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El Episcopado hace conocer una pastoral colectiva dirigida a manifestar la alegría, el gozo y el privilegio que implica la visita de Juan Pablo II a la Argentina. Al mismo tiempo para ayudar al pueblo cristiano a com­prender en profundidad el sentido de esa especial pe­regrinación y de preparar al cristiano para vivirla con intensidad y en su real dimensión espiritual, los obis­pos invitan a reflexionar sobre el misterio de la Igle­sia, el Papa como principio de unidad eclesial, la per­sonalidad de Juan Pablo II  y las características de su magisterio.

 

 

 

LA VISITA DEL PAPA JUAN PABLO II

A LA REPÚBLlCA ARGENTINA

 

 

Queridos hermanos:

 

"¡Gloria a Dios,

que tiene el poder de afianzarlos,

según la Buena Noticia que yo anuncio,

proclamando a Jesucristo,

y revelando un misterio

que fue guardado en secreto

desde la eternidad      .

y que ahora se ha manifestado!"

 

(Carta a los Romanos 16, 25-26)

 

1.             La alegría y el mensaje de la solemnidad de San Pedro y San Pablo que celebramos hoy, adquiere mayor significado ante la anunciada visita a nuestra patria del Papa Juan Pablo II actual Sucesor de Pedro. Con su nueva presencia entre no­sotros, como Padre y Cabeza de la gran familia universal que es la Iglesia:

* Viene a confirmar nuestra fe - la fe de la Iglesia ­como Cristo Resucitado lo hiciera con sus discípulos;

* Viene a anunciar la Buena Noticia de salvación, al es­ tilo de Pedro y Pablo.

* Viene con su audacia evangélica a testimoniar la pre­sencia de Cristo Salvador y a proclamar en su nombre, el va­lor de la dignidad de la persona, de la justicia y de la paz.

* Viene a desafiarnos a una NUEVA EVANGELIZA­CION que debemos llevar a cabo en nuestra patria, unidos con todos los hermanos de América Latina.

 

Por eso, la visita del Santo Padre Juan Pablo II, es un nuevo llamado del amor de Dios que se nos manifiesta y nos invita a todos a "la obediencia de la fe" [1].

Para comprender el sentido de su visita y vivirla más in­tensamente, invitamos a todos a reflexionar los siguientes te­mas.

 

 

I.  LA IGLESIA

 

2.           LA IGLESIA, MISTERIO DE FE

 

¿Qué es la Iglesia de la cual el Papa es Cabeza visible?

Hay quienes la conciben sociológicamente como una mera institución humana, y la hacen factor estratégico de po­der y de presión. También se la compara con una empresa multinacional, capaz de imponer “reglas de juego” a la socie­dad.

Sin embargo la fe nos enseña que es el misterio del amor de Dios Padre que se muestra en Cristo, “Redentor del hombre”, por la acción del Espíritu Santo. Misterio que no tiene el sentido de una realidad mágica o esotérica, propuesta sólo a los iniciados, para ser aceptada porque sí. Sino que la Iglesia es Cuerpo y Plenitud de Cristo [2]. Y en Cristo se hace patente el misterio de Dios [3]. Porque la intimidad de Dios se va revelando y compartiendo con nosotros en Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre.

Por eso Cristo es la Plenitud de la Historia de Salvación. El es todo lo que el Padre ha revelado, es la Palabra misma de Dios. El llama a la fe, y con la fuerza del Espíritu Santo, convoca y reúne a Pedro y los Apóstoles para que por medio de ellos y de sus sucesores se continúe proclamando “la bue­na y alegre Noticia de la elección, la misericordia y la caridad de Dios” [4]:

Esto nos invita a proclamar nuestra fe en el misterio de la Iglesia: “CREO EN LA IGLESIA UNA, SANTA, CATO­LICA y APOSTÓLICA”.

 

3.           LA IGLESIA, MISTERIO VISIBLE, ES “UNA”

 

Toda la Iglesia aparece como “un pueblo reunido en vir­tud de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” [5].

Con todo, los cristianos tenemos experiencias de doloro­sas divisiones que se dieron a lo largo de la historia. También hoy encontramos diversos obstáculos para la unidad de nues­tras comunidades. Todo esto resulta incongruente para el hombre de hoy.

Es que siempre obra la realidad del pecado que al agredir falsea y divide.

Cristo, sin embargo instituyó la Iglesia “como signo e instrumento de la unidad íntima con Dios y con todo el género humano” [6], porque es fruto de su amor salvador que reconcilia a los hombres con Dios Padre, pone en comunión con El y en unión fraterna a los hombres entre sí. Por eso Pablo nos enseña que hay “un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo” [7].

La unidad, cuya plenitud siempre será una aspiración hasta el final de los tiempos se nos convierte en una exigencia que nos motiva a fundar en la comunión con Dios, mediante Jesucristo, la verdadera fraternidad y convertir así a la Iglesia en modelo vivo de amor entre los hombres, porque “hay un solo Cuerpo y un solo Espíritu, así como hay una misma es­peranza”, a la que hemos sido llamados [8].

 

4.           LA IGLESIA, MISTERIO VISIBLE, ES “SANTA”

 

La Iglesia como pueblo ya santificado por el bautismo está llamada a manifestar la santidad que le viene de Dios [9]: “Sean perfectos como el Padre celestial es perfecto” [10].

No es raro advertir que, a través de la historia, se hayan podido experimentar en la vida de la Iglesia, sombras, debidas a la limitación humana, al pecado y a la incoherencia de vida.

Es que la Iglesia en este mundo, siempre estará en bús­queda y camino hacia la santidad plena “permanecerá com­puesta de justos y pecadores. Más aún por el corazón de cada cristiano pasa la línea que divide la parte que tenemos de jus­tos y pecadores” [11].

La Iglesia es santa por su origen divino, por su fin de la salvación de los hombres y por los medios sacramentales que Cristo instituyó para santificada. Y la Iglesia santa nos invita a la íntima conversión del corazón y a la participación de la vida de Dios, que supera todo anhelo humano. Ante la crisis de identidad y de valores que sufre el hombre actual, la Igle­sia enfrenta el desafío de avivar y promover el sentido de la penitencia, la oración, la adoración, el sacrificio, la donación de sí, la caridad y la justicia [12]. Así, igual que los santos, cada cristiano será también fuente y origen de renovación de la Iglesia.

          La obra inaugurada por Cristo sobre la tierra y conti­nuada por el Espíritu Santo debe llevamos a renovar conti­nuamente nuestro corazón para vivir las exigencias del Evan­gelio.

 

5.           LA IGLESIA, MISTERIO VISIBLE, ES “CATOLICA y APOSTÓLICA”

 

“Los apóstoles predicando en todas partes el evangelio recibido por los oyentes bajo la acción del Espíritu Santo, congregan a la Iglesia universal que el Señor fundó en los apóstoles y edificó sobre san Pedro, siendo el propio Cristo Jesús la Piedra angular” [13].

En ciertos ambientes, se acusa a la Iglesia institución de querer imponer pautas culturales que responden, de alguna manera, a una sociedad determinada o a una época, con la cual se la confunde.

Es característico de la Iglesia ser a la vez humana y divi­na, de tal forma que lo humano sea siempre camino para lo divino [14]. El evangelio para llegar a los hombres, necesita penetrar en diversas culturas y usar de sus signos para presen­tar el Mensaje de salvación. Y aunque debamos lamentar que en algún momento de la historia el lenguaje evangelizador haya quedado sujeto a determinadas pautas culturales por las limitaciones propias de los hombres, sabemos que la Iglesia desde sus orígenes ha estado abierta a una dimensión univer­sal [15].

Además, desafortunadamente, muchos no han cobrado conciencia clara de pertenencia a la Iglesia visible. Así, no po­cos expresan que “se las arreglan a solas con Dios sin necesi­dad de los sacerdotes”. Y otros, en la misma línea individualis­ta se encierran en un espiritualismo desencarnado sin recono­cer que el camino de la Iglesia pasa por el hombre [16].

Sin embargo, “Jesucristo, Pastor eterno, edificó la santa Iglesia enviando a los apóstoles lo mismo que El fue enviado por el Padre, y quiso que los sucesores de aquellos, los obispos, fueran los pastores de la Iglesia hasta la consumación de los siglos” [17]. En efecto, organizada como una sociedad, la Iglesia está gobernada por el Papa, sucesor de Pedro, y por los obispos en comunión con él [18].

La Iglesia católica y apostólica tiene un estilo que le es propio: lo comunitario, en apertura a todos los pueblos cuyos tiempos y fronteras trasciende [19]. “Como servidora de los hombres, su obra en la historia quiere reavivar la conciencia de que todo el pueblo de Dios es responsable de todo el evan­gelio, para proclamarlo a todos los hombres” [20].

Cada uno de nosotros deberá asumir su responsabilidad en esta tarea.

 

 

6.           LA IGLESIA ES “SIGNO, GERMEN E INSTRUMENTO DEL REINO DE DIOS”.

 

“La Iglesia recibe la misión de anunciar el Reino de Cris­to y de Dios, e instaurarlo en todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y el principio de ese Reino” [21].

Ignorar la presencia del Reino de Días lleva al hombre a una vida sin horizontes. A vivir sólo pendiente de las cosas ur­gentes e inmediatas. A resignarse con fatalismo en las contra­riedades. A desesperarse frente al dolor y la muerte. En el fondo, a carecer de una visión trascendente que oriente y dé sentido a la vida.

Por el contrario, la Iglesia integrada por hombres cons­cientes de que Dios los lleva a actuar en alianza, en comunión con El, suscita la capacidad de forjar la historia con un cora­zón dócil, de hacer suyos los caminos de la Providencia de Dios, de asumir su propio dolor y el de los pueblos, para transformados por la Pascua de Jesús y de jugarse solidaria­mente aceptando los desafíos del presente con imaginación creadora [22].

La razón última que impulsa a tomar tan en serio el mundo es que ella “se define como una realidad en medio de la historia, que camina hacia una meta no alcanzada” [23]. Ella “ofrece ya algún bosquejo del siglo futuro” [24]. Así lo expresa Juan Pablo II, quien nos recuerda “lo que el Apóstol Pablo gustaba llamar vida nueva, creación nueva, ser o existir en Cristo, vida eterna en Cristo Jesús, que no es más que la vida en el mundo, pero una vida según las Bienaventuranzas y destinada a prolongarse y transfigurarse en el más allá” [25].

Con esta visión del más allá, plenitud para la que fuimos creados, confiados en la Providencia de Dios, estamos llama­dos a comprometemos con la historia para construir el Reino.

 

 

7.           LA IGLESIA EXPERT A EN HUMANIDAD, “SERVIDORA DE LOS HOMBRES”

 

Así como Jesús define su misión en el mundo. “El mis­mo Hijo del hombre no vino para ser servido sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud” [26], así la Iglesia “nada puede desear con más ardor que servir cada vez más generosa y eficazmente a los hombres del mundo actual” [27].

Frente a una realidad humana cuestionad ora y proble­matizada, la Iglesia asume una perspectiva pastoral que nace de su experiencia diaria en contacto con los hombres, espe­cialmente los más humildes, de quienes recibe sus confiden­cias y anhelos, tratando de interpretar a la luz de la Pascua de Cristo [28] su problemática.

Ella tiene siempre una palabra esperanzada, portadora de resurrección, que parte desde Jesucristo, ubica el servicio de ella misma, y señala la dignidad y el destino del hombre [29]. Por eso no teme denunciar desde el evangelio:

          * Los atropellos a las personas e instituciones, sus dere­chos, valor y dignidad [30].

          * El colonialismo que produce la pérdida de identidad cultural [31].

          * La aparición e influencia de los ídolos del placer [32], del tener [33] y del poder [34].

          * La pobreza inhumana, la desocupación y el subem­pleo, el consumismo [35].

          * La desintegración de la familia y la manipulación de la educación [36].

          * El manejo parcializado y tergiversado de los datos de información en los medios de comunicación social [37].

          * La falta de unidad y reconciliación entre los sectores del pueblo [38].

          * La injusticia [39], la violencia [40], la crisis moral [41].

          * El crimen del aborto [42].

 

8.      PROFESION DE FE

 

          A la espera de la visita del Papa, retornamos la Profesión de fe hecha por los Obispos latinoamericanos en Puebla [43]:

          “Dios está presente, vivo, por Jesucristo liberador, en el corazón de América Latina.

Creemos en el poder del Evangelio.

Creemos en la eficacia del valor evangélico de la comu­nión y participación, para generar la creatividad, promover experiencias y nuevos proyectos pastorales.

          Creemos en la esperanza que alimenta y fortalece al

hombre en su camino hacia Dios, nuestro Padre.

          Creemos en la civilización del amor”.

 

 

 

II. EL PAPA EN LA IGLESIA

 

 

9.      EL PAPA, PRINCIPIO VISIBLE DE LA UNIDAD ECLESIAL

 

El misterio de Cristo se hace visible en la Iglesia. El es el único Pastor que la guía. Es la fuente de su vida y unidad. Es su Cabeza. Esta función de Cabeza del cuerpo eclesial, es la misteriosa relación vital que lo vincula a todos sus miembros. De aquí nace el ministerio de sus pastores.

Cristo elige y consagra a los Doce, presididos por Pedro, para hacerlos partícipes de esa misteriosa relación suya con los hombres. Los suceden en el tiempo, el Papa y los Obispos [44]. Por eso, lo que hemos dicho de la Iglesia [45], aparece sacramentalmente visible en la persona del Papa. Como suce­sor de Pedro, él “es el principio y fundamento perpetuo y vi­sible de la unidad, así de los Obispos como de la multitud de los fieles” [46].

En efecto. Dios crea al hombre para una existencia com­partida, en la que se refleje la unión del Padre con el Hijo y el Espíritu Santo [47]. De aquí se deriva la unidad de las fami­lias y de los pueblos [48]. Al convocar a los Apóstoles, Jesús los hace fundamento de la “Nueva Familia”, la Iglesia [49]. Y al frente de ella pone a Pedro y a sus sucesores, los Papas [50], como principio de unidad visible del Pueblo de Dios. Para ello, cuando definen la doctrina de la fe [51], gozan de la misma infalibilidad que Cristo quiso para su Cuerpo, y la ejercen en su calidad de supremo maestro de todos los fieles a quienes deben confirmar.

Esto nos exige atender con docilidad las enseñanzas del Papa que, al iluminar nuestra fe en el único Evangelio, nos reúne en comunión con todo el Pueblo de Dios [52].

 

 

10.       EL PAPA CONVOCA A LA SANTIDAD

 

El Señor Jesús dijo a Pedro: “Yo he rogado por tí para que no te falte la fe, y tú, después que hayas vuelto, confir­ma a tus hermanos” [53].

El Papa también continúa la misión santificad ora de Pe­dro, misión que brota y se inspira en el servicio a un único Se­ñor, en la posesión de un único Espíritu Santo y en el amor a una única Iglesia.

En el vocabulario cristiano tradicional, llamamos al Pa­pa: “santo padre”, para expresar hoy, cualquiera sea el origen de este título, que es un signo convocan te a la santidad que debemos procurar los cristianos. No es un culto a la persona que preside la comunidad de fe, sino una afirmación de nues­tra conciencia del mandato de Jesús: “sean perfectos como el Padre celestial es perfecto” [54].

La historia del papado nos muestra algunos momentos lamentablemente oscuros y decadentes y otros, con Papas verdaderamente santos, muchos de los cuales son venerados en la liturgia. No obstante siempre la figura del Vicario de Cristo ha sido garantía para que en la Iglesia, cada uno pudie­ra dar respuesta madura al Señor. Su palabra siempre ha sido invitación a la santidad y esta convocatoria, necesariamente, incluye un llamado al arrepentimiento y a la reconciliación que debe motivamos a asumir una actitud penitencial por nuestras propias culpas y las del mundo y a reconocemos ne­cesitados de la misericordia de Dios.

 

11.       EL PAPA SUCESOR DE PEDRO, PASTOR UNIVERSAL

 

          Desde el momento que Cristo llama a un hombre a su­ ceder a Pedro, que con su vida apostólica y su muerte, supo responder a aquella pregunta: “...me amas tú, más que és­tos?” [55], deposita en él la responsabilidad de pastor univer­sal [56]. Como tal, en su misión evangelizadora, llega con su mensaje y con su persona a cada continente y a cada cultura no para avasallarlas sino para afianzarlas en su identidad y pa­ra impregnarlas del Evangelio que actúa como levadura, con el fin de promover y elevar los valores que definen a cada pueblo. “Lo que importa es evangelizar - no de una manera decorativa, como un barniz superficial, sino de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces - la cultura y las culturas del hombre tomando siempre como punto de partida la persona y teniendo siempre presentes las relaciones de las personas entre sí y con Dios” [57].

Como pastor universal se preocupa por todos los proble­mas que afectan a los hombres, dentro y fuera de la Iglesia. Impulsado por la fuerza del Evangelio que ha de proclamar, su misión, sin fronteras geográficas supera lo social, lo políti­co y lo confesional. La problemática ecuménica lo urge a buscar canales para lograr la unidad exigida por Cristo: “Pa­dre, que todos sean uno..., para que el mundo crea que Tú me enviaste” [58].

También como pastor universal, debe tener contacto con la realidad pastoral que enfrenta la Iglesia en todas partes y en cada una de sus iglesias particulares (Concilios, Sínodos, visitas “ad limina”, visita del Papa a las naciones).

El tiene las llaves del Reino [59]. Es el Vicario visible de Cristo siempre presente en la Iglesia. Por eso, su palabra debe motivar nuestra obediencia filial a Cristo. Obediencia que nos deja pertenecer a su rebaño, expresando nuestro amor a El, en el cumplimiento del Evangelio: “Si ustedes me aman, cum­plirán mis mandamientos” [60].

 

 

12.  EL PAPA, MAESTRO DE LA FE Y PORTADOR DE ESPERANZA

 

La historia de la salvación va unida a todos los aconte­cimientos protagonizados por los hombres. Para hacer esa historia, la Iglesia debe su palabra a cada uno de ellos; y el portavoz de ella es el sucesor de Pedro [61], urgido por el amor de Cristo y por la solicitud acuciante que tiene por la iglesia una y universal. Debe anunciar - con ocasión o sin ella - [62], la salvación de Cristo Jesús y la comunión de destino que todo hombre tiene bajo el Padre común [63].

El clima de angustia, con sus vacilaciones e incertidum­bres, provoca desazón entre los hombres. El mundo secularis­ta que ignora a Dios, cae con facilidad en la indiferencia o en la suspicacia ante las propuestas eclesiales [64]. Frente al de­safío de esta realidad, la presencia del Papa anuncia a los ca­tólicos y a todo el mundo de buena voluntad, la necesidad de vivir la propia identidad, de expresar con lucidez y cohe­rencia la fe, y de mantener viva la adhesión a Dios, el único Absoluto.

Aún más: la Iglesia, por medio del Vicario de Cristo ofrece a todo el mundo, el diálogo de la salvación en Cristo, a fin de despertar y convocar a la esperanza de un mundo “nue­vo”, un mundo de amor verdadero, alegría y gozo del cristia­no y servicio para todos.

 

 

 

III. NUESTRO PAPA: JUAN PABLO II

 

13.       EL PAPA, SER HISTORICO

 

Desde Pedro cada Papa ha sido alguien concreto, como respuesta al hoy de Dios en la Iglesia.

Cada momento de la historia tuvo un Romano Pontífi­ce, esto es, un ser histórico y real. Por eso, S.S.Juan Pablo II - en continuidad con esta historia de salvación - debe compro­meterse en la totalidad del Misterio de la Iglesia.

En esta Iglesia - amada y cuidada por Dios - cada Papa deja la marca de su personalidad, de su amor a los hombres y al mundo, de su misión ec1esial y pastoral.

 

 

14.       PERSONALIDAD DE JUAN PABLO II

 

Polonia es la tierra y la Iglesia que forjaron la perso­nalidad definida de S.S. Juan Pablo II.

Desde su origen, Polonia está en una línea de frontera con siglos particularmente difíciles [65]. No es de extrañar, por lo tanto, que su Iglesia sea una Iglesia de lucha y defini­ciones. Acuciada por totalitarismos, en muchos momentos de su historia se ve aislada. Sufre y ansía la libertad y el respeto por la dignidad de la persona. Busca su destino trascendente como país, lo que el mismo Juan Pablo II define con las Pala­bras del poeta Cipriano Norwid: “país donde se recoge, por respeto a los dones del cielo, toda migaja de pan que cae por tierra... donde las primeras inclinaciones de saludo son como una confesión perpetua de Cristo: ¡Sea alabado!” [66].

A lo largo de toda su vida la Iglesia fue siempre la gran familia de nuestro Pastor universal. Ella lo hizo hombre de es­peranza, de paz y reconciliación, de diálogo y comunicación, de firmeza y audacia, de gran sensibilidad y amor apasionado. Lo formó pastor, hombre de Dios para los hombres. Y así Dios lo fue moldeando como Pastor de la Iglesia universal.

Ya desde el primer momento de su pontificado, Juan Pablo II nos reveló su propio y personal estilo eclesial. Por eso, hoy nos resulta familiar verlo como peregrino de un con­tinente a otro, compartiendo en la liturgia la fiesta de la fe con los católicos y encontrándose - en actitud dialogal- con las culturas de los diversos pueblos a las que como Pedro debe seguir ofreciendo el Mensaje evangélico.

Como catequista y Maestro de la fe nos entrega con su palabra, fiel a Dios y a los hombres, los contenidos de la reve­lación acompañados con gestos tiernos y acogedores, especial­mente hacia los niños, los enfermos, los pobres y sufrientes del mundo.

Con profunda conciencia de su servicio eclesial lo vemos atento y compenetrado de la marcha del mundo. Sus gestos y sus palabras señalan constantemente el camino de la paz, la fraternidad, la justicia y la misericordia entre los hombres. Al mismo tiempo que denuncia evangélicamente la injusticia, la corrupción, la violencia, las ideologías antihu­manas y los colonialismos de toda índole.

Sin lugar a dudas, Juan Pablo II nos hace descubrir que todo lo que es y realiza son signos del paso de Dios en nues­tro tiempo. Esta presencia evangélica llegará a nuestra patria invitándonos a vivir coherentemente nuestra fe.

 

 

15.       MAGISTERIO DE JUAN PABLO II

 

En la abundancia de actitudes pastorales, documentos, alocuciones y homilías de Juan Pablo II, podemos apuntar - sin temor a equivocarnos - algunas constantes de su magiste­rio [67]:

          * Su preocupación por el hombre necesitado de salva­ción, en el mundo actual y su proyección al futuro.

          * Su vigorosa proclamación de la Misericordia de Dios y el llamado a una actitud penitencial.

          * Su centralidad en Cristo como Redentor del hombre y su entrega diaria en la Eucaristía.

* Su vibrante sentido de Iglesia como presencia operan­te de Cristo Salvador, que debe dar la “respuesta de Dios” a los desafíos del presente con un compromiso hacia el futuro.

          * Su cálido afecto y su continua invocación a la Santísi­ma Virgen María, Madre de Jesús y Madre de la Iglesia.

* Su amor interpelante a los sacerdotes y a los consa­grados en las diversas formas eclesiales, lo mismo que a las Iglesias orientales católicas.

* Su dimensión ecuménica, que exige la identidad defi­nida del católico, mientras expresa su fraterna apertura a las demás confesiones cristianas y a las diversas religiones.

* Su valoración de las culturas, con gran sensibilidad evangelizadora para detectar “las semillas del Verbo”, el ca­mino del Señor, en ellas.

* Su inquietud por una catequesis integral en total fide­lidad a la revelación y al hombre concreto, y en su invitación desafiante a “una nueva evangelización”.

* Su valoración profundamente eclesial de los laicos en la irremplazable tarea de impregnar el mundo con el espíritu del Evangelio, y el particular afecto demostrado constante­mente a los jóvenes que encarnan la juventud de cada familia, de las naciones, de la humanidad, y también de la Iglesia.

* Su continuo llamado a la paz junto con su interven­ción activa en construirla, de lo que nosotros los argentinos somos testigos.

* Su importante magisterio social, especialmente referi­do a la dignidad del trabajo.

 

Como síntesis de las enseñanzas de nuestro actual Sumo Pontífice, podemos recoger estas palabras: “En la Cruz, en la Eucaristía y en Nuestra Señora se basa mi esperanza de que la semilla de salvación que aquí he tratado de lanzar, crezca y dé frutos de amor, de fraternidad y de vida cristiana” [68].

 

16.       JUAN PABLO II VIENE A LA ARGENTINA

 

S.S. Juan Pablo II ya visitó por primera vez nuestra pa­tria en circunstancias difíciles y dolorosas para todos, en ju­nio de 1982. En aquella oportunidad se despidió con un: “¡Hasta pronto!”.

Hoy, en esta solemnidad de los Apóstoles Pedro y Pablo, al anunciarles esta nueva visita que realizará el Santo Padre a nuestra patria en 1987, queremos agradecer a Dios - Señor de la historia - porque nuevamente manifestará su amor salvador entre los argentinos.

Preparando esta llegada invitamos a todos a preguntar­nos: “¿Con qué argentina se encontrará Juan Pablo II?”.

Decíamos en nuestro documento: “Dios, el hombre y la conciencia” que “cuando una sociedad como la nuestra, ha vivido la experiencia de hechos que manifiestan desestima de la vida, de la libertad, de la verdad, de la justicia, de la paz y se angustia por encontrar los medios normales de subsisten­cia, no puede menos que verse desafiada por el desaliento, el debilitamiento de su cohesión interna, la mutua agresión de sus miembros” [69].

Sabemos que desde entonces algunas cosas han cambia­do favorablemente, mientras otras han permanecido o se han acentuado negativamente.

La instauración de un gobierno constitucional va exi­giendo una mayor madurez cívica y social que debiera culmi­nar en un diálogo que conduzca a la verdadera reconciliación de los argentinos. ¿Qué hemos hecho para que esto sea una realidad?

El ejercicio de los derechos civiles debiera ayudamos a alcanzar una verdadera identidad cultural como argentinos. ¿Se ha avanzado al respecto?

Un país que emprende un camino de libertad, ha de sos­tener los valores humanos de la persona, de la vida, de la fa­milia, de la educación, del trabajo, de la participación, y legis­lar con el fin de protegerlos y asegurarles vigencia. ¿Cabe afir­mar que esto se va dando en nuestra argentina?

Con estos y otros cuestionamientos que afectan al ser y a la vida de nuestro pueblo se encontrará su santidad Juan Pa­blo II. Y frente a esta realidad, llegará - como lo hace siem­pre- con la humildad del Misionero y la solicitud del Pastor. En esto reside el sentido profundo de su visita.

El Papa vendrá a recordamos, en este tiempo de prepara­ción al V Centenario de la Evangelización en América Latina, que los argentinos, junto a todos los pueblos del continente, tenemos una identidad histórico-cultural que es fundamental­mente católica [70]. Desde ella debemos mirar con fidelidad a nuestro pasado de fe, hacer frente a los desafíos del presen­te y consolidar la obra iniciada preparando el futuro. Esta obra debe ser, como la llama Juan Pablo II, “una evangeliza­ción nueva: nueva en su ardor, en sus métodos, en su expre­sión” [71].

Esta “nueva Evangelización” deberá alcanzar un ilusio­nado esfuerzo catequístico, una práctica sacramental siempre más consciente y orientada a poner en marcha el dinamismo santificador y apostólico propio del Bautismo, y promover una sana moral familiar y pública [72].

Para esto debemos preparamos iniciando un camino de conversión.

 

 

SUGERENCIAS

 

Disponemos la realización de una misión, similar a la del Cristo Peregrino, que renueve espiritualmente a nuestro pue­blo cristiano y así lo prepare para recibir con fruto abundante y permanente la visita del Santo Padre, Vicario de Cristo.

Establecemos asimismo que se haga una campaña in­tensa de oración para obtener del Señor las gracias necesarias para esta nueva Evangelización de nuestra Patria.

Oportunamente se irán dando a conocer iniciativas con­cretas, de carácter doctrinal y espiritual, para el mejor logro de los fines de esta visita.

Por otra parte, los Obispos dispondrán en sus respectivas Diócesis todas aquellas iniciativas que mejor se adapten a la realidad de cada lugar.

Deseamos que todos se preparen, auxiliados por la mi­sión especial que promovemos, sin que nadie se sienta excluido, pero sobre todo, anhelamos que en el Papa se manifieste la imagen del Buen Pastor, para que nuestra Patria, como par­te de América Latina, se sume a la “nueva Evangelización” convocada por el mismo Juan Pablo II en Santo Domingo.

Que la Virgen de Luján, ilumine su paso entre nosotros y nos otorgue el aliento necesario para responder a su llama­do.

 

LII Asamblea Plenaria

Buenos Aires, 29 de junio de 1986.

Solemnidad de los Santos Pedro y Pablo.

 

 

 

SIGLAS

 

CD:             Con. Vaticano II: “Christus Dominus”

CT:             Juan Pablo II: “Catechesi tradendae” 1979

CTN:          C.E.A.: “Construyamos todos la nación”

CR:             Com. Perm. de la C.E.A.: "Camino de Reconcilia­ción", 1982

DP:             CELAM: “Documento de Puebla”, 1979

DHC: C.E.A.: “Dios, el hombre y la conciencia”, 1983

EN:             Pablo VI: “Evangelii nuntiandi”

EPV:           E.E.E. de la C.E.A.: “Educación y Proyecto de Vida”, 1985

GS:             Conc. Vaticano II: “Gaudium et spes”

ICN:           C.E.A.: “Iglesia y Comunidad Nacional”, 1981

LG:             Concilio Vaticano II: “Lumen Gentium”

POCC:        C.E.A.: “Principios de Orientación Cívica de los cristianos”, 1983

Pudor          E.E.F. y C. de la C.E.A.: “El pudor, defensa de la intimidad humana”, 1984

RH:             Juan Pablo II: “Redemptor hominis”

SC:             Concilio Vaticano II: “Sacrosanctum Concilium”

Sín. Extr. 85: Relación final del Sínodo Extraordinario de los Obispos sobre los 20 años del Conc. Vaticano II, 1985

 

 


ORACIÓN

 

para preparar la visita pastoral a la Argentina de

S.S. JUAN PABLO II

 

 

Señor Jesús,

muéstrate en tu Vicario Juan Pablo II

y muéstranos así al Padre.

Sabemos que tu Evangelio recobra actualidad

en sus viajes misioneros.

Sabemos que su cercanía de Pastor

expresa tu presencia en medio del pueblo.

Ayúdanos a conocer tu voluntad

en sus palabras y gestos,

aquí, en esta Argentina Latinoamericana

bendecida por la Virgen

y dispuesta al nuevo llamado evangélico.

Te esperamos, Señor, esperándolo

y, desde ya, queremos aceptar en él

tu invitación a renovamos en la fe

y a orientar la vida de nuestro pueblo

conforme a tus mandatos.

Amén.

 

Nuestra Señora de Luján,

Estrella de la nueva evangelización:

Ruega por nosotros.



[1] Cf. Rom. 1, 5; 16, 26.

[2] Cf. Ef. 1, 23.

[3] Cf. Jn. 10, 30.38; 14, 8-11.

[4] Sín. Extr. 1985, II-A, 2.

[5] LG., 4b.

[6] LG., 1.

[7] Ef. 4, 5.

[8] Ef. 4, 4.

[9] Cf. DP, 252.

[10] Mt.5, 48.

[11] DP. 253; cf. LG., 8c; GS. 43f.

[12] Cf. Sín. Extr. 1985, II-A, 4.

[13] LG., 19.

[14] Cf. SC., 2.

[15] Cf. Hech. 11 y 15, etc.

[16] RH,13.

[17] LG., 18b.

[18] Cf. LG., 8b.

[19] Cf. LG., 9c; GS, 58c.

[20] C.E.A., Decl. Past. 13/5/66, II - 2B.a.

[21] LG., 5b.

[22] Cf. DP., 279.

[23] DP, 254.

[24] GS., 39.

[25] CT., 29.

[26] Mc. 10, 45.

[27] GS., 93.

[28] Cf. Mensaje de los Obispos en Puebla, 1979, Nº 3b (previo al documento).

[29] Cf. Juan Pablo II, Disc. inaugural de Puebla 1, 1.

[30] Cf. DP., 40 y 327; POCC., 3.

36 Cf. DP., 57; 60; DHC., 15 y 100; EPV., 81-82.

[31] Cf. DP., 66; ICN., 30.37.77-84.

[32] Cf. DP., 58. 328; DHC., 69;CTN, 6; Pudor, 1-3.

[33] Cf. DP., 30.

[34] Cf. DP., 42.

[35] 35 Cf. DP., 29; 56; 64.

[36] Cf. DP., 57 y 60; DHC., 15 y 100; EPV., 81-82.

[37] Cf. DP., 62.

[38] Cf. ICN., 35; CR., 5-11.

[39] Cf. DP., 328; ICN, 29; DNC., 15 y 100; EPV., 81-82.

[40] Cf. DP., 328; ICN., 33.

[41] Cf. DP., 69; ICN., 36; DHC., 3.

[42] Cf. DP., 318.

[43] Men. a los Pueblos de A.L. Obispos Puebla, Nº. 9.

[44] Cf. DP., 257-258.

[45] Cf. Primera parte de esta carta pastoral, 2-7.

[46] LG., 23.

[47] Cf. ICN., 60.

[48] Cf. GS., 26; DP., 513; ICN., 7-74.86.88; DHC., 123-124; POCC, 2.

[49] Cf. DP. 258.

[50] Cf. Mt. 16, 18; Jn. 21, 15-19; CD., 2; Sín. Extr. 85, II-c, 2 y 4.

[51] Cf. LG., 25c.

[52] Cf. LG., 18.

[53] Lc. 22, 32.

[54] Mt. 5, 48.

[55] Jn. 21, 17.

[56] Cf. Juan Pablo II, Carta Jueves Santo 1979, Nº 1.

[57] EN., 20.

[58] Jn.17, 21.

[59] Mt. 16, 19; Jn. 21, 15-17.

[60] Jn.14, 15.

[61] Cf. Juan Pablo II, Disc. Catedral Bs. As., 11/06/82.

[62] Cf. 2 Tim. 4, 2.

[63] Cf. Juan Pablo II, Disc. Aerop. Ezeiza, 11/06/82.

[64] Cf. CT., 57.

[65] Cf. Juan Pablo II, Disc. Palacio Belvedere, Varsovia, 02/06/79.

[66] Juan Pablo II, Disc. Aerop. Varsovia, 02/06/79.

[67] Documentos del Magisterio de s.s. Juan Pablo II.

[68] Juan Pablo II, Disc. Aerop. B.E. Gomes, Brasil, 11/07/80.

[69] DHC., 2.

[70] Cf. DP., 412; Disc. Juan Pablo II en Sto. Domingo, 12/10/84, II 5.

[71] Cf. Juan Pablo II, Disc. en Sto. Domingo, 12/10/84.

[72] Cf. Juan Pablo II, Disc. en Sto. Domingo, 11/10/84, 6.