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Conferencia Episcopal Argentina
El enfrentamiento militar con
los británicos en las Malvinas asumió el carácter de guerra con los primeros
ataques aéreos llevados a cabo por estos últimos a partir del 1º de mayo y se
prolongaron hasta el 15 de junio en que se firma el acta de rendición entre el
Gobernador Militar de las Islas Malvinas y el Comandante de las tropas
británicas. En esas tristes circunstancias el Episcopado hace llegar su Mensaje
llamando a la unión nacional.
La Comunidad Nacional enfrenta hoy un particular momento de su historia, en el que la adversidad pone a fuerte prueba la mente y el corazón de los argentinos. Hoy más que nunca, debemos encaminar nuestros pasos en la búsqueda del sendero de la luz y la esperanza.
Los hechos que son de público conocimiento, sirvieron para subrayar dos circunstancias en la vida argentina: el sentimiento de unión nacional por encima de las diversas instituciones y grupos de muy distinto tipo que convocan a los argentinos en su vida ordinaria, unidad que quizás no experimentábamos desde hace largos años; y también el valor y la pericia de aquellos a quines se confió el cumplimiento de un deber de defensa de la Patria, en el que no pocos de ellos dejaron heroicamente la propia vida, cumpliendo a la letra lo que nos recordaba hace tan pocos días Juan Pablo II: “la universalidad, dimensión esencial en el Pueblo de Dios, no se opone al patriotismo ni entra en conflicto con él. Al contrario lo integra, reforzando en el mismo los valores que tiene; sobre todo el amor a la propia patria, llevado, si es necesario, hasta el sacrificio...”
Hoy no es necesario recoger esa lección, y entender que el bien de la Patria se busca y se defiende no sólo cuando aquella es atacada, sino que debe ser considerado cada día, sabiendo hacer del bien común celosamente procurado una expresión práctica del mandamiento del amor que nos enseñó el Divino Maestro.
Por eso, así como no es el caso renunciar al legado territorial que nos dejaron los fundadores de la Patria, tampoco podemos renunciar al anhelo y esperanza de constituir una nación grande y sobre todo justa en la trabazón de las relaciones internas, y como reflejo de esa justicia interior, también justa en su comunicación con los demás pueblos.
No podemos, además, en este momento de humana adversidad, con reacciones irreflexivas, deshacer los valores de unión comunitaria, bien común, paz y del progreso de la Patria, con lo que quedaría negativamente afectado todo nuestro porvenir. Debemos a nuestra conciencia como nación y a la hermandad que tan brillantemente nos han probado los países latinoamericanos, la afirmación concorde de los valores argentinos, los de la fundación de la patria, que han de ser los de hoy y los de mañana.
Demostraremos para ello la conjunción de miras, la unión de voluntades y la capacidad de colaboración que hemos tenido en el enfoque del problema malvinense, y así construiremos con fortaleza y esperanza la Patria soñada, en la que no faltará la solución en paz y justicia de aquella cuestión, en un ulterior ambiente de serenidad dentro de negociaciones diplomáticas.
Comprometamos para ello nuestro esfuerzo sin egoísmos, y los argentinos que gozamos del don de la fe, nuestra oración, invocando la protección de Dios por medio de Nuestra Señora de Luján.
Tengamos muy en cuenta y recibámoslas como dicha a todos nosotros las palabras del Sumo Pontífice en Palermo el 12 de junio: “No dejen que el odio marchite las energías generosas y la capacidad de entendimiento que todos llevan dentro. Hagan con sus manos unidas una cadena de unión más fuerte que las cadenas de la guerra. Así serán jóvenes y preparadores de un futuro mejor; así serán cristianos”.
Buenos Aires, 16 de junio de 1982