LÍNEAS PASTORALES

 

PARA LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

 

 

Prólogo

Realidad y búsqueda de la Iglesia en la Argentina

 

 

1          El Papa Juan Pablo II nos propuso celebrar el quinto Centenario del descubrimiento y comienzo de la Evangelización de nuestro continente, mediante "una evangelización nueva"[1].

            En la LI Asamblea Plenaria (noviembre de 1985) aprobamos las Bases para una labor pastoral en orden a una nueva evangelización[2] y después de la visita de Juan Pablo II[3], en la Asamblea de mayo de 1987, decidimos proyectar líneas fundamentales para la nueva  evangelización  con la participación de todo el Pueblo de Dios[4].

 

2          Esa participación se inició con la Consulta al Pueblo de Dios (abril‑mayo de 1988). A ella, manifestando gran interés, respondieron 77.034 personas[5].

            Del conjunto de las respuestas recibidas surgen, con nitidez, ciertas características de la conciencia eclesial de los consultados  que  permiten delinear un perfil de la Iglesia en la Argentina. Someramente  expondremos las más relevantes[6].

 

3          En primer lugar, se pone de manifiesto que la Iglesia en la Argentina aspira a alimentar su fe en la vida sacramental y la Palabra de Dios. Además, el ámbito más apreciado para despertar,  vivir y acrecentar la fe es la familia. De este modo las respuestas  ratifican el lugar irremplazable de la institución familiar,  afirmado insistentemente por la Iglesia. La familia ha sido, sin duda, uno de los pilares de la primera evangelización  y de la transmisión continuada de la fe en nuestras tierras.

            Emerge, a su vez, como preocupación central: cómo lograr que la Iglesia en la Argentina sea más misionera. Preocupación que mira, tanto al estilo de la acción pastoral, cuanto a los  contenidos de la evangelización y a la metodología de la misión. Son numerosas las respuestas que aluden "al poco espíritu misionero" y a la "falta de testimonio cristiano", expresando una sincera autocrítica por parte de los consultados. Las frecuentes menciones de la opción preferencial por los pobres y la evangelización de la vida cotidiana, parecen confirmar el deseo de lograr un mayor testimonio personal y un perfil eclesial más  misionero.

            El dinamismo nuevo, imaginado por los consultados, reclama  principalmente, mayor participación del laicado en la actividad evangelizadora, y una imprescindible renovación de las estructuras parroquiales, para que sus comunidades sean más acogedoras, abiertas y misioneras.

            De muchas formas se expresa con insistencia la necesidad de un mayor recurso a los medios de comunicación social, como instrumentos de evangelización. Simultáneamente, se pone de relieve la importancia que los consultados otorgan al testimonio de vida personal, a la oración y a la dedicación del propio tiempo para afrontar la misión.

            Las respuestas referidas al contenido del mensaje evangelizador, piden que sea más misionero y que tenga en cuenta "los problemas de la vida moderna" e ilumine el "sentido de los males del mundo", que constituyen el mayor obstáculo para creer. Deberá expresarse en un lenguaje comprensible para la mentalidad actual y acompañar el anuncio explícito de Jesucristo con respuestas concretas a la problemática antropológica.

            Para potenciar el protagonismo de los laicos en la evangelización, se reclama una formación profunda, completa y actualizada. Además de la insuficiente formación, muchos reconocen las dificultades del ambiente, como por ejemplo la pérdida del sentido del pecado (49%). Se insinúa también el deseo de que la Jerarquía convoque más explícita y decididamente al laicado.

            En la búsqueda de mayor coherencia se percibe la inquietud de relacionar la fe con la vida. Muchos piden que la adhesión de fe a Cristo se exprese en ejemplos de justicia y amor, y se alude específicamente al compromiso evangélico de la opción preferencial por los pobres. Hay coincidencia por parte de los alejados y de los no cristianos, en el aprecio  de tales valores.

            Si bien algunos consultados hacen referencia a cierta tensión entre espiritualismo y horizontalismo, el análisis de la totalidad de las respuestas manifiesta que, en la realidad eclesial argentina de hoy, existe un equilibrio entre la dimensión espiritual‑sacramental y la dimensión horizontal‑social, con un ligero predominio de la primera. Cuando se responde sobre los obstáculos para creer, también aparece como irrelevante esa tensión, ya que el horizontalismo no es muy señalado, ni por defecto (Iglesia poco comprometida con la justicia, 23%), ni por exceso (Iglesia demasiado metida en lo político, 12%).[7] Tal equilibrio, sin embargo, pareciera no ser aceptado fácilmente por todos ya que los más alejados y algunos agentes pastorales son muy críticos para con la Institución. Ello pone de relieve la necesidad de una acción pastoral misionera más efectiva.

            Cuando los consultados se refieren a los principales aportes que puede hacer la Iglesia en orden al bien común de la Nación, indican: la mayor difusión de la Doctrina Social de la Iglesia (47%); la enseñanza acerca del amor, el matrimonio, la familia y el sexo (41%); y la dedicación preferencial hacia los más pobres (36%).

 

4          En nuestra Asamblea de octubre de 1988 tomamos conocimiento de la buena acogida obtenida por la Consulta al Pueblo de Dios y elaboramos un  "Papel de Trabajo" preliminar, que nos permitió dar un primer paso e imaginar los siguientes.

            El  conjunto de los aportes recibidos mediante la Consulta al Pueblo de Dios y la concomitante reflexión teológico‑pastoral,  confluyeron en el Documento de Trabajo "Líneas para una evangelización nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión".[8]

            Aprobado ‑en general‑ en la Asamblea de abril de 1989, estimamos oportuno suscitar una nueva instancia participativa. Con tal fin lo ofrecimos a la consideración y estudio de los agentes  pastorales calificados de todas las diócesis del país. Sus reflexiones fueron analizadas por la Comisión Permanente de la CEA en diciembre de 1989, encomendándose a un grupo de colaboradores realizar una redacción que asumiera las conclusiones de la Consulta y los contenidos del Documento de Trabajo, junto con los demás  aportes recibidos, a fin de ser presentada en la Asamblea de abril de 1990.

 

5          Ahora aprobamos con alegría estas "Líneas pastorales para la nueva evangelización" y nos comprometemos a impulsar y animar su puesta en práctica, con el convencimiento de que recogen y  expresan un amplio consenso eclesial y que son capaces de orientar, en nuestra patria, una misión evangelizadora nueva, más orgánica y vigorosa.

            Las proponemos como puntos esenciales, tanto de la enseñanza como de la acción de la Iglesia, de manera que todos los agentes pastorales hemos de sentirnos guiados e impulsados por ellas, para provocar el protagonismo de cada bautizado y evangelizar más hondamente a nuestro pueblo. Sin constituir propiamente un Plan  Nacional de Pastoral, servirán para revisar la actividad eclesial y para inspirar la planificación de las diócesis, sectores, asociaciones y movimientos, en orden a afianzar un sentir y actuar común en todas las iglesias particulares.

 

6          Habiéndose iniciado los trabajos antepreparatorios para la IV Asamblea General del Episcopado Latinoamericano, que se realizará en 1992 en Santo Domingo ‑en el marco del V° Centenario de la  llegada de la Cruz de Cristo a este continente de esperanza‑, las ofrecemos como un aporte sencillo y cordial a las Iglesias hermanas de América Latina.

            En nuestra patria les otorgamos un carácter estable, a la vez que abierto a ulteriores perfeccionamientos, de manera especial los que surjan por inspiración del acontecimiento de Santo Domingo, y de las experiencias laicales que encarnen un eficaz protagonismo evangelizador, capaz de impregnar, más profundamente, la cultura de nuestro pueblo con la savia vivificante y liberadora del Evangelio de Jesucristo.

                                                                                                              San Miguel, 25 de abril de 1990

                                                                                                          Fiesta del evangelista San Marcos


Introducción

Providencial convocatoria del Santo Padre

 

I)          En razón de una preocupación pastoral, primordialmente referida al "futuro"

 

7          Al finalizar el quinto siglo del "comienzo de la fe y de la Iglesia"[9] en América Latina, Juan Pablo II, como Obispo de Roma, "que preside en la caridad",[10] ha querido asociarse a la conmemoración de dicho acontecimiento[11] convocándonos a iniciar  una nueva etapa de la evangelización.

            Los términos de esta convocatoria deben ser atentamente ponderados. Ya León XIII, un siglo atrás, adhería a la conmemoración universal del IV Centenario del descubrimiento de América[12], poniendo de relieve la acción evangelizadora de los misioneros, para hacer llegar la fe cristiana al nuevo continente.

            Juan Pablo II, en sus dos alocuciones del año 1984 en Santo Domingo, también evocó ese pasado y señaló su trascendencia histórica. Sin embargo, no podemos dejar de notar el cambio de perspectiva en las intervenciones de ambos Pontífices. Juan Pablo II, en efecto, desplaza el acento hacia el futuro. El nos llama a "conmemorar" tanto el origen como los cinco siglos de estas  Iglesias en América Latina y nos urge a echar una mirada al  pasado, pero de modo que la conmemoración y el recuerdo sean a la vez el comienzo de una empresa futura. Empresa que "consolide la obra iniciada"[13];  "que continúe y complete la obra de los primeros  evangelizadores"[14];  que vea en este jubileo "un llamamiento a un nuevo esfuerzo creador" en orden a la evangelización[15]. Nos dirige la propuesta de iniciar "una evangelización nueva: nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión"[16].

            La solícita preocupación del Santo Padre está primordialmente referida al futuro de la evangelización. No estamos sólo en el atardecer de cinco siglos, sino en un tiempo de vigilia: en la  gestación de una nueva aurora.

 

 

II)         El Papa nos invita a conocer mejor el "presente" y los desafíos que ofrece

 

8       El motivo por el cual el Papa pone el acento en la tarea de enfrentar  el futuro, se halla expresado en su forma de caracterizar el período presente: "Al terminar la primera mitad del milenio evangelizador, América Latina está ante una gran prueba histórica".[17] Nos sitúa, de una manera realista y exigente, en este  tiempo de vísperas del sexto siglo del cristianismo latinoamericano, que coincide providencialmente con la proximidad del tercer milenio de la predicación del Evangelio.

            Con la expresión "prueba histórica", el Papa nos señala que,  como Iglesia en Latinoamérica, nos encontramos ante una encrucijada, cuyas alternativas y posibilidades requieren ser  analizadas y discernidas. En la trama de la historia, los cristianos leemos los signos del tiempo, que son "signos de Dios" y, posiblemente, la historia pondrá "a prueba" a la Iglesia en Latinoamérica, tanto en  el presente final de siglo, cuanto en el curso del siglo venidero.

            Las palabras de Juan Pablo II tienen una peculiar importancia. La Iglesia en América Latina es llamada a lograr una "exacta" y "mejor autoconciencia".[18] Ello acontece en un momento de su existencia, desde el cual puede medir las transformaciones acaecidas a lo largo de cinco siglos y percibir los problemas que  la  historia universal le presenta para el tercer milenio.

            Esta exhortación a una mejor autoconciencia, guarda continuidad con el espíritu del Concilio Vaticano II y con las intenciones que lo presidieron; espíritu e intenciones que han sido reconsideradas y  actualizadas por el Sínodo extraordinario de los Obispos, reunido en el año 1985.[19]

            Para prestar una cuidadosa atención a esta peculiar exhortación, nada mejor que recordar el modo de realizarla que el Papa nos propone.

            En líneas generales nos indica que una adecuada y exacta autoconciencia, sólo podrá ser lograda si la Iglesia integra en la visión de sí misma todos los momentos constitutivos de su propio ser histórico ‑origen, actuación y comprensión cabal de los problemas del presente‑, para "proyectarse realísticamente hacia  el futuro"[20]; síntesis que le permita reformular, en el marco de su propia identidad el proyecto pastoral de una evangelización nueva. Señala especialmente la necesidad de un prolijo examen del momento actual, para poder establecer un mínimo programa de acción futura[21]. Examina el presente en términos de retos y desafíos[22]. Todo desafío nos pone a prueba, nos enfrenta a una encrucijada, es decir, a posibilidades contrapuestas, que nos sitúan en la alternativa de sucumbir a "tentaciones"[23] o a optar por metas de "esperanza".[24]

 

III)   Recuperar nuestro "pasado" y las enseñanzas del Concilio Vaticano II, para  realizar la nueva evangelización

 

9          Para obtener una mejor comprensión del presente y así proyectarse hacia el futuro, el Pontífice requiere que la Iglesia en Latinoamérica tenga "una lúcida visión de sus orígenes y de su  actuación" en el pasado.[25]

            Esta recuperación del pasado, por parte de la conciencia eclesial, no tiene una finalidad meramente "académica"[26]. Tampoco responde a una actitud romántica, nostálgica o conservadora, que acaba por no afrontar al presente ni al futuro, tornándose  regresiva.

            La asunción del pasado, la actualización de la memoria histórica, tienen la finalidad de permitir a la Iglesia "lograr  una firme identidad propia y alimentarse en la corriente viva de  misión y santidad que impulsó su camino".[27]

            Es ésta una de las orientaciones más importantes y  esclarecedoras del Pontífice. Hemos de recoger y mantener del pasado, aquellos rasgos definitorios que han dado a la Iglesia en Latinoamérica una identidad histórica; una identidad, por cierto, eclesial, pero propia de una Iglesia determinada, que ha sabido asimilar los valores universales del Evangelio y de la catolicidad, otorgando a su ser propio y al ejercicio de su misión, una fisonomía particular y una encarnación histórica determinada.

            Por este motivo, en esos mismos rasgos que le han dado un rostro, podrá recoger actualmente las líneas que tracen el proyecto de una evangelización nueva. En los cauces fundamentales, en los que ha gestado su vida y ha cumplido con su tarea evangelizadora, es donde podrá volver a "alimentarse en la corriente viva de misión y santidad que impulsó su camino"[28]. Por consiguiente, debe  recoger del  pasado, no tejidos muertos, sino líneas inspiradoras de vida, capaces de alentar e impulsar una vigorosa evangelización, que responda a las nuevas necesidades y a la índole de los destinatarios presentes y futuros.

            Al cumplirse los veinticinco años de la celebración del Concilio Ecuménico Vaticano II, decantadas las lecturas parciales, necesitamos volver a sus documentos para captar en profundidad sus líneas inspiradoras de vida. No es casual que el Vaticano II haya sido un Concilio Pastoral. Compete a la nueva evangelización, enraizada creativamente en nuestro pasado, el dar vida a la auténtica primavera eclesial que el Espíritu Santo impulsó con el Vaticano II, y va buscando  expresarse en las Conferencias del Episcopado Latinoamericano (Medellín, Puebla y Santo Domingo).

 

IV)        Proponemos líneas pastorales orgánicas

 

10         Es nuestro deseo  proponer para la Iglesia en la Argentina, algunas líneas pastorales orgánicas, capaces de inspirar, impulsar y encauzar la evangelización nueva. Estas se exponen en  cuatro capítulos.

            En el primero, se señalan los dos desafíos más importantes que habremos de asumir, para darles respuesta mediante los trabajos pastorales de la nueva evangelización.

            A la originalidad del contenido está dedicado el segundo capítulo, en el que se formula una línea global, desarrollada luego en cuatro cauces simultáneos y convergentes.

            Puesto que la novedad exige  conversión y cambio de actitudes, el tercer capítulo expone a modo de mística: el espíritu que ha de animarnos.

            En el cuarto, bajo el título de "Nuestro compromiso con la  nueva evangelización" se presta atención a los agentes, los medios y los destinatarios. En tal contexto, se pone de relieve el  protagonismo activo de todos los bautizados, destacándose tres acciones, potencialmente muy evangelizadoras, orientadas al mayor número posible de personas.

            Finalmente, a modo de conclusión, se cita un texto de Juan Pablo II.


Capítulo 1

Desafíos a los que ha de responder la nueva evangelización

 

            El  conocimiento  del  presente  lleva  a destacar  dos desafíos: el secularismo  y la  urgente  necesidad de  una "justicia demasiado largamente esperada"[29]

 

11         La misión de la Iglesia en América Latina caracterizada, al  presente, como una evangelización nueva que "continúe y complete la obra de los primeros evangelizadores"[30], requiere conocer y discernir arduos y complejos desafíos a que nos enfrentan el momento actual y la cultura adveniente, de los que Juan Pablo II  nos ofrece una amplia enumeración[31]. Los Obispos argentinos, en varias oportunidades y diversos contextos, formulamos y examinamos algunos de ellos, en cuanto referidos a la situación particular de nuestra patria.                    

            El valioso aporte de los miembros del Pueblo de Dios, con las respuestas a la Consulta y también las reflexiones que compartimos en nuestra Asamblea de  octubre de 1988, hacen que un ponderado  examen del presente, nos lleve a destacar especialmente dos desafíos en el actual proceso histórico‑cultural: el secularismo  y la urgente necesidad de lo que el Papa llama "una justicia demasiado largamente esperada".[32]

 

12         El secularismo afecta directamente a la fe y a la religión. Al dejar de lado a Dios, fuente de toda razón y justicia, se prescinde de la verdad última que da pleno sentido a la vida humana, tanto referida a la etapa temporal e histórica, cuanto a la esperanza escatológica de la vida futura.

            Al concretar este desafío, no nos referimos a la secularización  entendida como la justa y legítima autonomía de las realidades temporales, tal como es querida por Dios. A diferencia de la legítima secularización, el secularismo se presenta como desafío, por cuanto intenta reducir todo a la inmanencia. De hecho, cuando concibe la vastedad de la vida humana, personal y social,  al margen de Dios, desconoce la importancia que la fe y la religión tienen para la existencia cotidiana de los hombres y para su realización eterna. Y, a la vez, ignora aspectos fundamentales de nuestra tradición y patrimonio cultural, íntimamente ligados con  el sustrato de nuestra identidad argentina.

            El olvido de Dios, fundamento último de todo valor ético, conlleva el riesgo de alimentar en los hombres la autosuficiencia  y de absolutizar el poder, el dinero, el placer, la razón, la mera  eficacia o el Estado mismo; cuando en realidad todos estos valores son relativos y están llamados a servir al bien de los hombres. Al prescindir de Dios, se despoja al hombre de su referente último y  los valores pierden su carácter de tales, convirtiéndose en ídolos que terminan degradándolo y esclavizándolo. Las secuelas de esta actitud suelen manifestarse en diversas formas de corrupción, que  afectan a las personas y dañan el conjunto del tejido social.

 

13         El segundo desafío, se refiere directamente a la convivencia responsable de los hombres entre sí, y se concentra en la urgente necesidad de una "justicia demasiado largamente esperada".[33]  

            La justicia, derecho fundamental de las personas y comunidades, exige superar con apremio las múltiples situaciones en que es conculcada.[34] Una de las más clamorosas es el problema de la pobreza, que se extiende y agrava hasta dimensiones infrahumanas de miseria, derivada, muchas veces, de la falta de solidaridad. La pérdida del sentido de justicia y del respeto hacia los demás, constituyen una de las más graves corrupciones morales.

            En esta perspectiva, a los argentinos se nos presenta el desafío de superar la injusticia, construyendo una patria de hermanos mediante la solidaridad y el sacrificio compartidos. Patria en la cual el auténtico respeto a la vida y a la dignidad de cada persona, posibilite que todos, y cada uno, puedan trabajar  digna y mancomunadamente para alcanzar sus legítimas aspiraciones en relación a la participación de los bienes naturales, familiares, culturales, políticos, económicos y sociales.

 

14         Al destacar como más importantes estos dos desafíos, ponemos también de relieve su coherencia intrínseca. En efecto, el reto del secularismo se plantea en el campo de la fe‑religión, estrechamente ligado al clamor de justicia, por cuanto la fe es inseparable de su fruto, que es la caridad.[35]  Aceptar a Dios por la fe y amarlo por encima de todo, exige una continua conversión;  un cambio de vida  que ha de sostener el arduo y paciente trabajo político de transformar la injusticia en justicia, la ausencia de solidaridad en solidaridad, la desigualdad en fraternidad. Desafíos que, aún siendo distintos, no son opuestos, sino, por el contrario, se dan necesariamente vinculados entre sí.


Capítulo 2

Contenido de la nueva evangelización

 

 

15         Para afrontar los desafíos del secularismo y la injusticia,  conviene recuperar los rasgos que dieron identidad a la Iglesia en América Latina y atender al acento pastoral del Concilio Vaticano II,  preocupado por asumir las justas aspiraciones del hombre contemporáneo y todo lo válido de su cultura.

            Transmitiendo con claridad y vigor la relación entre la fe en Dios y el reconocimiento de la dignidad del hombre, que nos propone el Concilio y nos testimonia la obra de los primeros misioneros, se podrá impulsar una acción evangelizadora coherente, capaz de dar respuesta a los desafíos enunciados.

            Esta relación no debe ser simplemente proclamada como una  verdad más. Debe impregnar toda la catequesis y desplegarse a través de los grandes cauces que entendemos fundamentales para la nueva etapa.

 

I)          Núcleo del contenido evangelizador

 

16         Proponemos este núcleo inspirador como línea global de la  evangelización nueva: en vísperas del sexto siglo del cristianismo en América, la Iglesia necesita, con su predicación y su testimonio, suscitar, consolidar y madurar en el pueblo la fe en Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, presentándola como un  potencial que sana, afianza y promueve la dignidad del hombre. 

 

1. Tres aspectos fundamentales

 

17         En la presentación de esta línea global para la nueva evangelización, destacamos ‑con Juan Pablo II‑ tres aspectos  fundamentales: a) la fe cristiana  en  Dios;  b) la dignidad del hombre;  c) la profunda vinculación entre la fe cristiana  y la dignidad humana. Para su mejor comprensión proponemos una breve fundamentación y aclaración teológico‑pastoral.

 

a) La proclamación de la fe cristiana

 

18         El Papa afirma que los primeros misioneros de América  Latina,  cuyas "huellas" hemos de seguir, "tuvieron desde el principio una clara conciencia, válida siempre, de su misión: que el evangelizador ha de elevar al hombre, dándole, ante todo la fe";[36] y agrega "la fe en Cristo Salvador y el servicio a la misma, es lo que atrae a los predicadores del  Evangelio".[37]

            En la misma línea, nosotros subrayamos que el objetivo central  de la misión de la Iglesia, consiste en comunicar la fe cristiana  mediante el testimonio de vida y la palabra. Esto es precisamente  lo que otorga a la vida y a la misión de la Iglesia su esencial identidad y su específica originalidad. La Iglesia se caracteriza por ser la comunidad de quienes creen en Cristo. Ha sido  instituída por El para anunciar y celebrar la fe en su persona, promoviendo una vida humana coherente con ella.

 

b) La dignidad humana

 

19         Igualmente queremos que, al centrar la nueva evangelización en la tarea de comunicar la fe cristiana, se insista en que su anuncio ha de estar clara y explícitamente vinculado con la dignidad del  hombre. En nuestra época, en la que múltiples factores ofenden y degradan tal dignidad, se hace necesario  extraer de la fe y obviamente de los valores teologales de la esperanza y de  la caridad, toda su capacidad humanizadora.  Nos alienta a ello el ejemplo de los primeros misioneros que "predicaron en toda su integridad la Palabra de Dios, sin ocultar con el silencio, las  consecuencias prácticas que derivan, ya para esta vida, de la dignidad de cada hombre, hermano en Cristo e hijo de Dios"[38].

 

c) Vinculación entre fe cristiana y  dignidad humana

 

20         A través del testimonio de la vida, de una más adecuada formulación homilética y catequética de la Palabra de Dios, y de una decidida acción de promoción humana, surgida de la misma raíz creyente, es necesario poner de manifiesto que la fe en Dios está  estrechamente asociada con la dignidad del hombre.

            En efecto, la fe cristiana nos descubre aspectos nuevos y más profundos de la dignidad humana. Podemos entender esto en dos sentidos que son complementarios.

            Primero, porque la fe nos enseña que el hombre es hijo de Dios llamado a la herencia eterna. La predicación renovada deberá afirmar claramente que, el máximo de la dignidad humana, radica precisamente en el hecho de ser hijo de Dios y tener una vocación y destino eternos. Esto implica que el hombre, una vez creado por Dios, no ha quedado abandonado a sí mismo, sino que, pese al pecado, continúa siendo invitado a la comunión de gracia con El y con los demás hombres, y es llamado a una creciente plenitud de solidaridad y amor.

            Segundo, porque la fe es también un potencial dignificador del hombre ya en esta vida.

            Esto lleva a presentar la fe, la esperanza, la caridad y la  gracia, como realidades que no solamente son acreedoras a una vida en el más allá, sino que también convocan a realizar una historia humana más digna.[39]

            Es cierto que la finalidad principal de la evangelización es  abrir al hombre las puertas de la salvación eterna. Sin embargo este objetivo únicamente podrá ser alcanzado si se inicia en el  marco de la historia. Es en ella, en donde todas las realidades creadas comienzan a ser transformadas por la fuerza del Evangelio. De allí que la nueva creación, el hombre nuevo y todo lo concerniente a la dignidad humana, estén íntimamente ligados a la evangelización.      

            La consecuencia de tal relación, es que sólo en la medida en que la fe, vivida y celebrada, alcance a impregnar toda la  cultura, la presente historia secular se irá transformando también en historia santa y, por consiguiente, será más plenamente humana.

 

 

2. Respuesta  pastoral  a  los  desafíos históricos

 

21         Con esta visión integral y unificadora del contenido de la nueva evangelización, podremos afrontar los desafíos señalados.

            Primero, porque al no disociar la fe  en Cristo de la dignidad del  hombre, se asume, desde la misma actitud creyente, la preocupación antropológica típica de la sensibilidad moderna.

            Segundo, porque sin disminuir en nada la predicación específica de la fe y a partir de sus exigencias, se recoge la inquietud contemporánea por una mayor dignidad humana (derechos humanos) y, particularmente, "el clamor por una urgente justicia, demasiado largamente esperada",[40] indicado antes como desafío  prioritario. Desde esta perspectiva, el contenido de la nueva   evangelización asume el reto de la pobreza creciente, signo elocuente de ausencia de  solidaridad[41].

 

 

3. Predicación y promoción: constitutivos de la única misión evangelizadora

 

22         Insistimos en la importancia de la línea global que hemos  desarrollado, por ser, a nuestro juicio, el contenido sobre el cual habrá de poner su énfasis la evangelización nueva. El factor original de ella es la conexión y unidad entre la realidad de Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, afirmada en la fe cristiana  y  el hecho de la inviolable dignidad del hombre.

            En consecuencia, la predicación de la fe (evangelización) y la tarea de promoción de la dignidad humana (justicia,  derechos, etc.), nunca han de ser presentados de forma disociada, como si configurasen dos líneas paralelas en la misión de la Iglesia. Han de ser testimoniadas y proclamadas como pertenecientes  ambas a la misma y única misión evangelizadora. Ambas son formas de "evangelización", justamente por el hecho de que en el interior de la fe y de los valores teologales, está potencialmente afirmada la dignidad del hombre.

            El  Episcopado argentino expresó concisamente este nexo en el año 1969, al declarar que "como la vocación suprema del hombre es una sola, la divina, la misión de la Iglesia es también una sola: salvar integralmente al hombre. En consecuencia la Evangelización comprende necesariamente todo el ámbito de la promoción humana. Es pues, nuestro deber, trabajar  por la liberación total del hombre...".[42]

 

 

II)         Cuatro cauces en los que se despliega el contenido evangelizador

 

23         Al hacer un examen de los cinco siglos de evangelización en América Latina, el Papa busca recoger, en la actuación de los misioneros, algunas pautas útiles para la presente etapa. Basados en esas sugerencias, proponemos cuatro aspectos particulares que son como un despliegue de la línea global del contenido evangelizador. Son cauces que inspiran, de manera más determinada, la evangelización nueva. Evangelización que ha de:

                      centrarse en el misterio de Cristo;[43]

                      alimentarse en la devoción mariana;[44]

                      orientar hacia una cordial pertenencia a la Iglesia;

                      y dejarse urgir por la opción preferencial hacia los pobres.[45]

 

 

1. Fe en Cristo

 

24         El núcleo de nuestra fe, y, por lo mismo, de toda evangelización, es el misterio de Cristo.

            La centralidad de Cristo, como objeto de nuestra  fe  y contenido  de la tarea evangelizadora, está claramente puesta de  manifiesto en el magisterio ordinario de Juan Pablo II y se reitera en la Homilía de Santo Domingo, cuando, al invitarnos a emprender la evangelización nueva para el próximo siglo y milenio, renueva  la alianza con  "Cristo, Padre del siglo futuro, que eres nuestro Redentor y Señor".[46]

            En consecuencia, es necesario meditar en nuestra oración, reflexionar en el quehacer teológico, y elaborar a nivel de predicación y catequesis, de manera coherente este tema cristológico. Debe quedar de manifiesto la conexión y unidad entre la dimensión divina de la fe cristológica y su dimensión humana. O sea, mostrar la confesión de Cristo como fe en Dios que al hacerse hombre y morir por el hombre, le descubre lo más profundo de su propia dignidad, a la vez que la renueva y la sostiene.

            Para contribuir a esta tarea, que nos corresponde a todos, ofrecemos  algunas sugerencias.

 

a) Cristo: centro de nuestra fe

 

25         El Papa ha exhortado a las Iglesias de América Latina, a  proseguir su misión evangelizadora por el cauce que trazaron los misioneros, quienes actuaron inspirados por el lema del Apóstol Pablo "No nos  predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como  Señor y a nosotros como siervos vuestros Cor 4,5)...  La fe en Cristo Salvador y el servicio a la misma, es lo que atrae a los predicadores del Evangelio, es lo que los hace servidores del hombre que encuentra en las nuevas tierras...".[47]

 

b) Perspectiva antropológica de la fe  en Cristo

 

26         Para ser coherentes con la línea global del contenido, en  nuestra tarea evangelizadora habremos de presentar la fe en Cristo como una realidad que humaniza.  Precisamente en el interior de nuestra profesión de fe descubrimos que la grandeza del hombre está profundamente vinculada con la realidad de Dios, "Padre de nuestro Señor Jesucristo... que nos ha bendecido en El" [48].

            Cuanto más se centre la misión de la Iglesia en el hombre, cuanto más antropocéntrica sea, tanto más deberá orientarse hacia Dios y realizarse teocéntricamente. Cuanto más centrada en Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, tanto más situará al hombre en el centro de  su atención. "Mientras las diversas corrientes  de  pensamiento humano, del pasado y del presente, han sido y siguen siendo propensas a dividir e incluso a contraponer el teocentrismo y el antropocentrismo, la Iglesia, en cambio, siguiendo a Cristo, trata de unirlas en la historia del hombre de manera orgánica y profunda. Este es también uno de los principios fundamentales, y,  quizás, el más importante del magisterio del último Concilio".[49]

 

c)         El misterio de Cristo, la dignidad del hombre y la dignidad del pobre

 

27         En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado.[50] La verdad sobre el hombre nos es revelada, con toda su plenitud y profundidad, en Cristo[51].

            Por cierto, que en el misterio de Cristo nos es revelado el  misterio de Dios. Pero, en El, "el Dios de la creación se revela como Dios de la redención, como Dios que es fiel a sí mismo, fiel a su amor al hombre y al mundo";[52] como Padre que, por su amor misericordioso, reconcilió consigo al hombre, rescatándolo del sin sentido de la muerte y del pecado, para restituirlo a la dignidad de su vocación originaria.

            Para esto, Cristo, "en la  misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación".[53] Vocación de  hijo llamado a un destino eterno en la comunión con el Padre. Así en la revelación de la profundidad de la vida divina, que es Amor misericordioso al hombre, se nos descubre la dimensión más profunda de la dignidad humana.

            El Hijo de Dios, por su encarnación, de algún modo se unió a cada uno de los hombres, llamados, todos ellos, a ser también "hijos". En esta vinculación de todos con el Hijo de Dios,  Primogénito entre  muchos hermanos, se pone de manifiesto el máximo fundamento de la dignidad de cada uno y de la fraternidad universal. Al descubrir en todo hombre, por nuestra fe cristiana, a un hermano de Cristo, descubrimos a Cristo en todo hombre. El hermano, todo hombre, es sacramento de Cristo. Ello nos compromete, de un modo nuevo y más radical, a la defensa y promoción de todo el hombre y de todos los hombres, así como a la cooperación para realizar una sociedad más justa y reconciliada.

            Pero, con ser el Hijo de Dios, Cristo ha elegido el camino del despojo y de la humillación. Ocultó su gloria en la oscuridad de la pobreza y de la cruz y, hasta su retorno, durante esta historia, mantiene oculta su gloria en la persona de los pobres y humillados, en quienes queda presente entre nosotros de una manera singular: "¿Cuándo hemos hecho todo eso, Señor? ¿Cuándo te hemos visto...?".[54]

            Cristo unido con todo hombre, está particularmente vinculado con los hambrientos y sedientos de la parábola, a quienes llama sus "más pequeños hermanos".[55] Por esto, al afirmar desde nuestra fe la dignidad de todo hombre, reconocemos también la eminente dignidad de los pobres. Y al profesar que todo hombre nos torna visible al Señor, Primogénito entre muchos hermanos, reconocemos la particular y específica cualidad que poseen los pobres para ser "sacramento de Cristo".

 

2. Devoción mariana

 

a) Lugar de María en la fe y la piedad de la Iglesia

 

28         La Iglesia expresa en su culto la fe en el plan redentor de Dios. Debido a ello, al puesto singular que María ocupa en dicho plan, le corresponde también un culto singular.[56]  En el plan de Dios, María se integra en el misterio de Cristo, del cual ella recibe su función, su fecundidad salvífica y su particular dignidad. Por esto, la devoción a María se inserta en el cauce del único culto llamado "cristiano", porque en Cristo tuvo su origen y eficacia y por medio de Cristo conduce, en el Espíritu, hacia el Padre. Así entendida, la devoción a la Santísima Virgen "es un elemento cualificador de la genuina piedad de la Iglesia".[57]

            Juan Pablo II, refiriéndose a la evangelización y la fe de América Latina, destaca la figura de María. Ella es rememorada en el misterio de la visitación, como portadora y mensajera de Cristo y a la luz de este misterio, América Latina es considerada como tierra que visitada por María ‑"tierra de María"[58]‑ recibe de ésta a Cristo. "América Latina se ha convertido en la tierra de la  nueva visitación. Porque sus habitantes han escogido a Cristo, traido, en cierto sentido, en el seno de María. Por ello este  continente es hasta hoy testigo de una particular presencia de la  Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia"[59].

            El Papa recoge así, de la historia de América Latina, uno de los  rasgos característicos de la piedad de nuestro pueblo: su devoción mariana. Nuestra actual experiencia pastoral, enriquecida últimamente por los datos aportados en la Consulta al Pueblo de Dios, permite afirmar que la devoción mariana continúa en el presente cualificando la fe de los fieles.

            Por esto no es de extrañar que la persona de María y la piedad mariana sean propuestas como uno de los cauces que, viniendo desde  los orígenes de nuestra historia latinoamericana, han de continuar orientando la nueva evangelización.

 

 

b)         Proyección antropológica de la devoción mariana

 

29         Siguiendo las líneas del Concilio Vaticano II, la Conferencia de Puebla ha presentado la figura de María bajo dos aspectos  principales: María es madre y modelo de la Iglesia. Ambos habrán de ser asumidos en la nueva evangelización.

            En el Santuario de Guadalupe, Juan Pablo II nos recordó[60],   que "a medida que sobre estas tierras se realizaba el mandato de Cristo, a medida  que con la gracia del Bautismo se multiplicaban por doquier los hijos de la adopción divina, aparece también la Madre...  De esta manera ‑añadía, dirigiéndose a María‑ se cumple lo que el último Concilio ha declarado acerca de tu presencia en  el misterio de Cristo y de la Iglesia".

            Por su parte el hombre latinoamericano, desde la familiaridad de las diversas advocaciones y la proximidad espiritual de los santuarios, se siente reconocido, amado y protegido por Ella. Al venerarla e invocarla como "Madre", no hace más que expresar el modo cómo su fe experimenta la presencia de esta Mujer en la trama misteriosa de su existencia y de su destino. "Desde los orígenes... María constituyó el gran signo, de rostro maternal y misericordioso, de la cercanía del Padre y de Cristo con quienes ella nos invita a entrar en comunión. María fue también la voz que impulsó a la unión entre los hombres y los pueblos"[61].

            Así pues, en la presencia maternalmente mediadora de María los  fieles descubren su propia vinculación fraterna con el Hijo; se saben reconocidos, defendidos, reconstruidos por el Padre en  su propia dignidad humana y llamados a la fraternidad universal.

            María busca maternalmente a todos, se acerca a todos, abraza a todos. Pero, como vemos claramente en el cántico del Magnificat, ella tiene una singular afinidad con los pobres. "Sobresale entre los humildes y los pobres del Señor"[62]. No dudó en proclamar que Dios es garante y vindicador de la dignidad de los humildes y oprimidos y que, si es el caso, derriba de sus tronos a los poderosos del mundo[63]. "Mujer fuerte que conoció la pobreza y el sufrimiento, la huida y el exilio: situaciones todas estas que no pueden escapar a la atención de quien quiere secundar con espíritu evangélico las energías liberadoras del hombre y de la sociedad"[64].

 

 

3. Pertenencia cordial a la Iglesia misionera

 

a)         En la comunión de la Iglesia

 

30         Este tercer cauce evangelizador está conectado con los dos  anteriores, ya que la fe en Cristo y la devoción a María, Madre de Cristo y de la Iglesia, son elementos clave para la identificación con la Iglesia católica, de una vasta mayoría del pueblo argentino.

            El anuncio de Cristo presente en nuestra historia mediante el  testimonio, la predicación del Evangelio y la celebración de sus misterios, así como la presencia viva de María en la religiosidad católica, habrán de orientarse hacia el desarrollo de una conciencia de cordial pertenencia a la Iglesia. Conciencia que, sabiamente promovida y cultivada, llegará a arraigar, más profundamente, el sentido de identidad y la creciente  participación de todos los fieles bautizados en la comunión católica.

            Es necesario recordar con gratitud el acento puesto por el Concilio Vaticano II y el magisterio posterior[65] en la eclesiología de comunión; sus enseñanzas  posibilitan comprender mejor lo que significa formar parte de la Iglesia, que es comunión con Dios,  Cristo, María, los santos, los fieles difuntos y todos los hermanos que peregrinan aún por esta vida, animados y sostenidos por la fe, la caridad y la esperanza.

            Mediante una prudente acción pastoral, esa conciencia de pertenencia cordial a la Iglesia habrá de crecer hasta que  alcance a percibir la necesidad de participar más asiduamente en la  Eucaristía.[66]

b)         Y de una Iglesia misionera

 

31         Finalmente, este tercer cauce recoge también la convicción expresada con vehemencia por Juan Pablo II, al inaugurar la Conferencia de Puebla: "No hay garantía de una acción evangelizadora seria y vigorosa, sin una eclesiología bien  cimentada".[67] A su vez, no hay una eclesiología madura, si la concepción comunional de la Iglesia no se corona mediante una recta expresión de su vocación misionera.

            Al movimiento hacia una más cordial e íntima pertenencia a la Iglesia, ha de corresponder el movimiento de un impulso misionero, para que la comunidad eclesial no quede cerrada y centrada sobre sí misma. El gozo de los hermanos por vivir juntos, en comunión,[68] se vería menoscabado si careciera de la experiencia de que "evangelizar, constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia".[69]

            Para desarrollar en la nueva etapa evangelizadora la dimensión  misionera de la Iglesia, será conveniente:

a)         asumir decididamente un espíritu y estilo de diálogo con los diferentes círculos de personas y ambientes del mundo señalados por el Papa Pablo VI,[70] el Concilio Vaticano II,[71] y ratificados por Juan Pablo II;[72]

b)         proponer un contenido evangelizador de índole "misionero", abordando, desde la fe, los problemas modernos. También, un contenido evangelizador que proyecte el mensaje específico de la fe en la Buena Nueva, hacia las dimensiones humanas de todo el hombre, como se ha indicado;

c)         ser finalmente, misionera, por sus destinatarios  que son todos los hombres, incluyendo, de modo preferencial, en esta perspectiva universal, a aquellos que están más amenazados en su dignidad humana: los pobres, los débiles y los enfermos.

 

4. Los pobres, débiles y sufrientes

 

32         El Papa, en su homilía en el Hipódromo de Santo Domingo, indica lo que enunciamos como el cuarto cauce que ha de marcar la evangelización nueva: a saber, la solidaridad particular con los débiles y la opción preferencial por los pobres. En efecto, el Papa vuelve a recordar a los misioneros, que "el mensajero del Evangelio se convierte ‑por encima del pecado presente aún entre cristianos‑ en  solidaridad con los débiles".[73] Y en otro pasaje con un cierto  tono de solemnidad ante todo el Episcopado, afirma: "En este momento solemne deseo reafirmar que el Papa, la Iglesia y su Jerarquía quieren seguir presentes en la causa del pobre, de su dignidad, de su elevación, de sus derechos como personas, de su  aspiración a una improrrogable justicia social".[74]

            La realidad del pobre es mariana y evangélica. Mientras el humanismo contemporáneo, en la medida en que se olvida de Dios, tiende a desentenderse del pobre y del débil, desplegando un consumismo que huye de la sabiduría de la cruz, el cumplimiento de la Promesa exige que los pobres sean evangelizados.[75]  No es algo accidental o secundario. Mucho antes que una realidad sociológica,  económica o ideológica, el pobre es una realidad teológica, profundamente arraigada en la fidelidad al Evangelio de Cristo y en la tradición viva de la catolicidad de la Iglesia.[76]

            Hoy por hoy una gran parte de nuestro pueblo es pobre: lo es en el interior como también en el arracimado cinturón de nuestras ciudades. En cuanto pobre, está potencialmente hambriento y sediento de la Palabra y de la salvación de Dios. En la Argentina se le presenta a la Iglesia el desafío de su atención espiritual. Por eso cuando la Iglesia no vive y actúa entre los pobres, desde ellos y con ellos, aparece identificada con un sector (Iglesia = clase media); más aún, la omisión o falta de una buena y prudente distribución de los agentes y recursos evangelizadores, significa dejarlos a merced de las sectas.

            No es posible que los errores del pasado (ideologizaciones)  todavía nos paralicen hoy, ni que silenciemos esta opción preferencial. La marginación religiosa del pobre es la más grave en orden a su dignidad y a su salvación; mucho más grave que la marginación económica, política o social. Es misión específica de la Iglesia atenderlos espiritualmente. Predicar la Palabra a todos,  reconociendo que quienes experimentan peculiares situaciones de carencia, debilidad o sufrimiento, están más necesitados de Dios y, muchas veces, se hallan más abiertos, como María, para recibir la Buena Nueva en su corazón.

            Para concluir, el contenido de la línea global de la evangelización nueva y los cuatro cauces que lo explicitan, pretenden  satisfacer el hambre de Dios mediante el pan de la Palabra y la sed de justicia con la promoción más íntegra de la dignidad humana.


Capítulo 3

El espíritu que ha de animarnos

 

 

33         Entendemos por espíritu de la  evangelización nueva, las actitudes que han de presidir y orientar a los agentes evangelizadores, y a toda la Iglesia en la Argentina, para llevar adelante esta misión.

            Además de asumir la enseñanza de Pablo VI en la "Evangelii Nuntiandi", la serena percepción de nuestra propia realidad eclesial, nos lleva a proponer el cultivo de tres actitudes capaces de encarnar, en todos, un celo evangelizador más vivo y entusiasta: la renovación del ardor; el fortalecimiento de la unidad eclesial y el anuncio de la verdad con respeto a la libertad.

 

I) Mayor ardor misionero

 

34         Cuando Juan Pablo II estuvo en nuestro país, dijo a los agentes de evangelización: "¡Iglesia en Argentina!.`Levántate y resplandece, porque ha llegado tu luz, y la gloria del  Señor  alborea sobre tí' (Cf Is 60,1)...  Habéis sido llamados, queridos hermanos y hermanas, para sentir dentro de vosotros y vivir con  todas las consecuencias el lema de San Pablo que se os convierte en  examen cotidiano: `¡ay de mí si no evangelizare!'(1 Cor 9,16)".[77]

            El  reto de la tarea propuesta, nos exige imitar el celo evangelizador de Cristo en su vida pública y la fuerza de la acción de los apóstoles, renovados por el Espíritu en Pentecostés.[78] Ejemplo concreto de ello son la fortaleza y el temple interior de los primeros misioneros de América Latina. Precisamente el Papa nos pide renovar nuestro ánimo evangelizador, haciendo memoria y actualizando en nosotros el impulso de aquellos hombres. Su recuerdo nos sirve de estímulo.

            La  forma principal de conmemorar el quinto Centenario es volver la mirada al pasado de estos cinco siglos, con el deseo de recobrar el impulso evangelizador de los comienzos, el vigor de los orígenes. Por su parte, la Consulta al Pueblo de Dios manifiesta, de  múltiples formas, la sentida necesidad de que la Iglesia en la Argentina asuma una acción decididamente misionera, que involucre a todos y cada uno de sus miembros, y afronte, desde el Evangelio, los desafíos del secularismo y la injusticia.

            Para ello es ineludible renovar el fervor espiritual  y el entusiasmo misionero, ante las eventuales tentaciones de amargura por las frustraciones y de desinterés o aburguesamiento.

            La renovación en el ardor, también exige alumbrar la conciencia para discernir de qué forma obstaculizamos la eficacia de la Palabra de Dios, y asumir con humilde valentía y perseverancia la necesaria conversión. Como se trata, además, de una tarea no sólo humana, junto a una asidua oración nutrida en el contacto familiar con la Biblia y en una permanente formación integral, que sostengan la intrepidez misionera,  es  imprescindible profundizar la confianza en el Espíritu Santo que anima a la Iglesia e impulsa toda acción evangelizadora. Así se  evitará el desánimo o la desilusión por no alcanzar prontamente los frutos deseados, y se afrontará al ambiente  de indiferencia en relación a Cristo y su mensaje, que se percibe en la cultura contemporánea. Es conveniente recordar la exhortación del Apóstol: "predica la Palabra, insta a tiempo y a destiempo",[79] para  proclamar con vigor y pasión el Evangelio de Jesucristo.

 

II) Acrecentar la unidad de la Iglesia

 

35         Juan Pablo II destaca, como uno de los retos del momento, "las divisiones eclesiales que crean evidente escándalo en la comunidad cristiana".[80]  A los Obispos argentinos nos expresó que "para afrontar adecuadamente las necesidades de hoy y las incertidumbres del futuro, la evangelización ha de apoyarse, como en su fundamento, en nuestra propia unidad  de Pastores, modelo y causa visible de la comunión eclesial".[81]

            Ya Pablo VI señalaba como uno de los grandes males de la  evangelización, la falta de unidad interior por las rupturas  producidas dentro de la Iglesia.[82] Ella tiene como fin lograr la unión del hombre con Dios y de los hombres entre sí. Por eso invita a la reconciliación que es parte esencial de la economía de la salvación y forma parte del designio de reparación y misericordia que teje toda la trama del Evangelio.[83]

            Pero no podrá reconciliar a los hombres entre sí, sin mostrar una imagen creíble de unidad.[84] Esto requiere examinar hasta qué punto la Iglesia en nuestra patria padece situaciones y riesgos  de división que la debilitan en su capacidad evangelizadora. En tales  casos hemos de curar unas y prevenir los otros para restablecer en Ella, con profundo sentido de caridad y amor por la verdad, la plena unidad fraterna, imitando la actitud de los primeros  cristianos que tenían "un mismo corazón y una misma alma".[85] Sólo así la Iglesia podrá ser un signo más diáfano y auténtico de  reconciliación y de unión.

            El  Papa ‑en la alocución a los Obispos‑ se detuvo a explicar "que la unidad requiere siempre que las particularidades se integren en una armonía que las supere sin anularlas".[86] La consecución de tal armonía, que integre y supere las particularidades, exige, en no pocas ocasiones, dosis generosas de humildad y renuncia.

            También resulta imperioso revisar, con capacidad creadora, las estructuras y canales actuales de comunión y participación intraeclesiales. En la Consulta al Pueblo de Dios se expresan insatisfacciones por el estilo, a menudo meramente formal, de tales mediaciones, y muchos proponen que los laicos, los consagrados,  los sacerdotes y también los obispos, sean más escuchados y más  valoradas y respetadas sus opiniones. Acrecentar la unidad exige,  por parte de cada uno, una profunda ascesis de escucha, comunicación, respeto y participación.

            Todos los miembros de la Iglesia, hemos de tomar parte activa en la construcción de su unidad interior, creando un clima apto para que desaparezcan los prejuicios y divisiones mediante "una fraterna apertura hacia los demás, capaz de hacer reconocer gustosamente las aptitudes de cada uno y de permitir a todos dar su propio aporte al enriquecimiento de la única comunión eclesial".[87]

            Por otra parte, la aspiración a acrecentar la unidad de la Iglesia, requiere abarcar tanto lo más particular, cuanto lo regional y lo universal. Lleva a trabajar por la unidad en el interior de cada iglesia doméstica que es la familia, de cada comunidad, institución, parroquia, diócesis y región. Impulsa a estrechar, simultáneamente, los vínculos de comunión y solidaridad con cada una de las Iglesias particulares en América Latina y con toda la catolicidad universal.

            En la unidad se juega la eficacia de la evangelización nueva; de ella depende que el mundo crea. Mientras dure el tiempo de la historia, cada día habremos de hacer renovados esfuerzos ‑pacientes y esperanzados‑ para nutrirla y fortalecerla, sin dejar de implorar fervientemente, el don de la docilidad a la gracia y a las mociones del Espíritu Santo.        

 

III) Suscitar una fe libre y personal

 

36         Una de las grandes tareas que ha de enfrentar la evangelización es la de conjugar la obligación de anunciar la verdad con el respeto a la libertad.                    

            La Iglesia, como toda comunidad religiosa, tiene el derecho elemental de no ser impedida en la enseñanza y en la profesión pública de su fe, y por mandato divino tiene el deber de anunciar el mensaje de Jesús. Ha de prestar este servicio a los hombres porque, desde la redención de Cristo, todos tienen derecho a escuchar la verdad del Evangelio, testimoniada y predicada por la Iglesia. Verdad de la Buena Nueva que hace libres a los hombres.[88] De ella no somos ni dueños ni árbitros sino depositarios, herederos y servidores.[89]

            El mandato misionero exige invitar a la fe, sin coacción alguna, dando cabida a que surja en el corazón del hombre la respuesta libre que sólo puede provocar el Espíritu.[90] Esta actitud respeta por igual la gratuidad divina del llamado y la dignidad de la persona humana; sólo así podrá suscitar la respuesta de fe, que ha de tener carácter de acto libre, para ser auténtica.

            El servicio a la verdad del Evangelio exige hoy una actitud  de humilde valentía para testimoniarla y predicarla, y un estilo nuevo, despojado de toda arrogancia, prepotencia e ironía, en el modo de buscar y comunicar la verdad.    

            Un estilo cimentado en la santidad de vida, que con inquebrantable confianza en la fuerza de la Palabra de Dios ‑tal como lo sugieren las respuestas a la Consulta al Pueblo de Dios‑ responda más eficazmente a las exigencias legítimas de la sensibilidad contemporánea.

            Esta actitud de respeto a la verdad y a la libertad, necesita nutrirse en la vida de oración, en el "diálogo con Dios Uno y Trino, que mora en el alma de quien vive en gracia (Cf Jn 14,23), para poder después anunciarlo a los hombres",[91] porque el evangelizador transmite lo que ha visto y oído, lo que ha creído. 

            Juan Pablo II nos insiste en que "la oración ha de ir antes que todo. Quien no lo entiende así, quien no lo practique, no puede excusarse en la falta de tiempo: lo que falta es amor".[92]

            El estilo nuevo, respetuoso de la libertad personal, ha de proclamar la verdad en toda su integridad pero con la sencillez y actitud de servicio características de la santidad de vida  evangélica. Estilo que nos exige una generosa apertura al diálogo, como camino para que el Evangelio llegue a iluminar toda la realidad y cautive el corazón de todos los hombres.

 


Capítulo 4

Nuestro compromiso con la nueva evangelización

 

 

I)          Una más orgánica y vigorosa acción evangelizadora: remedio a  la crisis moral

 

37         En muchas oportunidades hemos caracterizado como una crisis  fundamentalmente moral la situación tan compleja por la que atraviesa hoy la sociedad argentina. Porque la "deshonestidad, la mentira, la injusticia, la ambición pública y privada, y otras múltiples formas de corrupción acumuladas en tantas décadas, afectan hoy la dignidad del hombre, su calidad de vida, sus razones de vivir y de esperar. Actitudes que han creado un clima tal de permisivismo que de hecho se han convertido en norma de conducta para muchos".[93]

            Si  bien no nos compete dar respuestas técnicas a los problemas actuales, tenemos la grave obligación de impulsar y  conducir una más orgánica y vigorosa acción evangelizadora,  llamando a la conversión para sanar de raíz los males que nacen del corazón del hombre.

            Esta acción evangelizadora es el aporte que la Iglesia en  la  Argentina, quiere brindar como remedio eficaz y duradero a la crisis moral que padecemos. Aporte que ha de ser fruto de una  pertenencia más consciente del bautizado al Cuerpo de la Iglesia, y de una presencia más valiente y lúcida de los cristianos en los diversos ambientes como sal de la tierra y luz del mundo.

            En los capítulos precedentes analizamos la convocatoria, los desafíos, el contenido y el espíritu. Cabe ahora detenernos en los agentes, los medios y los destinatarios, recíprocamente implicados, en la ejecución pastoral de la nueva evangelización.

 

 

II)         Cada bautizado es convocado a ser evangelizador y a participar activamente en la red apostólica

 

38         A diferencia de la primera evangelización que fue  realizada  por  los misioneros, la nueva evangelización ha de ser protagonizada por cada uno de los bautizados, insertados como miembros vivos y activos en el Cuerpo de la Iglesia.

            A partir del Concilio Vaticano II, el Pueblo de Dios tiene  conciencia creciente de que, por la incorporación a Cristo en el Bautismo, estamos llamados a irradiar su Evangelio con el  testimonio de la vida y la transmisión de su Palabra.

            Pablo VI hizo explícita la tarea que compete a todos los fieles bautizados, indicando que "el campo propio de su acción  evangelizadora, es el mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la economía, y también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación de masas, así como otras realidades abiertas a la  evangelización: como el amor, la familia, la educación de los niños y jóvenes, el trabajo profesional, el sufrimiento, etc.".[94]

 

39         Además, Juan Pablo II ‑en su segunda visita a nuestra patria‑  otorgó un relieve particular a la misión de cada uno de los fieles  cristianos laicos, resaltando que la misma "adquiere una importancia capital en el momento que vive vuestro país".[95]  Los trabajos del último Sínodo y la exhortación del Papa acerca de la "Vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo", permiten comprender, en toda su amplitud, esa "importancia capital", a la que el Santo Padre se refirió.

            El anuncio explícito de la Buena Noticia, para poder llegar a todos, necesita imprescindiblemente, del testimonio de vida, de la presencia misionera y evangelizadora de cada uno de los fieles cristianos.

            Existen muchos sectores a los cuales no se ofrece  adecuadamente el Evangelio de Jesucristo, porque resultan insuficientes las mediaciones actuales de la Iglesia. Por eso alentamos nuevas formas de presencia evangelizadora, mediante una oportuna pastoral de sectores, que extienda la red apostólica de los bautizados y facilite el compromiso de los laicos con la realidad temporal.

 

40         Para que el anuncio de Jesucristo y la promoción de la dignidad humana sean ofrecidos a toda la sociedad argentina, convocamos a cada uno de los bautizados a ser protagonista activo de esta gesta evangelizadora nueva en los sectores y ambientes que le son propios: en la vida familiar; las instituciones civiles;  el solidario y  fraterno compromiso con los pobres y los jóvenes; el mundo de los que sufren: asistiendo a los enfermos, los ancianos y los encarcelados. También en los esfuerzos políticos que busquen construir una patria de hermanos: laboriosa, justa y solidaria; en las extensas zonas rurales y en los cinturones pobres de nuestras ciudades, donde urge la presencia de numerosos catequistas y evangelizadores laicos; en el ámbito de fábricas, los servicios, las oficinas y las organizaciones sindicales, barriales, deportivas  y cooperativas; en el mundo empresario y financiero; en el vasto campo de la educación y de la cultura; en la pluralidad de las artes y de las actividades de los medios de comunicación social.

            Los laicos hacen presente la Iglesia en todo lugar, al dar testimonio mediante la vida y al anunciar explícitamente la  Palabra que es Jesucristo, Señor y Salvador de todos. Este es el modo más auténtico de vivir el amor de caridad, que dignifica al que lo comunica y al que lo recibe; amor de caridad que es el corazón de todo el Evangelio.

            Al efectuar esta convocatoria damos gracias a Dios por todo cuanto los laicos han realizado y realizan.[96] Sin embargo, es mucho lo que nos queda por hacer. Son muchos, también, los que han de decidirse a colaborar en la evangelización sin aguardar recompensa, salvo la que les dará el Padre que está en los cielos y ve en lo secreto la generosidad solidaria de cada corazón.

 

41         Ha llegado la hora en que los fieles laicos se pongan de pie en nuestra Iglesia. La Consulta al Pueblo de Dios mostró que es necesario despojar a muchas comunidades de arraigadas formas de  clericalismo, que distraen valiosas capacidades de los presbíteros y de los diáconos, e impiden el despliegue de las energías apostólicas latentes en el laicado.

            Agradecemos la generosa entrega de los presbíteros, estrechos colaboradores nuestros, y los exhortamos a profundizar aún más en la Palabra de Dios y  en los misterios que celebran, de modo que resplandezcan por el estilo de vida de los apóstoles. Que el ejemplo de humildad y obediencia creyente de María, les sostenga para continuar sirviendo al Pueblo de Dios con la inagotable caridad pastoral de Cristo.

            El bien orgánico de la Iglesia, requiere que todas las familias religiosas, con renovada fidelidad, desplieguen su consagración en los lugares y obras que el Espíritu les ha encomendado mediante el carisma fundacional: la creación de escuelas para niños y jóvenes en los ambientes marginales; la atención de los enfermos, los ancianos, los presos, la niñez desamparada, los discapacitados; la formación de dirigentes competentes y ejemplarmente santos; la promoción de la mujer; la protección de la maternidad adolescente; la capacitación laboral y profesional de los más carecientes y la evangelización de los indígenas.

            A las comunidades contemplativas les pedimos una vida, aún más intensa, en el amor y la plegaria confiada. Desde el silencio de sus claustros, han de fecundar la eficacia de esta nueva gesta evangelizadora, ofreciéndose para que Dios abra los oídos y el corazón de muchos.

            En fin, para hacer vitalmente intensa y profunda la evangelización nueva, todos hemos de ceñir con mayor fuerza los "nudos de la red apostólica constituída por todos los bautizados",[97] permitiendo que la Palabra de Dios, la acción del Espíritu Santo y la corrección fraterna, nos vayan purificando del secularismo y la injusticia, que también a nosotros pueden afectarnos.

 

III)        Hacia una  pastoral  evangelizadora capaz de transformar la vida

 

42         La memoria histórica de la evangelización que hemos heredado, nos muestra que ésta alcanzó su máxima eficacia cuando la verdad del Evangelio llegó a plasmar la conciencia moral de todas las actividades, gravitando en la vida del pueblo. Baste recordar las  misiones de los jesuítas entre los guaraníes y la acción del Cura Brochero en el centro‑oeste argentino, cuya fecundidad se percibe  hasta el presente.

            Un examen atento de los medios que utilizaron, nos permite redescubrir la vitalidad que encierra la pastoral de la Iglesia para evangelizar la cultura, cuando se la pone en práctica con creatividad, perseverancia y santidad.         

            Recordemos  con Pablo VI que la evangelización de la cultura, es "alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad".[98] Este objetivo dejará de ser una utopía sólo y en la medida en que cada miembro del Pueblo de Dios, cada comunidad cristiana, cada asociación o movimiento, cada  parroquia, se inserten activamente en la pastoral orgánica de la Iglesia conducida por los sucesores de los apóstoles.

 

1. Nuestras parroquias  necesitan  renovarse y convertirse

 

43         Entre todos los medios creados por la Iglesia para evangelizar al hombre y su cultura, guarda un lugar destacado la parroquia. Y si bien ésta es insuficiente para abordar todos los problemas de la evangelización en el presente, resulta aún indispensable,[99] porque su misión coincide con la misión de la Iglesia: las parroquias son el instrumento para que la Iglesia esté visible, encarnada y operante entre los hombres.

            Por naturaleza la parroquia está llamada a ser una "comunión de fe y, una comunidad orgánica"[100] de comunidades, de familias y de personas; especialmente una comunidad misionera, dado que la parroquia es para todos los que integran su jurisdicción, tanto para los ya bautizados, como para los que todavía ignoran, prescinden o rechazan a Jesucristo. Para ello cuenta con asociaciones de apostolado, entre las que se destaca la Acción Católica.

            Las respuestas a la Consulta al Pueblo de Dios han insistido en que la parroquia necesita de una profunda conversión, para evangelizar e integrar efectivamente a todos. Sólo renovándose logrará darlo todo: acogida cordial, testimonio de santidad evangélica, predicación y escucha de la Palabra de Dios,  itinerario catequístico integral, celebraciones festivas de la fe, abundancia de vida sacramental, cultivo de la piedad popular, formación permanente de los fieles, eficacia de la Caridad  organizada, promoción efectiva de la dignidad del pobre y del enfermo, vigorosa presencia misionera y ayuda espiritual ofrecida a todos, con la misma predilección de Jesús hacia los más pobres y sencillos.

            Es preciso, por lo mismo, despojar a la parroquia de personalismos exagerados. El ministerio ordenado es un servicio incondicional y disponible para todos.[101] La Palabra de Jesús "el que quiere ser el primero debe hacerse el último de todos y el servidor de todos",[102] ha de evangelizar a los ministros, para  que confíen más en los laicos, los ayuden a capacitarse y estimulen en su misión. Por ello, para concretar tan profunda conversión de las parroquias, es imprescindible hacer realidad que los fieles bautizados asuman un destacado protagonismo evangelizador, adulto y responsable.

 

44         Por su parte, la renovación que hoy la parroquia necesita, exige paciente y sincera transformación interior, conjuntamente con una modificación operativa. En efecto, en ella ha de poderse vivir una fuerte experiencia de reconciliación, comunidad, fraternidad y solidaridad. Sólo así la parroquia será, por la acción del Espíritu Santo, un creativo y fecundo polo irradiador de la misión evangelizadora que Cristo confirió a cada uno en el momento del Bautismo.

            No podemos olvidar, o desconocer, que todos los bautizados tienen derecho a encontrar en su parroquia una comunidad que los acoja, y les brinde una efectiva y afectiva ayuda fraterna y  una tarea en la que puedan desarrollar la misión que cada uno ha  recibido del Señor. Así, muchos podrán crecer, incesantemente, en la vida de oración y de generosa entrega a Dios en el servicio a sus hermanos, hasta llegar a la santidad.

            La modificación operativa exige expandir la presencia física de la parroquia a toda su jurisdicción, especialmente hacia los ambientes más humildes y alejados, mediante: la multiplicación de capillas, centros de catequesis, lugares de oración y formación cristiana, y la oportuna creación de comunidades eclesiales de base, el envío de misioneros parroquiales y la realización de  misiones populares.

            De este modo se ofrecerá a todos la nueva evangelización, y esperamos que también se despierten numerosas vocaciones  misioneras, dispuestas a llevar la Buena Noticia de Jesús a otras regiones y pueblos del mundo que todavía no la conocen.

 

2. Múltiples formas de presencia  evangelizadora: reconocimiento y exhortación

 

45         Para la inmensa tarea que ha de realizar la Iglesia en nuestros días, son necesarias otras muchas formas de presencia y de acción, a fin de llevar el anuncio y la gracia del Evangelio a las múltiples y variadas condiciones de vida de los hombres de hoy. Muchas funciones de irradiación religiosa y de apostolado de ambiente, no pueden tener como centro o punto de partida a la parroquia.

            Para ello el Espíritu Santo suscita otros medios de evangelización como el apostolado sectorial o la pluralidad de instituciones, asociaciones, movimientos y otras múltiples formas de presencia, en las que algunos fieles canalizan las energías bautismales, participando eficazmente en la misión apostólica. Al trazar estas Líneas reconocemos en esto una riqueza inmensa, con que Dios bendice a su Iglesia, y los exhortamos a que sostengan y renueven su valioso aporte a la evangelización nueva, reactualizándolo de acuerdo con las presentes orientaciones.

 

3. Los Obispos responsables del discernimiento y de la conducción pastoral

 

46         Sólo mediante una más plena unidad, enriquecida por las vertientes de la pluralidad, la Iglesia, con el poder y la gracia salvadora de Jesucristo, podrá brindar una respuesta  evangelizadora a los desafíos de la secularización y de la injusticia.

            Corresponde a los Obispos cumplir con el servicio apostólico de discernimiento y de animación, y conducir de un modo orgánico todas las acciones pastorales, a fin de "que la Iglesia sea, en medio de nuestro mundo, dividido  por las guerras y discordias,  instrumento de unidad, de concordia y de paz".[103] Por lo tanto, todo lo propuesto en estas Líneas pastorales para la nueva evangelización, nos estimula y compromete. En consecuencia, nos disponemos a evaluar y animar en cada diócesis y, simultáneamente, desde la Conferencia Episcopal la actividad pastoral futura de la Iglesia en nuestra patria.

 

 

IV)        Tres acciones a destacar

 

47         Entre las múltiples posibilidades que encuentra la nueva evangelización, queremos destacar tres acciones que pueden revitalizar una paciente y  perseverante acción pastoral. Estas tres acciones han sido elegidas porque cumplen una doble condición: la de ser potencialmente muy evangelizadoras, y la de alcanzar al mayor número posible de personas.

 

1. El Bautismo: nuevo nacimiento

 

48         El Papa se refiere a la identidad cristiana del país,  considerándola como "siempre unido en torno a la fe bautismal de la mayoría de los que han venido a habitar el suelo argentino".[104]

            El Bautismo, en efecto, es el sacramento de incorporación a la Iglesia y de afirmación de la identidad católica. 

            Es importante advertir que en forma espontánea, la mayoría de las familias se acercan a la Iglesia para el Bautismo de sus hijos. En la medida que reciban una acogida cordial, generosa y festiva, y se les invite a participar activamente del sacramento, se los ayudará, mediante la Palabra de Dios y los gestos sacramentales,  a actualizar la memoria del Bautismo que una vez recibieron. Por lo demás, es un momento privilegiado de encuentro pastoral con las familias. Una circunstancia en la que la providencia del Padre  suele regalar una gran disponibilidad interior para recibir  el anuncio de la fe cristiana o suscitar el deseo de ser acompañados en el "proceso de progresiva maduración de la  fe bautismal".[105]

            Tal disponibilidad interior de padres y padrinos, favorece también la posibilidad de destacar, de muchas  maneras, la grandeza del sacramento que nos hace hijos de Dios y miembros de su Pueblo.

            La celebración bautismal constituye un momento evangelizador muy integral, que debe aprovecharse para predisponer a una más plena participación en la vida litúrgica, cuya culminación es el misterio pascual, celebrado en la Eucaristía.

 

49         Los contenidos de fe del sacramento del Bautismo están centrados en la condición creada del hombre, la paternidad de Dios, la dignidad humana, la fraternidad cristiana, el reconocimiento de Cristo Misericordioso y Salvador, la vida de gracia y la incorporación a la Iglesia.

            En tales contenidos y en la apertura afectiva de los padres y  padrinos, familiares y amigos, se puede incorporar en el momento del Bautismo, casi connaturalmente, la reafirmación y renovación de la devoción mariana, ya que María siempre los convoca y hermana.

            En el mismo sentido, la dignidad de hijo de Dios y la consiguiente fraternidad que se origina por este sacramento, reclama luego la presencia del cristiano en la mesa eucarística, donde se alimenta y fortalece. Así cada bautizado podrá vivir de una fe potenciadora de la dignidad humana, y trabajar por la creación de una sociedad solidaria, que construya su historia como una "historia santa", como "civilización del amor que es el nuevo nombre lleno de contenido, de la evangelización de hoy".[106]

            Siendo tan importante para la fe y la costumbre religiosa de nuestro pueblo el sacramento del Bautismo, la nueva evangelización nos exige valorar y respetar el deseo de todos los que lo solicitan para sus hijos, aún de aquellos que se hallan en situaciones  particulares (madres solteras, padres separados, etc.).

            Debemos motivar a nuestras comunidades para que renueven su capacidad de acogida, y revistan de calidez humana y de atención cordial el trato con todos los que piden el Bautismo, concurren a la catequesis preparatoria y participan de la celebración.

            La catequesis bautismal debe ser revisada en sus contenidos y en su método, adecuándose a las condiciones de vida de padres y padrinos de manera que  éstos la perciban como camino atrayente  para renovar el propio compromiso bautismal.

            También hay que revitalizar creativamente las formas y el estilo de su celebración para que aparezca como la fiesta cristiana de la vida, dejando en los presentes un recuerdo imborrable de la alegría de la Iglesia por el nuevo bautizado. Esto requiere revisar cuanto acostumbramos decir y hacer, para adecuar y armonizar los criterios pastorales hasta ahora vigentes.

 

50         El "actualizar la memoria del propio Bautismo"[107] aspira a  que la celebración  del sacramento sea para las familias que lo piden, y para toda la comunidad en que se celebra, una fiesta de afirmación de la dimensión trascendente de la vida, del testimonio y la predicación de la fe en Cristo, Salvador del hombre, y de su madre María, ejemplo de persona "nueva, y perfecta cristiana",[108] como también de una experiencia cordial de pertenencia a la Iglesia y mayor arraigo en la propia identidad.

            El Bautismo contiene una fuerza indescriptible: Dios nos hace hijos suyos y nos da siempre la fortaleza necesaria para crecer cada día en humanidad y vivir cristianamente. La providencia de Dios cuida a cada uno de sus hijos con amor. Ese amor de Dios es el misterioso manantial que hace permanecer viva la esperanza, aún en las circunstancias más duras de la existencia.                       

            Actualizar la memoria del propio Bautismo es, también, una invitación a recordar el día en que lo recibimos y a celebrar anualmente esa fecha como la fiesta del comienzo de nuestra liberación integral en Cristo.

            Es conveniente, asimismo, recuperar el auténtico sentido de la  cuaresma como itinerario de renovación bautismal, propuesto cada año por la Iglesia en su Liturgia.

 

2. Formación permanente: continua, actualizada y efectiva

 

51         El Papa Juan Pablo II, como tiempo atrás Pablo VI, entiende  la evangelización no sólo como primer anuncio del Evangelio, sino también como tarea permanente. Bajo este segundo aspecto insiste, reiteradamente, que la Iglesia en América Latina debe afrontar una perseverante y sistemática catequización.

            Se trata de una nueva  formación permanente, que ha de brindarse mediante un continuo "evangelizar siendo evangelizados".[109] Tiene como fin lograr que cada bautizado se torne un activo agente evangelizador, y por tanto ha de realizarse en todos los momentos de la existencia cristiana. Sólo así llegará a  ser continua, actualizada y efectiva.

            Uno de los medios es la predicación. Las respuestas a la Consulta al Pueblo de Dios reflejan, con alto índice, la existencia de homilías superficiales y poco preparadas, como también alejadas de la vida real.

            Exhortamos a los formadores de nuestros seminarios mayores a preparar especialmente a los seminaristas para este ministerio.

            Invitamos a la vez a los diáconos y sacerdotes a realizar un cambio muy serio en este aspecto. Se trata de ser profundos, claros y breves, recurriendo a un lenguaje comprensible y sencillo en el ejercicio del ministerio de predicar la Palabra "viva y eficaz".[110] Esta tiene en sí misma la fuerza y el dinamismo para renovar al hombre y a la humanidad, y despliega toda su riqueza cuando lleva a vivir el compromiso que exigen los sacramentos.[111]       

           

            La Palabra de Dios está destinada a los que no creen y dan a su vida una interpretación reducida sólo a un horizonte terreno, con sus consecuencias consumistas; y está destinada especialmente a los que creen, a los miembros de la Iglesia, necesitados de  alimentarse más de ella para abrir el corazón a la eficacia de su propia fe.

            El entusiasmo  por la Palabra  de Dios, que desde la reforma del  Concilio  Vaticano II ha ido creciendo entre nosotros con el movimiento bíblico, y otros medios eficaces, señala un rumbo que debe ser profundizado, apoyando a cuántos difunden y proclaman la Palabra de Dios, mediante un mayor despliegue de recursos apropiados, y exhortando a todos a escucharla con corazón abierto.            

52         Por otra parte, la Palabra proclamada, una vez escuchada y acogida por la fe, lleva a ser festejada y celebrada en comunidad. La Liturgia, el culto de la Iglesia, constituye un manantial fecundo para consolidar y madurar la fe en el misterio de Cristo y nos posibilita participar de la abundancia de su vida, como hijos y glorificadores de Dios.          

            En este sentido, quienes respondieron a la Consulta al Pueblo de Dios, indican con frecuencia que no se ofrece a los bautizados una adecuada catequesis litúrgica, que les permita comprender el sentido y la riqueza de la Celebración Eucarística.

            El Sacramento de la Reconciliación es una circunstancia  privilegiada para la permanente formación de la conciencia moral  y fuerza imprescindible para progresar en la santidad cristiana. La Consulta al Pueblo de Dios pone de relieve que los fieles  encuentran poca disponibilidad por parte de los sacerdotes para celebrar este sacramento, y  que no se brindan a los bautizados suficientes oportunidades para acercarse a él.

            En razón de que la nueva evangelización ha de ser  protagonizada por todos los fieles, el creciente protagonismo laical permitirá que los sacerdotes se consagren, a tiempo pleno, al ejercicio del ministerio que les fue confiado. De modo particular a la celebración  del Sacramento de la Reconciliación, la  predicación de la Palabra y las  celebraciones  Eucarísticas,  con  el clima nuevo ‑festivo y participado‑ que el Pueblo de Dios hoy solicita con insistencia.

            A partir del momento evangelizador del Bautismo, la continua formación implementada por el itinerario catequístico permanente constituirá la ayuda y el acompañamiento constante para pasar a  la  madurez de una fe confirmada que consolide la obra iniciada.[112] Con ello se busca impulsar la iniciación integral, la Reconciliación  y una más frecuente vida Eucarística.

            La preparación para la Confirmación y el compromiso asumido en su celebración, son un momento privilegiado para tomar conciencia de la obligación de ser testigos de Cristo en todas partes.

            En esta perspectiva, tanto la Liturgia como, en su propia medida, las manifestaciones de piedad popular, habrán de ser asumidas y vividas como acciones  evangelizadoras, santificadoras y creadoras de comunidad, y, simultáneamente, como expresiones de la Palabra, no sólo anunciada y creída, sino también festivamente celebrada.

 

53         Esta "vasta creatividad catequética"[113] requiere una  perseverante acción, que vaya comprometiendo a la totalidad de los medios personales (los fieles bautizados, las familias, los consagrados y el clero) y de las estructuras pastorales (diócesis, decanatos, parroquias, capillas, comunidades eclesiales de base, colegios, universidades católicas, instituciones, movimientos, etc.).

            Creatividad que habrá de acertar con una pedagógica reformulación de los métodos y del lenguaje, para transmitir el contenido original de la nueva evangelización, de tal manera que ningún bautizado quede excluido y sea respetado su derecho a ser plenamente iniciado en la fe cristiana, a través de la Confirmación y la Eucaristía, con las correspondientes catequesis.

            Atendiendo a las difíciles circunstancias en que viven muchos de nuestros niños y adolescentes, la comunidad cristiana deberá ingeniarse para encontrar maneras aptas que hagan posible a todos gozar de la catequesis preparatoria a los sacramentos de iniciación  cristiana.

            Habrá que tener muy presente que, sin descuidar la catequesis de los niños y jóvenes, la implementación del itinerario catequístico permanente supone atender en forma prioritaria la catequesis de adultos, que es "la forma principal de la catequesis";[114] así como promover la catequesis familiar que "precede, enriquece y acompaña toda otra forma de catequesis",[115] y "capacita a las familias para que sean lugar de evangelización  y catequesis permanente".[116]

            Además, "no puede haber itinerario catequístico permanente sin una inserción en la comunidad cristiana concreta".[117] Es responsabilidad de la comunidad eclesial "no sólo atender a la formación de sus miembros, sino también acogerlos en un ambiente  donde puedan vivir, con la mayor plenitud posible, lo que han aprendido".[118]

            Otorgar prioridad al adulto, a la familia y a la comunidad, supone "partir de un debido conocimiento de las condiciones culturales de nuestro pueblo y de una compenetración con su estilo de vida"[119] a fin de "iluminar la cultura y las culturas, la historia y la existencia  de los hombres".[120]

54         Se hace necesaria, para todo agente pastoral, una permanente actitud catequética que suscite la conversión y acompañe fraternalmente el crecimiento de la fe de sus interlocutores, sea  en la Liturgia como en la piedad popular, en la celebración de los sacramentos como en la de los sacramentales, en el uso y veneración  de la Biblia como de las imágenes sagradas, en reuniones de oración como en las de reflexión. O sea, siempre.[121]

            Nuestros santuarios, lugares privilegiados de encuentro con Dios y entre los hermanos, en la medida que profundicen la renovación que han iniciado, brindarán un aporte insustituible para hacer llegar a muchos el contenido de la nueva evangelización,  acompañando y fortaleciendo la fe y la vida de los peregrinos.

            De modo particular, invitamos a las instituciones educativas católicas, colegios, profesorados y universidades, a que  reelaboren sus actuales proyectos pedagógicos modificando incluso los planes vigentes, para lograr que la totalidad de los aportes de la comunidad educativa, converjan para plasmar personalidades auténticamente evangelizadas que sean, a la vez, entusiastas agentes de la evangelización nueva.

            Mediante esta segunda acción destacada ‑la formación  permanente‑, la evangelización de todos los hombres, que se inicia en el Bautismo recibido por  la mayoría de nuestro pueblo, habrá de llegar a ser, también, evangelización de todo el hombre. "Por medio de la catequesis todos los hombres pueden captar en su propia vida el plan de Dios Padre, centrado  en la persona de Cristo. Además, pueden descubrir el significado último de la existencia y de la historia";[122] y al mismo tiempo lograr que la vida toda sea iluminada por el Reino de Dios, se adapte a sus exigencias y conozca el misterio de la Iglesia como la comunidad de los seguidores de Jesucristo y de su Evangelio.

 

3. Opción preferencial por los pobres, débiles y enfermos

 

55         La opción no excluyente pero preferencial por los pobres, los débiles y los enfermos, constituye una exigencia de la solidaridad. Sólo ella puede dar respuesta a la urgente necesidad de justicia. Opción preferencial y solidaria, que ha de movilizar a todo evangelizador, convirtiendo su estilo de vida y su anuncio, en un mensaje liberador que, como el de María, no tema proclamar que  Dios levanta a los humildes y a los oprimidos y derriba de su trono a los poderosos del mundo.[123]

            El Papa nos recordó en Viedma que "Jesús se da a conocer como Mesías, precisamente por la evangelización de los pobres, por el anuncio redentor a los cautivos, ciegos y oprimidos; es decir, por su amor preferencial a los más necesitados. También la Iglesia, a  pesar de las debilidades y de los errores en que hayan podido  incurrir algunos de sus hijos, ha manifestado siempre esa  predilección. La evangelización no sería auténtica si no siguiera las huellas de Cristo, que fue enviado a evangelizar a los pobres".[124]

            Esta opción preferencial, unida al ejercicio activo de la  solidaridad, constituyen el signo de credibilidad de la evangelización nueva. Brotan del Evangelio y han de conducir a él. De allí que Juan Pablo II insista en que "la Iglesia, en virtud de su compromiso evangélico, se siente llamada a estar junto a esas multitudes pobres, a asumir la justicia de sus reclamaciones y a  ayudarlas a hacerlas realidad, sin perder de vista el bien de los grupos en función del bien común".[125]

 

56         La fe que nos salva para la vida eterna, simultáneamente impulsa al bautizado para que sea protagonista de la historia mediante una caridad viva, realizando, por la solidaridad y el amor, acciones arquetípicas de una "historia santa", de un Reino "ya comenzado" que se  expande de una manera especial, en los  humildes, los sufrientes y los pobres.

            La indigencia de quienes viven en estado de extrema necesidad, requiere una extraordinaria generosidad en el compartir. Sin embargo, la solidaridad cristiana  exige mucho más que una  asistencia elemental. Ha de ejercerse también mediante esfuerzos de promoción integral: creación y mantenimiento de fuentes de trabajo; estímulo a la laboriosidad productiva; desarrollo de las economías  regionales; promoción eficaz de los niveles de salud, educación, cultura, nutrición, y posibilidades reales de acceso a condiciones de vida, trabajo y vivienda, humanamente dignas.

 

            Las leyes de la economía, el derecho de propiedad y una legítima libertad de mercados, existen para servicio del hombre, de todos los hombres, y nadie puede sentirse eximido de esa exigencia social y humana que es la solidaridad.

 

57         La dureza del presente y la autenticidad de la evangelización, exigen a todo bautizado realizar una acción eficaz de promoción de la justicia, de alivio  del dolor y de defensa de la real  dignidad del pobre, del débil y del indefenso, inspirándose en la Doctrina Social de la Iglesia.

            En una patria dotada de todo tipo de recursos y posibilidades, el pecado de falta de solidaridad es en gran medida causa de los niveles de miseria. Para  convertirnos, es necesario volver al Evangelio y redescubrir el sentido de la austeridad. Así podremos asumir en nuestras vidas esa fecunda pobreza evangélica que, reteniendo sólo lo necesario, impulsa a compartir con alegría lo que se es y lo que se posee, enriqueciéndonos al ser artífices de una justicia nueva, y liberadores fraternos del sufrimiento de tantos. Justicia que exige también laboriosidad y empeño en el trabajo, y un esfuerzo especial de honestidad por parte de todos, frente a la corrupción tan extendida.

 

58         Lo expresado, hemos de entenderlo en el sentido que el Episcopado Latinoamericano lo formuló en Puebla: "para una opción  preferencial por los pobres, con miras a su liberación integral, es necesaria la conversión de toda la Iglesia".[126] Se trata de una "conversión y purificación constantes en todos los cristianos, con tal de identificarse cada día más con Cristo pobre y con los pobres".[127] Esta conversión exige un estilo austero de vida y una total confianza en el Señor, lo que hará de la Iglesia un espacio  vital donde los pobres tengan capacidad real de participación y sean reconocidos cada uno en su propio valor.[128] Es decir, requiere que nuestra acción no sea "solamente orientada hacia el pueblo, sino también, y principalmente, desde el pueblo mismo".[129]

            Además, el Papa señala que "esta preocupación acuciante por  los pobres, debe traducirse, en todos los niveles, en acciones concretas hasta alcanzar decididamente algunas reformas necesarias".[130]

            Nos pide que "pongamos por obra las medidas inspiradas en la  solidaridad y en el amor preferencial por los pobres. Así lo requiere el momento, así lo exige sobre todo la dignidad de la  persona humana, imagen indestructible de Dios Creador, idéntica en cada uno de nosotros".[131] En 1969 los Obispos argentinos señalamos que: "No se puede vivir la caridad y nadie puede sentirse verdaderamente cristiano si mantiene actitudes que contribuyen a la marginación u obstaculizan la participación de todos los hombres en la vida y en los bienes de la  Comunidad".[132]

 

59         Todo ello nos urge a emprender una organización de la caridad  (Caritas) y una pastoral social que supere el mero asistencialismo, y conduzca a una  promoción capaz de despertar la conciencia del hombre en todas sus dimensiones para que, valiéndose por sí mismo, llegue a ser protagonista de su propio desarrollo. Como dice el Papa: "una promoción en el marco de la solidaridad y de la libertad".[133] "En este empeño deben dar ejemplo y guía los hijos de la Iglesia, llamados, según el programa enunciado por el mismo Jesús en la Sinagoga de Nazareth, a anunciar a los pobres la Buena Nueva...".[134]

            Conscientes del potencial evangelizador de los pobres,[135] y dispuestos a una mayor presencia eclesial entre ellos, recordamos la vigencia pastoral de las  respectivas Orientaciones dadas en San Miguel (1969) sobre Pobreza[136] y Pastoral Popular,[137] enriquecidas luego por Puebla.[138]

            Esta tercera acción pastoral destacada, torna urgente potenciar la solidaridad de todos los cristianos, realizando un esfuerzo caritativo y misericordioso extraordinario, para expandir  la presencia y  acción de la Iglesia en la atención espiritual, asistencial y promocional del pobre. Pobre en la vastedad de su extensión: los enfermos, los sub‑ocupados, los desocupados, los ancianos, los sin techo, las víctimas de injusticias y  calamidades, los analfabetos o semi‑analfabetos, los marginados o postergados de todo tipo, los migrantes e  itinerantes, los amplios sectores juveniles espiritualmente desorientados y los menores desamparados.

 


Conclusión

La civilización del amor: meta de la nueva evangelización

 

60         Pensamos que estas "Líneas pastorales para la nueva evangelización" pueden resumirse en una cita del Discurso del Papa al CELAM en la que propone como meta global de la nueva evangelización la "civilización del amor" y en la que enumera y destaca los aspectos más importantes de esta tarea: "El próximo  centenario del descubrimiento y de la primera evangelización nos convoca, pues, a una nueva evangelización de América Latina, que despliegue con más vigor ‑como la de los orígenes‑ un potencial de  santidad, un gran impulso misionero, una vasta creatividad catequética, una manifestación fecunda de colegialidad y comunión, un combate evangélico de dignificación del hombre, para generar, desde el seno de América Latina un gran futuro de esperanza. Esto tiene un nombre: la civilización del amor".[139]

 



    [1]       Juan Pablo II,  Discurso en la XIX Asamblea Ordinaria del CELAM, Puerto Príncipe (Haití), 9.3.1983. Cf: Juan Pablo II, Homilía en la Misa por la Evangelización de los Pueblos, Hipódromo de Santo Domingo, 11.10.1984 y Juan Pablo II, Discurso a los Obispos del CELAM, Estadio olímpico de Santo Domingo, 12.10.1984.

    [2]       CEA, Hacia el Quinto Centenario de la Evangelización. Bases para una labor pastoral en orden a una nueva evangelización con motivo del V° Centenario del descubrimiento de América, San Miguel, 11-16.11.1985: Documentos del Episcopado Argentino, T XIII (1985), CEA - Oficina del Libro, Buenos Aires 1989.

    [3]       Juan  Pablo II, Vino y enseñó. Todos los discursos completos del Papa en la (segunda visita a la)  Argentina con  índice analítico, CEA - Oficina del Libro, Buenos Aires 1987.

    [4]       CEA, Iglesia en Argentina ¡Levántate! Declaración conclusiva de la LIV Asamblea Plenaria, San Miguel, 2 de mayo de 1987, N° 21: Documentos del Episcopado Argentino, T XIV (1986-1987), CEA - Oficina del Libro, Buenos Aires 1989, 140.

    [5]       Queremos agradecer vivamente a cada una de las personas que respondieron a la Consulta; a quienes condujeron y trabajaron en  la lectura atenta y tabulación completa de las respuestas; a la Facultad de Teología de la UCA -particularmente a su Cátedra  de Teología Pastoral-; y al equipo de profesionales que redactaron el informe final: Consulta al Pueblo de Dios (1988). Informe nacional, CEA-Oficina del Libro, Buenos Aires 1990. No obstante las dificultades propias de una primera iniciativa de tal envergadura, la Consulta al Pueblo de Dios ha constituido una experiencia muy alentadora y fecunda de escucha y participación.

    [6]       La información completa se halla en la publicación mencionada en la nota precedente.

    [7]       Se han tomado, aquí, las cifras de las respuestas individuales.

    [8]       CEA, Documento de Trabajo "Líneas para una evangelización nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión", CEA  ‑ Oficina del Libro, Buenos Aires 1989.

    [9]       Juan Pablo II, Homilía durante la misa por la evangelización de los pueblos, Hipódromo de Santo Domingo, 11.10.1984, 1.

    [10]      San Ignacio de Antioquía, Carta a los Romanos, Prólogo: PG 5, 801

    [11]      Juan Pablo II, Discurso a los Obispos del CELAM, Estadio olímpico de Santo Domingo, 12.10.1984, I, 2

    [12]      Cf León XIII, Enc. "Quarto abeunte saeculo": AAS 25 (1892‑93), 3‑7.

    [13]      Juan Pablo II, Discurso a los Obispos del CELAM, Estadio olímpico de Santo Domingo, 12.10.1984, I, 1.

    [14]      Juan Pablo II, Discurso a los Obispos del CELAM, Estadio olímpico de Santo Domingo, 12.10.1984, I, 2.

    [15]      Juan Pablo II, Homilía durante la misa por la evangelización de los pueblos, Hipódromo de Santo Domingo, 11.10.1984, 6.

    [16]      Juan Pablo II, Discurso a los Obispos del CELAM, Estadio olímpico de Santo Domingo, 12.10.1984, I, 1.

    [17]      Juan Pablo II, Homilía durante la misa por la evangelización de los pueblos, Hipódromo de Santo Domingo, 11.10.1984, 6.

    [18]      Juan Pablo II, Discurso a los Obispos del CELAM, Estadio olímpico de Santo Domingo, 12.10.1984, II, 1

    [19]      Cf Sínodo de los Obispos 1985 (II Asamblea General Extraordinaria), Relación Final: La Iglesia, a la luz de la Palabra de Dios, celebra los misterios de Cristo para la salvación del mundo.

    [20]      Juan Pablo II, Discurso a los Obispos del CELAM, Estadio olímpico de Santo Domingo, 12.10.1984, II, 1.

    [21]      Juan Pablo II, Discurso a los Obispos del CELAM, Estadio olímpico de Santo Domingo, 12.10.1984, II, 1.

    [22]      Juan Pablo II, Discurso a los Obispos del CELAM, Estadio olímpico de Santo Domingo, 12.10.1984, III, 1.

    [23]      Juan Pablo II, Discurso a los Obispos del CELAM, Estadio olímpico de Santo Domingo, 12.10.1984, III, 2.

    [24]      Juan Pablo II, Discurso a los Obispos del CELAM, Estadio olímpico de Santo Domingo, 12.10.1984, III, 3.

    [25]      Juan Pablo II, Discurso a los Obispos del CELAM, Estadio olímpico de Santo Domingo, 12.10.1984, II, 1.

    [26]      Juan Pablo II, Discurso a los Obispos del CELAM, Estadio olímpico de Santo Domingo, 12.10.1984, II, 1.

    [27]      Juan Pablo II, Discurso a los Obispos del CELAM, Estadio olímpico de Santo Domingo, 12.10.1984, II, 1.

    [28]      Juan Pablo II, Discurso a los Obispos del CELAM, Estadio olímpico de Santo Domingo, 12.10.1984, II, 1.

    [29]      Juan Pablo II, Discurso a los Obispos del CELAM, Estadio olímpico de Santo Domingo, 12.10.1984, III,1

    [30]      Juan Pablo II, Discurso a los Obispos del CELAM, Estadio olímpico de Santo Domingo, 12.10.1984, I,2

    [31]      Cf Juan Pablo II, Discurso a los Obispos del CELAM, Estadio olímpico de Santo Domingo, 12.10.1984, III, 1

    [32]      Juan Pablo II, Discurso a los Obispos del CELAM, Estadio olímpico de Santo Domingo, 12.10.1984, III, 1.

    [33]      Juan Pablo II, Discurso a los Obispos del CELAM, Estadio olímpico de Santo Domingo, 12.10.1984, III, 1.

    [34]      Cf Is 1,16‑17; 5,8‑16; Am 8,4‑7.

    [35]      Cf Gal 5,6.

    [36]      Juan Pablo II, Discurso a los Obispos del CELAM, Estadio olímpico de Santo Domingo, 12.10.1984, II, 4

    [37]      Juan Pablo II, Homilía durante la misa por la evangelización de los pueblos, Hipódromo de Santo Domingo, 11.10.1984, 2.

    [38]      Juan Pablo II, Homilía durante la misa por la evangelización de los pueblos, Hipódromo de Santo Domingo, 11.10.1984, 3.

    [39]      Cf Sínodo de los Obispos 1985 (II Asamblea General Extraordinaria), Relación Final: La Iglesia, a la luz de la Palabra de Dios, celebra los misterios de Cristo para la salvación del mundo, 6.

    [40]      Juan Pablo II, Discurso a los Obispos del CELAM, Estadio olímpico de Santo Domingo, 12.10.1984, III, 1.

    [41]      El estudio de las respuestas a la Consulta al Pueblo de Dios ha confirmado la importancia de proponer esta línea global. En  ellas se observa que el mensaje y la persona de Cristo impactan a los argentinos, tanto por la gracia que de El proviene,  expresada principalmente como amor y misericordia, cuanto por las exigencias de vida que impone: en primer lugar la justicia y el amor al prójimo.

    [42]      CEA, Documento de San Miguel (1969), IV, 2.

    [43]      Juan Pablo II, Homilía durante la misa por la evangelización de los pueblos, Hipódromo de Santo Domingo, 11.10.1984, 2.

    [44]      Juan Pablo II, Homilía durante la misa por la evangelización de los pueblos, Hipódromo de Santo Domingo, 11.10.1984, 4.

    [45]      Juan Pablo II, Homilía durante la misa por la evangelización de los pueblos, Hipódromo de Santo Domingo, 11.10.1984, 5.

    [46]      Juan Pablo II, Homilía durante la misa por la evangelización de los pueblos, Hipódromo de Santo Domingo, 11.10.1984, 8. La misma referencia central a Cristo, que impacta principalmente por el amor y la misericordia que ofrece, la  encontramos expresada en la Consulta al Pueblo de Dios.

    [47]      Juan Pablo II, Homilía durante la misa por la evangelización de los pueblos, Hipódromo de Santo Domingo, 11.10.1984, 2.

    [48]      Ef 1,3

    [49]      Juan Pablo II, Dives in Misericordia, 1.

    [50]      Cf Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, 22; Juan Pablo II, Redemptor Hominis, 8.

    [51]      Juan Pablo II, Dives in Misericordia, 1

    [52]      Juan Pablo II, Redemptor Hominis, 9.

    [53]      Juan Pablo II, Redemptor Hominis, 8.10; Cf. Juan Pablo II, Dives in Misericordia, 1

    [54]      Cf Mt 25,37‑39.

    [55]      Mt 25,40.

    [56]      Cf Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, 66; Pablo VI, Marialis Cultus, Intr.

    [57]      Pablo VI, Marialis Cultus, Intr.

    [58]      Juan Pablo II, Homilía durante la misa por la evangelización de los pueblos, Hipódromo de Santo Domingo, 11.10.1984, 4.

    [59]      Juan Pablo II, Homilía durante la misa por la evangelización de los pueblos, Hipódromo de Santo Domingo, 11.10.1984, 4.

    [60]      Juan Pablo II, Reunidos con María, Madre de Jesús y de la Iglesia, 2, 27.1.1979: ORe 4.2.1979, 51.

    [61]      III Conferencia General del  Episcopado Latinoamericano,  Documento de Puebla, 282.

    [62]      Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, 55.

    [63]      Lc 1,51‑53; Cf Pablo VI, Marialis Cultus, 37; III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Documento de Puebla, 297; Juan Pablo II, Zapopán 30.1.1979.

    [64]      Pablo VI, Marialis Cultus, 37.

    [65]      Cf Sínodo de los Obispos 1985 (II Asamblea General Extraordinaria), Relación Final: La Iglesia, a la luz de la Palabra de Dios, celebra los misterios de Cristo para la salvación del mundo.

    [66]      En la Misa la Iglesia celebra al Señor que la ha cimentado "sobre la roca de los apóstoles, para que permanezca en el mundo como signo de santidad y señale a todos los hombres el camino que nos lleva hacia Tí" (Misal Romano, Prefacio Apóstoles II).

    [67]      Juan Pablo II, Audacia de profetas y prudencia evangélica de pastores, I, 7, 28.1.1979: ORe 4.2.1979, 55.

    [68]      Cf Sal 133, 1.

    [69]      Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 14.

    [70]      Pablo VI, Ecclesiam Suam, 91.100.102.

    [71]      Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, 15‑16; Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, 1‑3.

    [72]      Juan Pablo II, Redemptor Hominis, 4.6.14.

    [73]      Juan Pablo II, Homilía durante la misa por la evangelización de los pueblos, Hipódromo de Santo Domingo, 11.10.1984, 3.

    [74]      Juan Pablo II, Homilía durante la misa por la evangelización de los pueblos, Hipódromo de Santo Domingo, 11.10.1984, 5.

    [75]      Cf Is 61,1‑2; Lc 4,18.

    [76]      Cf CEA, Documento de San Miguel (1969), VI, Introd.

    [77]      Juan Pablo II, Vino y enseñó. Todos los discursos completos del Papa en la (segunda visita a la)  Argentina con  índice analítico, CEA - Oficina del Libro, Buenos Aires 1987, 10.4.1987, 14, 9.

    [78]      Cf Lc 24,49.

    [79]      2 Tim 4,2.

    [80]      Juan Pablo II, Discurso a los Obispos del CELAM, Estadio olímpico de Santo Domingo, 12.10.1984, III,1.

    [81]      Juan  Pablo II, Vino y enseñó. Todos los discursos completos del Papa en la (segunda visita a la)  Argentina con  índice analítico, CEA - Oficina del Libro, Buenos Aires 1987, 12.4.1987, 25, 2.

    [82]      Cf Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 77.

    [83]      Cf Pablo VI, La reconciliación fraterna, finalidad y fruto del Año Santo, 11.6.75: ORe 15.6.75, 279.

    [84]      Cf Jn 17,23.

    [85]      Hch 4,32

    [86]      Juan  Pablo II, Vino y enseñó. Todos los discursos completos del Papa en la (segunda visita a la)  Argentina con  índice analítico, CEA - Oficina del Libro, Buenos Aires 1987, 12.4.1987, 25, 2.

    [87]      Pablo VI, Paterna cum benevolentia, VI: ORe 22.12.1974, 628.

    [88]      Cf Jn 8,32.

    [89]      Cf Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 78.

    [90]      Cf Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 75.

    [91]      Juan  Pablo II, Vino y enseñó. Todos los discursos completos del Papa en la (segunda visita a la)  Argentina con  índice analítico, CEA - Oficina del Libro, Buenos Aires 1987, 7.4.1987, 6, 6.

    [92]      Juan Pablo II, Vino y enseñó. Todos los discursos completos del Papa en la (segunda visita a la)  Argentina con  índice analítico, CEA - Oficina del Libro, Buenos Aires 1987, 7.4.1987, 6, 6.

    [93]      Comisión Permanente de la CEA, Cambiemos el corazón, 21.3.90, 1.

    [94]      Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 70.

    [95]      Juan Pablo II, Vino y enseñó. Todos los discursos completos del Papa en la (segunda visita a la)  Argentina con  índice analítico, CEA - Oficina del Libro, Buenos Aires 1987, 12.4.1987, 25, 4.

    [96]      Recordamos, de modo especial, a los padres y madres de familia, primeros transmisores de la fe; a los maestros y  educadores; a los catequistas; a los miembros de asociaciones y movimientos de apostolado laical; a los agentes sanitarios: médicos, enfermeras, asistentes sociales, auxiliares y voluntarios, que ejercen el ministerio del alivio a los que sufren; a quienes trabajan en la promoción humana y se esfuerzan por lograr el ejercicio pleno de los legítimos derechos de las personas y las comunidades; a los que en muchas zonas sin sacerdotes sostienen la fe del pueblo; a los comunicadores sociales: artistas, periodistas, publicistas, locutores y operadores, empeñados en testimoniar su fe y en promover los  valores humanos y cristianos de nuestro pueblo, difundiendo una atmósfera positiva de laboriosidad y esperanza. ¡Gracias a Dios y gracias a ellos!.

    [97]      Juan Pablo II, Homilía durante la misa por la evangelización de los pueblos, Hipódromo de Santo Domingo, 11.10.1984, 6.

    [98]      Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 19; Juan Pablo II, Christifideles Laici, 44.

    [99]      Cf Pablo VI, Discurso al clero Romano, 24.6.1963: AAS 55 (1963), 674.

    [100]     Juan Pablo II, Christifideles Laici, 26.

    [101]     "El sacerdocio no es una institución que existe «junto» al laicado o bien «por encima» del mismo. El sacerdocio de los obispos  y de los presbíteros, igual que el ministerio de los diáconos, es «para» los laicos y, precisamente por  esto, posee su carácter «ministerial», es decir, «de servicio»": Juan Pablo II, Carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo de 1990, 12.4.1990, 3: ORe 25.3.1990, 169.

    [102]     Mc 9,35.

    [103]     Plegaria Eucarística V/d.

    [104]     Juan Pablo II, Vino y enseñó. Todos los discursos completos del Papa en la (segunda visita a la)  Argentina con  índice analítico, CEA - Oficina del Libro, Buenos Aires 1987, 8.4.1987, 11,4.

    [105]     Juan Pablo II, Vino y enseñó. Todos los discursos completos del Papa en la (segunda visita a la)  Argentina con  índice analítico, CEA - Oficina del Libro, Buenos Aires 1987, 8.4.1987, 11,5.

    [106]     CEA, Hacia el Quinto Centenario de la Evangelización. Bases para una labor pastoral en orden a una nueva evangelización con motivo del V° Centenario del descubrimiento de América, San Miguel, 11-16.11.1985: Documentos del Episcopado Argentino, T XIII (1985), CEA - Oficina del Libro, Buenos Aires 1989.

    [107]     Juan Pablo II, Vino y enseñó. Todos los discursos completos del Papa en la (segunda visita a la)  Argentina con  índice analítico, CEA - Oficina del Libro, Buenos Aires 1987, 8.4.1987, 11,5.

    [108]     Pablo VI, Marialis Cultus, 36.

    [109]     Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 13.15.

    [110]     Hb 4, 12.

    [111]     La Consulta al Pueblo de Dios permitió escuchar las dificultades por las que atraviesan muchos católicos, a causa de los métodos no naturales de regulación de la natalidad y por las separaciones, divorcios y uniones no sacramentales.

    [112]     Cf Juan Pablo II, Discurso a los Obispos del CELAM, Estadio olímpico de Santo Domingo, 12.10.1984, I, 1.

    [113]     Juan Pablo II, Discurso a los Obispos del CELAM, Estadio olímpico de Santo Domingo, 12.10.1984, III, 4.

    [114]     Juan Pablo II, Catechesi Tradendae, 43.

    [115]     Juan Pablo II, Catechesi Tradendae, 68.

    [116]     CEA, Juntos para una evangelización permanente, 59.84.

    [117]     CEA, Juntos para una evangelización permanente, 59‑61.

    [118]     Juan Pablo II, Catechesi Tradendae, 24.

    [119]     III Conferencia General del  Episcopado Latinoamericano,  Documento de Puebla, 439.

    [120]     CEA, Juntos para una evangelización permanente, 127.133.

    [121]     CEA, Juntos para una evangelización permanente, 62.64.

    [122]     CEA, Juntos para una evangelización permanente, 50.

    [123]     Cf Lc 1,51-52.

    [124]     Juan Pablo II, Vino y enseñó. Todos los discursos completos del Papa en la (segunda visita a la)  Argentina con  índice analítico, CEA - Oficina del Libro, Buenos Aires 1987, 7.4.1987, 6,3.

    [125]     Juan Pablo II, Sollicitudo Rei Socialis, 39.

    [126]     III Conferencia General del  Episcopado Latinoamericano,  Documento de Puebla, 1134.

    [127]     III Conferencia General del  Episcopado Latinoamericano,  Documento de Puebla, 1140.

    [128]     Cf III Conferencia General del  Episcopado Latinoamericano,  Documento de Puebla, 1140.

    [129]     CEA, Documento de San Miguel (1969), VI, 5.

    [130]     Juan Pablo II, Sollicitudo Rei Socialis, 43.

    [131]     Juan Pablo II, Sollicitudo Rei Socialis, 47.

    [132]     CEA, Documento de San Miguel (1969), IV, 11.

    [133]     Juan Pablo II, Sollicitudo Rei Socialis, 33.

    [134]     Juan Pablo II, Sollicitudo Rei Socialis, 47.

    [135]     III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano,  Documento de Puebla, 1147.

    [136]     Cf CEA, Documento de San Miguel (1969), III.

    [137]     Cf CEA, Documento de San Miguel (1969), VI.

    [138]     Cf III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano,  Documento de Puebla, 1134‑1165.

    [139]     Juan Pablo II, Discurso a los Obispos del CELAM, Estadio olímpico de Santo Domingo, 12.10.1984, III, 4.