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La primera diócesis del actual
territorio Argentino, denominada del Tucumán, abarcaba a varias de las actuales
provincias centrales, de Cuyo y norte. Los fieles que poblaban los modestísimos
poblados realizaron gestiones ante el Rey de España para la designación de un
obispo que los atendiera espiritualmente. Conforme a esos reclamos y por
gestión del Rey, S.S. Pío V, por Bula de marzo de 1570, crea la diócesis del
Tucumán. Los tres primeros obispos no pudieron hacerse cargo de la diócesis y
recién el cuarto, Fray Francisco de Victoria, pudo hacerlo. Inicia sus
gestiones desde Lima, en 1580.
Declaración de la Conferencia Episcopal Argentina
Iglesia
y Evangelización
La presencia viva de Cristo en el tiempo se expresa en la Iglesia; ella es, a la vez, misterio e historia, porque “el misterio escondido en Dios antes de los siglos” se hizo presente entre los hombres cuando “el Verbo hecho carne habitó entre nosotros” (Jn. 1,14).
La Palabra de Dios “se encarna” entonces en nuestra historia redimensionándola y dándole un nuevo sentido, para convertirse en principio de vida y renovación.
Esta Palabra salvadora es el fundamento de la naturaleza evangelizadora de la Iglesia. “Evangelizar –dice Pablo VI– constituye su dicha y su vocación; su identidad más profunda” (EN 14). Es que la Iglesia, por voluntad de Cristo, “se hace palabra, mensaje y diálogo” (ES 60).
Esta riqueza interior de la palabra de Dios va actualizándose en el correr del tiempo, y “al escrutar los signos de los tiempos” (GCS 4) propone a los hombres “los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida” (EN 19), que provoquen la conversión del corazón.
Así la Iglesia y la Palabra de Dios animan y dignifican a los hombres, con sus situaciones e inquietudes propias, con sus modos de vida y sus variadas culturas.
La primera Evangelización
La labor de la Iglesia en nuestra Patria tuvo y tiene sus momentos concretos, como tuvo y tiene sus protagonistas concretos.
Hace 400 años llegaba al suelo del actual territorio argentino el primer Obispo. Era Fray Francisco de Victoria, de la Orden de Predicadores. Alrededor de su figura la Iglesia en la Argentina quiere convocar al recuerdo y al agradecimiento.
Con él nace de alguna manera, la Iglesia en las dilatadas tierras del Tucumán; con él, la simiente del Evangelio empieza a penetrar en la tierra virgen e indígena. Su labor, medida en el tiempo, se valora y se aprecia más. Su personalidad y su celo apostólico van motivando la organización de la naciente Iglesia, a la que impulsa con fuerza pastoral en diferentes realizaciones, durante los 12 años de su gestión.
Organiza el Cabildo Eclesiástico y se preocupa de la disciplina del Clero y de los fieles; gestiona la presencia de la Compañía de Jesús par servir a la evangelización; promueve las vocaciones sacerdotales y arbitra inteligentemente la atención de su extensa diócesis.
El esplendor del culto ocupa un lugar preferencial en su labor pastoral; construye iglesias y las ornamenta; la primitiva Catedral de Santiago del Estero y la Iglesia Mayor de Córdoba constituyen sus obras predilectas, las que promueve con generosidad personal y con la ayuda de los fieles. Su amor al culto perdura hasta nuestros días en dos imágenes que, desde España, hace llegar en 1592: un Cristo crucificado para la Iglesia Matriz de Salta (luego venerado como “Señor de los Milagro”) y la Virgen del Milagro para la iglesia de los Padres Dominicos de Córdoba.
Las obras de promoción social lo apasionan: participa en el Concilio de Lima en 1583; funda el hospital de Santiago del Estero; provee de instrumental para la elaboración del azúcar; promueve la defensa de los indios y abre nuevos caminos para la comercialización hacia el Atlántico.
Ayer y hoy
Aquella Iglesia, profundamente misionera, pero condicionada por diversos factores, fue creciendo y multiplicando su afán evangelizador, que al cabo de 400 años ofrece una gran floración de diócesis, parroquias, comunidades religiosas e instituciones laicales que manifiestan una acción continuada, eficaz y sacrificada al servicio del hombre y del Evangelio.
Por todo ello, juzgamos este momento como una nueva oportunidad que el Señor nos dispensa para agradecerle el don de la fe, que caracteriza la vida y la historia de nuestro pueblo; pero entendemos también este momento como la ocasión de renovar nuestro compromiso de fidelidad a esta tradición y a esta historia. Compromiso que asumimos en su integridad para seguir trabajando en la causa del Reino con el mismo celo y ardor de aquellos primeros evangelizadores.
La Iglesia de Cristo, la misma que ayer evangelizó a los pueblos, compromete hoy su esfuerzo para anunciar el Evangelio a este mundo de gozos y esperanzas, de dolores y angustias, de conquistas y fracasos, donde “nada de lo humano puede ser extraño a la Iglesia” (G.S.1).
Que este recuerdo agradecido del primer Obispo con sede en nuestra tierra nos retemple, a fin de que, a “partir de la inspiración del humanismo cristiano nos ha dado origen, de una identidad forjada a lo largo de más de cuatro siglos y de una renovación de nuestro propio ser, podamos crecer y madurar” (I y CN 196) en un perseverante trabajo de evangelización.
XLIV Asamblea Plenaria
SAN MIGUEL, 23 de abril de 1982