La Buena Noticia de la vida humana

y el valor de la sexualidad

 

Guía de Lectura

 

1.             La Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Argentina vuelve a proponer sus reflexiones sobre el misterio maravilloso de la vida y la sexualidad humanas con ocasión de los proyectos de ley llamados de “salud reproductiva”.

 

En la relación al modo de concebir la vida humana en los sectores decisivos de la sexualidad y la familia, Juan Pablo II afirmaba que “no son, efectivamente, cuestiones de pura organización técnica de la vida social, que deben delegarse exclusivamente a economistas, sociólogos y políticos; sino que afectan a una esfera vital en que todos nos hallamos directamente implicados” (Meditación dominical antes del rezo del “Regina Coeli”, 17 de abril de 1994).

 

2.      Se procura acompañar con la reflexión y los gestos a las familias que con responsabilidad y angustia buscan discernir criterios para vivir una paternidad responsable; y particularmente a los jóvenes, planteando este tema en el marco más amplio y dignificante de su vocación.

 

“ La gravedad de los desafíos que los gobiernos y, sobre todo los padres, deben afrontar en la educación de las generaciones más jóvenes, nos invita a asumir nuestras responsabilidades de guiar a los jóvenes hacia una comprensión más profunda de su dignidad y de su potencialidad como personas. ¿Qué futuro ofrecemos a los adolescentes si dejamos que, a causa de su inmadurez, sigan sus instintos sin valorar las consecuencias interpersonales y morales de su comportamiento sexual? ¿No tenemos la obligación de abrirles los ojos, para que conozcan el daño y el sufrimiento que un comportamiento sexual moralmente irresponsable puede causarles? ¿No es nuestra misión plantearles el desafío de una ética exigente, que respete plenamente su dignidad y los conduzca al autocontrol necesario para afrontar las diversas exigencias de la vida?” (Juan Pablo II, Mensaje a la secretaria de la Conferencia Internacional sobre población y desarrollo, 18 de marzo de 1994).

 

3.      La clave para encarar este tema será la solidaridad y la alabanza al Dios Trinitario que entrega a su Hijo para que tengamos vida.

 

En verdad, “somos enviados: estar al servicio de la vida no es para nosotros una vanagloria, sino un deber, que nace de al conciencia de ser el pueblo adquirido por Dios para anunciar sus alabanzas (cf. 1 Pe 2, 9). En nuestro camino nos guía y sostiene la ley del amor: el amor cuya fuente y modelo es el Hijo de Dios hecho hombre, que “muriendo ha dado la vida al mundo.” (Juan Pablo II, Evangelium Vitae, 79).

 

4.      A la luz de la fe, el compromiso con la vida es ineludible, ya que ve en ella un valor sagrado. Pero no se trata de algo exclusivo de los creyentes, sino que es valor fundamental que afecta a todos. “Trabajar a favor de la vida es contribuir a la renovación de la sociedad mediante la edificación del bien común ... Sólo el respeto de la vida puede fundamentar y garantizar los bienes más preciosos y necesarios de al sociedad, como la democracia y la paz” (Juan Pablo II, Ecangeliun Vitae, 101).

 

5.      La Iglesia proclama la Buena Noticia de la Vida Humana y la sexualidad ya que ésta muestra al hombre su verdadera dignidad. Así, esta Buena Noticia favorece lo plenamente humano, la riqueza de la complementariedad de los sexos, que aportan al conjunto de auténtico humanismo.

 

“ Es importante no debilitar al hombre, su sentido del carácter sagrado de la vida, su capacidad de amar y de sacrificarse. Se trata de temas sumamente sensibles por medio de los cuales se puede consolidar o destruir una sociedad” (Juan Pablo II, Carta a los jefes de Estado de todo el mundo, 19 de marzo de 1994)

 

6.      Los proyectos de ley expresan algunas preocupaciones referidas a estos temas pero a la vez deben resguardar la dignidad y la libertad de todos. Todo ser humano tiene derecho a una información veraz y razonable, a la formación integral, a la igualdad de oportunidades en el acceso a la salud, a usar honestas y responsablemente las posibilidades que ofrecen la ciencia y la tecnología.

 

Juan Pablo II recordaba algunas verdades fundamentales: “que toda persona tiene una dignidad y un valor incondicionales e inalienables, independientemente de la edad, del sexo, de la religión y de la nacionalidad; que la misma vida humana es sagrada desde el momento de su concepción hasta el de su ocaso natural; que los derechos humanos son innatos y trascienden cualquier orden constitucional; y que la unidad fundamental de la raza humana exige que todos se comprometan a  edificar una comunidad libre de injusticias y que luche por promover y garantizar el bien común” (Juan Pablo II, Carta a los jefes de Estado de todo el mundo, 19 de marzo de 1994).

 

7.      La sexualidad, don y tarea, requiere una educación que evite caer en facilismos, conductas de riesgos o cualquier otra forma de superficialidad. En lo que respecta al marco legal, deberá promover el discernimiento y la responsabilidad, la centralidad de la familia, el consentimiento informado, la objeción de conciencia del médico, el valor fundamental de la vida humana desde al concepción, excluyendo cualquier posibilidad de aborto o injusticia social. Deberá honrar y afianzar el derecho a la vida. Finalmente deberá reconocer y defender el compromiso de los padres con sus hijos por la patria potestad y el derecho a su educación moral.

 

La familia “pertenece al patrimonio más originario y sagrado de la humanidad. Está incluso antes que el Estado, el cual debe reconocerla y ha de defenderla sobre al base de evidencias ético-sociales fácilmente comprensibles y que nunca se han de descuidar” (Juan Pablo II, Meditación dominical antes del rezo del “Regina Caeli”, 17 de abril de 1994)

 

8.      Si bien todos tenemos que contribuir a la formación de una sociedad que reconozca y tutele la vida humana, particularmente los responsables de la vida pública, sobre todo quienes poseen un mandato legislativo o ejecutivo, deberán responder ante Dios, su conciencia y la sociedad toda por aquello que afecta el bien común.

 

Ellos no deben resignarse, sino tomar decisiones que lleven a establecer un orden justo que afirme y promueva la vida humana, no sólo eliminado leyes injustas sino brindando apoyo a la familia y la maternidad, impulsando iniciativas sociales y legislativas que garanticen verdaderamente la libertad en las decisiones sobre la paternidad, sobre todo mediante cambios en las políticas laborales, económicas y sociales que favorezcan la vida familiar.

 

“En la institución familiar se encuentra un manantial de humanidad del que brotan las mejores energías creadoras del tejido social, que cada Estado debe preservar celosamente. Sin invadir la autonomía propia de una realidad que no pueden instaurar ni reemplazar, las autoridades civiles tienen, efectivamente, el deber de tratar de favorecer el desarrollo armónico de la familia, no sólo desde el punto de vista de su vitalidad social, sino también de su salud moral y espiritual” (Juan Pablo II, Carta a los jefes de Estado de todo el mundo, 19 de marzo de 1994).

 

9.      El amor, valor fundamental de la persona, debe integrarse lo corporal y lo espiritual del hombre. De este modo, la sexualidad adquiere pleno sentido cuando se enmarca en el amor complementario del hombre y la mujer que se comprometen en el matrimonio hasta la muerte. Complementariedad que se abre a la fecundidad transmitiendo la vida y formándola en su ámbito natural que es la familia.

 

En verdad, muchas veces “la sexualidad se despersonaliza e instrumentaliza: de signo, lugar y lenguaje del amor, es decir, del don de sí mismo y de la acogida del otro según toda la riqueza de la persona, pasa a ser cada vez más ocasión e instrumento de afirmación del propio yo y de satisfacción egoísta de los propios deseos e instintos. Así se deforma y falsifica el contenido originario de la sexualidad humana, y los dos significados, unitivo y procreativo, innatos a la naturaleza misma del acto conyugal, son separados artificialmente” (Juan Pablo II, Evangelium Vitae, 23).

 

10. Así como la banalización de la sexualidad lleva al desprecio de la vida naciente, el verdadero amor sabe y busca custodiar la vida. Educar la sexualidad supone, por tanto, educar en el amor, la castidad y la madurez de la persona.

 

En cuanto a los esposos, este don de la vida requiere a ellos el ejercicio responsable de su paternidad, de modo que abran sus familias a la vida. Esto supone encauzar sus instintos y pasiones. En ese sentido, los métodos naturales de regulación de la fertilidad se ofrecen como un medio valioso que permite respetar ambos elementos.

 

“La Iglesia, en defensa de la persona humana, se opone a la imposición de límites al número de hijos, y a la promoción de métodos de control de la natalidad que separan las dimensiones unitiva y procreadora de la relación matrimonial y son contrarios a la ley moral inscrita en el corazón del hombre, o que atentan contra el carácter sagrado de la vida” (Juan Pablo II, Mensaje a la secretaría de la Conferencia Internacional sobre población y desarrollo, 18 de marzo de 1994).

 

11. Al ser un don, la fecundidad brota del mutuo amor de los esposos, quienes asumiendo su vínculo de manera estable, crean las condiciones necesarias para respetar la vida naciente: don generoso de si mismo y estabilidad en la relación.

 

El acto conyugal, de suyo, combina lo unitivo y lo procreativo de la sexualidad y es una participación del poder creador y de la paternidad de Dios. Por ello, el carácter moral de la conductas debe determinarse a partir de criterios objetivos, tomados de la naturaleza de la persona y sus actos.

 

“Lo que la Iglesia llama “paternidad responsable” no quiere decir procreación ilimitada o falta de conciencia de lo que implica educar a los hijos, sino más bien la facultad que los esposos tienen de usar su libertad inviolable de modo sabio y responsable, teniendo en cuenta tanto las realidades sociales y demográficas, como su propia situación y sus deseos legítimos, a la luz de criterios morales objetivos” (Juan Pablo II, mensaje a la secretaría de la Conferencia Internacional sobre población y desarrollo, 18 de marzo de 1994).

 

12.  Recordando y volviendo a considerar las enseñanzas de Juan Pablo II en la encíclica El Evangelio de la Vida, todos estamos llamados a comprometernos en construir una Patria de hermanos en la que todos tengamos “vida y vida en abundancia” (Jn. 10, 10).

 

Preguntas para la reflexión

 

1.      ¿Por qué en este momento?

2.      ¿A quiénes va dirigido el documento?

3.      ¿En qué clave hay que leerlo?

4.      ¿Por qué el Evangelio de la Vida interesa a todos los hombres?

5.      ¿Por qué el anuncio de la  iglesia es “Buena Noticia”?

6.      ¿Qué derechos tiene todo hombre en este campo?

7.      Considerando la sexualidad como don y tarea, ¿qué características debe presentar la educación para el amor? ¿En qué marco cultural se desarrolla esta tares? ¿cuáles son los derechos en juego? ¿cuáles son los de mayor jerarquía?

8.      ¿Cuáles son las diversas responsabilidades en la sociedad frente al tema de la vida? ¿Cómo han de desempeñarse quienes tienen un mandato legislativo o ejecutivo en el marco de una democracia pluralista? ¿Cuál es la relación entre familia y políticas sociales?

9.      ¿Qué significa que la sexualidad se realiza de modo verdaderamente humano cuando es parte integral del amor? ¿Qué lugar ocupa el matrimonio en esta dimensión de al persona humana?

10. ¿Cuáles son los métodos naturales que respetan las dimensiones unitiva y procreadora de la relación matrimonial?

11. ¿Qué virtudes deben acentuarse en la formación de adolescentes y jóvenes? ¡Cómo ha de ser la formación de los esposos para la procreación responsable?

12. ¿Qué características presenta la fecundidad matrimonial? ¿Por qué el hijo es un don? ¿Qué criterios han de animar la valoración del amor conyugal?

 

 

Documentos del Magisterio de la Iglesia

para profundizar estos temas

 

-         Catecismo de la Iglesia Católica

-         Concilio Vaticano II, Constitución “Gaudium et Spes”

-         Juan Pablo II, Evangelium Vitae

-         Juan Pablo II, Familiaris Consortio

-         Juan Pablo II, Veritatis Splendor

-         Pablo IV, Humanae Vitae

-         Sagrada Congregación para la doctrina de la Fe, Instrucción “Donum Vitae” sobre el respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la procreación.

-         Pontificio Consejo para la Familia, Vademecum para los confesores sobre algunos temas de moral conyugal.

-         Pontificio Consejo para la Familia, Evoluciones demográficas: dimensiones algunos temas de moral conyugal

-         Pontificio Consejo para la Familia, Sexualidad humana: verdad y significado.

 

 

La Buena Noticia de la vida humana y el valor de la sexualidad

 

A la comunidad cristiana y a toda la sociedad:

 

1.     Quienes formamos la Iglesia, pueblo de Dios que peregrina en la Argentina, ante proyectos de ley llamados de “salud reproductiva”, que intentan responder a una legítima preocupación social por la compleja problemática implicada, nos hemos sentido llamados, una vez más, a la reflexión sobre el misterio maravilloso de la vida y de al sexualidad humana.

 

2.     Fieles al proyecto de Dios, que con la Encarnación Redentora de Jesús quiso compartir y acompañar el camino de los hombres, queremos estar cerca de todas las familias que viven con responsabilidad y, en ocasiones, con angustia, el discernimiento de una paternidad responsable. Queremos acompañar a tantos jóvenes que necesitan una educación integral para afrontar la vida, una educación para vivir la sexualidad en el marco dignificante y liberador de la vocación al amor, y que muchas veces, en cambio, son arrastrados por una mentalidad banalizadora, egoísta y superficial, que los conduce al consumismo, a la desesperanza y a la frustración.

 

3.     Abordar estos temas tan complejos en clave de solidaridad nos mueve, no a la desesperanza, sino a la alabanza. Queremos alabar el amor de Dios Padre que se ha revelado en la creación uniéndonos admirados a su complacencia por la obra de sus manos (“Vio Dios cuánto había hecho y vio que era muy bueno ...“ Gen 1, 31). Queremos alabar la sobreabundancia de su amor en la maravilla de la “nueva creación” realizada por la Encarnación Redentora de su Hijo, que celebramos en este Año Jubilar: todo hombre  y todo el hombre elevado por la gracia a la dignidad de hijo en el Hijo (“ ...envió Dios a su Hijo ...para que recibiéramos la condición de hijos” Gal 4,4). Queremos invitar a todos a unirse a esta alabanza, reconociendo con gozo que Dios amó tanto al mundo, a este mundo nuestro complejo y contradictorio en que vivimos, que envió a su Hijo, no para condenarlo ni para destruirlo, sino para salvarlo y ofrecerle la vida “Yo he venido para que tengan vida”, nos dice Jesús, “y vida en abundancia” (Jn 10,10)

 

4.     En la enseñanza secular de la Iglesia, que ha tenido expresiones riquísimas en el Concilio Vaticano II y en los últimos Pontífices, encontramos una luz que queremos compartir con todos porque, como nos enseña Juan Pablo II, “el Evangelio de la vida no es exclusivamente para los creyentes: es para todos. El tema de la vida y de su defensa y promoción no es prerrogativa única de los cristianos. Aunque recibe de al fe luz y fortaleza extraordinarias, pertenece a toda conciencia humana que aspira a la verdad y está atenta y preocupada por la suerte de la humanidad. En la vida hay seguramente un valor sagrado y religioso, pero de ningún modo interpela sólo a los creyentes: en efecto, se trata de un valor que cada ser humano puede comprender también a la luz de la razón y que, por tanto, afecta necesariamente a todos” (Evanglium Vitae 101).

 

5.     En este marco se inscribe nuestra proclamación de la Buena Noticia de la vida humana y la sexualidad, de su valor y su significado auténtico. Es un mensaje sobre la vida humana y la sexualidad que es “Buena Noticia” porque le revela al hombre la raíz de su dignidad y le abre horizontes de liberación. Siendo “Buena Noticia”, el mensaje de la Iglesia sobre la vida y la sexualidad nunca va contra siempre a favor de todo lo humano, de todas las mujeres y todos los varones, y no busca sino promover una vida más plenamente humana. Anunciar esta buena Noticia es para la Iglesia una exigencia de su ser y de su misión; es el aporte que nos sentimos urgidos a ofrecer en este momento de la historia en el que, en el umbral del tercer milenio, se nos presenta el renovado desafío de poner las bases de un auténtico humanismo. Por ello nos comprometemos a proseguir educando en los valores y a profundizar el difícil discernimiento de las situaciones particulares en diálogo con la realidad.

 

6.     Reconocemos que los proyectos de ley presentados recogen algunas preocupaciones legítimas y acuciantes que conciernen al misterio de la vida y a su comunicación, y que se propone un marco legal de regulación social que parece indispensable en el intento de resguardar la dignidad y la libertad de todos. En efecto, todo ser humano tiene derecho a una información veraz y razonable y a una formación integral, a la igualdad de oportunidades en el acceso a los medios de salud, y a que se le permita usar honesta y responsablemente de las posibilidades que ofrecen la ciencia y la tecnología.

 

7.     La sexualidad humana, como don y tarea, requiere una educación para el amor lejos de falacias facilistas, promotoras de una cultura de lo superficial y efímero, que propician, sobre todo en los jóvenes, conductas de riesgo que muchas veces pagan con la vida propia o con daños irreparables sobre sí mismos y sobre quienes están junto a ellos. Con profunda convicción, y queriendo hacer un aporte a la búsqueda de un marco legal que permita una verdadera educación para el amor, proponemos como anhelos algunos aspectos que consideramos indispensables:

 

·        Es necesario un marco legal que promueva una verdadera cultura del discernimiento y la responsabilidad en el ejercicio de la sexualidad y la comunicación de la vida; que asegure a la familia la centralidad de su aporte, y promueva su rol social; que afirme el derecho y el deber del “consentimiento informado” de quienes acceden a los servicios de salud; que reconozca explícita y plenamente el derecho a la objeción de conciencia por parte de los prestadores de salud frente a prácticas que, aunque autorizadas por la ley, fueren consideradas por ellos éticamente inaceptables.

·        Es necesario un marco legal que respete el derecho fundamental a la vida desde su concepción y excluya en absoluto el crimen del aborto.

·        Es necesario un marco legal que, de ninguna manera, favorezca o consolide situaciones de injusticia social, las cuales no se solucionan con la promoción de una actitud antinatalista y se agravan con la práctica deshumanizada de la sexualidad.

·        Es necesario un marco legal que honre la vida humana; y ayude a afianzar en nuestra Patria la cultura de la vida, evitando manipulaciones que dañan la dignidad de las personas.

·        Es necesario un marco legal que reconozca y defienda el derecho-deber de los padres, insustituible e inalienable, a la educación moral de sus hijos.

 

8.     Tenemos la convicción que para edificar una sociedad en la que se reconozca y tutele la dignidad de cada persona, todos, y en particular los responsables de la vida pública, estamos “llamados a servir al hombre y al bien común, con el deber de tomar decisiones valientes a favor de la vida, especialmente en el campo de las disposiciones legislativas.”

 

“... Nadie puede abdicar jamás de esta responsabilidad, sobre todo cuando se tiene un mandato legislativo o ejecutivo, que llama a responder ante Dios, ante la propia conciencia y ante la sociedad entera de decisiones eventualmente contrarias al verdadero bien común. Si las leyes no son el único instrumento para defender la vida humana, sin embargo, desempeñan un papel muy importante y a veces determinante en la promoción de una mentalidad y de unas costumbres”.

“... La Iglesia sabe que, en el contexto de las democracias pluralistas, es difícil realizar una eficaz defensa legal de la vida por la presencia de fuertes corrientes culturales de diversa orientación. Sin embargo, movida por la certeza de que la verdad moral encuentra un eco en la intimidad de cada conciencia, anima a los políticos, comenzando por los cristianos, a no resignarse, y a adoptar aquellas decisiones que, teniendo en cuenta las posibilidades concretas, lleven a restablecer un orden justo en la afirmación y promoción del valor de la vida. En esta perspectiva, es necesario poner de relieve que no basta con eliminar las leyes inicuas. Hay que eliminar las causas que favorecen los atentados contra la vida, asegurando sobre todo el apoyo debido a la familia y a la maternidad: la política familiar debe ser eje y motor de todas las políticas sociales. Por tanto, es necesario promover iniciativas sociales y legislativas capaces de garantizar condiciones de auténtica libertad en la decisión sobre la paternidad y la maternidad; además, es necesario replantear las políticas laborales, urbanísticas, de vivienda y de servicios para que se puedan conciliar entre sí los horarios de trabajo y los de la familia, y sea efectivamente posible la atención a los niños y a los ancianos (Evangelium Vitae 90).

 

9.     Ya en el año 1983 la conferencia Episcopal Argentina expresaba su certeza en que “Dios, que es amor, ha hecho al hombre semejante a El y, por lo tanto, llamado a vivir el amor. Esta es la vocación fundamental que trae al mundo todo ser humano.

El amor es el factor unificante de todo el variado dinamismo de la persona. Por eso tiene que ser vivido integrando en el mismo, de forma equilibrada, la dimensión espiritual con la corporal. Él ha de asumir, otorgar sentido y unificar todas las actividades y formas de expansión de la persona.

 

Así se comprende que la sexualidad, que marca profundamente la totalidad de la persona, ha de ser integrada como una fuerza de comunión. El hombre no la posee para gozar de ella con actitud egoísta buscando exclusivamente el placer, sea en forma solitaria, sea en encuentros ocasionales. “Ella se realiza de modo verdaderamente humano, solamente cuando es parte integral del amor con el que el hombre y la mujer se comprometen totalmente entre sí hasta la muerte” (Familiaris Consortio 11).

 

Este amor que expresa y fomenta a la vez la unión del varón y la mujer, está llamado al mismo tiempo a ser fecundo. Dios mismo lo ha orientado hacia la procreación y educación de los hijos. De esta manera, el cariño recíproco y generoso de los esposos se prolonga y se hace más sólido en los hijos que ellos crían y educan. La sexualidad, pues, posee un doble sentido: une a los esposos en un amor creciente y los hace fecundos en ese amor.

 

Así pues, el matrimonio es el lugar propio y adecuado de la relación sexual humana en el cual, esposo y esposa, sostenidos por la gracia de Dios, pueden expresar y realizar su amor de una manera comprometida, duradera, libre de egoísmo, abierto a la fecundidad, responsable ante la sociedad” (Dios, el hombre y la Conciencia 70-73).

 

10. Creemos con Juan Pablo II que “la banalización de la sexualidad es uno de los factores principales que están en la raíz del desprecio por la vida naciente: sólo un amor verdadero sabe custodiar la vida. Por tanto, no se nos puede eximir de ofrecer sobre todo a los adolescentes y a los jóvenes la auténtica educación de la sexualidad y del amor, una educación que implica la formación de al castidad, como virtud que favorece la madurez de la persona y la capacita para respetar el significado “esponsal” del cuerpo.

 

La labor de educación para la vida requiere la formación de los esposos para la procreación responsable. Esta exige, en su verdadero significado, que los esposos sean dóciles a la llamada del Señor y actúen como fieles intérpretes de su designio: esto se realiza abriendo generosamente a la familia a nuevas vidas y, en todo caso, permaneciendo en actitud de apertura y servicio a la vida incluso cuando, por motivos serios y respetando la ley moral, los esposos optan por evitar temporalmente o a tiempo indeterminado un nuevo nacimiento. La ley moral les obliga de todos modos a encauzar las tendencias del instinto y de las pasiones y a respetar las leyes biológicas inscritas en sus personas. Precisamente este respeto legitima, al servicio de al responsabilidad en la procreación, el recurso de los métodos naturales de regulación de la fertilidad: estos han sido precisados cada vez mejor desde el punto de vista científico y ofrecen posibilidades concretas de adoptar decisiones en armonía con los valores morales. Una consideración honesta de los resultados alcanzados debería eliminar prejuicios todavía muy difundidos y convencer a los esposos y también a los agentes sanitarios y sociales, de la importancia de una adecuada formación al respecto. La Iglesia está agradecida a quienes con sacrificio personal y dedicación con frecuencia  ignorada trabajan en la investigación y difusión de estos métodos, promoviendo al mismo tiempo una educación en los valores morales que su uso supone” (Evangeliun Vitae 97).

 

11.  Nos parece indispensable recordar también, como lo enseña el Catecismo de la Iglesia Católica que: “La fecundidad es un dos, un fin del matrimonio, pues el amor conyugal tiende naturalmente a ser fecundo. El niño no viene de fuera a añadirse al amor mutuo de los esposos; brota del corazón mismo de ese don recíproco, del que es fruto y cumplimiento”. Por eso la Iglesia, que “está a favor de la vida” (Familiaris Consortio 30), enseña que todo “acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida” (Humanae Vitae 11). “Esta doctrina, muchas veces expuesta por el Magisterio, está fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador” (Humanae Vitae 12; cfr. Pío XI, Casti connubii 53-60). Llamados a dar la vida, los esposos participan del poder creador y de la paternidad de Dios (cfr. Ef 3, 14; Mt 23, 9). “En el deber de transmitir la vida humana y educarla, que han de considerar como su misión propia, los cónyuges saben que son cooperadores del amor de Dios Creador y en cierta manera sus intérpretes. Por ello, cumplirán su tarea con responsabilidad humana y cristiana” (Gaudium et Spes 50, 2).

 

El carácter moral de la conducta, cuando se trata de conciliar el amor conyugar con la transmisión responsable de la vida, no depende sólo de al sincera intención y la apreciación de los motivos, sino que debe determinarse a partir de criterios objetivos, tomados de la naturaleza de la persona y de sus actos; criterios que conserven íntegro el sentido de la donación mutua y de la procreación humana en el contexto del amor verdadero; esto es imposible si no se cultiva con sinceridad la virtud de la castidad conyugal (Catecismo de la Iglesia Católica 2366-2372).

 

12. Nuestra breve declaración, ciertamente, no agota la consideración sobre este aspecto tan complejo y fascinante de la vida y su comunicación, por eso invitamos a los fieles y a la sociedad, a la atenta consideración de la enseñanza que nos ha ofrecido el Papa Juan Pablo II en “Evangelium Vitae”. Creemos que a las puertas del tercer milenio Dios nos ofrece a todos la oportunidad de renovar en conciencia nuestra decisión responsable de construir una Patria de hermanos, en la que todos podamos vivir dignamente, y en la que todos “tengan vida, y vida en abundancia”(Jn 10,10).

 

Comisión Permanente de la

Conferencia Episcopal Argentina

11 de agosto de 2000