Hace veinticinco años la Conferencia Episcopal Argentina dispuso la
creación de la Fraterna Ayuda Cristiana, que luego adoptó el nombre de
Caritas Argentina, hasta lograr su actual estatuto.
Esta conmemoración nos impulsa, en primer lugar, a agradecer a Dios
Nuestro Señor por los frutos de caridad que él ha querido suscitar en estos
años por medio de muchos hijos de la Iglesia, los cuales, siguiendo una larga
tradición de asociaciones de caridad en el país, y comprendiendo más
profundamente su carácter de miembros del cuerpo místico de Jesucristo, se han
organizado en esta institución para servir más eficazmente a sus hermanos
necesitados.
En segundo lugar, hemos querido que esta ocasión fuese punto de
partida de un nuevo y más sostenido acrecentamiento de la institución. En
efecto, al disponer, en la asamblea de la Conferencia Episcopal del pasado mes
de mayo, la aprobación de los nuevos estatutos, Caritas Argentina, hasta ayer
institución de apostolado de los laicos, ha sido unida ahora más íntima-mente
al ministerio episcopal y, por ello, transformada en organismo de la caridad
pública y oficial de la Iglesia, a nivel nacional, diocesano y parroquial. Nos
prometemos que esto, sin desmedro de las demás instituciones de caridad
aprobadas, que confirmamos, y que procurarán actuar coordinadas, redundará en
una mayor vitalidad de la caridad organizada de toda la Iglesia en la Argentina
y en un más solícito servicio a todos los hermanos que sufren necesidad.
II. COMUNIÓN DE BIENES Y ORGANIZACIÓN DE LA CARIDAD EN
EL
NUEVO TESTAMENTO Y EN LA IGLESIA DE LOS SANTOS
PADRES
Desde la primera hora de la evangelización, la Iglesia dio muestras
de tener conciencia de que toda ella, como cuerpo de Cristo, era depositaria
del gravísimo deber de subvenir a los necesitados. Numerosos pasajes del Nuevo
Testamento muestran a los apóstoles presidiendo la administración de los bienes
que se vendían con tal fin, [1]
ordenando el servicio de las mesas para huérfanos y viudas, e incluso
instaurando un ministerio específico a tal efecto, [2]
recomendando a los nuevos colaboradores del evangelio que no olvidasen de
organizar una colecta en favor de los pobres de Jerusalén.[3]
El mismo apóstol san Pablo, que dedicaba todo su tiempo a la
predicación,[4] no desdeñó
organizar este ministerio de caridad y se empeñó con todas sus fuerzas en
cumplirlo con solicitud y eficacia, [5].
como lo demuestran las numerosas recomendaciones que escribió sobre el asunto. [6]
Entendió que ello era una señal de la comunión que une siempre a todos los
miembros de la Iglesia en todos !os niveles, espiritual y social, que los lleva
a intercambiar recíprocamente toda clase de bienes: "Pues si los gentiles
han comulgado de sus bienes espirituales, ellos a su vez deben servirles con
sus bienes temporales." [7]
No otra fue la actitud de Santiago, quien armonizaba prudentemente
las relaciones entre los miembros de la comunidad cristiana, inculcando tanto
el sentido de la dignidad del pobre, [8]
cuanto la eficacia del apoyo económico que se le ha de prestar.[9]
Ni distinta fue la del evangelista san Juan, quien, no contento con
enseñar a sus fieles en qué consiste teológicamente el amor [10]
les urgía la concreción del mismo: "Si alguno posee bienes de la tierra,
ve a su hermano padecer necesidad y le cierra el corazón, ¿cómo puede permanecer
en él el amor de Dios? Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con
obras y de verdad." [11]
Vale la pena recordar someramente cómo grandes doctores de la
Iglesia, cual san Cipriano, san Basilio, san Ambrosio, san Juan Crisóstomo,
etcétera, no tuvieron como incongruente con su ministerio de maestros de la fe
el dirigir personalmente el servicio de los pobres. Por medio de ellos, secundados
por los diáconos y demás ministros, era la Iglesia entera quien servía a los
pobres.
Recordamos, también, como la Sede de Roma, a quien corresponde el
carisma de confirmar la fe, [12]
no sintió como ajeno a ella el ministerio de aliviar las necesidades materiales
de las demás iglesias. Llamada desde el comienzo "presidenta de la
caridad" [13] desde
entonces fue su costumbre "hacer el bien de miles maneras a todos los
hermanos y enviar socorros a las numerosas iglesias de todas las
ciudades".[14]
La celebración eucarística fue siempre la ocasión privilegiada para
subrayar el carácter orgánico de la Iglesia y, por lo mismo, del ejercicio de
la caridad. No es casualidad que el libro de los Hechos nombre juntas la
fracción del pan y la comunión de bienes, [15]
o que el apóstol san Pablo dé la orden de realizar la colecta el primer día de
la semana. [16] La
celebración eucarística del domingo fue, desde la primera hora, el momento de
la acción de gracias a Dios por todos sus beneficios y, también, el momento de
la solidaridad con el hermano necesitado. Era impensable acercarse a comer el
cuerpo de Cristo, que por nosotros fue a la muerte, sin ser solidario con el
hermano falto de pan.
III. PARA UNA ESPIRITUALIDAD DE CARITAS
Toda la práctica eclesiástica de la comunión de bienes que advertimos en el Nuevo Testamento, y que la Iglesia no ha cesado de realizar a través de los siglos, es expresión de la fe viva que ella profesa. Fe, por cierto, en la soberana providencia de Dios Padre, único dueño verdadero de cuanto poseemos, [17] quien “quiere que a todos se dé de sus propios dones”. [18] Fe, también, en la encarnación del verbo, y, por lo mismo, en el valor sagrado del pobre, pues "Nuestro Señor Jesucristo, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza". [19] Fe, además, en la fuerza del Espíritu Santo, que nos congrega a todos en el único cuerpo del que Cristo es la cabeza, en razón de lo cual ningún miembro puede dejar de acudir en favor del miembro atribulado.[20]
Por lo cual, cada comunidad cristiana, al organizar y prestar el
servicio de la caridad a los pobres, profesa de manera palpable la misma fe en
Dios uno y trino que confiesa al recitar el símbolo apostólico. Y nos animamos
a decir que, si se descuida el servicio concreto de la caridad, la profesión
oral de la fe durante la liturgia dominical quedaría imperfecta.
La Iglesia cree que en el pobre ella se encuentra de manera singular
con su mismo Señor, y que si sabe hoy descubrirlo en la humildad de la carne
del hermano, mañana tendrá la dicha de contemplarlo en su gloria, según aquella
palabra de Jesús: "Venid, benditos de mi Padre, reciban la herencia del
reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y
me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estaba desnudo y me
vestisteis, era forastero y me hospedasteis, enfermo y me visitasteis, en la
cárcel y vinisteis a verme ... Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos
más pequeños, a mí me lo hicisteis." [21]
A fin de poder servir en el pobre a su Señor como él merece, la
Iglesia ha sido regalada con un amor entrañable de esposa y de madre. [22] Enseña, a su vez, a todos sus hijos,
actitudes de misericordia hacia cualquier tipo de necesidades, de manera
efectiva, de modo que al sentimiento siga la actividad programada y eficaz,
según el ejemplo de Jesús que, compadecido de la muchedumbre de los hombres, la
instruía, la curaba, le daba de comer, le enviaba evangelizadores.[23]
La Iglesia sabe que la coherencia entre fe y vida no se logra sino
por el ejercicio de la caridad. Pues, según la enseñanza de Jesús, el segundo
mandamiento del amor al prójimo es complementario del primero sobre el amor a
Dios. [24] Y el cumplimiento de aquél es la garantía
del cumplimiento de éste, “pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede
amar a Dios a quien no ve”. [25] De ese modo se logra el cumplimiento de la
ley en su plenitud.[26]
Según lo que hemos dicho y conforme al espíritu del evangelio, disponemos que en todas las parroquias donde todavía no exista, o, donde no sea posible, asociándose varias entre sí, sea constituida Caritas, bajo la presidencia del párroco, en dependencia de Caritas diocesana presidida por el obispo y en conexión con Caritas central. En ella Cristo mismo, que no descuidó lavar los pies a sus discípulos,[27] contará con un instrumento adecuado para seguir ejercitando su misericordia para con los necesitados y sufrientes de hoy. Por medio de ella, la comunidad cristiana podrá ejercitar más natural y eficazmente el mandamiento nuevo de Jesús.[28] Organizando las obras con humildad, de modo “que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha”,[29] impregnándolas de sencillez y discreción, [30] haciendo usufructuar de ellas incluso a los mismos enemigos,[31] la comunidad cristiana parroquial se irá convirtiendo, imperceptiblemente, en el signo sacramental donde los hombres puedan descubrir más fácilmente la presencia de Jesús.[32] Y “glorifiquen al Padre que está en los cielos”.[33]
De ninguna manera pensamos que Caritas y las obras de misericordia que promueva puedan demorar los deberes de justicia a que todos están obligados, con respecto a los propios obreros o empleados, a los familiares enfermos, ancianos o huérfanos. "No explotarás al jornalero humilde y pobre -prescribe la Ley- [...] Le darás cada día su salario, sin dejar que el sol se ponga sobre esta deuda; porque es pobre y para vivir necesita de su salario." [34] "Si alguien no tiene cuidado de los suyos, principalmente de sus familiares, ha renegado de la fe y es peor que un infiel." [35] Antes al contrario, juzgamos que una caridad ardiente, dinamizada en nuestras comunidades mediante Caritas, incidirá no sólo en el florecimiento de la misericordia, la cual perfecciona la justicia, sino en el fortalecimiento de la misma justicia, muy debilitada en nuestra tierra. Por lo demás, Caritas cuenta entre sus principios de acción social “satisfacer exigencias de justicia, aportando la eliminación de las causas de los males y no sólo los efectos”.[36]
Una mirada rápida sobre nuestra patria, semejante a la de Jesús sobre la multitud de la suya, nos dice que el campo de trabajo es inmenso, tanto en las ciudades como en la campaña. Niños que vagan por las calles, enfermos crónicos abandonados en los hospitales, ancianos olvidados en las clínicas geriátricas, inmigrantes sin documentos, habitantes de villas de emergencia, presos, familiares menesterosos, pobres vergonzantes, hombres sin trabajo, etcétera, con toda la secuela de dolor que supone cada uno de los casos de miseria, ante los cuales el cristiano y, mucho menos la comunidad eclesial, no pueden ser indiferentes.
A la situación general, se ha sumado la particular gravedad que
reviste la situación económica que, desde hace tiempo, está sufriendo nuestra
Nación, y que se hace sentir más críticamente en este momento, y en particular
en los hogares más humildes. Ansiamos que sabias disposiciones sociales
afiancen las posibilidades de trabajo e impidan la profundización de la brecha
abierta en la retribución salarial. De ese modo, mediante una relativa equidad
económica, se evitará el alejamiento de los corazones y no se hará más difícil
todavía la necesaria reconciliación de los argentinos.
Exhortamos a todos los que tienen bienes a que consideren su
fugacidad, a no poner su confianza en ellos, comportándose como el rico necio
de la parábola,[37] sino a
labrarse desde ahora un tesoro en los cielos. [38]
Les recomendamos “que practiquen el bien, que se enriquezcan de buenas obras,
que den con generosidad y con liberalidad”. [39]
Repetimos a todos una de las virtudes que juzgamos necesarias para
"reconstruir la Nación a partir de sus bases morales y culturales más
profundas", a saber: "un espíritu de austeridad, que sabe ser feliz
con pocas cosas, sin necesidad de la opulencia." [40]
Con ocasión del próximo adviento, convocamos a todo el pueblo de Dios
y a todos los hombres de buena voluntad de nuestra patria, a una campaña de
solidaridad, cuya concreción encomendamos a Caritas Argentina, que sea fruto
del ejercicio de la austeridad y de las posibilidades de cada uno. De ella
ninguno debe sentirse excluido, pues fácilmente encontrará junto a sí a alguien
que tenga menos y sufra más. Suprimiendo gastos superfluos, reduciendo el
consumo innecesario, desprendiéndose de capitales improductivos, será fácil
encontrar recursos para donar con sincero corazón, y subvenir a hermanos que
sufren privaciones hasta de lo elemental.
Nos complace en esta ocasión ponderar una costumbre que se va propagando
en nuestra patria, la de peregrinar a los santuarios, en acción de gracias o para
impetración, llevando una ofrenda útil para los pobres. No dudamos que hecha
con espíritu de fe es agradable a Dios Padre, útil a sus hijos y fortalecedora
de la fraternidad humana.
Agradecemos en nombre de Jesucristo a todos aquellos, mujeres y varones,
que en instituciones de Iglesia o de bien público, se dedican con generosidad a
hacer el bien, en particular atendiendo y consolando a los que sufren. Ellos
merecerán un día ser servidos por el mismo Señor.[41]
A todos nuestros hermanos, que hasta ahora han colaborado en Caritas,
los bendecimos en el nombre del Señor, y los exhortamos a proseguir la tarea
iniciada, sin cansarse de hacer el bien.[42]
Los animamos, en especial, a idear y nevar a cabo aquellas
iniciativas que, en la situación presente, podrían servir para paliar las
necesidades más elementales y perentorias.
Exhortamos a que otros muchos hermanos nuestros quieran asociarse a
la labor de Caritas, lo cual es posible de muchas maneras: horas de servicio,
donaciones grandes o pequeñas, dedicación específica, y todas las formas que
sugiere la caridad. Caritas necesita obreros generosos que den algo de su
tiempo y se pongan a disposición de sus hermanos para la organización y el
cumplimiento de sus actividades, de modo que en ningún rincón del territorio
parroquial, haya un dolor que no pueda ser mitigado por falta de corazones bien
dispuestos. “¿Podéis vosotros -preguntaba Juan Pablo II- quedaros todavía
ociosos en la plaza porque nadie os ha invitado a trabajar? La obra de la
caridad cristiana necesita obreros: la Iglesia os llama. No esperéis a que sea
demasiado tarde para socorrer a Cristo que tiene hambre o está sin casa; para
socorrer a Cristo que está en la cárcel o sin vestido; a Cristo que es
perseguido o está refugiado. Ayudad a vuestros hermanos que no tienen el mínimo
necesario
para
salir de su condición deshumana y llegar a una auténtica promoción.” [43]
En particular, queremos invitar a los jóvenes a enrolarse en esta
santa obra. Les repetimos las palabras de Su Santidad Juan Pablo II a los jóvenes
japoneses en Hiroshima: “Uníos para crear un nuevo futuro de fraternidad y de
solidaridad. Atended a vuestros hermanos en necesidad, alimentad al hambriento,
acoged a quien no tiene hogar, liberad al oprimido, llevad la justicia donde
reina la injusticia y dad paz donde sólo hablan las armas.” Esta es,
precisamente, la labor de Caritas.
Quiera Dios Nuestro Señor que, a través de Caritas, el amor de la
Iglesia en la Argentina crezca. Que no tengamos que escuchar nunca el reproche
aquél “has perdido tu amor de antes”.[44]
Que la Santísima Virgen de Luján, patrona de Caritas, se digne extender
su valiosa protección sobre cuantos, impulsados por la caridad de Cristo que
nos apremia,[45] se prodigan
en favor de sus hermanos.
San Miguel, 14 de noviembre de 1981.
[1] Hech. 5,2
[2] Hech. 6,1-6
[3] Gal. 2,10.
[4] 1 Cor.
1,17.
[5] Gal.
2, 10; Hech. 11, 27-30; 24, 17.
[6] 1 Cor. 16, 1-4; 2 Cor. 8-9.
[7] Rom. 15, 27.
[8] St. 2, 1-13.
[9] St. 2, 14-17.
[10] 1 Jn. 4, 7-5, 4.
[11] 1 Jn.
3, 17-18.
[12] Lc.
22, 32.
[13] San
Ignacio a los Romanos. Introducción.
[14] Carta
de San Dionisio de Corinto al Papa Soter.
[15] Hech. 2, 42-47.
[16] 1 Cor. 16, 1.
[17] Mt. 6,24-34.
[18] Didajé 1, 5.
[19] 2 Cor. 8,9.
[20] 1 Cor. 12; Rom. 12, 4-5; Ef. 4,12.
[21] Mt. 25,34-40.
[22] Col. 3,12.
[23] Mc. 6,34; 8,2-3; Mt. 9,36-38; 14,14; Lc. 10,33.
[24] Mt. 22, 36-40.
[25] 1 Jn. 4,20.
[26] Gal. 5,14; Rom. 13,8-9; St. 1,25-27.
[27] Jn. 13, 4 -17.
[28] Jn. 15,12.
[29] Mt. 6, 3.
[30] Rom. 12, 8.
[31] Mt. 5, 38-47; Lc 6, 27-35; Rom. 12,14-21.
[32] Jn.
13, 34-35.
[33] Mt.
5,16.
[34] Deut.
24,14-15.
[35] 1 Tim.
5, 8.
[36]
Decreto sobre el apostolado de los seglares, Nº 8.
[37] Lc.
12, 15-21.
[38] Lc.
12, 33-34; 16,9.
[39] 1 Tim.
6, 18.
[40]
Iglesia y Comunidad Nacional, Nº 197.
[41] Lc.
13, 37.
[42] Gal.
6,9.
[43] Juan
Pablo II, Cuaresma, 1979.
[44] Apoc.
2,4.
[45] 2 Cor.
5,14.