72ª Asamblea Plenaria / 4 - 9 de noviembre
de 1996
Cristo camino nuevo y vivo
1. Los Obispos de la Argentina hemos
participado de la 72 Asamblea Plenaria y comenzado un nuevo período estatutario
de la Conferencia Episcopal que providencialmente coincide con la proximidad
del tiempo del Adviento y el comienzo del trienio preparatorio del Gran
Jubileo, con motivo de los dos mil años del Nacimiento de Nuestro Señor
Jesucristo.
2. En el reciente documento
"Caminando hacia el tercer milenio" hicimos nuestra 1ª convocatoria
del Papa Juan Pablo II y "exhortamos a todos los cristianos y hombres de
buena voluntad a participar activamente de esta celebración mediante la
contemplación del Nacimiento de Jesucristo y una conversión más profunda a
él". Para ello propusimos realizar un sincero examen de conciencia
eclesial, tanto de los pecados pasados, cuanto de aquellas situaciones
presentes que nos apartan de Dios y nos impiden vivir como hermanos en la
Iglesia y en la sociedad.
3. En ese examen de conciencia procuramos
mirar la realidad a la luz del Evangelio. Reconocimos que ninguno de nosotros,
ni dentro de la Iglesia ni en la sociedad, está exento de pecado y, a la vez,
sentimos un impulso interior a convertir el corazón a Dios para corregir todo
lo que contradiga el precepto del amor verdadero y fraternal que Cristo nos
propone como síntesis de toda ley. Junto a signos alarmantes de pecado,
experimentamos el deseo y el convencimiento de que es posible una sociedad más
justa y más humana.
4. Nos abruman las noticias de estos
últimos tiempos mostrando al país herido por el escándalo que alcanza a todos
los estamentos de la sociedad, con distinta y mayor responsabilidad en quienes
más tienen, más pueden, más saben, o ejercen alguna forma de autoridad
familiar, empresarial, política, o religiosa. Esto suscita en el pueblo
actitudes de descreimiento, falta de confianza y ruptura de los lazos de
convivencia familiar y social. Queremos señalar con preocupación la importancia
y el dolor de quienes ven comprometida su fuente de trabajo y su participación
en una más equitativa distribución de la riqueza, tan necesaria para el
desarrollo integral del hombre y el bien común de la sociedad.
5. Una progresiva pérdida del sentido
moral nos afecta también a nosotros los cristianos, y un vaciamiento de los
valores religiosos quita convicción al obrar del hombre. Esta realidad se debe
a una equivocada concepción de libertad que, por ignorancia o por abandono de
los criterios cristianos de vida y de las normas éticas, nos ha desligado de
los compromisos morales. El intento de construir un humanismo sin Dios, termina
produciendo un "humanismo" contra el hombre mismo.
6. Debemos recordar y presentar en toda su
exigencia los mandamientos de Dios. Ellos esclarecen y precisan la ley inscrita
en el corazón de cada uno y señalan con claridad cuáles son las cosas buenas
que se deben realizar y cuáles son las malas que tenemos que evitar. Su
desconocimiento u olvido hiere al hombre en su dignidad, lo aparta de la
solidaridad y divide la sociedad, al crear fronteras que nos distancian; así
encontramos quienes gozan de toda clase de seguridades y quienes padecen
inseguridad; quienes están satisfechos y quienes apenas sobreviven; quienes han
nacido y quienes fueron muertos antes de nacer; quienes gozan de la excelencia
de la cultura y del saber y quienes quedan sumergidos en la ignorancia. Ello
produce un enorme sufrimiento para la mayoría de la población del país, y la
lleva a un estado de tristeza y de escepticismo frente al mundo de los valores éticos.
7. Es necesario volver a plantearnos la
verdad sobre el hombre como criatura de Dios, hecho a su imagen y llamado a ser
su hijo, en su existencia única e irrepetible, que trasciende la vida temporal
en la que determinará su destino final mediante el ejercicio responsable de la
propia libertad.
8. Jesús convoca a todos los hombres a una
vida nueva que nos haga justos y solidarios: a estar cerca de las angustias y
sufrimientos de los más pobres, de los que no han podido alcanzar mayor
educación, de los que están enfermos, de los que necesitan más del
acompañamiento de la comunidad. También nos hace capaces de transformar en
justicia y en amor lo que la sociedad tienen de egoísmo e injusticia que
corrompe y disuelve la vida moral y social del pueblo.
9. Aunque parezca enorme esta empresa, que
debe ser tarea de todos, no tiene que hacernos desesperar porque JESÚS nos
acompaña. ÉI, que es el hijo de Dios hecho hombre para salvarnos, que nos
redimió en la cruz y nos alcanzó la misericordia del Padre, ha prometido estar
con nosotros "siempre, hasta el fin del mundo" (Mt. 28, 20). Y con
él, todo es posible. La certeza de nuestra fe nos lleva a mirar con esperanza
el futuro.
10. Con esa confianza sentimos el desafío
de renovar la acción evangelizadora de la Iglesia, mediante la palabra y las
obras. Humildemente nos comprometemos a ello. Cristo, "camino nuevo y
vivo" (Heb. 10, 1 9), es la fuerza que nos permite vivir aquellos valores
morales que son la única garantía de la dignidad humana y el sostén de una sociedad
justa, libre y fraterna.
11. Ponemos a los pies de María Santísima,
nuestra Madre de Luján, este llamado a convertir nuestro corazón: que
"crezcamos en la fidelidad al Evangelio; que nos preocupemos de compartir
en la caridad las angustias y las tristezas, las alegrías y las esperanzas de
los hombre" (Pleg.Eucar. 5a.A), y podamos hacer juntos el camino de la
salvación.
72ª Asamblea Plenaria
San Miguel, 9 de noviembre de 1996