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En los meses de abril y mayo
el elevado índice de inflación deteriora de manera acelerada la situación
económica y ocasiona una evitable inseguridad social en todo el país. Voces
competentes advierten que la situación económica se halla al bode de la
hiperinflación y ello puede conducir a consecuencias impredecibles e
incontrolables. En tales circunstancias los obispos, haciéndose eco de las
demandas que formulan los diversos sectores sociales, sienten obligación de
formular sus reflexiones, dirigidas exclusivamente a contribuir, desde la
perspectiva moral, a iluminar las soluciones.
LOS PROBLEMAS
LABORALES ACTUALES
Por lo mismo se comparten las esperanzas y las angustias de la vida argentina en todos los niveles y sectores de la Iglesia, se considera necesario dar a conocer la siguiente reflexión.
Lo hacemos sumados a las muchas inquietudes que se manifiestan y que se nos hacen llegar.
Nuestra situación social sigue siendo difícil; y en muchos aspectos y casos se ha agravado.
Las recientes medidas económicas abrieron un respetable marco de confianza y de alivio.
Realmente nuestros males no son solamente técnicos. En el fon de ellos subyace un innegable y nefasto factor moral. De otro modo la Argentina, no habría caído tan penosamente.
Es necesario un delicado cuestionamiento para rehacernos y para evitar un triste costo social en esta nueva coyuntura.
La especulación y la simultánea inflación: males endémicos que nos venían destruyendo desde hace tiempo, exigen prudentes y profundos esfuerzos de renunciamiento, de honestidad y de solidaridad.
Sería ilusorios los resultados de una disciplina económica, sin los principios éticos que contemplen al hombre en su totalidad, como destinatario de la misma.
La economía siempre es para el hombre, y no el hombre para la economía.
Ahora lamentablemente se agudiza un mal iniciado tiempo atrás: La desocupación. Esto también puede ser trágico.
Los cierres de fuentes de trabajo, los despidos y las suspensiones configuran un cuadro alarmante y triste. Son nuevos problemas que aumentan el número de los carentes de trabajo, alejan las esperanzas de los ya desocupados de antes, y frustran a la juventud que espera la hora de la ocupación.
El drama se sufre también en el campo, sobre todo en las llamadas economías regionales.
Se extiende también otra desocupación silenciosa, que no tiene medios de expresarse.
Pensamos que las decisiones que pudieran estar asumiéndose a nivel empresario, como laboral u oficial, debieran analizarse en un diálogo franco y leal; teniendo en cuenta la realidad y las urgencias del País y de su población: como también las consecuencias que cualquier error u omisión podría acarrear.
Esta lucha decididamente emprendida contra la inflación, no debe cobrar víctimas inocentes. Los obreros han estado al margen de la especulación. Siempre se han caracterizado por la voluntad del trabajo productivo. Los mismo podemos decir de muchas empresas que con un loable sentido social, se esforzaron por sobrevivir y conservar la fuente de trabajo.
Pensamos que necesitan y merecen una justa consideración y atención.
El gran desafío de los Argentinos y de sus dirigentes en estos momentos, debiera ser preservar la paz y la justicia social, asegurar el trabajo y su dignidad, la estabilidad y el crecimiento de las empresas y la seguridad institucional de la República.
No sólo debe ser vencida la inflación; también deben serlo la desocupación y la inseguridad.
El País tiene una providencial ocasión para conjugar en beneficio de todos, las riquezas con que el Señor bendijo su tierra, la capacidad de su población y de sus técnicos, los recursos económicos de que sigue disponiendo, con el agrado de madurez cívica y social que ha logrado y la lucidez y sabiduría de sus dirigentes.
Pidamos a Dios a quien invocaron los Congresales de Tucumán, su providente asistencia para que podamos merecer vivir momentos de esperanza, de reconciliación y de solidaridad.
Buenos Aires, 6 de junio de 1985
Arzob. Italo Di Stéfano
Presidente del Equipo Episcopal de
Pastoral Social
Miembros:
Mons. Rodolfo
Bufano
Mons. Jorge Novak
Mons.
Rubén Di Monte