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EN FAVOR DE LA VIDA

 

Declaración de la Comisión Permanente del Episcopado Argentino

 

 

l.. Los Obispos argentinos reunidos en Comisión Permanente, nos dirigimos a los fieles y a todo el Pueblo de la Nación, para compartir nuestra grave preocupación sobre el tema de la Vida, y exhortar a su defensa, como ya lo hicimos hace cuatro años en nuestra Declaración "Dios, fuente y Señor de la Vida" (Comisión Permanente 9.VIII.9O).

 

2. El tiempo en que vivimos, tan pródigo en iniciativas, declaraciones y medidas concretas para la protección de los derechos de la persona humana, está dejándose invadir, sin embargo, por modos de pensar y actuar que van configurando lo que llamamos una “cultura de la muerte” . No se trata tan sólo del fenómeno de la violencia y de la guerra, siempre presentes en el mundo, sino de normas legales que pretenden consagrar principios contrarios al derecho fundamental de la vida humana: varios países del llamado primer mundo han producido una legislación favorable al aborto y a la eutanasia; la próxima Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo en El Cairo con el propósito de reducir el ritmo de crecimiento de la población mundial prepara medidas drásticas que atentan contra la dignidad y la misma vida de las personas; y entre nosotros, alrededor de los debates por la Reforma de la Constitución Nacional, se escuchan voces a favor de la legalización del aborto, en nombre de una mal entendida libertad y defensa de la mujer.

 

3. Ante todo es preciso aclarar que no se trata de un dogma religioso, sino de un principio de derecho natural, accesible a la razón, fundado en la realidad del hombre y su dignidad, y que en consecuencia, no es una verdad dependiente de solas convicciones religiosas.

La defensa de la vida humana desde su concepción ha sido asumida por la misma ciencia. "La vida humana comienza con la fecundación, esto es un hecho científico con demostración experimental' (Declaración de la Academia Nacional de Medicina de Buenos Aires, 28.VII.94). Y por lo tanto terminar deliberadamente con una vida humana constituye un crimen.

Por ello reafirmamos que aun antes de nacer, el ser concebido es una persona, y sujeto de pleno e inalienable derecho a la vida.

Ninguna motivación por legítima que parezca justifica el aborto directamente provocado. Nadie es propietario de la vida de un hombre, ni siquiera el padre o la madre; y nadie puede ponerse en lugar del ser concebido para preferir en su nombre la muerte o la vida (cfr. Declaración de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe sobre el aborto, Nro. 14, l8.XI.74).

Así, pues; el aborto no podrá ser nunca un medio lícito para regular o planificar la natalidad, ya que atenta contra el derecho del niño que vive y anhela nacer.

 

4. No nos podemos desentender de las personas en delicadas y penosas situaciones que afectivamente podrían impulsarlas a la drástica decisión del aborto. De ellas debemos preocuparnos efectivamente con justicia, amor y solidaridad. No obstante; tampoco estos casos nos pueden hacer vacilar en la protección de quien sin culpa alguna sería llevado a la muerte.

Hablando en favor de la vida queremos defender al varón y a la mujer de hoy, y a la sociedad futura contra los argumentos de una mentalidad que no concuerda con la tradición de nuestra Patria, y que responden a un moderno colonialismo biológico, inspirado por los países poderosos, que imponen sus decisiones a aquellos más débiles que no pueden hacerse escuchar.

 

5. Cualquier legislación a favor del aborto es una contradicción con la función propia del Estado, que existe total y exclusivamente al servicio de la persona y de la comunidad. El Estado no es fuente originaria de los derechos innatos e inalienables de la persona, ni creador y árbitro absoluto de esos derechos, a los que debe reconocimiento, tutela y promoción.

Autorizando el aborto, el Estado introduciría el principio que legitima la violencia contra el inocente indefenso, y, por lo tanto, renunciaría a defender el derecho de los más débiles, dejando de ser "Estado de Derecho" para convertirse en un Estado donde la fuerza se ha impuesto al Derecho.

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6. Puesto que la sociedad entera ha de custodiar y transmitir los grandes valores del hombre, es necesario que las familias, las instituciones culturales y educativas, así como los responsables de los medios de comunicación social contribuyan a sostener en la conciencia de nuestro pueblo la estimación de la vida humana desde sus comienzos.

 

7. Esta valoración de la vida se ve afianzada por la fe cristiana, propia de nuestro pueblo. Dios, que no ha hecho la muerte, ni se complace en la perdición de los vivientes, nos ha dejado el mandamiento de no matar (Ex. 20, 13).

Jesucristo es la Vida (cfr. Juan 1, 4). Y donde está la vida está verdaderamente su impronta y el sello de su amor.

Es por ello que debemos acoger la vida como un don inestimable, qué hace más rica a toda la familia humana, trayéndole de parte de Dios una renovada invitación a la esperanza, y defenderla, especialmente la más débil e inerme, oponiéndose a todo ataque que intente humillarla, oprimirla y destruirla (cfr. Juan Pablo II, 3.II.1980).

 

8. Tenemos la esperanza de que nuestro pueblo pueda superar estos tiempos de profunda crisis moral, permaneciendo fiel a sus convicciones en favor de la vida. La Argentina para consolidarse como Nación necesita acrecentar su población y sus recursos y afianzar también a la familia, "célula primaria y vital de la sociedad, escuela de virtudes sociales, santuario de la vida, formadora de personas, manantial de humanidad y, desde la perspectiva de nuestra fe, iglesia doméstica" (cfr. Mensaje de Santo Domingo, 18.VI.1994).

Actuar en contra de estos principios, como dice el Papa Juan Pablo II, “podría llevar a la humanidad hacia una derrota, y cuya primera victima sería el hombre mismo” (cfr. Carta a los Jefes de Estado; 9.III.1994).

 

Pedimos a la Virgen de Luján, Madre de Jesucristo, que custodie en su pueblo, el amor a la vida.

 

 

Comisión Permanente del Episcopado Argentino

 

 

Buenos Aires, 11 de Agosto de 1994.