71ª Asamblea Plenaria / 22 - 27 de abril
de 1996
Caminando hacia el Tercer Milenio
Carta Pastoral para preparar la
Celebración de los 2000 Años del
Nacimiento de Jesucristo
I. INVITACIÓN AL GRAN JUBILEO
1. "Iglesia en la Argentina
'levántate y resplandece porque ha llegado tu luz' y la gloria del Señor
alborea sobre ti"(1). La exhortación de Juan Pablo II,
dirigida a la Iglesia en la Argentina e inspirada en el profeta Isaías que
anunciaba la venida de Cristo, recobra hoy actualidad, por la invitación que el
Papa nos hace a todos los cristianos en la Carta Apostólica Tertio Millennio
Adveniente (TMA). En ella nos invita a celebrar con gozo el Gran Jubileo
del Año 2000 del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo.
Como pastores de la Iglesia en la Argentina,
hacemos nuestra la convocatoria papal, y exhortamos a todos los cristianos y
hombres de buena voluntad a participar activamente de esta celebración,
mediante la contemplación del Nacimiento de Jesucristo y una conversión más
profunda a ÉI, "Evangelio del Padre"(2). De este modo nos
prepararemos a proclamar la Buena Nueva de Cristo al hombre del Tercer Milenio.
2. El Gran Jubileo del año 2000 se inserta
en la tradición de la Iglesia, que retoma la de Israel. Este era un tiempo
excepcional para dedicarlo a Dios, restituir la igualdad entre los hombres y
obtener el perdón de las ofensas(3). "El Jubileo es siempre un tiempo de
gracia particular, 'un día bendecido por el Señor': como tal tiene un carácter
de alegría" (TMA 32). Durante este Gran Jubileo, "todo deberá
mirar al objetivo prioritario, que es el fortalecimiento de la fe y del
testimonio de los cristianos. Es necesario suscitar en cada fiel un verdadero
anhelo de santidad, un fuerte deseo de conversión y de renovación personal en
un clima de oración siempre más intensa y de solidaria acogida del prójimo,
especialmente del más necesitado" (TMA 42).
3. El Año 2000 del Nacimiento del Salvador
no es un simple dato cronológico, sino una ocasión providencial para percibir,
con renovado convencimiento, el misterio que caracteriza la fe de la Iglesia y
constituye nuestra identidad cristiana. El cristianismo tiene su inicio en el
tiempo, en el momento de la Encarnación redentora del Hijo eterno del Padre,
hecho hombre en el seno de la Virgen María por obra del Espíritu Santo.
Esta confesión de fe nos recuerda que el
cristianismo, a diferencia de las otras religiones, no es fruto del noble
esfuerzo por buscar y encontrar a Dios, sino que es iniciativa de Dios mismo,
quien vino personalmente en su Hijo a comunicarse al hombre, asumiendo nuestra
condición humana y haciéndose semejante a nosotros, sus hermanos, en todo,
menos en el pecado(4). Así entra en el tiempo e interviene en
la historia para alcanzarnos la salvación definitiva. Vayamos, entonces,
confiadamente a ÉI, "trono de la gracia, a fin de obtener
misericordia" (Hb. 4, 16).
4. El creyente alcanza la salvación
mediante la fe en Cristo, el cual a la vez que nos revela a Dios como Padre,
nos revela también que somos sus hijos, y, consecuentemente, hermanos entre
nosotros. Por lo mismo, confirma la dignidad del hombre, con sus derechos y
deberes fundamentales. Importa mucho que durante los años preparatorios del
Gran Jubileo, todos, pastores y fieles, profundicemos cuanto propusimos en Líneas
Pastorales para la Nueva Evangelización como núcleo del contenido
evangelizador: "La Iglesia necesita, con su predicación y su testimonio,
suscitar, consolidar y madurar en el Pueblo la fe en Dios, Padre de Nuestro
Señor Jesucristo, presentándola como un potencial que sana, afianza, y promueve
la dignidad del hombre"(5).
5. Nuestra fe nos enseña también que
Jesús, por su Encarnación, Vida, Muerte y Resurrección, ha sido constituido
Primogénito de la Nueva Humanidad, Cabeza de su Cuerpo, que es la Iglesia. Por
lo mismo, todos los hombres, sin distinción alguna, están llamados a formar
parte de ella (6). Los cristianos, aunque ya hemos sido
santificados en el Bautismo por el Espíritu Santo, mientras vivimos en la
tierra, permanecemos, como todos los hombres, bajo la seducción del pecado. Por
eso debemos aprovechar la gracia del Gran Jubileo para una conversión más
profunda, arrepintiéndonos "de los errores, infidelidades, incoherencias y
lentitudes" (TMA 33) en la práctica del Evangelio, a fin de merecer
la gracia del perdón y la alegría de la amistad renovada con Dios y con los
hombres.
6. La Virgen María; Madre de Jesucristo,
nos estimula a una adhesión más plena a su Hijo. Ella, redimida desde su
concepción, es el modelo más perfecto de la respuesta de fe del creyente: “Yo
soy la servidora del Señor; que se cumpla en mí lo que has dicho” (Lc.1,38).
Por ello mereció la alabanza de Isabel: "Feliz de Ti por haber
creído" (Lc. 1, 45).
II. LA ALEGRÍA DE LA CONVERSIÓN
7. AI celebrar el Nacimiento de Cristo,
"Sol naciente para iluminar a los que están en las tinieblas y en la
sombra de la muerte" (Lc. 1,78), pronunciemos con amor y confianza
su nombre, JESÚS, que le fue impuesto "porque Él salvará a su Pueblo de
todos sus pecados" (Mt.1,21). Creamos firmemente que "Él tomó
nuestras debilidades y cargó sobre sí nuestras enfermedades" (Mt. 8,
17). Él conoce "íntimamente los sentimientos y las intenciones" (Ap.
2,23), y en vez de condenarnos, nos exhorta a la conversión: "Dios no
envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por
Él" (Jn. 3, 17).
8. Por lo mismo, para avanzar en el camino
de una conversión permanente, no temamos realizar un sincero examen de
conciencia. A ello nos impulsa la Liturgia en múltiples ocasiones: al
prepararnos al sacramento de la Reconciliación, al iniciar la celebración de la
Santa Misa y en la oración de la noche.
A ello hemos motivado con frecuencia a
nuestros hermanos, especialmente en momentos excepcionales de la vida de la
Iglesia y de la Nación. Como dijimos en 1981, en Iglesia y Comunidad
Nacional: "Los argentinos, cada uno en cuanto persona, y cada grupo en
cuanto integrante del conjunto social, han de examinarse con humilde sinceridad
sobre su comportamiento, y han de tomar conciencia sobre la proyección
comunitaria de sus actos. No han de temer este examen los grupos más
significativos de la vida argentina: las asociaciones profesionales, los
partidos políticos, las fuerzas armadas, las mismas comunidades cristianas y
sus ministros"(7). Y en 1983, en Dios, el hombre y la conciencia,
agregábamos: "La detestación de los yerros cometidos y la voluntad firme
de enmendarlos, han de acompañar este examen de conciencia. A ello estamos
obligados todos, sabiendo que cuanto más fuerte y representativo es un sector
social, tanto más responsable es de la presente situación y de su superación.
Tampoco nosotros, como pastores; podemos dejar de examinarnos delante del Justo
Juez (cf.2 Tim.4,8), 'que conoce los corazones' (Ap.2,23), sobre
el ejercicio de nuestra tarea de ayudar a la formación de una recta conciencia
moral, en todos los ordenes: personal, familiar y social"(8).
9. Nos dice el Papa: "Así es justo
que, mientras el Segundo Milenio del cristianismo llega a su fin, la Iglesia
asuma, con una conciencia más viva, el pecado de sus hijos, recordando todas
las circunstancias en las que, a lo largo de la historia, se han alejado del
espíritu de Cristo y de su Evangelio, ofreciendo al mundo, en vez del
testimonio de una vida inspirada en los valores de la fe, el espectáculo de
modos de pensar y actuar que eran verdaderas formas de antitestimonio y de
escándalo" (TMA 33).
Para ello nos guiamos aquí por los
cuestionamientos que Juan Pablo II propone en su Carta y que toda la Iglesia
debe atender. Algunos se refieren a los pecados contra la unidad y contra el
servicio a la verdad; otros a los que cometemos en la propuesta y vivencia del
Evangelio, y en la recepción de las enseñanzas del Concilio.
10. Pecados contra la unidad
"Entre los pecados que necesitan un
mayor compromiso de penitencia y conversión han de citarse ciertamente aquellos
que dañaron la unidad querida por Dios para su pueblo" (TMA 34).
a) Unidad interna de la Iglesia
Supuesta la fundamental unidad en el
Bautismo, Sacramento de la Fe, en la Eucaristía, y en la tarea evangelizadora,
la unidad eclesial no ha de ser entendida como uniformidad de opiniones, sino
como "voluntad de encontrarse más allá de las tensiones reales, gracias a
la búsqueda sincera y desinteresada de la verdad"(9).
No podemos dejar de reconocer que la unidad en la Iglesia no ha sido
suficientemente manifiesta. En este sentido vale la pena que los obispos nos
preguntemos cómo vivimos la comunión entre nosotros; y que los demás agentes
pastorales se pregunten también cómo se vive la comunión entre los miembros del
clero, los religiosos, los demás consagrados y los fieles laicos. Igualmente
cómo se la vive en nuestras Iglesias particulares; y si las parroquias,
colegios, instituciones y movimientos, participan de la responsabilidad de
edificar la Iglesia diocesana, aportando cada uno su carisma y favoreciendo la
pastoral orgánica.
También debemos examinar si recibimos con
amabilidad a todos los que acuden a la Iglesia y si promovemos su pertenencia
cordial a ella, a fin de que nadie se sienta excluido y que nuestro modo de
actuar no sea causa del alejamiento de algunos fieles hacia las sectas.
Decíamos en Líneas Pastorales que
en la unidad se juega la eficacia de la nueva evangelización y que la Iglesia
no podrá reconciliar a los hombres entre sí, sin mostrar una imagen creíble de
unidad (10).
b) Unidad de todos los cristianos
Las palabras del Papa nos encaminan a
evaluar nuestro esfuerzo en favor de la unidad de los cristianos. Sin
desconocer lo que se ha realizado, sentimos que aún no hemos atendido suficientemente
las recomendaciones del Concilio. Debemos evaluar si alentamos al Pueblo de
Dios en su oración por la unidad y en la realización de gestos que fortalezcan
el impulso ecuménico. "Entre las súplicas más fervientes de este momento
excepcional, al acercarse un nuevo milenio, la Iglesia implora del Señor que
prospere la unidad entre todos los cristianos de las diversas confesiones,
hasta alcanzar la plena comunión" (TMA 16).
c) Unidad con todos los hombres
Otro punto importante es el tema de la
libertad religiosa, y el encuentro con personas de otras religiones y los no
creyentes. Debemos examinar si nos esforzamos por comprender las razones de
quienes no creen y si interpretamos el significado de sus búsquedas.
Como lo ha expresado el Concilio, el Evangelio
ha de ser propuesto de manera que pueda suscitar una fe libre y personal,
"ya que la verdad no se impone de otra manera que por la fuerza de la
misma verdad que penetra con suavidad y firmeza a la vez, en las almas"(11).
Para ello será útil preguntarnos por
nuestro diálogo con el mundo, ya que "para los discípulos de Cristo no
puede haber nada verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón"(12).
Es necesario revisar nuestra presencia y actitud de diálogo con el mundo del
trabajo; con quienes cultivan la ciencia y la técnica; con quienes se consagran
al arte; con quienes nos brindan las competencias deportivas; con aquellos que
se dedican al desarrollo económico, político y social; con los comunicadores
sociales, etc.
Como cristianos, debemos ser gestores de
unidad en el mundo, pero muchas veces omitimos una acción más intensa en la
búsqueda de la comunión, o no promovemos caminos comunes con los hombres y
mujeres de buena voluntad.
11. El servicio a la Verdad
"Otro capítulo doloroso sobre el que
los hijos de la Iglesia deben volver con ánimo abierto al arrepentimiento está
constituido por la manifestada, especialmente en algunos siglos, con métodos de
intolerancia e incluso de violencia en el servicio de la verdad" (TMA 35).
A todos los cristianos, y por particular
oficio a los obispos, sacerdotes y diáconos, Cristo nos ha encomendado el
anuncio de su Evangelio que es Palabra de verdad: "Verdad difícil que
buscamos en la Palabra de Dios, de la que no somos dueños ni árbitros, sino
depositarios, herederos y servidores"(13).
El tiempo preparatorio al Gran Jubileo nos
invita a todos a examinarnos sobre nuestro culto a la verdad: si dejamos de
buscarla, meditarla y servirla; si la callamos o disimulamos por respeto humano
o complacencia; y si cuidamos de su auténtica transmisión (14),
De manera especial, hemos de examinar si
cada una de nuestras escuelas y universidades, seminarios y centros teológicos
y catequísticos se mantienen fieles a la verdad del Evangelio y al magisterio
de la Iglesia, y si la transmiten en su visión del mundo y de la vida; si
quienes enseñan en ellos ofrecen un testimonio coherente con los valores
cristianos.
Además, debemos interrogarnos si en el
anuncio de la verdad tenemos en cuenta la situación de las personas a
evangelizar, su ritmo en la asimilación del mensaje, sus convicciones y sobre
todo su conciencia, que nunca debe ser violentada (15).
12. Queremos poner de relieve la
importancia de los Medios de Comunicación en la transmisión de la verdad.
Conviene que nos preguntemos las causas de la escasa presencia de los católicos
en los mismos. También si nos hemos empeñado en desarrollar una pastoral
dirigida a los comunicadores y a las estructuras de la comunicación, que
contemple su adecuado uso en la difusión del Evangelio.
Así como nosotros nos preguntamos sobre
nuestra responsabilidad en este campo, invitamos a los comunicadores,
particularmente a los católicos, a acompañarnos en el examen de conciencia
sobre la fidelidad a la Verdad.
13. Indiferencia religiosa
"¿Cómo callar, por ejemplo, ante la
indiferencia religiosa que lleva a muchos hombres de hoy a vivir como si Dios
no existiera o a conformarse con una religión vaga, incapaz de enfrentarse con
el problema de la verdad y con el deber de la coherencia?" (TMA 36).
Dijimos en Líneas Pastorales:
"El secularismo afecta directamente a la fe y a la religión. Al dejar de
lado a Dios, fuente de toda razón y justicia, se prescinde de la verdad última
que da pleno sentido a la vida humana, tanto referida a la etapa temporal e
histórica, cuanto a la esperanza escatológica de la vida futura"(16).
El secularismo anula el principio de autoridad, la ley pierde su razonabilidad
y expone a la sociedad al autoritarismo y a la violencia. Se pierde la razón
última que da pleno sentido a la vida humana, se oscurecen los valores éticos y
se cae en la tentación de autosuficiencia y absolutización del poder, del
dinero, del placer o de la eficiencia: diversas formas de corrupción que
afectan a las personas concretas y dañan a todo el conjunto de la sociedad.
14. También el secularismo agrava a las
estructuras económicas que anteponen al hombre el lucro y el beneficio
económico, y en cuyas raíces se encuentra un afán de exclusiva ganancia y una
desmesurada ansia de poder. El lucro se vuelve un valor tan absoluto, que
impide pensar en la multitud de seres humanos que van quedando fuera de la
participación de los bienes.
15. Contraria a esta concepción, y a pesar
del secularismo que se va extendiendo por la influencia de distintos factores
que conforman la cultura, entre ellos los medios masivos de comunicación,
nuestro pueblo tiene arraigada una piedad popular, que influye en su vida y
orienta su conducta, no obstante algunas obscuridades o ambigüedades que pueda
contener.
Frente a este panorama y dado que la
mayoría de los argentinos son bautizados, no podemos dejar de pensar con
responsabilidad de pastores en aquellos desafíos del secularismo y de la
justicia demasiado largamente esperada, que recogimos en nuestras Líneas
Pastorales. Corresponde por ello, que nos preguntemos si formamos a los
fieles de modo tal que las conductas se rijan por los valores del Evangelio; si
alentamos la coherencia de vida; si nos esforzamos por sostener la fe en la
vida eterna para impedir que el horizonte de la existencia humana se reduzca a
la dimensión temporal (17).
16. Pecados contra fa dignidad y los
derechos del hombre
"¿Cómo no sentir dolor por la falta
de discernimiento, que a veces llega a la aprobación de no pocos cristianos,
frente a la violación de fundamentales derechos humanos, por parte de regímenes
totalitarios? ¿Y no es acaso de lamentar, entre las sombras del presente, la
corresponsabilidad de tantos cristianos en graves formas de injusticia y de
marginación social?" (TMA 36).
El evangelio de la vida "recibido del
Señor" (18) nos recuerda que la voluntad de Dios es
que el hombre viva plenamente. Nosotros, "como pueblo de la vida y para la
vida" (19), debemos anunciarlo de manera urgente en
nuestro tiempo en el que se difunde la cultura de la muerte. Esta va informando
con sutileza la mente y el corazón de padres, médicos, legisladores, asistentes
sociales, comunicadores, y de la misma opinión pública en general, para
facilitar muchas veces en nombre de los mismos derechos del hombre, el crimen
del aborto y de la eutanasia, la manipulación genética y el ensañamiento
terapéutico (20), reclamando un poder sobre la vida humana
que sólo pertenece a Dios.
17. En otro orden de cosas, también nos
encontramos con injusticias sociales que generan innumerables excluidos de la
vida argentina. Desde la falta de trabajo, hasta situaciones en que no se
alcanzan los niveles elementales de alimentación, salud, vivienda, vestido y
educación. A veces estas injusticias son manipuladas brindando soluciones
transitorias, con el fin de crear dependencia en aquellos a quienes se dice
servir.
Expresamos nuestro dolor por estas
situaciones y queremos que toda la Iglesia, que por su naturaleza es servidora
de la vida, acreciente su vocación solidaria, para actuar conforme a lo dicho
en Líneas Pastorales: que nuestra fe en Dios manifieste todo su
potencial humanizador y generador de dignidad (21). Cabe preguntarnos
cómo desarrollamos nuestra opción por los pobres, débiles y enfermos, y de qué
manera nuestras instituciones trabajan por su promoción (22).
18. A lo largo de la historia nacional,
con frecuencia y de diversas maneras, se ha disociado el anuncio del Evangelio
de su debida proyección en la vida política. Esta disociación se manifestó
cruentamente en las décadas del '60 y '70, caracterizadas por el terrorismo de
la guerrilla y por el terror represivo del Estado. Sus profundas heridas no han
cicatrizado aún.
Sin admitir responsabilidades que la
Iglesia no tuvo en esos hechos, debemos reconocer que hubo católicos que
justificaron y participaron en la violencia sistemática como modo de
"liberación nacional", intentando la toma del poder político y el
establecimiento de una nueva forma de sociedad, inspirada en la ideología
marxista, arrastrando lastimosamente a muchos jóvenes. Y hubo otros grupos,
entre los cuales se contaron muchos hijos de la Iglesia que respondieron
ilegalmente a la guerrilla de una manera inmoral y atroz, que nos avergüenza a
todos. Por ello es oportuno reiterar lo ya dicho: "Si algún miembro de la
Iglesia, cualquiera fuera su condición, hubiera avalado con su recomendación y
complicidad algunos de esos hechos, habría actuado bajo su responsabilidad
personal, errando o pecando gravemente contra Dios, la humanidad y la
conciencia" (23).
19. Desde los comienzos de esta tragedia
se procuró anunciar, con toda claridad, el Evangelio de la justicia, de la
convivencia social y de la reconciliación. Son numerosos los documentos que,
desde fines de los años 60 y hasta las vísperas del retorno a la vigencia de la
Constitución en 1983, atestiguan esta enseñanza sobre la necesidad del estado
de derecho, la inviolabilidad de los derechos humanos y la maldad de todos los
crímenes contra las personas y contra la convivencia social (24).
Los documentos del Episcopado dan fiel
testimonio de cuanto dijimos entonces sobre esos dolorosos fenómenos. Como
síntesis de aquella enseñanza transcribimos unas líneas de Dios, el hombre y
la conciencia: "Existen múltiples y dolorosos pecados contra la vida
ajena [...] En este tiempo algunos de ellos han adquirido particular gravedad,
debido a su auge y al hecho de haberse producido de una manera sistemática. En
efecto, han resultado de ideologías de diversos signos, subversivo o represivo,
pero que han tenido en común la lesión violenta del derecho a la vida como
medio de obtener, cada una, sus propios fines. Es así como se han planificado
actos de terrorismo, torturas, mutilaciones, asesinatos. La Iglesia ha pedido
un particular examen de conciencia en este campo, guiada por la convicción de
que una revisión de la propia historia personal y social, servirá para
construir con claridad y firmeza el futuro de la Nación"(25).
Solidarios con nuestro pueblo y con los
pecados de todos, imploramos perdón a Dios nuestro Señor por los crímenes
cometidos entonces, especialmente por los que tuvieron como protagonistas a
hijos de la Iglesia, sean los enrolados en la guerrilla revolucionaria, sean
los que detentaban el poder del Estado o integraban las fuerzas de seguridad.
También por todos los que, deformando la enseñanza de Cristo, instigaron a la
violencia guerrillera o a la represión inmoral.
20. En aquel momento el Episcopado juzgó
que debía combinar la firme denuncia de los atropellos, con frecuentes
gestiones ante la autoridad mediante la Mesa Ejecutiva de la CEA, la Comisión
encargada de estos asuntos, o la acción individual de los Obispos. Se buscaba
encontrar soluciones prácticas y evitar mayores males para los detenidos. Hemos
de confesar que, lastimosamente, se tropezó con actitudes irreductibles de
muchas autoridades, que se alzaban como un muro impenetrable.
No pocos juzgan que los obispos en aquel
momento debieron romper toda relación con las autoridades, pensando que tal
ruptura hubiera significado un gesto eficaz para lograr la libertad de los
detenidos. Sólo Dios conoce lo que hubiera ocurrido de haberse tomado ese
camino. Pero, sin lugar a dudas, todo lo hecho no alcanzó para impedir tanto
horror.
Sentimos profundamente no haber podido
mitigar más el dolor producido por un
drama tan grande. Nos solidarizamos con cuantos se sientan lesionados por ello,
y lamentamos sinceramente la participación de hijos de la Iglesia en la
violación de derechos humanos.
21. Hacemos nuestros algunos conceptos del
Mensaje de Juan Pablo II con ocasión del 50° aniversario de la finalización de
la Segunda Guerra Mundial: "No fue fácil comprender plenamente las
múltiples y trágicas dimensiones del conflicto. [...] Tenemos el deber de
acordarnos ante Dios de aquellos hechos dramáticos, para honrar a los muertos y
compadecer a los que este despliegue de crueldad hirió en el corazón y en el
cuerpo, perdonando del todo las ofensas. [...] Ante cada guerra estamos todos
llamados a meditar sobre nuestras responsabilidades pidiendo perdón y perdonando"(26).
A fin de avanzar en la reconciliación de
todos los argentinos, reafirmamos lo que dijimos en Iglesia y Comunidad
Nacional: "Que ella sólo se puede construir sobre la verdad, la
justicia y la libertad, impregnadas de misericordia y de amor"(27).
Confiamos que este camino de
arrepentimiento para la reconciliación hará que la misericordia de Dios penetre
en nuestros corazones y en el de la comunidad argentina, para dejar atrás
rencores y resentimientos y caminar con esperanza hacia el Tercer Milenio.
22. La recepción del Concilio Vaticano II por la Iglesia en la
Argentina
"EI examen de conciencia debe mirar
también a la recepción del Concilio, este gran don del Espíritu a la Iglesia al
final del segundo milenio"
(TMA 36).
Los documentos conciliares nos ayudan a
cuestionarnos, de manera orgánica y progresiva, sobre la asimilación que hemos
hecho de sus orientaciones. La profunda renovación que la Iglesia nos propuso
para servir al mundo, requiere que el examen de conciencia sobre su aplicación
continúe realizándose en cada comunidad, por todos los fieles comprometidos con
la evangelización.
23. El Concilio presentó a la Iglesia como
comunión, en la que sus miembros con una misma vocación a la santidad y la
misión deben ejercer sus ministerios y carisma. Éstos desde la aplicación del
Concilio no siempre fueron totalmente aceptados ni ejercidos como servicio a la
unidad. Muchas veces la libertad fue excusa para dañar la unidad. No faltaron
infidelidades y defecciones respecto a los compromisos asumidos, que
constituyeron un serio escándalo para los fieles. Todo ello exige
arrepentimiento y efectiva corrección fraterna, como fue enseñado por Jesús(28).
24. También propuso una profunda
renovación litúrgica. Muchas de las reformas introducidas han hecho crecer al
pueblo de Dios en la participación y celebración de los divinos misterios. Con
todo, debemos lamentar que no pocas veces esta renovación se quiso imponer sin
respetar suficientemente la cultura y el ritmo de las comunidades cristianas,
especialmente de las más sencillas.
Además, debemos reconocer que, como se
señala en la Consulta al Pueblo de Dios, las celebraciones siguen siendo
muchas veces "poco festivas y participadas, divorciadas de la vida
corriente o demasiado prolongadas"; o por el contrario tan temporalistas
que no ayudan a la devoción, al crecimiento en la fe o al fortalecimiento del
sentido de lo sagrado(29).
25. A partir del Concilio, la Palabra de
Dios es, sin duda, más conocida por nuestros fieles, a través de la liturgia,
de la catequesis, de la oración comunitaria, de la lectura en familia y del
estudio bíblico. Muchos de los fieles confiesan que su meditación es una de las
ayudas más grandes para crecer en la fe (30). Los ministros de la Palabra, debemos
revisar el servicio a ella, pues muchas veces el pueblo se queja por "las
homilías alejadas de la realidad", o "demasiado superficiales" o
"políticas"(31), y "por la carencia de una
catequesis que abarque toda la vida"(32).
26. La Iglesia quiso asumir "los
gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro
tiempo"(33). Hizo suyos los problemas del mundo,
reconociendo a los laicos como fermento para que, "mediante el ejercicio
de su función propia y bajo la guía del Espíritu evangélico, [...] igual que la
levadura, contribuyan, desde dentro, a la santificación del mundo [...] y
descubran a Cristo a los demás, principalmente con el testimonio de su vida y
el fulgor de la fe, la esperanza y la caridad"(34).
Los miembros del clero, los religiosos y demás consagrados hemos de
preguntarnos si reconocemos su libertad y valoramos y fomentamos la
responsabilidad laical, si la animamos en su ejercicio y la estimulamos con
nuestro acompañamiento. Exhortamos a la vez a los laicos a que se examinen si
asumen la responsabilidad que les es propia en tareas que sin duda son
difíciles y riesgosas, pero necesarias para la transformación del mundo.
27. Al contemplar al Concilio en la
perspectiva de los treinta años que pasaron desde su clausura, hemos de
reconocer que decreció el entusiasmo inicial con que se lo había aceptado.
Algunos de sus contemporáneos, equivocando su comprensión o su aplicación,
provocaron heridas en el cuerpo de la Iglesia que no han cicatrizado todavía.
Hoy, otros corren el peligro de pensar que el Concilio es cosa del pasado y que
no les concierne.
Los interrogantes de aquel momento sobre
la Iglesia y su misión, siguen teniendo actualidad y por lo tanto, las
respuestas dadas por el Concilio mantienen todo su vigor.
La celebración de los 2000 años del
Nacimiento de Jesucristo y el inicio del Tercer Milenio del cristianismo, son
una ocasión propicia para volver a meditar sus orientaciones, profundizarlas y
ponerlas en práctica.
28. AI concluir este examen de conciencia,
los obispos, aplicándonos palabras de Pablo VI, pedimos humildemente perdón a
Dios, nuestro Señor, por las culpas que se nos puedan imputar. Rogamos también
a los hermanos que se sientan ofendidos por nosotros que nos excusen. Por
nuestra parte estamos dispuestos a perdonar las ofensas de las que pudo ser
objeto la Iglesia (35).
De esta manera, con humildad y esperanza,
nos disponemos a acompañar a nuestros hermanos en la fe, en el camino que nos
lleva al gozo del Gran Jubileo.
III. UNA RENOVADA INVITACIÓN A LA ESPERANZA Y A LA MISIÓN
29. Reafirmando las Líneas Pastorales,
invitamos a vivir el Jubileo desde una actitud esencialmente misionera: hacer
memoria para celebrar y celebrar para comunicar el misterio recordado de la
Encarnación redentora de Nuestro Señor Jesucristo.
El Papa nos señala que la nueva
evangelización, centrada en Cristo, ha de ser trinitaria (36),
de modo que los últimos años que anteceden al 2000 están dedicados
respectivamente al Misterio del Hijo, del Espíritu Santo y del Padre.
Cada año, esta temática orientará la reflexión y las opciones pastorales.
30. Año dedicado a la celebración del Misterio del Hijo - 1997
Entre los contenidos cristológicos
propuestos, se nos invita especialmente a descubrir a Cristo Salvador y
Evangelizador y a profundizar el misterio de su Encarnación.
El cristianismo no es una realidad
abstracta, indefinida y sin rostro. Es el encuentro con la persona viva de
Cristo y por ÉI, con el Espíritu Santo y con el Padre. Encuentro que exige la
entrega total y perenne de nuestra vida.
El misterio de Jesús ha de ser acogido en
la respuesta humilde y agradecida de la fe, en la libertad del amor y en el
deseo ilimitado de la esperanza.
31. Meditando el misterio de su Muerte y
Resurrección, ese año será un tiempo privilegiado para renovar el amor a la
Palabra de Dios por la cual el Señor sigue dialogando con su pueblo; para
profundizar la catequesis, que tiene un instrumento excepcional en el Nuevo
Catecismo de la Iglesia Católica; y para mejorar la pastoral del Bautismo,
pedido con gozo por los fieles, especialmente por los más humildes, ocasión
propicia para intensificar con sabiduría el respeto al deseo de todos los que
lo solicitan para sus hijos, aunque se hallen en situaciones particulares y
dolorosas (37).
32 Año dedicado a la celebración del Misterio del Espíritu Santo -
1998
El Gran Jubileo es inseparable de la
reflexión sobre el Espíritu Santo, ya que la Encarnación se realizó por obra
suya.
El Espíritu de Verdad, de Vida y de Amor,
que ya se comunica en el Bautismo, lleva al cristiano a su madurez espiritual
por el sacramento de la Confirmación, para enriquecer la santidad y la unidad
de la Iglesia que la hacen creíble y le dan la necesaria fortaleza para abordar
la gran obra de la nueva evangelización (38), uno de los grandes desafíos que
enfrentamos al ingresar al Tercer Milenio.
La diversidad de cada Iglesia particular,
con sus propias culturas y la multiplicidad de carisma, tareas y ministerios,
frutos del Espíritu Santo, "manifiesta con mayor evidencia la catolicidad
de la Iglesia indivisa" (39).
33. Es una obligación buscar la
restauración de la unidad de los cristianos malograda por el pecado. Esta
gracia debe ser la "súplica más sentida" en la última etapa del
Milenio (40), para eliminar el escándalo de la
división y prepararnos a la fiesta del encuentro, con sinceridad y confianza.
El Concilio nos enseña también que la
unidad de la Iglesia es el germen de la unidad de todo el género humano (41).
Por eso, mediante el diálogo, ella debe abrazar a todos los hermanos en el
bautismo y a todos los demás hombres.
34. Junto a ello, ese año habremos de
pedir muy especialmente al Espíritu Santo la virtud cristiana de la esperanza,
para vivir de acuerdo a ella, en verdadera pobreza evangélica, que pone el
futuro en las manos paternales de Dios (42).
35. Año dedicado a 1a celebración del
Misterio de Dios Padre - 1999
Toda la vida cristiana es una gran
peregrinación hacia la casa del Padre, cuyo infinito amor penetra lo íntimo de
la persona y se prolonga a la comunidad creyente, para alcanzar la humanidad
entera.
36. El camino de los hijos al Padre, como
el del hijo pródigo, es un camino de conversión. Hemos de cambiar nuestro
corazón, dejando todo pecado, para buscar el bien con la fuerza del amor, única
ley definitiva que sólo tiene como frontera a Dios mismo, y en Dios, a todos
los hombres.
37. El amor al Padre suscita en los
creyentes la actitud de penitencia, invitando al sacramento de la
Reconciliación que derrama el perdón y la gracia en el corazón de los fieles,
ejercicio de la misericordia de Dios mediante la Iglesia. La preparación del
Jubileo es ocasión excepcional para revitalizar su práctica y para revisar
nuestro ministerio de Obispos y Presbíteros.
38. Como ya acontecía en el Antiguo
Testamento, un aspecto sobresaliente de la celebración de los Jubileos es la
preocupación por la dimensión social (TMA 51). Por eso ese año será muy
propicio para revitalizar en el Pueblo de Dios la opción preferencial por los
pobres, débiles y enfermos, proclamada por la Iglesia y asumida por nosotros en
Líneas Pastorales.
39. Confiamos los trabajos preparatorios
de estos años a la Santísima Virgen María, Nuestra Señora de Luján, que es
Madre del Hijo, Templo del Espíritu Santo e Hija predilecta del Padre. Ella
acompaña con amor materno a la Iglesia peregrina, en medio de los gozos y las
esperanzas, las tristezas y las angustias de nuestro tiempo, hasta la venida
del Señor, mientras glorificamos al Padre por Cristo en el Espíritu Santo.
71ª Asamblea Plenaria
San Miguel, 27 de abril de 1996
Notas
1 . Juan Pablo II en Buenos Aires,
Discurso a los Consagrados y Agentes de Pastoral,
1.(10-04-87).
2. Documento Sto. Domingo, lra. Parte.
3. Cf. TMA 12-1 3.
4. Cf.Heb. 2,l7; 4,15.
5. LPNE, 16.
6. Cf. Fp.2,6-11; Col 1,l5-20; Ef.5,23-27; 29-30; 1 Cor. 12,12-13;
Rm.8,29.
7. Iglesia y Comunidad Nacional, 66.
8. Dios,.el Hombre y la Conciencia, 4.
9. Evangélii Nuntiandi, 77.
10. LPNE, 35 ss.
11. Dignitatis Humanae,1.
12. Gaudium et Spes, 1.
1 3.Evangelii Nuntiandi, 78.
14. Evangelii Nuntiandi,, 79.yLPNE, 36.
15.Evangelii Nuntiandi,, 80.
16. LPNE, 12.
17. LPNE, 13-14.
18. Evangelium Vitae, 2,
19. Evangelium Vitae, 6.
20. Evangelium Vitae, 65.
21. Cf. LPNE, 16.
22. Cf. LPNE, 59.
23. CEA - En la 111ª Comisión Permanente 8
de marzo de 1995.
24. Cf. La Iglesia y los Derechos Humanos
(1984).
25. Dios, el Hombre y la Conciencia, 60.
26. Juan Pablo II, Final de la 2a Guerra
Mundial, 8 de mayo 1995: n° 2 y 8.
2.7. Cf. Iglesia y Comunidad Nacional, n°
199 al 202.
28. Cf. Mt. 18, 15-18.
29. Cf. CEA Consulta al Pueb1o de Dios,
pág. 127.
30. Idem. pág. 51.
31. Idem. pág. 127.
32. Idem. pág. 91 .
33. Gaudium et.Spes, 1.
34. Lumen Gentium, 31 .
35. Discurso Inaugural de la 2a Sesión
del.Concilio Vaticano II,(29-09-63).
36. Cf. TMA, 39.
37. LPNE, 49. Gf. Familiaris Corasortio, 81-85.
38. LPNE,
35.Cf. Evangelii Nuntiandi, 77.
39. Lumen Gentium, 23.
40. Cf. TMA, 34.
41. Lumen.Gentium, 1.
42. Cf. Mt:5,1-12; 6,25-34; Lc.23,46.