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Exhortación conjunta de los episcopados de Chile y Argentina, a los fieles y pueblos de ambas naciones
1. El 4 de mayo de 1979 se iniciaba oficialmente en Roma los trabajos de la mediación por el diferendo entre nuestras dos naciones. El Cardenal Antonio Samoré con la participación de las delegaciones de nuestros países celebraba la santa misa y luego acudía con ellas a venerar la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, para poner así bajo la protección maternal de maría Santísima, Reina de la paz, todos los esfuerzos y trabajos.
Al ocurrir el aniversario de la inauguración del proceso de mediación deseamos recordar a nuestros fieles su verdadero sentido y, a la vez hacer un llamado a nuestros pueblos para que colaborando a su feliz éxito nos convirtamos todos en instrumentos eficaces de la paz.
2. Una mediación no es un arbitraje. No es un recurso a una instancia superior a la que se entrega la facultad de decidir, de proceder autoritativamente para terminar con una sentencia en la que se dictamina lo que corresponde en justicia a cada uno de los litigantes.
La mediación es un método de solución pacífica de controversias en las que las partes acuden a un amigo común para que las guíe con sus consejos, las acerque en sus proposiciones y ayude en la búsqueda de una solución “pacífica, honorable, justa y definitiva”.1 Es la esperanza que se abre para una paz sólida y duradera.
3. Esta mediación es el recurso a la más alta autoridad moral de la tierra, al Vicario de Cristo, padre de todos los cristianos y de todos los pueblos cristianos.
Ya el 11 de diciembre de 1978 en un mensaje del Sumo Pontífice a los presidentes de nuestras naciones expresaba su convencimiento de que un examen sereno y responsable haría prevalecer “las exigencias de la justicia, de la equidad y de la prudencia como fundamento seguro y estable a la convivencia fraterna de ambas naciones”. Consecuente con ello, en la alocución a los cardenales, el 22 de diciembre de 1978, manifestó su preocupación por el litigio chileno-argentino y sus votos por la búsqueda de la paz.
El Santo Padre expresó el deseo de enviar un representante personal para obtener informaciones directas sobre las posiciones de cada uno de los dos países y para contribuir a un arreglo pacífico de las diferencias iniciativas que fue aceptada por ambos gobiernos y que encontró su realización en el envío del Cardenal Antonio Samoré, que a partir del 29 de diciembre del mismo año 1978, mantuvo conversaciones con las más altas autoridades de cada país.
Estas gestiones lograron un feliz éxito. El 8 de enero de 1979 los ministros de Relaciones Exteriores de ambos países , en representación de sus gobiernos y de sus respectivas naciones, concurrieron a uruguay invitados por el Cardenal Samoré.
Como fruto de esas conversaciones, ambos cancilleres firmaron dos acuerdos, que dieron lugar al marco general en el que se desarrolla la obra de mediación del Santo Padre.
En efecto, con el primero de dichos acuerdos los dos gobiernos solicitaron a Su Santidad que actuara como mediador para “guiarlos en las negociaciones y asistirlos en la búsqueda de una solución del diferendo”, que había de ser “justa y honorable”. A tal propósito, ambos gobiernos se comprometieron a poner en conocimiento de la Santa Sede los términos de la controversia y todos los antecedentes y criterios que estimaran pertinentes, con el objeto de ayudar al desarrollo de la mediación; es decir de proporcionar al Santo Padre las informaciones necesarias y convenientes para que pudiera ejercer su función de “guía” y de “asistencia” mediante la manifestación de ideas encaminadas a lograr un arreglo “pacífico y aceptable para ambas partes”. Como no podía ser menos, las mismas partes declararon su buena disposición para considerar tales ideas.
Con el segundo acuerdo que firmaron a instancias del Cardenal Samoré para crear un ambiente favorable a la obra de la mediación que se pedía, ambos gobiernos se comprometieron ante la Santa Sede a no hacer uso de la fuerza en sus relaciones mutuas, a realizar un retorno gradual a la situación militar existente a principios de 1977 y a abstenerse de tomar medidas que pudieran alterar la armonía en cualquier sector.
Al recibir el Sumo Pontífice el 27 de setiembre último a las delegaciones que trabajaban en la mediación, les manifestó que no obstante las dificultades inherentes a la grave responsabilidad de la misma, había decidido aceptar la petición de ambos gobiernos, impulsado por el deseo de tutelar el bien supremo de la armonía entre las dos naciones. Efectivamente, para encontrar un hecho similar es necesario retroceder casi un siglo en que, gracias a la intervención de león XIII, que aceptó ser mediador entre España y Alemania en el diferendo sobre las Islas Carolinas, se logró mantener la paz.
Nos encontramos, pues, ante un esfuerzo supremo del Padre de la cristiandad para contribuir con su acción a la obra de paz entre nuestras naciones.
4. por importante y valiosa que pueda ser la acción del mediador, conviene no olvidar que en definitiva la responsabilidad última del buen éxito de estas gestiones recae en las partes mismas.
A este respecto conviene recordar lo que el Santo Padre manifestaba el día 27 de setiembre de 1979, en la audiencia que concedió a las delegaciones argentina y chilena: “Me congratulo de la confianza que vuestros gobiernos y vosotros tenéis en el mediador y en quienes, por parte de la Santa Sede, participan en las negociaciones relacionadas con la mediación. Esa actitud es una premisa necesaria para que el mediador se sienta más seguro de sus esfuerzos por acercar las posiciones divergentes, esfuerzos que constituyen la esencia misma de la mediación, la cual no se concluye con decisiones, sino que se desarrolla mediante consejos ...”
La responsabilidad última del éxito de las gestiones recae, pues, en las autoridades de los respectivos países. De su visión de futuro, cuerda, inteligente y previsora, depende en gran parte la solución que se adopte. El hecho mismo de pedir la mediación es un paso nuevo y exige, pues su buena marcha, tener una actitud interior también nueva.
Una responsabilidad muy importante incumbe también a los intelectuales, a los escritores, a los políticos y a los altos oficiales de las Fuerzas Armadas. El estudiar estos problemas en la objetividad, el seguir invariablemente el camino de la verdad, como recomendaba recientemente el Papa actual en su mensaje en el día de la paz, y el buscar por sobre todo el camino de la justicia influirá poderosamente en la formación de una conciencia nacional ponderada y sana.
En este sentido pesa una gran responsabilidad sobre los medios de comunicación social. Ellos deben informar de manera objetiva y serena para convertirse así en los grandes artífices de la paz. De su cordura, discreción y prudencia depende en gran medida el curso de la opinión pública. Es verdad que tienen la misión de informar, pero ellos deben comprender que quienes trabajan en la mediación tienen que adoptar necesariamente una actitud de reserva, exigida por la delicadeza de los asuntos que tratan y en vista de asegurar al máximo el feliz éxito de las negociaciones. Estamos ciertos que ellos sabrán comprender así su misión y la pondrán al servicio de la paz.
A todos, finalmente, nos incumbe una grave responsabilidad: buscar la información objetiva, respetar el derecho, ser extremadamente cautos en los juicios, contribuye a la formación de un clima propicio a la paz.
5. Mediación y paz se presentan así, en las circunstancias concretas de nuestros países, como dos elementos estrechamente vinculados entre sí.
Una trágica experiencia mundial nos muestra cómo la paz sólo es apreciada en todo su valor cuando ella se ha perdido.
Solamente en la paz puede alcanzarse el pleno desarrollo de la persona y de la sociedad. Ella es indispensable para que los ciudadanos puedan consagrarse de lleno a sus actividades industriales, agrícolas, ganaderas, culturales, sociales y religiosas.
Durante la paz la economía va encaminada principalmente al desarrollo, a la construcción de escuelas y centros asistenciales, al fomento de la cultura y al desarrollo armónico de las familias.
Nuestros pueblos, por sus condiciones geográficas, culturales, históricas y sociales, parecen nacidos para integrarse mutuamente. Pero esta complementación mutua no es posible sin una paz sólida y duradera.
Por sobre todo nos hermana nuestra historia, crecidos en una misma lengua, en una misma fe y en una misma gesta por la independencia.
Doblemente hermanos por ser hijos de Dios y redimidos por la sangre de Cristo, hemos de dar a un mundo de odios, de violencias, de atropellos y de amenazas, la lección de que la fe de dos pueblos cristianos hace encontrar una salida pacífica a una situación peligrosa. Ello no podrá hacerse sin sacrificios, pero éstos por grandes que sean, serán generosamente recompensados por los inmensos beneficios que trae la paz por evitar los gigantescos daños que acarrea la guerra.
- Los obispos de ambos países invitamos ardientemente a nuestros fieles a buscar todos los medios de persuasión en beneficio de la paz.
- Invitamos particularmente a acercarnos a Dios por medio de la oración personal y comunitaria. “Cuanto pidieréis con fe, en la oración lo alcanzaréis”,2 dice el Señor.
- Particularmente establecemos que la próxima festividad del Hábeas Christi congregue a todos los fieles, chilenos y argentinos, en una ferviente oración comunitaria y pública por la paz; que ella se eleve hasta Dios, como un gemido de dos pueblos hermanos que le imploran para que él otorgue al Sumo Pontífice una clara visión de lo que es justo, dé a nuestros gobernantes sabiduría y clarividencia, y nos convierta a todos en instrumentos de esa misma paz.
- Aun más, así como el Cristo Redentor de los Andes surgió como testigo para sellar la paz en momentos de grave inquietud; también ahora, como signo de la seguridad de nuestra esperanza, prometemos levantar en aquella región austral la imagen de Nuestra Señora de la Paz, marcando para siempre la gratitud argentino-chilena para con la Madre que nos guía y nos hermana.
6. La historia de mañana dará su veredicto si hemos sabido conducir nuestros pasos por los caminos de la cordura y de la verdad, que es la única que puede conducirnos a una paz justa, sólida y duradera.
Esa misma historia dirá que dos pueblos cristianos iluminados por su fe lograron mostrar un ejemplo de verdadera hermandad en un mundo de incomprensión y violencia.
“¡Nunca jamás la guerra!, ¡Nunca jamás la guerra!. Es la paz, es la paz la que debe guiar el destino de la humanidad.”3 Sus palabras interpelan hoy desde la tumba a nuestros gobernantes y a todos nosotros.
Quiera el Señor bendecir a nuestro Padre el papa Juan Pablo II en su labor de mediador y los sinceros esfuerzos de nuestros gobernantes. María Santísima patrona de nuestros pueblos, nos guíe a todos por el sendero de la justicia, del amor y de la paz y proteja a quienes se esfuerzan por alcanzarla.
En Santiago y Buenos Aires, a tres de mayo del año del Señor de mil novecientos ochenta.
Raúl Francisco Cardenal Primatesta
Arzobispo de Córdoba
Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina
José Manuel Santos Ascarza
Obispo de Valdivia
Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile