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En las puertas del año en que se inician las
celebraciones de los quinientos años del comienzo de la evangelización en
América, el Episcopado, como prolongación del mensaje papal lanzado en la XIX
Asamblea General del CELAM en 1983, vuelve a recordar que a los cinco siglos de
evangelización, si bien son un signo providencial y un germen real de esperanza
para el futuro, implica para los cristianos el deber de tomar clara conciencia
de las responsabilidades que esa conmemoración significa. No debe ser sólo un
festejo ni un recuerdo agradecido a tantos evangelizadores. Debe, sobre todo,
ser el punto de partida para un compromiso de renovación evangelizadora y el
fervoroso comienzo de una etapa donde los cristianos sean los verdaderos
constructores de una sociedad nueva.
1. El año 1992 tiene para la Iglesia un singular significado ya que se cumplen 500 años del comienzo de la predicación del evangelio en el nuevo mundo.
2. Cuando Cristóbal Colón llegó a nuestro continente, hasta entonces ignorado y aislado, relacionándolo con los paises de Europa y de otras partes, Jesucristo comenzó a ser conocido en estas tierras. Y la semilla de esa primera evangelización fue fructificando en sus pueblos e incorporándose a sus culturas hasta constituirse en la savia vital de su peculiar identidad. De tal modo se extendió, que para fines del siglo XX, Latinoamérica conformará casi la mitad de toda la Iglesia (JP II, OR 21/6/91).
3. Aunque sea difícil alcanzar una ponderación ecuánime de aquella primera siembra, realizada entre las luces y las sombras de la conquista, no podemos olvidar que la gesta hispana al ofrecer a las diversas etnias una lengua común; al enriquecerlas con los conocimientos de su civilización multisecular; al decidir que los colonizadores fueran acompañados de misioneros, hizo posible que la labor evangelizadora quedara ligada desde el comienzo a la historia cultural del nuevo mundo.
4. Pero tampoco podemos dejar de
lamentar que la conquista significó muchas veces atropello y avasallamiento a
las personas y los pueblos, debido a la avaricia desmedida de muchos
colonizadores y sobre todo a la falta de reconocimiento de los derechos de los
aborígenes, a pesar de las Leyes de Indias y de las claras orientaciones de la
Iglesia.
En verdad la colonización debió significar la ofrenda pacífica de civilización, de intercambio y de convivencia. Así supieron hacerlo muchos misioneros defensores de la dignidad de los nativos que buscaron prepararlos para integrarse a una vida de mayor progreso, mediante la educación y la capacitación para el trabajo y el autogobierno. De ello son testimonio las Reducciones. En ese empeño algunos murieron mártires, como en nuestras tierras San Roque González de Santa Cruz y sus compañeros.
5. Al conmemorarse los quinientos años del encuentro de dos mundos, trascendiendo las celebraciones de carácter cultural y social, en cuyos límites queda el «enjuiciamiento ecuánime y el balance objetivo de aquella singular empresa» (JP Il 1.c.), la Iglesia celebra la evangelización. 0 sea, la proclamación de la fe en Jesucristo que los habitantes de este nuevo mundo supieron, desde el comienzo, abrazar con pasión e incorporar a sus propias formas culturales. Y celebra también 500 años de tarea misionera agradeciendo a Dios «la vocación cristiana y católica de América Latina» (JP II 1.c.) y su profunda y arraigada devoción mariana que, desde antes de Guadalupe y hasta hoy, se ha visto enriquecida con la visitación repetida y milagrosa de la Madre de Jesús.
6. Esta celebración se convierte en un reto de renovación y de nuevo empeño evangelizador que nos exige «recoger del pasado, no tejidos muertos sino líneas inspiradoras de vida, capaces de alentar e impulsar una vigorosa evangelización, que responda a las nuevas necesidades y a la índole de los destinatarios presentes y futuros” (LPNE. 9).
7. Conscientes de «que es una
sublime gracia del Señor el que haya llamado a la luz de la fe a tantos
millones de hombres y mujeres» (JPII 1.c.), los católicos de la Argentina
debemos comprometernos a ser auténticos y coherentes con nuestra fe, que nos exige
pensar y actuar en cada circunstancia de la vida según el Evangelio. Esta debe
ser la norma moral de toda conducta y nuestra propuesta respetuosa, pero clara y valiente a todos
los sectores de la sociedad.
8. No estamos «sólo en el atardecer de cinco siglos sino en un tiempo de vigilia: en la gestación de una nueva aurora» (LPNE, 7).
Es tiempo de esperanza. Preludio, todavía tenue, de la civilización del amor. Como cristianos debemos encaminarnos a ella. Es tarea de cada uno ser protagonista de una sociedad nueva, más justa y atenta a los derechos de cada hombre, ya que la Iglesia somos todos los bautizados.
El testimonio de que la fe en Cristo va unida a la promoción del ser humano y que no sólo promete un mañana de felicidad, sino también un presente de justicia, de diálogo y de convivencia, hará más creíble el Evangelio que proponemos al mundo como el único camino de salvación, de paz y de verdadera humanidad.
9. Pedimos la mediación de María, estrella de la evangelización, para que todo cristiano se convierta en protagonista del mundo nuevo que Jesús, Señor de la Historia, vino a proponernos. El nos convoca a vivir como hijos de Dios y nos enseña a llamarlo Padre a fin de que sintamos la ternura de su amor providencial y vivamos entre nosotros como verdaderos hermanos.
San Miguel, 7 de noviembre de 1991.
Memoria de María
Medianera de todas las gracias.