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EL PUDOR,
DEFENSA DE LA INTIMIDAD HUMANA
El Episcopado ha seguido con mirada atenta el progresivo avance de la
pornografía, la procacidad y las acciones generalizadas y sistemáticas contra
el pudor que sufre la sociedad Argentina. Las denuncias que al respecto lleva
realizadas durante el año se continúan en esta ocasión con un documento
dirigido a toda la sociedad, creyente o no, que, a la vez que denuncia los peligros
que esa campaña implica para la salud espiritual del pueblo, presenta la
cuestión en su faz positiva y central; la defensa de la intimidad de la persona
humana.
Por mandato de la Conferencia Episcopal Argentina, el
Equipo Episcopal de Teología ha elaborado el presente documento sobre el pudor,
que se ofrece a los fieles católicos y también a todos los hombres de buena
voluntad, creyentes o no, conscientes de que nos reúne la misma condición
humana que juntos debemos defender.
Atentados al pudor
1. La atención al pudor que normal y permanentemente debe
tener toda persona y toda sociedad, se hace hoy más necesaria y ha de ser más
amplia y profunda, dada la violación creciente del derecho a la intimidad
humana que el mismo pudor custodia.
Se está presentando ante la opinión pública, a través de
los diversos medios de comunicación social, situaciones que indican uno de los
aspectos de la honda crisis moral a que está sometida la Argentina. Se trata de
la rápida penetración, en los diversos órdenes de la vida personal, familiar y
comunitaria, de continuos atentados contra el pudor, que llevan a ser
descuidado o simplemente ignorado el derecho y el deber a la justa intimidad
humana, con lo que se contribuye al desarrollo de la mentalidad vanal,
superficial y grosera que se está adueñando del horizonte en el que se inscribe
nuestra vida pública e histórica, comprometiendo seriamente nuestra identidad
cultural.
Ante tal estado de cosas queremos clarificar las raíces
de este fenómeno para tratar, luego de encontrar remedios oportunos.
2. En primer lugar creemos oportuno destacar que es
imprescindible encuadrar los hechos dentro del marco de dos características de
la vida cultural contemporánea, que los afectan particularmente: por un lado,
la vida sociocultural está condicionada por la acción de los medios de
comunicación social; por otro lado todo el cuerpo social, en especial las
nuevas generaciones experimentan la necesidad de la verdad y exige que se la
ponga de manifiesto. De la vigencia de estos dos factores depende, en gran
parte, la crisis del pudor.
a) Los Medios de Comunicación Social determinan la vida
cultural, no sólo por su omnipresencia y por la calidad técnica (foto y
fonografía) que tienen que reproducir "literalmente" los modelos
naturales, sino también por la sobrecarga de estímulos eróticos y agresivos,
que son desproporcionados a la capacidad de resistencia del psiquismo común,
sobre todo de los adolescentes. Los medios inducen e imponen así tipos de conducta
y esquemas mentales que pasan a ser considerados como "la realidad",
"lo natural", "lo normal", y que van penetrando lentamente
en el corazón del hombre estableciéndose como pautas de lo verdadero y lo
bueno.
b) Tales fenómenos manifestativos pueden ser juzgados
moralmente positivos o negativos. Serán positivos para quienes los consideren
como reacciones de autenticidad ante una sociedad que hace de la mentira, el
disimulo y la censura irracional e injusta un sistema de vida. Serán negativos
para los que los vean como extralimitaciones de la ansiedad manifestativa de
los hombres. De esta situación de indefinición normativa hay quienes aprovechan
para proclamar irresponsablemente supuestos derechos y favorecer expresiones de
una libertad instintiva- que sería universalmente rechazada en otras
circunstancias -de cuya satisfacción obtienen réditos económicos e ideológicos.
En el mejor de los casos estas posiciones se basan en la falsa idea de una
naturaleza humana indiscriminadamente buena, cuya libertad exige superar
cualquier inhibición.
3. La sociedad argentina está viviendo una transición
histórica que la afecta más que nada, en su identidad cultural. Es necesario
comenzar por situar el tema del pudor y su actual crisis dentro de esta
perspectiva. Más allá de las legítimas y comprensibles reivindicaciones de la
búsqueda de reafirmación cultural auténtica, hay que reconocer que se están
perfilando en el seno de nuestro acontecer cultural amenazas reales a la
verdadera naturaleza y dignidad del hombre. Por ello la defensa de esos valores
por parte de la Iglesia a la luz de la fe cristiana, no debe confundirse con lo
que algunos, por ligereza, incomprensión o sencillamente por mala voluntad,
denominan "obsesiones sexuales".
I. EXPERIENCIA
UNIVERSAL DEL PUDOR
4. La experiencia atestigua que el pudor es un fenómeno
humano natural y no meramente convencional.
Se trata de un sentimiento que tiene que ver con la
manifestación de la interioridad personal humana. hay en el hombre un núcleo
interior en el que reside el misterio de su persona, que no tolera hacerse
público de cualquier manera, una zona inviolable, la de su intimidad, que el
hombre tiende a defender de intrusiones extrañas, y que exige no ser arrebatada
sino, por el contrario, libremente comunicada. En todo lo cual, se pone de
manifiesto la conciencia que tiene el hombre de su dignidad. El pudor aparece,
entonces como una defensa espontánea de la propia subjetividad que al exigir
ser reconocida y tratada como tal, impide que se nos convierta en pura cosa.
5. Por este motivo, puede decirse que el pudor dice
relación esencial a la "mirada " –y a la percepción apreciativa en
general- que pudiera transformar en espectáculo lo que no está naturalmente
destinado a ello. Surge, con ocasión de ella, tanto activa como pasivamente,
tanto respecto a sí mismo como respecto del otro. En la práctica, el pudor
revela en e! plano afectivo, la conciencia y el aprecio personal y social que
el ser humano tiene por lo que en él es específico: la dignidad de la persona.
Dicho aprecio se expresará en el plano moral como mirar y ser mirado de acuerdo
a esa dignidad, y en el jurídico, como correspondiente derecho a y deber de,
mirar y ser mirado, contando con la protección adecuada.
Un natural y justificado exhibir y la correspondiente
natural y justificada mirada, manifiestan el auténtico pudor natural, que se
distingue muy bien de sus mistificaciones como son la mojigatería o la
provocación disimulada. Un exhibirse o mirar de pura concupiscencia, en caso de
llegar a establecerse socialmente (pornografía; pornovisión legalizadas),
contribuyen a la progresiva extinción del pudor social y al establecimiento de
hábitos antinaturales.
6. Se comprueba que la disminución o pérdida del pudor
auténtico, coincide con una disminución de la capacidad afectiva humana
general.
Esto significaría que una persona o una sociedad entera
pueden volverse insensibles a estímulos que sólo son perceptibles, en realidad
cuando las zonas más profundas de la actividad humana están despiertas y
activas (afectos familiares, amor por la naturaleza, verdadera sensibilidad
estética, magnanimidad, heroísmo, sentido de lo sagrado...) pero que, cuando
esas zonas se vuelven insensibles, la percepción de esos estímulos-valores se
debilitaría y la existencia tendería a situarse en un nivel superficial.
Lógicamente, el fenómeno no es indiferente al nivel y a la calidad éticos de
esa persona o de esa sociedad.
Así por ejemplo, la fijación obsesiva en lo genital, que
caracteriza la pérdida del pudor en materia sexual, y la morbosidad sádica en
materia de violencia, revelan una pareja incomprensión de las resonancias
profundamente humanas que tiene la sexualidad en cuanto comunión de personas, y
la violencia en cuanto signifique verdadera fuerza de carácter.
7. Siendo el pudor un sentimiento connatural a todo
hombre, sus modos de expresión son, sin embargo, hasta cierto punto, variables,
de acuerdo a las condiciones diversas en las que se materializa la convivencia
humana, vgr. culturas, sexo, edad, etc.
No se debe confundir, sin embargo, la manera variable de
significar el pudor, de acuerdo a los diversos códigos culturales, con el
acostumbramiento al impudor, característico de nuestra civilización
contemporánea. En este caso, se intenta superar el impulso pudoroso natural de
todo hombre por considerarlo simple producto de una mentalidad deformada,
obscurantista, y se sostiene que el pudor no es más que un prejuicio timorato
del que hay que liberarse. Quienes profesan estas ideas no es raro que apelen a
que ese "sentimentalismo", todo sería una cuestión de costumbre.
Olvidan que la mera costumbre no es criterio de moralidad. Existen hábitos
buenos y malos, virtudes y vicios que son tales por sí mismos. Por ejemplo la
drogadicción. ¿podrá alguna vez una costumbre decir con derecho que la
drogadicción es buena? La falacia de los argumentos que tal cosa pretenden no
puede ni debe disimular la profunda inhumanidad y el desprecio social de
quienes con esa aparente liberalidad sólo procuran, la más de las veces, favorecer
sus verdaderos intereses económicos o ideológicos.
II. LA VERDAD DEL
HOMBRE
8. La reflexión cristiana sobre el pudor, parte de las
primeras páginas del génesis en las cuales se encuentran las afirmaciones
fundamentales referentes al sentido del hombre en toda su complejidad
sicosomática y social.
Los cristianos compendiamos nuestra visión del hombre al
profesar que Dios lo ha creado "a su imagen " otorgándole una
dignidad que lo emparenta con Él mismo, al ordenarlo a un fin trascendente (1).
El relato bíblico de la creación del hombre es doble. En
el capítulo primero, se, afirma desde el principio y directamente que el hombre
ha sido creado a imagen de Dios en cuanto varón mujer, mientras que en el
capítulo segundo, el hombre se convierte en "imagen y semejanza " de
Dios no sólo por las características de su propia humanidad, sino también por
la intercomunicación de las personas (2).
Esa comunión de personas establecida en la creación, ha
quedado seriamente dañada por el pecado del hombre, tanto en su trato mutuo
("se dieron cuenta de que estaban desnudos" , Gén. 3,7) como en su
trato con Dios ("temeroso porque estaba desnudo me escondí " Gén
3,10), palabras que revelan una cierta fractura constitutiva en el interior de
la persona humana, como una ruptura de la originaria unidad espiritual y
somática del hombre. El hombre pecador, en efecto, ya no domina su propio
cuerpo con la misma sencillez y "naturalidad" con que lo hacía el
hombre de la inocencia originaria (3). Por primera vez se da cuenta de que su
cuerpo ha dejado de sacar la fuerza del espíritu, que lo elevaba al nivel de la
imagen de Dios. Antes del pecado, "el hombre y la mujer estaban desnudos
sin avergonzarse de ello" (Gén. 2,25), después del pecado, "se les
abrieron los ojos, cosieron unas hojas de higuera y se cubrieron" (Gén.
3,7).
En esa vergüenza originaria se revela una específica
humillación interpuesta por el cuerpo y en ella aparece en germen la
contradicción que acompañará al hombre "histórico" en todo su camino
terreno, como lo descubrirá más tarde San Pablo: "porque me deleito en la
ley de Dios según el hombre interior, pero siento otra vez en mis miembros que
repugna a la ley de mi mente" (Rom. 7,22-23).
En consecuencia, el pecado hizo por una parte, que el
hombre no dominara ya su propio cuerpo, y por otra, que en las relaciones
interpersonales se introdujera el desorden que podrá conducir a que un hombre
sea considerado mero objeto de la concupiscencia de otro.
En este contexto, el pudor aparece como un don natural
que ayuda al hombre a conservar su equilibrio interior y a preservar la
dignidad de la convivencia social, lo que significa que el pudor -en las
actuales condiciones de la humanidad- es algo positivo que hace a la calidad de
las relaciones humanas concretas. Esto se clarifica, con una precisión acerca
del sentimiento de vergüenza que se le asemeja.
9. El pudor y la vergüenza aparecen identificados en el
libro del Génesis, y este hecho puede atribuirse a que el pecado original fue
también pecado personal de Adán. En nosotros, en cambio, los dos fenómenos
aparecen diversificados: el pudor manifiesta las consecuencias de aquel pecado
(original) en la naturaleza humana, mientras que la vergüenza aparece en
relación con las culpas personales de cada hombre.
Es cierto que el pudor experimentado interiormente, puede
aparecer exteriormente como vergüenza, pero conviene subrayar que no estamos
ante conceptos del todo equivalentes. La vergüenza, se sitúa en la línea del
mal y del esconder. El pudor, por el contrario, en la línea del bien y del
manifestar. Se trata, por cierto, de un manifestar rodeado de reservas, de
discreción, pero que no por ello deja de ser auténtica manifestación. O sea,
que el pudor tiene que ver, en última instancia, con la verdad, la verdad del
hombre, que ha resultado oscurecida por el pecado y que, debe ser por tanto,
redescubierta a partir de los signos que la insinúan. El pudor es precisamente,
uno de esos signos y quien lo menosprecia, pone inevitablemente en cuestión la
verdad del hombre.
10. En la unidad de cuerpo y alma, el hombre, por su
misma condición corporal, es una síntesis del universo material, el cual
alcanza por medio del hombre su más alta cima y alza la voz para la libre
alabanza del Creador. No debe, por tanto, despreciar la vida corporal, sino
que, por el contrario, debe tener por bueno y honrar a su propio cuerpo, como
criatura de Dios que ha de resucitar en el último día (4).
Constatamos con alegría que nuestra cultura
contemporánea, a través de no pocas corrientes de pensamiento, está interesada.
en revalorizar la corporalidad de la persona humana, a fin de que esta sea cada
vez más respetada e integrada en la vida personal y social. Esto responde a la
más profunda aspiración del ser humano constituido en imagen de Dios no sólo por
su espíritu sino también por su cuerpo. Como espíritu encarnado el hombre
manifiesta sus sentimientos más interiores a través de su corporalidad. Este,
en efecto, es no sólo el signo de su persona, sino también el medio por el cual
los sentimientos personales son participados.
Ahora bien como ya hemos dicho, herido por el pecado.
experimenta el hombre, sin embargo, la rebelión del cuerpo. La propia dignidad
humana pide en consecuencia, que el hombre glorifique a Dios en su cuerpo, y no
permita que lo esclavicen las inclinaciones depravadas de su corazón (4).
11. Una dimensión particular, pero no la única, del pudor
es la que corresponde al pudor sexual, que es el pudor ante el propio cuerpo.
En su situación histórica el hombre debe rehusar por el pudor, la manifestación
de su propia interioridad valiéndose del lenguaje del propio cuerpo.
El pudor, en este caso, se presenta como la tendencia
particular del ser humano a esconder los propios valores sexuales, en la medida
que estos pueden obstaculizar la apreciación de sus valores específicamente
personales. Los valores sexuales han de ser vehículo de manifestación de los
valores de la persona y no impedimento para esa misma manifestación.
El pudor se enciende, pues, cuando la persona experimenta
que otro quiere arrebatarle su propia interioridad convirtiendo su cuerpo en
objeto de gozo egoísta, inhumano y puramente sensual.
Sin duda el gozo del propio cuerpo y del cuerpo del otro
forma parte del lenguaje del amor, pero siempre que se tenga como presupuesto
la libertad de la donación de la propia persona y de la propia corporalidad.
Por lo mismo, el ofrecer el propio cuerpo (desnudo o
vestido, en realidad o en imagen) como objeto de gozo egoísta, siempre será un
atentado contra el pudor en la medida en que se trata de un gesto degradante y
despersonalizante.
12. Cuando más arriba señalábamos el error de los que
defienden las libertades humanas remitiéndose a una naturaleza humana
"indiscriminadamente" buena, pensábamos en este punto de partida que
muchos ignoran o han olvidado. Si la Iglesia asume la defensa del pudor, sea en
general, como cuando denuncia cualquier tipo de violación de la interioridad
humana, sea en particular, como cuando denuncia a quienes no consideran al
cuerpo más que como objeto de placer o de lucro (pornografía o prostitución,
por ejemplo) lo hace porque siente el deber de defender un derecho fundamental
humano: el derecho de todo hombre a su dignidad natural, y lo hace recordando
que "todo atropello a la dignidad del hombre es atropello al mismo Dios de
quien es imagen" (5).
En estos tiempos en que pareciera que la conciencia
social se ha vuelto particularmente sensible a los derechos humanos, conviene
recordar la fuente de estos derechos para no caer en parcializaciones
sospechosas; Se violan los cuerpos y los espíritus de muchos modos, en privado
y en público. Cuando la intercomunicación social pone en cuestión, solicita o
exige la revelación de lo humano, el pudor debe ser tenido en cuenta. Es
prácticamente la única regla que puede guiar equitativamente el juicio humano
en momentos en que los límites y las fronteras que separan lo interior de lo
exterior, pero sobre todo, lo privado de lo público, son constantemente
transgredidos y confundidos. La extroversión alienante que cultivan los medios
de comunicación social, altera e interfiere en el juicio que la sociedad se va
haciendo de lo que es la intimidad personal humana, provocando el impudor que
está caracterizando desde hace un tiempo, la faz pública de nuestro país. Lo
más lamentable de este fenómeno es que se lo encare como si se tratara de una
mera cuestión de opinión o de decencia, sin percibir que lo que está en
cuestión es la verdad humana misma de nuestro pueblo.
III. ORIENTACIONES
PASTORALES PARA UNA EDUCACION DEL PUDOR
13. El pudor entraña posibilidades pedagógicas y merece,
por tanto, ser valorizado. Niños y jóvenes aprenderán así a respetar el propio
cuerpo como don de Dios, miembro de Cristo y templo del Espíritu Santo;
aprenderán a resistir el mal que los rodea, a tener una mirada y una
imaginación limpias y a buscar manifestar en el encuentro afectivo con los
demás un amor verdaderamente humano con todos sus elementos espirituales.
14. Exhortamos a los padres y educadores, a esforzarse en
presentar a los jóvenes, modelos concretos y atrayentes de virtud, a
desarrollar el sentido estético, despertando el gusto por la belleza presente
en la naturaleza, en el arte, y en la vida moral. Es indispensable que se
eduque a los jóvenes para asimilar un sistema de valores sensibles y
espirituales en un despliegue desinteresado de fe y amor. Tales valores
encuentran su expresión privilegiada en la amistad que es el vértice de la
maduración afectiva. La educación para la amistad puede llegar a ser factor de
extraordinaria importancia para la construcción de la personalidad en su
dimensión individual y social. Los vínculos de amistad que unen a los jóvenes
de distinto sexo, contribuyen a la comprensión y a la estima recíproca:,
siempre que se mantengan en los límites de normales expresiones afectivas (6).
15. Por todo lo dicho, será necesario enseñar a
distinguir el valor humano manifestado en el pudor, de las relativizaciones
"formales" del mismo. Esta tarea es una de las responsabilidades que
competen a la institución educativa y, en primer lugar, a aquellas que existen
dentro de la misma Iglesia.
16. Hay que generar actitudes concretas, por ejemplo
educar el sentido crítico frente a los Medios de Comunicación Social; ejercer
el derecho de protesta frente a las violaciones del pudor apelando a los medios
jurídicos correspondientes; llamar la atención sobre las motivaciones
económicas que, con frecuencia, e irresponsablemente, están detrás del impudor
publicitario. Es necesario responder con una repulsa que se debe traducir en la
abstención lisa y llana de la adquisición de los productos publicitados.
Conviene, asimismo, reflexionar sobre la facilidad con que la fuerza de la moda
pareciera neutralizar cualquier "escrúpulo" en esta materia,
especialmente cuando la estación veraniega trae consigo el lógico aligeramiento
de la vestimenta. En una línea semejante, no está de más que se tome conciencia
de lo que significa la superficialidad mental implicada en el cuidado obsesivo
que ponen algunas personas (pensamos antes que nada en los cristianos y en su
responsabilidad de ser ejemplares) en seguir los dictados de la industria de la
belleza física, con la corresponsabilidad que las erogaciones monetarias
correspondientes imponen.
17. A propósito de la libertad de expresión, tan
reclamada en estos tiempos, y en nombre de la cual se cometen tantos atropellos
al pudor, es importante recordar una vez más que esa libertad no es un valor
absoluto y un derecho ilimitado sino que es una riqueza ordenada al bien común
y relacionada esencialmente con la dignidad humana a cuya elevación y
afirmación deben contribuir todos los que la ejercen.
18. Finalmente exhortamos a los productores,
intermediarios y autoridades de los Medios de Comunicación Social, a una toma
de conciencia seria y reflexiva acerca del valor del pudor y de la gravedad,
aún para la Nación, que posee todo atentado activo o pasivo contra el mismo, ya
que lleva a insensibilizar y cerrar el corazón del hombre a la invitación a un
encuentro personal y por lo tanto culturalmente rico.
Buenos Aires, 30 de diciembre de 1984.
Fiesta de la Sagrada Familia.
(1) Iglesia
y Comunidad Nacional. 39
(2) Catequesis
de Juan Pablo II del 14/11/1979. 2
(3) Catequesis
de Juan Pablo II del 28/5/1980. 2 y 3.
(4)
Gaudium
et Spes. 14
(5) Documento
de Puebla 306
(6) Orientaciones
educativas sobre el amor humano. Pautas de educación sexual, de la Sagrada
Congregación para la Educación Católica. 90 a 93