Un ejemplo doloroso lo tenemos en la vida, que al ser dañada o suprimida, no puede devolverse tal cual era.

 

 

7.- Amplitud del problema

 

Echemos ahora una mirada rápida a todo el problema, porque es imposible entenderlo fuera de su dilatado ámbito. La familia argentina sufre muchos problemas. Hay que verlos uno por uno, y analizar las causas que los provocan. Todo esto requiere una esmerada atención. y en este orden, una fácil ruptura del vínculo conyugal, no sería un remedio contra tales males.

 

Es preciso pensar aún en los efectos del divorcio, que falazmente se propone como la solución de ciertos casos difíciles. Los países que lo aceptaron han visto crecer siempre más el número de divorcios; y, en algunos casos, en forma alarmante; sin mencionar otros males que se siguen de él, tanto para los esposos, cuanto para los hijos, que son quienes más lo sufren.

 

Hace falta un análisis sincero y valiente, libre de presiones de cualquier tipo. Solamente la verdad completa, buscada y vivida, es garantía de un futuro feliz y no sería honesto ocultar, que incluso ciertos rasgos cuestionables del mundo moderno inciden en el asunto; por ejemplo, el afán de consumo, el materialismo, el olvido de Dios, cierta inmadurez humana, el libertinaje en lo sexual, etc.

 

Desde la perspectiva cristiana hay que considerar todavía otro aspecto. Así como decimos que la verdad completa acerca del hombre, es conocida plenamente en Cristo, confesamos también que sólo por su gracia logramos vivirla. Las grandezas y limitaciones del matrimonio, sus alegrías y sus penas, no pueden vivirse fuera de esa llamada imperiosa, pero esperanzada, a la conversión del corazón.

 

 

8.- Llamado a todos

 

Concluimos haciendo un llamado urgente a todos, porque nos interesa el bien de la familia, y éste no se logra sin una colaboración muy amplia. Hemos recordado los puntos esenciales del orden natural y de la doctrina católica. Ningún fiel puede ignorarla, desfigurarla, ni sostener con palabras o actitudes lo que no condice con ella.

 

En cuanto a tantas situaciones irregulares que ya existen, la Iglesia no emite juicio definitivo sobre las personas que las forman, porque a Dios sólo corresponde; pero quiere velar pastoralmente por el bien de ellos, ayudándolos a vivir el Evangelio, en la medida de lo posible, y aún cuando sea imposible admitirlos a los sacramentos.

 

Con la urgencia de la caridad de Cristo rogamos a toda persona, grupo o institución, que se interese por una visión serena, completa, libre y valerosa del problema; sólo así se conseguirán los medios para reconstruir el país sobre una base sólida, garantía de un porvenir profundamente humano y dichoso. Los medios de comunicación social tienen, sin duda, una especial responsabilidad en orden a crear un clima de respeto por este valor.

 

La tarea pastoral que conducimos se ve nuevamente urgida por el momento presente. Exhortamos a los hogares cristianos, a los educadores y a los agentes de pastoral, que con todos nosotros se sientan especialmente comprometidos en este esfuerzo. A los jóvenes recomendamos que se preparen seria y generosamente, para vivir con fidelidad el ideal del matrimonio indisoluble.

 

Que el Señor nos ilumine y nos guíe: lo invocamos recordando el santo ejemplo de la familia que Él quiso vivir en Nazareth.

 

(Este documento será leído en todas las parroquias e iglesias, en la fecha en que el Obispo diocesano lo determine)

 

 

XLVIII Asamblea Plenaria.

San Miguel, 13 de abril de 1984