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71ª Asamblea Plenaria / 22 - 27 de abril de 1996

 

 

Mensaje sobre Fray Mamerto Esquiú

 

 

El 19 de julio de 1854, en la Iglesia matriz de Catamarca, a los pies de la Virgen del Valle, un joven fraile franciscano, pronunciaba una exhortación que llenaría los ámbitos de la Patria, agitada por luchas políticas, para encauzar un camino de concordia, reconstrucción y paz: era Fray Mamerto Esquiú.

 

Celebrando los 170 años de su nacimiento en Piedra Blanca, Catamarca, lo recordamos en su realización personal por el seguimiento de Cristo, tras las huellas de Francisco de Asís, en una abnegada exigencia misionera de fe y de compromiso con las realidades concretas de la sociedad en la Patria.

 

Nos parece oportuno presentar hoy este servicio apostólico al Bien Común por la doble vertiente que el Siervo de Dios desarrolló iluminado siempre por su entrega al Señor Jesús.

 

Aparece en primer lugar una clara relación -que llamaríamos providencial- entre la vida de Fray Mamerto y cuanto proponemos para nuestra acción cristiana en las Líneas Pastorales de la Nueva Evangelización:

 

El amor que él supo vivir tan intensamente a Cristo Señor en la realidad de la Encarnación, es decir hombre verdadero, hecho partícipe de la historia de los hombres.

 

La piedad popular tan hondamente sentida en su Catamarca natal y en Córdoba donde fue Obispo, con la presencia siempre inspiradora de María.

 

El trabajo y fuerza apostólica para construir la comunidad que de acuerdo a la enseñanza de San Pablo (cfr. 2 Cor. 12,15) lo llevó constantemente y sobre todo en su ministerio episcopal a una entrega desgastante hasta consumir su vida, allá en El Suncho, bajo un algarrobo, una tarde de enero de 1883.

 

Todo ello en un espíritu de humildad que brilla hermosamente a lo largo de su existencia marcada según las crónicas de aquel tiempo por su amor a los pobres.

 

En segundo lugar, Fray Mamerto Esquiú fue un austero servidor de la Patria. Su fogosa palabra hizo ver la necesidad de contar con un orden que favoreciera la construcción de la República que todos anhelaron. Su clara conciencia política que intuía el compromiso temporal como guía para la acción ciudadana del cristiano nos vuelve a mostrar relación con el momento que vivimos, ya que el cristiano en el mundo y en el país de hoy no puede permanecer indiferente frente a la necesidad de seguir construyendo la República, con una contribución, como la de Esquiú, lúcido, encendido, humilde y totalmente desinteresado: él no sólo no buscó las ventajas personales que pudieran llegarle sino que las rehusó decididamente. Queremos por lo mismo volver a presentar la figura de Fray Mamerto, inclaudicable en su fe, celoso de su misión sacerdotal, libre de todo humano compromiso, patriota de corazón.

 

Nos parece asimismo oportuno y aún más necesario a la luz de los ejemplos recordados, exhortar a nuestros fieles y a los conciudadanos en general que vuelvan a considerar nuestra carta "Iglesia y Comunidad Nacional", que con sus quince años conserva su plena vigencia para servicio de construir la Patria.

 

Nos advierte la Santa Biblia (cfr. Ecl.3,11): "El honor de los padres es la gloria de los hijos", por eso queremos, como lejanos sucesores de Fray Mamerto Esquiú en su ministerio episcopal, gloriarnos honrando su gran figura de sacerdote y ciudadano en la comunidad de la Patria.