La UNESCO, siguiendo una
práctica de reciente aplicación en ese organismo internacional, decide
consagrar el año 1982 al tema del envejecimiento, a fin de hacer adquirir
conciencia en torno a las múltiples cuestiones que la prolongación media de la
vida ocasiona en la población mundial. El Episcopado, siguiendo el ejemplo
ofrecido por el Santo Padre, considera oportuno adherirse a ese llamado y lo
hace a través de una Exhortación en la que plantea las graves
responsabilidades de los cristianos en la atención y cuidado de las personas
que se hallan en la llamada tercera edad y padecen necesidades.
Los Obispos de la Iglesia Católica en Argentina, con ocasión de la Asamblea Mundial sobre Envejecimiento, queremos llegar a todos los fieles uniéndonos a la voz de Juan Pablo II: “El Papa se inclina con profundo respecto ante la Ancianidad e invita a todos a que lo hagan con él. La vejez es la coronación de los escalones de la vida. En ella se cosechan frutos de lo aprendido y lo experimentado, los frutos de lo realizado y lo conseguido, los frutos de lo sufrido y lo soportado. Como en la parte final de una gran sinfonía, se recogen los grandes temas de la vida en un poderoso acorde. Y esta armonía confiere sabiduría..., bondad, paciencia, comprensión, amor” (Juan Pablo II, noviembre de 1980, Catedral de Munich).
Cobran, en este acontecimiento, especial relieve, las figuras de Simeón y Ana que habían esperado al Mesías, el Salvador, “en el largo adviento de sus vidas y tuvieron la suerte de verlo al final de los días de su existencia terrena. Son muy elocuentes las palabras de Simeón: “Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz, porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel” (Lc. 2,29-32). Estas palabras están inspiradas por la fe en una gran espera, pero también por una gran sabiduría propia de la edad avanzada” (Juan Pablo II, Ángelus, 3/1/82).
Si bien existen momentos y problemas dentro de la Tercera Edad, queremos dar especial énfasis a aquellos que tocan más de cerca de las personas mayores.
Entre otras recordamos las siguientes realidades:
1) Si bien los griegos alcanzaban un término medio de 35 años, nosotros, hoy en nuestra Nación hemos alcanzado un promedio de vida que se proyecta más allá de los setenta años. Consecuentemente hay un progresivo aumento de miembros de ingresan a la Tercera Edad.
2) La sociedad moderna tiende a segregar al anciano sin reconocerle el papel protagónico, inexcusable e importante que tiene en la familia, la Iglesia y la Sociedad, y que puede realizarlo con el aporte de su presencia, esfuerzo y experiencia.
3) Aunque entre nosotros son muy numerosas las familias que tienen a las personas mayores en sus hogares, integrándolas a su seno, es también cierto que se comprueba un progresivo “egoísmo familiar”.
Este desplaza o margina a las personas mayores de la familia como si fueran estorbos, provocando en ellas una doble soledad: la de los años y la del olvido. Estas “familias egoístas” prestan poca atención afectiva a los mismos, abandonándolos desaprensivamente en un Asilo u Hogar, pecando contra la justicia y la caridad.
Vale, hoy, la seria advertencia bíblica: “Si alguien no tiene cuidado de los suyos, principalmente de sus familiares, ha renegado de la fe y es peor que un infiel” (I Tim, 5,8).
4) El Urbanismo contemporáneo, que no prevé ni promueve la construcción de viviendas que permitan lugar adecuado para los abuelos.
5) El trabajo o profesión de la mujer casada, que no le permite permanecer en el hogar las horas convenientes y que, si bien recibe una valiosa ayuda de las personas mayores cuando pueden valerse por sí mismas, éstas constituyen un serio y grave problema cuando los achaques, enfermedades o la vejez misma no le permiten ya hacerlo.
6) La insuficiencia de un mínimo jubilatorio, como así también la inmensa mayoría de las jubilaciones y pensiones, salvo algunas excepcionales; crean un gravísimo problema. Cuando:
los beneficiarios están integrados al núcleo familiar pueden apenas sobrevivir, pero sin este apoyo de ninguna manera podrán subsistir. Se agrava el problema con quienes no tienen vivienda propia y deben sufrir permanentes indexaciones en los alquileres o se les conceden créditos irrisorios que convierten en utopía el sueño de una modesta vivienda. En caso que lo lograra, las cuotas posteriores, indexadas, crearían un drama insoluble.
A estas personas debemos agregar quienes reciben sumas insignificantes a título de pensión provincial o municipal.
Como Pastores no podemos callar ante el dolor y las realidades de tantos hermanos nuestros marginados de diversas maneras, que no siempre tienen voz para gritar esta humillación. “La Iglesia quiera hacer oír su voz de apoyo a las personas ancianas, tan beneméritas pero a veces tan desatendidas...” (Juan Pablo II, Ángelus, 3/1/82).
- A La Familia:
Queremos recordar que toda la familia está obligada, inexcusablemente, a cuidar de sus ancianos. Jesús mismo fustigó una falsa piedad que se abstiene de ayudar a los propios padres con el pretexto de haber ofrendado todos los bienes a Dios (Mc. 7,11; Mt. 15,5; 23,18-19). Las personas mayores no constituyen un estorbo para los hijos o los hijos de los hijos. El cuarto Mandamiento los interpela gravemente: Los ancianos “¡cuánta ayuda dan a los padres jóvenes y a los pequeños con su ciencia y su experiencia! (Juan Pablo II, 3/1/82).
Únicamente cuando se han agotado ya todos los recursos y como última instancia, la familia podrá internar a sus ancianos, pero jamás desatenderse de ellos. Hay un antiguo dicho popular que cuestiona seriamente: “Un padre o una madre pueden criar diez hijos, pero los hijos no pueden sostener a sus padres”.
-Al Estado:
Reconocemos que se han hecho grandes esfuerzos y pronunciados avances, especialmente en los últimos años, en el área de Seguridad social, pero creemos que se tendrán que multiplicar los esfuerzos para concurrir a satisfacer reales necesidades de jubilados y pensionados, para que puedan vivir esta etapa de la vida sin excesivas angustias, con dignidad, bienestar y serenidad.
Todo lo que se invierta en este rubro no será más que un mero acto de justicia para con aquellas personas que han servido a la patria con desinterés y sacrificio, honrándola, las más de las veces, con la honestidad de la pobreza.
- A las Comunidades locales y provinciales:
A las Autoridades provinciales, municipales y locales, les recordamos que las personas mayores son muy respetables y deben volcar en ellos más y mejores recursos, que respondan a auténticas necesidades de estos queridos hermanos en este tramo tan especial de la vida. Muchas pensiones que otorgan son insuficientes, cuando no constituyen una agresión inmerecida para con quienes cimentaron el presente que hoy gozamos.
Les rogamos que apoyen financieramente y concedan toda clase de estímulos a los Clubes, Asociaciones y Movimientos de las personas mayores.
- A los Hogares de Ancianos y Residencias
Geriátricas:
Conocemos el papel que, como complemento del hogar, cumplen los Hogares de Ancianos y Residencias Geriátricas cuando son creados y sostenidos con auténtica vocación y honestidad profesional. Les exhortamos a no olvidar que esos ancianos son personas y que siempre habrá que respetar su individualidad.
Hemos de deplorar que, en no pocas ocasiones, se multiplican las residencias donde prima el mero interés lucrativo.
Les encarecemos que sepan crean un ambiente acogedor donde sea característica la plena vigencia del amor y del espíritu de servicio. Queremos insistir que en todo lo posible se adapten a la modalidad y recursos que aconseja la moderna gerontología, acorde con la moral cristiana, y que no se olvide que, en esta etapa de la vida, una de las más fuertes apetencias es la exigencia pronunciada de vida espiritual y prácticas religiosas.
- A nuestros Hermanos Sacerdotes:
Les recordamos, fraternalmente, que acompañen a los enfermos e impedidos por la edad, con especial consagración, no sólo en sus momentos críticos, sino también a lo largo de todo el proceso. Deben predicar, con alguna frecuencia, que la Unción de los Enfermos es un Sacramento de Esperanza. Debe administrarse no sólo a los enfermos de cierta gravedad, sino también a los ancianos, de acuerdo al ritual vigente. Ello contribuirá a que los familiares no cierren las puertas al Sacerdote, sino que por el contrario, sepan recurrir a él, aceptándolo con alegría, ya que presencializa y actualiza al mismo Jesucristo que curaba a los enfermos y perdonaba a los pecadores.
- A las Religiosas, Parroquias e Instituciones:
Queremos expresar, en primer lugar, a nuestros queridos Religiosos y Religiosas que están consagrados a acompañar y a cuidar a los hermanos y hermanas ancianos, la más viva y reconocida gratitud, en nombre de toda la Iglesia, que valora ese testimonio permanente de amor y entrega, en una tarea nada fácil, que exige duras y agotadoras jornadas.
En segundo lugar, expresamos nuestra gratitud a las Parroquias e Instituciones que, algunas veces, con modestia, desinterés y escasos recursos financieros promueven y sostienen obras a favor de los ancianos más desvalidos.
- A los Jóvenes:
Juan Pablo II ha dicho: “En particular dirijo un pensamiento de gratitud y estímulo a los jóvenes que se dedican a la asistencia social y espiritual de los ancianos..., que descubren bajo el rostro del necesitado el rostro mismo de Jesús...” (3/1/82).
Queridos jóvenes: hacemos nuestro este llamado del Papa y desearíamos que se multiplicaran valiosos ejemplos de niños, adolescentes y jóvenes que alegran a los abuelos de Asilos y Hogares.
- A todas las Personas de Buena Voluntad:
Unidos al Papa en sus expresiones del 3/1/82, “manifestamos sincera estima a todas las personas que saben hallar tiempo y modo de acercarse y asistir a los ancianos más necesitados, porque están abandonados u olvidados en Asilos, a veces, privados de calor humano”.
Queremos destacar de manera muy especial a numerosas personas que, con singular ahínco, se dedican a trabajar en Cooperadoras o personalmente con todo ellos.
RECOMENDAMOS
ESPECIALMENTE
Solicitamos a todos los agentes de pastoral, una más amplia cooperación en el amplio espacio de estos hermanos nuestros, no sólo con sentido asistencial, sino también promocional.
Sin dejar de reconocer el singular valor que tienen otros movimientos y servicios para la tercera edad, queremos destacar y recomendar al Movimiento de Vida Ascendente que, desde Francia, se ha extendido en muchos países, incluso latinoamericanos, en su triple finalidad y actividad: espiritualidad, amistad y apostolado.
Este movimiento ya existe en varias Diócesis argentinas. Nacido en Francia, el calor de la Iglesia del Sagrado Corazón en Montmartre en 1962, hoy en el mundo militan en el mismo más de 350.000 personas de la Tercera Edad. Así les habló Pablo VI a los 400 Delegados reunidos en San Pedro, Roma: “... a todos los miembros de vuestro Movimiento les expresamos nuestra confianza, la esperanza que ponemos en vuestro sentido de Iglesia, en vuestro dinamismo espiritual y les damos de todo corazón nuestra bendición” (1/5/1974).
En el mes de octubre de 1979 Juan Pablo II dirigió un mensaje a los responsables nacionales y diocesanos, reunidos en el IX Congreso realizado en Estrasburgo, Francia. Entresacamos del mismo algunos conceptos: “... El Papa se siente feliz de animar a los responsables y miembros de este nuevo Movimiento de espiritualidad y apostolado a continuar su encomiable impulso. Muchas personas de la Tercera Edad esperan que se les ayude a superar esta etapa de su vida, tanto en el plano de la fe, como en el plano de las numerosas posibilidades que tienen de servir aún. La Tercera Edad, ¿no es como el sol de la tarde, tan bello como el sol de la mañana o el sol del mediodía? Esta etapa de vida debe ser tiempo privilegiado de crecimiento en la fe, una experiencia nueva de apertura y disponibilidad con los demás”.
A LOS HERMANOS DE LA
TERCERA EDAD
Queremos decirles que la vejez es una de las etapas naturales de la vida, queridas y dispuestas por Dios que hay que saberla asumir con fe, amor y sano realismo.
Quedan muchos hermosos años para crear y alegrarse. No hay que temer a la vejez, siempre se abren nuevos horizontes.
Nos alegran los ancianos que saben conservar su espíritu joven y entusiasta; los valientes y tenaces en la lucha contra la propia debilidad; los que despliegan, en la vejez, su verdadera fuerza creadora; los que cultivan el buen humor...
Queremos recordarles que la decadencia comienza o no según la posición que tengan frente a la vida; la muerte misma, hacia la que todos marchamos, en el instante mismo de nacer, no es un término sino un cambio, el inicio de la Vida Eterna, la aurora sin ocaso.
Hay que saber vivir en la esperanza con la mirada puesta en el futuro, conscientes de la trascendencia de nuestra vida.
Juan Pablo II dijo a principios de este año: “... los ancianos son muy valiosos y diría casi indispensables en la familia y la sociedad...” Su consejo y su acción son una ventaje para muchos grupos donde ellos también están insertos y para muchas iniciativas en el orden eclesial.
¡Todos debemos estar agradecidos!
Que acompañen a los jóvenes con su sabiduría y experiencia, ayudándolos a que progresivamente ocupen puestos de vanguardia en un fructuoso diálogo intergeneracional.
Quisiéramos que se inspiren siempre en las palabras del Papa Juan Pablo II (3/1/82) para que sigan el ejemplo de Ana, quien “a pesar de que tenía 84 años de edad, no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día” (Lc. 2,37).
Los Obispos argentinos, reunidos en la Asamblea anual, muchos de los cuales transitamos por este tramo de la existencia, manifestamos nuestra entusiasta adhesión a la “Asamblea Mundial sobre Envejecimiento” y les encomendamos a María Santísima: Ella, también, hasta el fin de su vida siguió sirviendo a los Apóstoles y a la Iglesia.
XLIV
ASAMBLEA PLENARIA
SAN
MIGUEL, 23 de abril de 1982