Carta pastoral de
la Conferencia Episcopal Argentina:
Congreso Mariano
Nacional
Bajo el lema “A Cristo por María” se realizará este año, en la segunda semana de octubre, en la ciudad de Mendoza, el congreso mariano nacional.
Será la celebración gozosa y festiva de los trescientos cincuenta años de la devoción a la Virgen de Luján en nuestra patria.
Fue en el año 1630 que llegaron a Luján, en viaje hacia Sumampa, dos imágenes sencillas de la Virgen María.
La misma Virgen eligió una para quedarse junto al río Luján y desde allí, prodigar innumerables gracias a los argentinos y a los hombres de nuestros países hermanos.
Y así como en Luján, en muchas partes de nuestra tierra, “los santuarios marianos son signos de encuentro de la fe de la Iglesia con la historia latinoamericana”.1
La masiva asistencia de los fieles a esos santuarios y las múltiples manifestaciones de amor a la Santísima Virgen, no son sino la expresión de una devoción muy arraigada en nuestro pueblo y que se remonta a la predicación de los primeros misioneros llegados a América. Por eso, también en la Argentina, podemos en verdad decir que la devoción a María pertenece a la identidad propia de estos pueblos.2
I. La Virgen en la historia de la salvación
En la historia de la salvación, María es anunciada proféticamente como la Virgen que dará a luz a aquel que salvará a Israel. “Y al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley y para que recibiéramos la filiación adoptiva.”3 María es esta mujer predestinada desde toda la eternidad para ser la Madre, siempre Virgen, del Hijo de Dios encarnado. Es por eso, y en atención a los méritos de su mismo Hijo, que María fue preservada por Dios de toda mancha de pecado original y colmada de toda gracia.4
El ángel Gabriel al anunciarle su maternidad divina le dirá: ”he aquí que concebirás y darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús. El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el que ha de nacer de ti, será santo y se lo llamará Hijo de Dios.”5
Al aceptar María esta misión, ella hizo posible la encarnación del Hijo. De este modo, tal como lo dicen los santos padres, ella concibió al verbo en su espíritu por la fe antes que en su seno. Justamente por ser la Madre de Dios, ella es la más santa de las creaturas. Su maternidad divina es el fundamento de todos los atributos que Dios le ha prodigado y de su condición de madre de los hombres y mediadora de gracias
Al haber aceptado esta misión fundamental, María aceptó también todas sus consecuencias. Así los evangelios la muestran desde el principio, junto a san José y al niño, llevando una santa vida familiar, y luego acompañando en todo a su Hijo hasta la consumación de su obra salvadora. Fue junto a la cruz que él nos la entregó como Madre. Y luego el Espíritu Santo en Pentecostés confirmaría la maternidad de la Virgen sobre la Iglesia naciente.
Y es por esa íntima unión al Hijo que, como única criatura elevada en cuerpo y alma al estado de gloria, ella continúa intercediendo por nosotros, para que se cumpla la voluntad “de Dios que quiere que todos los hombres se salven”.
II. La misión de María en la obra evangelizadora de nuestro pueblo
1. María y el misterio de la encarnación
En María la palabra se hizo carne. Jesús nos es dado por el Padre engendrado en el seno de la Virgen, para que nos salve del pecado de Adán que nos aleja de Dios.
Esta salvación ha sido posible porque María, por amor, creyó, confió, obedeció y concibió al propio Hijo del Padre.
En nuestras tierras, desde la llegada de los primeros misioneros, la fe en Jesucristo se acrecentó en el corazón de los hombres, porque ellos aceptaron el papel de la Virgen en el misterio de la redención.
Podemos, por tanto decir que también en nuestro pueblo maría ha hecho carne la fe en Jesucristo.
2. María, signo de comunión con la Trinidad
En la obra de la encarnación, el Padre dona su Hijo a María para que sea también Hijo suyo, y esta donación se realiza por obra del Espíritu Santo. De este modo, se establece entre María y la Santísima Trinidad, la más estrecha comunión que se pueda pensar entre una pura creatura humana y su creador.
Así también entre nosotros, desde un principio se vivió la devoción a la Virgen, reconciéndola como la creatura más perfecta y la realización más plena de la obra de Dios, encontrando en ella el camino hacia Cristo, para entrar así comunión con el Padre y el Espíritu.
3. María, madre del pueblo de Dios
Como ya lo expresamos, María, por ser la madre de Cristo, es la madre de su cuerpo, que es la Iglesia. Esta Iglesia, como la describen los documentos del magisterio, es el pueblo de dios que quiere recibir en su seno a todos los hombres. Son las entrañas maternales de la Virgen las que llaman a los hombres a sentirse hijos de la Iglesia.
En nuestra patria, como en toda América, hemos vivido y vivimos con profundo sentido la maternidad de María sobre nosotros. Somos conscientes que, así como en la familia la madre comunica no sólo la vida humana, sino también la vida espiritual, en esta gran familia argentina los nobles valores de nuestro pueblo reconocen su origen en las virtudes de María, recibidas de ella por su maternidad, presente en múltiples manifestaciones de la vida y la cultura nacional.
4. María, signo de comunión con los hermanos
Por ser hijos del Padre, los hombres hemos sido constituidos hermanos en Cristo Nuestro Señor. Este pueblo de hermanos, es también engendrado por María, en cuanto miembros de Cristo.
De ahí que en nuestra sociedad argentina María construye y alimenta la fraternidad entre nosotros. Por eso ella está presente con su aliento y con su gracia cada vez que los argentinos nos empeñamos en nuestra propia reconciliación, y en cada gesto de amor y de reencuentro que nos dispensamos.
II. El Congreso Mariano
La Iglesia se prepara a celebrar con especial alegría a la Santísima Virgen en el congreso mariano nacional. Será la gran acción de gracias a Dios y a la petición que, por mediación de María, realizará el pueblo argentino, implorando su protección sobre todos los aspectos que conforman la vida del país.
De este congreso esperamos que maría obre en nosotros de un modo eminente estas misiones que hemos descripto: encarnar mas a Cristo en las relaciones entre los argentinos y de ese modo, lograr una mayor comunión con Dios y entre nosotros.
Es necesario que Cristo transforme, desde dentro, al ser de nuestro pueblo. Es necesario que, por la renovación interior personal de cada uno de nosotros, podamos convertir nuestra conciencia colectiva, conformando una escala de valores fundada en el evangelio, que oriente sobre todo la vida de nuestros niños y nuestros jóvenes. En una palabra: es necesario encarnar más a Cristo entre nosotros. Y esa misión es la que la Santísima Virgen puede realizar por excelencia.
Es que ella viene obrando desde los orígenes de nuestra patria y que hoy es imprescindible implorar con más fuerza. Por eso la iglesia ha programado este congreso en el cual muchos hombres, representando a los habitantes de todo el país, nos reuniremos para pedirle a maría que nos ayude en esta misión.
Por eso también decimos: preparar este congreso significa por María prepararle a Cristo un lugar en nuestros corazones, en nuestras familias, en nuestras fábricas, en nuestras universidades, en nuestras escuelas, en nuestras oficinas, en nuestro campo, en nuestros barrios, en fin, en todos los ambientes donde se desarrolle la vida del país.
Y como toda obra humana, esto significará un esfuerzo de casa uno de nosotros. Por eso pedimos a nuestros fieles:
- Preparemos el congreso con nuestra oración asidua. Recemos el rosario, recitemos con devoción el Ave María, recordemos la obra de la encarnación por el rezo del “Ángelus”. Recemos también la oración que, para este congreso, ha preparado el Papa Juan Pablo II.
- Dispongámonos, con verdadero empeño, en nuestras relaciones personales, a vivir el espíritu de fraternidad y reconciliación del evangelio.
- Intentemos un conocimiento más acabado de la obra redentora de Cristo y de la misión de la Virgen, por medio del estudio y la profundización de las verdades recibidas en la catequesis.
- Ofrezcamos sacrificios y limosnas, a fin de contribuir económicamente a la realización del congreso y a posibilitar la asistencia al mismo de personas que, por su condición económica, no pudiesen asistir.
- Realicemos peregrinaciones a nuestros santuarios, recordando de este modo nuestra condición de pueblo en marcha hacia la patria celestial y renovando en nosotros las virtudes que animaron a maría, José y al Niño cuando marchaban hacia Egipto: la confianza en la providencia, el desprendimiento, la solidaridad.
Finalmente, confiamos que todo este esfuerzo de nuestros sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles y el mismo congreso mariano, serán un medio eficaz para que Cristo por María otorgue a los pueblos de Chile y Argentina el don tan preciado de la paz.
En San Miguel, a tres días del mes de mayo del año mariano mil novecientos ochenta.