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«SIDA: ACOMPAÑAR Y PREVENIR

CON DIGNIDAD»

 

Mensaje de la Comisión Permanente del

Episcopado Argentino

 

 

El flagelo alarmante del SIDA, que desconoce fronteras e invade todos los paises, constituye una grave amenaza para el mundo moderno que reniega del sentido moral de la conducta  El Santo Padre y numerosos obispos del mundo se han referido a esta cuestión desde la perspectiva de la fe católica, a fin de hacer llegar su enseñanza, ejercer su consuelo a los enfermos y servir de advertencia a las nuevas generaciones. La Comisión Permanente del Episcopado no ha podido permanecer en silencio ante la magnitud de este grave mal que se extiende en la sociedad argentina y por lo mismo, se pronuncia atendiendo en su mensaje a dos cuestiones íntimamente vinculadas. Por un lado, la Iglesia, madre que acompaña a los enfermos y portadores en su calvario, así como a las familias afectadas en su dolor, de igual modo que acompaña a quienes se ocupan de la salud de aquellos, los médicos y científicos. Por otro, la Iglesia maestra en la fe, reitera sus enseñanzas en materia de moral, manifestando el verdadero y más eficaz camino para la prevención digna de la persona humana. Recuerda, con especial afecto, a quienes asumen la asistencia de los enfermos y los alienta a continuar en el testimonio de amor a Cristo.

 

 

 

 

 

Una grave inquietud pastoral

 

1.Crece en el mundo la preocupación por la amenaza del SIDA. Aún aquí, en la Argentina. Como lo ha hecho el Papa y obispos de varias naciones, también nosotros consideramos oportuno publicar este mensaje pastoral, que ha sido pensado desde el Evangelio de Cristo, donde se refleja todo el amor y la misericordia de Dios.

 

            2. Cada día hay más información sobre esta enfermedad tan extendida. Gracias a Dios los descubrimientos científicos progresan constantemente. Pero nos aflige el dolor, la angustia y la sensación de impotencia, de tantas personas y familias. También la marginación social que muchos padecen. Queremos estar cerca de todos ellos y decir una palabra que los reconforte.

 

3. Por un lado, algunos esperan un descubrimiento prodigioso que supere esta enfermedad. Otros pretenden más bien señalar las culpas o transgresiones, que la causan. Pero cualquiera de estas reacciones resulta incompleta, superficial, a veces injusta. ¡Que misterioso es el camino del hombre, y qué limitados nos sentimos para entender lo que sucede! Pero la fe cristiana nos invita, por encima de todo, a confiar en Jesucristo, que compadecido de toda miseria humana y tan cercano a nuestros dolores (ver Mt.. 8,16-17), ofrece consuelo al sufriente y al pecador (ver Mc 1,40-45 y 2,15-17).

 

Asistencia solidaria y acción pastoral

 

4. La acelerada difusión del SIDA trae consigo un doble desafio, que interpela a todos: asistir al afectado y prevenir la infección. También la Iglesia quiere asumir este desafio como propio. Nuestra primera palabra, por lo tanto, es para los mismos enfermos y portadores. No se sientan solos. La comunidad cristiana quiere acompañarlos en este difícil camino. Nuestra esperanza está puesta en el llamado del Señor «Vengan a mí todos los que están afligidos y ago- biados, y yo los aliviaré» (Mt 11,28). Tampoco se encierren; acepten la ayuda ofrecida. Personal médico, voluntarios y agentes pastorales quieren acompañarlos. La oración de la Iglesia los tiene presente.

 

5. Comprendemos asimismo el sufrimiento de tantas familias que tienen algún miembro enfermo o portador, que a veces es apenas un niño. Les ofrecemos nuestra comprensión y apoyo para que mantengan el afectuoso acompañamiento, que como nadie más pueden brindar. Merecen nuestro aliento los médicos, personal nitario, investigadores y voluntarios que realizan un servicio responsable y abnegado. También los sacerdotes, religiosas y religiosos, como los agentes pastorales, que se esfuerzan por ofrecer consuelo y acompañamiento, desde la experiencia cristiana

de fe.

                 Ellos son la expresión viviente de la parábola del buen samaritano (ver Lc 11,29-37). Invitamos a toda la comunidad, a multiplicar las formas de asistencia.

 

6. Quienes buscan dar sentido al dolor propio y ajeno, o intentan sufrir dignamente, manifiestan por eso mismo el inmenso valor de la vida humana. Y la expresión más profunda de la dignidad de quien padece, la encontramos en las palabras del Señor, que ha querido identificarse con los enfermos: «estuve enfermo y me visitaron” (Mt 25,36). Precisamente una de las acciones a destacar en una evangelización renovada, ha de ser la opción preferencial por los pobres, débiles y sufrientes (LPNE 55).

 

Prevención digna de la persona humana

 

7. Prevenir el SIDA es la otra parte del gran desafío planteado.Todos estamos amenazados, especialmente los adolescentes y jóvenes; por eso peligra el futuro de la patria y del mundo. En la tarea de prevenir son muchos los interesados. Desde nuestro oficio pastoral, queremos afirmar que la prevención debe ser no sólo realmente eficaz, sino también digna de la persona humana. Para ello es muy importante dar una información correcta y educar para la madurez que la vida exige.

 

8 .El apremio por evitar la epidemia no justifica cualquier campaña de prevención. Está en juego el hombre, con su dignidad singular, y su futuro. La gente merece ser informada sobre la verdad completa acerca de la vida, del amor generoso y responsable, del sentido auténtico de la sexualidad. Por la educación, las personas han de ser cada vez más libres, capaces de elegir una existencia digna, superando miedos, presiones, comportamientos dañinos para sí y para la sociedad. Esto no es fácil. El Papa ha hablado al respecto de una “inmunodeficiencia en el plano de los valores existenciales”; una verdadera «patología del espíritu» (15.XI.89). Es decir, que aún cuando se reconoce la crisis de los valores fundamentales, es difícil superarla. Pero, insistimos, con las mismas palabras del Santo Padre «una prevención que naciese, con inspiración egoísta, de consideraciones incompatibles con los valores prioritarios de la vida y el amor, acabaría por ser, además de ilícita, contradictoria, rodeando sólo el problema sin resolverlo en su raíz».

 

 

             9. La ciencia y la experiencia orientan e impulsan la prevención. Pero, en definitiva, la

principal forma de evitar el SIDA, ha de ser la información y educación que preparan para vivir, con Iibertad y madurez, un amor fiel y responsable dentro del matrimonio; que capacitan en consecuencia para abstenerse de todo uso de la sexualidad que desdiga de esta vocación. El camino puede parecer demasiado exigente; pero así es la senda del Evangelio, que garantiza la vida en plenitud (ver Mt 7,13-14). Cristo nos asegura el cuidado providente de Dios (ver Mt 6,25-33) y nos ofrece la verdadera libertad (ver Jn 8,31-33). Nuestra palabra de pastores no puede ser diferente.

 

Amplia corresponsabilidad

 

10. Queremos terminar con un llamado a la participación de todos en esta dolorosa situación. Las familias retomen entusiasmo para ser la primera escuela donde los hijos aprenden, por el diálogo y el testimonio, a ser personas responsables en la vida. Los educadores, en estrecha unión con las familias, sean guía y ejemplo para encaminar a los jóvenes hacia una auténtica cultura del amor, la solidaridad y el trabajo honesto. Los gobernantes desempeñen su importante función en el campo sanitario y social, ya sea por sí, ya promoviendo la iniciativa privada, a fin de prevenir, sanar y rehabilitar. De los responsables del poder económico, se espera el apoyo que necesitan la investigación y la atención sanitaria. De los medios de comunicación, un gran respeto por la verdad y los valores  auténticos, sobre los cuales se apoya la sociedad.

A los científicos e investigadores expresamos nuestra confianza y estímulo. A médicos, personal de la salud y voluntarios, riteramos el reconocimiento dado, deseando que alivien siempre más a los enfermos. Los sacerdotes y consagrados dedicados al dolor y la angustia que gira en torno a esta epidemia, tienen por ello nuestra especial estima; siéntanse alentados a reflejar el amor de Cristo y de la Iglesia por los que sufren, y ocupan el último lugar.

Nos comprometemos a orar por todos, y pedimos a Dios los bendiga y acompañe siempre.

 

Buenos Aires, 15 de septiembre de 1991

Memoria de Nuestra Señora de los Dolores.