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Cuando aún faltan cinco meses para la llegada del Papa Juan Pablo II, el Episcopado, conforme a su propósito de preparar a los cristianos para obtener abundantes frutos de esa visita pastoral, da a conocer un Mensaje especial convocando a la fe y a la unidad con ocasión de la reunión plenaria. Siendo el Papa maestro de fe y fundamento visible de la unidad de la Iglesia, los obispos desarrollan su magisterio en tor­no a ambas cuestiones teológicas comprometiendo a toda la Iglesia para una nueva evangelización.

 

 

QUE TODOS SEAN UNO PARA QUE EL MUNDO CREA

 

Mensaje del Episcopado al Pueblo de Dios

 

 

1. ¡Viene el Papa! Esta expresión de júbilo manifiesta el deseo de contar con su presencia para seguir construyendo la Iglesia, una, santa, católica y apostólica. Porque estas cualida­des pertenecen a la verdadera Iglesia del Señor. Y así como Ella debe crecer en santidad, también debe fortalecer su uni­dad.

La voluntad de Dios y el profundo deseo de los hombres es la comunión fraterna; y la Iglesia, Pueblo reunido por la unidad del Padre con el Hijo en el Espíritu Santo, es signo e instrumento de esa unidad.

La misión del Papa y de los obispos sirve y sustenta esa unidad fundada en la del mismo Dios, que nos congrega por su Espíritu. Hacer la Iglesia es construirla en la unidad; lesio­nar su unidad es herir el ser mismo de la Iglesia.

El Papa, Maestro de la fe y fundamento visible de la uni­dad de la Iglesia universal, viene a fortalecer la fe y la unidad de la Iglesia en nuestra Patria.

 

2. Pero no es fácil conservar la unidad visible de la Igle­sia. Como la paz, la unidad supone una tarea permanente; y a veces, motivos o circunstancias inesperadas pueden ser ocasión de heridas a la unidad de la Iglesia, en cualquiera de sus niveles.

En más de una ocasión, frente a los cambios, a dificulta­des nuevas, a renovados planteos pastorales, a opinables enfo­ques y apreciaciones, o fuimos mal interpretados, o no supi­mos dar la imagen de una unidad que ciertamente existe en nuestro corazón de pastores. Confiamos que el pueblo cristia­no quiera comprender y disculpar esa deficiencia, y sepa que es nuestro más íntimo deseo presentarle siempre el testimo­nio de la unidad que Cristo pide para los suyos: "Padre, que todos sean uno..." (San Juan 17,21).

Conviene recordar que la unidad deseada por Cristo no es exigida solamente a los obispos. Urge que todo el Pueblo de Dios - obispos, sacerdotes, consagrados y fieles - viva la unidad y procure profundizarla. Recordemos la advertencia de San Agustín: en lo necesario, la unidad; en lo dudoso, la libertad; en todo, la caridad.

Por otra parte, la Iglesia, al vivir hondamente su unidad, presta un servicio invalorable y evangelizador a este mundo de hoy que sufre divisiones dolorosas, desencuentros lamenta­bles y conflictos desgarradores.

Es necesario, por eso, que todos sepamos perdonamos y reconciliamos, aún con gestos externos de caridad fratema; acentuar cuanto nos une y no lo que nos separa, y recordar que el testimonio de nuestra unidad difunde la fe en el Señor: "Que todos sean uno, para que el mundo crea que Tú me has enviado" (San Juan 17, 21).

 

3. Renovado nuestro espíritu en la unidad, la venida del Papa compromete a toda la Iglesia para la nueva evangeliza­ción. El mismo Juan Pablo II la propuso a América Latina, en ocasión del Vº Centenario de la llegada de la Cruz de Cristo a nuestro Continente.

El Papa vendrá, y nosotros, enriquecidos por su magiste­rio, convocaremos a toda la Iglesia para impulsar con reno­vado ardor esta nueva evangelización, que deseamos asumir como servidores de la Palabra y del pueblo de nuestro país.

No pretendemos imponer la verdad, porque la fe es un don de Dios que se acepta libremente, sino proponerla con claridad y con todas sus exigencias, e invitar a todos a abrir las puertas de su corazón a Jesucristo.

María Madre de la Iglesia, que desde Luján vela por nuestra Patria, nos acompañe y bendiga.

 

LIII Asamblea Plenaria

San Miguel, 8 de noviembre de 1986.