COMPARTIR LA MULTIFORME GRACIA DE DIOS
Carta Pastoral de los Obispos Argentinos
sobre el
Sostenimiento de la Obra Evangelizadora de la Iglesia
San Miguel, 31 de octubre de 1998
COMPARTIR LA MULTIFORME GRACIA DE DIOS
Carta
Pastoral de los Obispos Argentinos
sobre
el
Sostenimiento
de la Obra Evangelizadora de la Iglesia
I. ¿Competir o
Compartir? Desafío para el Tercer Milenio
1.La proximidad del año 2000, en el que celebraremos el Gran Jubileo del
Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, es una ocasión providencial para que
todos los miembros del Pueblo de Dios - fieles y pastores - nos pongamos en
actitud de adoración ante este gran misterio, que se consumó en su Muerte y
Resurrección. Y así, crecer en la gracia de "compartir la vida divina de
aquél que se dignó compartir nuestra humanidad"[1]
La contemplación de este misterio ha de repercutir en la responsabilidad
que nos cabe a todos los discípulos del Señor en el anuncio del Evangelio.
Según explicó Jesús, este anuncio fue la razón de su envío a la tierra[2].
Y en el momento de su glorificación, encomendó a los Apóstoles y, en ellos, a
todos los miembros de la Iglesia, la misión de llevarlo al mundo entero: "Vayan, y hagan que todos los pueblos
sean mis discípulos..."[3].
En consecuencia, esta contemplación nos ha de llevar a considerar la obligación
que nos cabe de poner todos los medios necesarios para su realización. Si
creemos y amamos de veras a Jesucristo, no hemos de titubear en ofrendarnos por
completo para evangelizar su Nombre a los hombres del Tercer Milenio. Por lo
mismo, hemos de "poner al servicio
de los demás los dones que hemos recibido, como buenos administradores de la
multiforme gracia de Dios"[4].
2. Una verdad católica fundamental es que la obra evangelizadora de la
Iglesia se realiza, en primer lugar, por la presencia del Señor y de su
Espíritu: "Yo estaré siempre con
ustedes hasta el fin del mundo"[5];
"Yo rogaré al Padre, y él les dará
otro Paráclito para que esté siempre con ustedes, el Espíritu de la verdad"[6].
Pero no podemos olvidar que el Señor requiere también nuestra colaboración,
como la requirió de los Doce, de los setenta y dos discípulos, de las mujeres
que lo seguían, y de tantos otros. Por ello debemos someter esta colaboración a
un examen de conciencia, sereno y sincero: en cuanto de nosotros depende,
¿ponemos los medios necesarios para que el Evangelio llegue a todos los
habitantes de nuestra Patria?
3. Dada la importancia del tema, nos pareció necesario consultar al
Pueblo de Dios a través de los respectivos Obispos diocesanos; cosa que se hizo
en los meses pasados[7].
Creemos ahora conveniente dirigir esta Carta pastoral, que es fruto en buena
medida de dicha Consulta. Su objetivo es triple:
a)
primero, iluminar a los fieles en orden a acrecentar el espíritu de comunión de
bienes (personas, talentos, tiempos y dinero);
b)
segundo, facilitar un proceso de reforma económica en la Iglesia en la
Argentina, cuyo fruto sea el sostenimiento integral y permanente de la obra
evangelizadora;
c)
tercero, explicitar el fundamento teológico-pastoral en el que se basa el Plan
COMPARTIR, ideado por el Consejo Episcopal de Asuntos Económicos, a quien hemos
encomendado llevar adelante el proceso de reforma económica, y cuyas líneas
generales hemos aprobado en la Asamblea Plenaria de septiembre de 1997.
Somos conscientes de las dificultades en que vive nuestro pueblo. Éstas
provienen en gran parte de la cultura ambiente que propone el competir y el
éxito económico como valores supremos. Y, sobre todo, nos duele la situación de
penuria, y hasta de exclusión total, que esta filosofía y práctica económicas
van provocando y que afectan más gravemente a los más pobres. Todo ello, en vez
de retraernos, nos hace sentir la urgencia de la materia de esta Carta, para
proponer al Pueblo de Dios, e incluso a la Nación entera, una doctrina y
práctica del COMPARTIR los bienes que tenemos, según el designio de Dios
Creador del mundo.
II.- La comunión de bienes en la Iglesia
4. El primer anuncio de la Muerte y Resurrección de Jesucristo,
proclamado por el apóstol San Pedro en Pentecostés, puso de manifiesto que
aquellos hechos interpelaban profundamente a los oyentes y los movían a una
sincera conversión. Por ello, una vez bautizados, entendieron que debían
abrazar un nuevo estilo de vida, conforme al Evangelio de Jesús, en el que
"la comunión" constituía un criterio fundamental. Como se dice en el
libro de los Hechos de los Apóstoles:
"Todos se reunían asiduamente para
escuchar la enseñanza de los Apóstoles, y participar en la vida común
(comunión), en la fracción del pan y en las oraciones"[8].
Desde entonces, "comunión" es un concepto indispensable para
entender la vida de la Iglesia. Puesto que
"Dios nos llamó a vivir en comunión con su Hijo Jesucristo"[9],
incluso "participando de sus
padecimientos"[10],
y dado que estamos en "la comunión
del Espíritu Santo"[11]:
es preciso que estemos también "en
comunión unos con otros"[12].
5. Este principio de la "comunión", que dimana de Dios Padre,
Hijo y Espíritu Santo, es la fuerza misteriosa que hace que las innumerables
Iglesias diocesanas de todo el mundo, presididas por miles de Obispos,
sucesores de los Apóstoles, configuren una sola Iglesia Católica, presidida por
el sucesor del apóstol San Pedro, el Obispo de Roma, hoy el Papa Juan Pablo II.
El mismo principio vale también al interior de cada Iglesia diocesana,
entre todas las comunidades eclesiales que la conforman: Parroquias, Capillas,
Comunidades religiosas, Asociaciones, Movimientos, Colegios, Universidades,
etc. Y, por cierto, al interior de cada una de tales instancias.
En la Iglesia sucede lo que en un cuerpo, según enseñó el apóstol San
Pablo: "Así como el cuerpo tiene
muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser
muchos, no forman sino un solo cuerpo. así también sucede con Cristo... ¿Un
miembro sufre? Todos los demás sufren con él. ¿Un miembro es enaltecido? Todos
los demás participan de su alegría"[13].
Una verdadera comunidad católica no puede, por tanto, ser indiferente a los
gozos, penas y necesidades de las otras comunidades cristianas, a comenzar por
las más cercanas. Hemos de lamentar, sin embargo, que muchas veces se caiga en
cierto "capillismo", o falso espíritu comunitario, en el que un grupo
cristiano piensa sólo en sí mismo.
6. El principio de la comunión es válido, además, para todos los órdenes
de la vida eclesial, incluso el económico. Este aspecto lo explicitó el apóstol
San Pablo, con ocasión de la colecta que realizó entre los cristianos de origen
pagano en favor de los pobres de Jerusalén: "Resolvieron hacer una colecta (comunión) en favor de los santos de
Jerusalén... Lo hicieron espontáneamente, aunque en realidad estaban en deuda
con ellos. Porque si los paganos participaron de sus bienes espirituales, deben
a su vez retribuirles con bienes materiales"[14].
III. Bienes a compartir
7. Cuando hablamos de bienes a compartir o poner a disposición de la
Evangelización, no dudamos en incluir nuestras personas, con todo lo que somos y tenemos: talentos, tiempo y
dinero. Esto es conforme a la enseñanza de Jesús: "Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y
padre, hijos o campos por mí y por el Evangelio, desde ahora, en este mundo,
recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y
campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida
eterna"[15].
Por gracia de Dios, existe en nuestro País una multitud de fieles, varones y mujeres, que se consagran de
manera especial a la obra de la Evangelización: presbíteros, diáconos
permanentes, religiosos y consagrados de diversas espiritualidades,
catequistas, maestros, misioneros, miembros de Cáritas, y agentes pastorales de todo tipo. Todo ello constituye una
contribución decisiva a la Evangelización.
Sin embargo, hemos de admitir que la Iglesia en la Argentina carece del
número suficiente de agentes pastorales para desarrollar con eficacia su
misión. Y que, incluso, no siempre están
repartidos con equidad. Hay, aproximadamente, un sacerdote cada 6.000
habitantes, llegando en alguna diócesis aproximadamente a uno cada 20.000. Sin
duda que debemos multiplicar el número de los sacerdotes, mejorar su formación
y la de los demás agentes, y establecer formas orgánicas de intercambio de
personal entre las Iglesias, para anunciar más eficazmente a Jesucristo.
8. Si bien, todos los bienes, espirituales y materiales, son susceptibles
de ser compartidos, incluidas las personas, nos referiremos a continuación a
los bienes que pueden ser incrementados más fácilmente, y repercutir en la
multiplicación y formación de los agentes necesarios; a saber: los talentos, el
tiempo y el dinero. Advirtamos que estos bienes son los que más fácilmente
podríamos estar tentados de acaparar. Pero que, de compartirlos con la Iglesia
y con todos los que necesitan de ellos, nos ayudan a testimoniar nuestra fe en
la encarnación del Verbo de Dios.
9. Los talentos:
Los miembros de la Iglesia tenemos en común los mismos bienes
espirituales fundamentales: la fe en
Dios Padre, la unción del Espíritu Santo, el Cuerpo de Cristo, la Santa
Escritura, el Bautismo. Pero, además, el Espíritu nos enriquece a cada uno con
innumerables otros dones y cualidades, que nos individualizan dentro de la
comunión de la Iglesia, y aún dentro de la sociedad civil, y nos capacitan para
el servicio recíproco. Entre estos destacamos los talentos. Por ejemplo, la profesión, la ciencia, la experiencia, la
sensibilidad, las habilidades, etc. Así todos podemos dar y recibir, y
experimentar la alegría de compartir.
En la parábola de los talentos[16],
Jesús nos exhorta a tomar conciencia de su valor y del deber de acrecentarlos.
No los podemos enterrar. Los apóstoles enseñaron permanentemente a compartirlos[17].
10. La consulta muestra que, en general, la gente siente que la palabra
"talentos" es adecuada para expresar los dones que Dios nos da. A la
vez, señala que la colaboración voluntaria puede crecer aún más. Y para ello
propone una serie de sugerencias: desde el reconocimiento de los dones de Dios,
hasta la implementación de redes solidarias[18].
Invitamos, pues, a los fieles a reconocer los talentos que el Señor les confió,
a desarrollarlos en favor de los semejantes, y a ponerlos al servicio del
Evangelio.
11. El tiempo:
Hoy, cuando todo es comprado y vendido, debemos redescubrir la belleza y
gratuidad del intercambio humano, según nos enseña Jesús[19].
Ello se traduce, en buena medida, en brindar nuestro tiempo al prójimo, en
especial para llevarle el Evangelio.
Contra lo que algunos esperaban, la Consulta dijo que no siempre el
tiempo es lo más fácil de compartir[20].
Por ello, aunque sabemos de la dureza de la vida cotidiana que afrontan muchos
de los fieles, exhortamos a los que puedan hacerlo, sin desmedro de su salud y
de la atención prioritaria de la propia familia, a que consagren algunas horas
de su tiempo a una de las tareas de
la obra evangelizadora.
El Señor que envía obreros a su viña a la mañana temprano, quiere también
enviar a otros más al atardecer[21].
Nunca es tarde para colaborar en la obra evangelizadora de la Iglesia, y nadie
está de más en ella.
12. Aquí hemos de recordar con admiración y agradecimiento a tantos
cristianos, varones y mujeres, que colaboran con desinterés en la
Evangelización, poniendo al servicio de la misma sus capacidades y parte de su tiempo: ingenieros y arquitectos, que
hacen los planos de las capillas; contadores, que enseñan a llevar los libros
de las cuentas parroquiales; abogados, que asesoran en situaciones
conflictivas; docentes, que ponen a disposición de la catequesis su experiencia
pedagógica; asistentes sociales, que colaboran en Cáritas; fieles de toda
condición, que brindan el apoyo logístico necesario a jornadas diocesanas y
parroquiales, y a cursillos y retiros de todo tipo; esposos que dirigen la
catequesis; mujeres sencillas que concurren voluntariamente todos los días a trabajar
en el comedor de la capilla del barrio y en otras obras de caridad; y una
multitud de otros voluntarios que pasan días enteros en diversas actividades de
apoyo a la Evangelización; por ejemplo, para crear recursos con los que
financiar la construcción de la capilla, o solventar otras iniciativas
pastorales. Sin esta colaboración espontánea, multiforme, alegre, y competente
del Pueblo de Dios, sería imposible comprender la vitalidad de nuestras
Parroquias.
13. El dinero:
Jesús expuso una rica doctrina sobre el buen uso del dinero y de las
demás riquezas materiales: "Vendan
sus bienes y denlos como limosna. Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen
un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la
polilla"[22].
Por otra parte, el ejemplo de la vida de Jesús y de las primeras comunidades
cristianas inspiraron siempre en la
Iglesia formas de compartir las riquezas, para que la abundancia de unos
supliera la pobreza de otros. Y ello como reflejo práctico de la fe en Dios creador
de todas las cosas, único dueño absoluto de las mismas, que nos las da para que
las administremos en provecho nuestro y de nuestros seres queridos, y para
compartirlas con todos los hombres del mundo, en especial con los que más las
necesitan.
14. No es fácil hoy calcular el esfuerzo económico que el Pueblo de Dios
hace para levantar sus capillas y salones comunitarios, construir la vivienda
para los sacerdotes, pagar los servicios (luz, gas, teléfono, etc.) de las
Parroquias, los sueldos de la secretaria/o parroquial y de los sacristanes, la
asignación mensual a los sacerdotes, etc.
Además, si midiésemos en términos económicos los tiempos y talentos que
voluntariamente ponen en común tantos fieles, quedaríamos atónitos ante el
aporte que el Pueblo de Dios ya hace en favor de la obra evangelizadora de la
Iglesia. Si a esto añadiésemos una valoración económica de las contribuciones
en especie, la admiración sería aún mayor. El dicho popular "que Dios se
lo pague" tiene plena vigencia, y lo decimos de corazón a cuantos
colaboran económicamente a la obra evangelizadora.
15. Sin embargo, hemos de reconocer que el monto de las contribuciones
con harta frecuencia no está en relación con las necesidades pastorales. Muchas
veces los fondos son inexistentes, aún para enfrentar los gastos más
elementales. Por ello, las Cáritas diocesanas y parroquiales no pueden
organizar su propios programas de asistencia y promoción social y se ven casi
obligadas a ser administradoras de programas asistenciales del Estado. No siempre
las Parroquias pueden contratar servicios elementales (secretaría, limpieza de
las instalaciones parroquiales, atención a la casa de los sacerdotes, etc.). Ni
tampoco pueden dar una retribución mensual a sus pastores, ni cubrir los
aportes de los mismos a la Mutual del Clero y al Fondo Fides de pensión. De
allí, que los aportes que las Parroquias hacen a las Curias diocesanas suelen
ser magros, cuando no nulos. Y, por lo mismo, los fondos diocesanos para
asistir a las Parroquias urgidas a crecer por la presión urbanística, raras
veces existen. Por eso, la construcción de los nuevos lugares de culto y otros
centros pastorales necesarios queda librada al azar, no sin grave daño del
cuidado pastoral de los fieles. Se corre así el peligro de un lamentable círculo
vicioso, que es preciso romper: las Curias diocesanas no asisten a las
Parroquias por carencia de fondos, y éstas no aportan a las Curias porque las
sienten incapaces de asistirlas en sus necesidades más graves.
Igualmente, muchas Diócesis no cuentan con recursos genuinos para
sufragar los gastos de su Curia y Seminario. No disponen de medios para alentar
la formación del laicado llamado a colaborar más estrechamente con el Obispo.
Además, les es muy difícil solventar las obligaciones pecuniarias con los
organismos nacionales que están al servicio de la Iglesia en la Argentina, como
la Conferencia Episcopal, y los Tribunales Eclesiásticos. Y tampoco les es
fácil contribuir al servicio universal de la Iglesia.
16. La Consulta revela que más del cincuenta por ciento piensa que el
dinero es lo más difícil de donar[23].
De hecho, por varios equívocos, y en especial por una deficiente catequesis en
este punto, los fieles cristianos de la Argentina son reticentes en el aporte
pecuniario a la Iglesia.
Igualmente, la Consulta muestra que la mayoría conoce muy poco las normas
canónicas según las cuales se han de administrar los bienes de la Iglesia[24].
Esto lleva a prácticas no siempre acordes con las normas elementales de
administración, y a veces tampoco con la enseñanza del Evangelio.
El precepto de la Iglesia, expresado en el Código de Derecho Canónico, es
claro: "los fieles tienen la
obligación de subvenir a las necesidades de la Iglesia, de modo que ésta
disponga de lo necesario para el culto divino, las obras de apostolado y de
caridad y el honesto sustento de los ministros"[25]. Pero los fieles no han sido catequizados al
respecto y no saben cómo proceder.
17. Todos los miembros del Pueblo de Dios hemos de ser conscientes que
hoy, cuando el uso del dinero se ha generalizado para facilitar los múltiples
intercambios entre las personas, cualquier emprendimiento comunitario exige
también la participación económica en dinero de sus integrantes. Igual que las
familias y las sociedades, también la Iglesia necesita que sus miembros
compartan voluntariamente parte de su dinero para cumplir su misión. Sería
paradójico que estuviéramos dispuestos a compartir nuestros talentos y tiempo,
es decir lo más íntimo que somos y tenemos en cuanto personas, y fuéramos
reticentes para compartir el dinero y otros bienes materiales, que son bienes
exteriores a nosotros.
IV. Destino de los bienes económicos en la Iglesia
18. Según las normas canónicas de la Iglesia, los bienes temporales que
ella recoge y administra están al servicio de tres fines: "la organización del culto divino, el
procurar la honesta sustentación del clero y demás ministros, el ejercicio de
las obras de apostolado sagrado y de caridad, sobre todo respecto a los
necesitados"[26].
Estas normas son acordes con la enseñanza de Jesús. Podemos ver una
alusión al sostenimiento del culto divino cuando el Señor alabó el gesto de
María que lo ungió con un perfume costoso "para el día de mi sepultura"[27].
Al sustento de los ministros se refirió expresamente el Señor: "El que trabaja merece su salario"[28].
El apóstol San Pablo, si bien por razones pastorales no urgía para sí este
derecho creado por el Señor y prefería sustentarse con un trabajo manual, nos
recuerda esta enseñanza: "El Señor
ordenó a los que anuncian el Evangelio que vivan del Evangelio"[29].
En cuanto a destinar los bienes materiales para el cuidado de los pobres, ello
es enseñanza clara y permanente de Jesús y los Apóstoles[30].
19. Para visualizar mejor el destino de tales bienes y el estilo de
administrarlos, es preciso tener presente la realidad y singularidad de la
Iglesia. Ella no es como un estado o una gran empresa, que recauda fondos y los
distribuye en forma vertical, entre las diversas diócesis y parroquias. La
Iglesia en la Argentina es una comunión de Iglesias diocesanas, que están en
diversas partes del País y corren la suerte de esas regiones. Ésta, a su vez,
vive en comunión con las demás Iglesias del mundo, y no puede desinteresarse de
la suerte de ellas.
La Iglesia en la Argentina está formada por 67 jurisdicciones
episcopales. Y, distribuidas en ellas, hay 2470 Parroquias, miles de capillas,
centenares de institutos y congregaciones religiosas, múltiples asociaciones de
fieles, innumerables colegios católicos y universidades, etc.
Entre todas las comunidades eclesiales ha de reinar la comunión, también
en el plano económico, so pena de desdecir con los hechos lo que pregonamos con
los labios.
V. Origen de los fondos de la Iglesia
20. La Consulta muestra a las claras que la gran mayoría de los fieles
desconoce el origen de los fondos económicos que utiliza la Iglesia[31].
Estos provienen de tres fuentes: contribución de los fieles, ayudas de Iglesias
del extranjero, aporte del Estado.
21. Los fieles:
El principal aporte económico a la Iglesia proviene de los mismos fieles.
Éste, como dijimos arriba[32],
no es fácil de calcular en la actualidad por carecerse de la debida
información. Tal desconocimiento implica, en parte, que los fieles no siempre
son debidamente informados del destino que se da a sus aportes. Y ello es, a su
vez, se constituye en una razón para no aportar lo que corresponde.
22. Iglesias del extranjero:
La Iglesia argentina recibe también contribuciones importantes de
Iglesias hermanas de Europa y América del Norte, para atender proyectos específicos,
en el marco eclesial de la comunión de bienes[33].
Muchas comunidades pobres, principalmente del interior, son testigos de esta
generosidad, que agradecemos de corazón.
Esta corriente de aportes tiende a decrecer en razón de la necesidad que
sienten esas Iglesias hermanas de atender a Iglesias más necesitadas que la de
Argentina.
¿Cómo hemos aprovechado la ayuda fraterna que esas Iglesias nos han dado,
en especial durante los últimos cuarenta años? Esta pregunta bien puede ser un
punto de nuestro examen de conciencia antes del Gran Jubileo. Si hubiese
crecido en la Iglesia de la Argentina una voluntad firme de proveer a las
necesidades de su obra evangelizadora, podríamos decir que tal ayuda no habría
sido en vano.
23. El Estado argentino:
Por diversas razones históricas, el Estado nacional hace un aporte a la
Iglesia, que este año asciende a un total de nueve millones novecientos un mil
cuatrocientos sesenta y siete pesos ($9.901.467). El mismo atiende
fundamentalmente las siguientes necesidades: a) ayudas para el mantenimiento y
estudios de los seminaristas; b) asignación mensual para los obispos; c)
asignación mensual para algunos sacerdotes ancianos; d) un subsidio mensual
para Parroquias de frontera. Este aporte da a no pocos la falsa impresión de que
el clero fuese empleado del Estado, y que los gastos de la Iglesia serían
pagados por éste. No desconocemos, además, que algunas provincias y municipios
realizan otros aportes. Toda esta situación impulsa a muchos fieles a sentirse
dispensados de contribuir al sostenimiento del culto católico.
24. En cuanto a la relación de la Iglesia con el Estado en materia
económica, hemos de recordar las orientaciones del Concilio Vaticano II: "Las realidades temporales y las realidades
sobrenaturales están estrechamente unidas entre sí, y la misma Iglesia se sirve
de medios temporales en cuanto su propia misión lo exige. No pone, sin embargo,
su esperanza en privilegios dados por el poder civil; más aún renunciará al
ejercicio de ciertos derechos legítimamente
adquiridos tan pronto como conste que su uso puede empañar la pureza de
su testimonio o las nuevas condiciones de vida exijan otra disposición"[34].
Desde esta perspectiva doctrinal y a la luz de la historia y realidad de la
presencia de la Iglesia en nuestro país, estamos dispuestos a formalizar sobre
esta materia económica un diálogo honesto y abierto con el Estado nacional.
VI. Administración de los bienes en la Iglesia
25. Al deber de los fieles de ayudar económicamente a la Iglesia en sus
necesidades, corresponde el deber correlativo de los pastores de disponer que
sean bien administrados. Jesús nos dio ejemplo de ello cuando, después de la
multiplicación de los panes, ordenó: "Recojan
los pedazos que sobran, para que no se pierda nada".[35]
Al respecto, la Iglesia universal tiene normas precisas, dispuestas en el
Código de Derecho Canónico, marcadas por un fuerte sentido de comunión. Es
nuestra voluntad aplicarlas en nuestras respectivas Diócesis con la
colaboración de todo el Pueblo de Dios, en particular de los pastores, y, en
cuanto sea necesario, dictando normas comunes para toda la República.
26. Para que se perciba el espíritu que anima a tales normas, y acelerar
su concreción en vista de la reforma económica que necesitamos, recordamos
algunas que son elementales.
1°) El Pueblo de Dios tiene derecho a conocer cómo se administran
los bienes que ofrenda a la Iglesia:
"los administradores rendirán
cuentas a los fieles acerca de los bienes que éstos ofrendan a la Iglesia"[36].
Ello exige en el administrador competencia por una parte, y transparencia por
otra, actuando de acuerdo a las normas que rigen en la materia entre los
hombres honestos y competentes. Nos lo
enseñó ya el apóstol San Pablo, cuando pidió que las comunidades designasen
delegados que lo acompañasen a llevar la colecta a Jerusalén, porque "nuestra intención es evitar toda crítica con
respecto a la abundante suma que tenemos a nuestro cuidado, procurando hacer lo
que está bien, no solamente delante de Dios, sino también delante de los
hombres"[37].
Hay otras normas que subrayan que la administración debe ser realizada,
no en forma individualista, sino supervisada por un cuerpo competente, con
participación laical.
2°) Así, se establece que "en
cada Diócesis se constituya un Consejo de asuntos económicos, presidido por el
mismo Obispo diocesano o su delegado, y que consta al menos de tres fieles
nombrados por el Obispo, expertos en materia económica y en derecho civil, y de
probada integridad"[38].
Entre sus funciones, le cabe "preparar
cada año el presupuesto de ingresos y gastos para todo el gobierno de la
Diócesis en el año entrante, así como aprobar el balance de ingresos y gastos a
fin de año"[39].
3°) También se establece que "en
cada Parroquia ha de haber un Consejo de asuntos económicos que se rige por el
derecho universal y por las normas dadas por el Obispo diocesano, y en el cual
los fieles, elegidos según esas normas, sirven de ayuda al Párroco en la
administración de los bienes de la Parroquia"[40].
4°) Por su parte, los diversos sectores del Pueblo de Dios que
administren bienes, también están obligados a hacerlo en comunión con el Obispo: "Quedando reprobada la costumbre
contraria, los administradores, tanto clérigos como laicos, de cualesquiera
bienes eclesiásticos que no estén legítimamente exentos de la potestad de
régimen del Obispo diocesano, tienen la obligación de rendir cuenta cada año al
Ordinario del lugar, el cual encomendará su revisión al Consejo de asuntos
económicos"[41].
VII. Conversión y Ordenamiento económico
27. La reforma económica de la Iglesia estaría destinada al fracaso si la
redujésemos al cumplimiento exterior de las normas canónicas sobre la
administración. Peor aún si la encarásemos sólo como un proceso de cambio
económico y financiero a cargo de técnicos. Y mucho peor, si creyésemos que se
trataría de encontrar una fórmula que provea mágicamente los fondos que la
Iglesia necesita. Otras Iglesias católicas del extranjero, a las cuales miramos
ingenuamente como si ellas hubiesen encontrado tal fórmula, nos dicen que la
misma no existe. No pocas están reviendo hoy su manera de obrar, y recurren a
instaurar en el Pueblo de Dios una Catequesis sobre la Comunión de Bienes,
basada en la enseñanza de Jesús y los Apóstoles.
28. La reforma económica de la Iglesia debe pasar necesariamente por la conversión al Evangelio de Jesús. Se
trata de un verdadero proceso de conversión, en el sentido bíblico de
"cambio de mentalidad", que debe comprender a todos los miembros de
la Iglesia, comenzando por nosotros sus pastores. Ésta exige, además, que se
adopten los medios para hacerla efectiva. Dos serán los signos de una voluntad
sincera de conversión: primero, instaurar una Catequesis sobre esta materia,
que cambie nuestra mentalidad y la configure al sentir de Jesús, junto con la
voluntad de perseverar en ella durante largos años; segundo, adoptar una nueva
cultura de gestión en relación a los bienes materiales. Para esto último serán
necesarias también dos cosas: en primer lugar, poner en práctica las normas
canónicas de la Iglesia sobre la administración de los bienes; en segundo
lugar, entrenar al personal responsable de la administración, adoptar normas y
prácticas claras de gestión, e idear medios realistas, eficaces y transparentes
de recolección.
29. Destacamos algunos criterios a tener muy e cuenta para alcanzar y
permanecer en el espíritu y práctica de conversión permanente en esta materia.
1°) Pobreza evangélica: El espíritu de pobreza evangélica,
propuesto por Jesús en el Sermón del Monte, y entendido como libertad
espiritual en la posesión de los bienes materiales, es una característica
necesaria a todos los discípulos de Cristo, en la cual no siempre nos
destacamos. Se trata de una libertad que capacita para poseer con
desprendimiento y dar con generosidad. Incluye moderación y austeridad en el
estilo de vida personal y comunitario. La doctrina que expusimos al respecto,
hace casi treinta años en el Documento de San Miguel, guarda toda su
actualidad, y exhortamos a volver sobre ella[42].
2°) Corresponsabilidad: Un
corazón de veras convertido al Evangelio asume la corresponsabilidad
en la obra evangelizadora de la Iglesia, participando activamente con sus
talentos, tiempo y dinero. Y ello, teniendo en cuenta el papel que cada uno
juega dentro del Pueblo de Dios. A los fieles laicos les toca desde su
condición de bautizados y miembros de la Iglesia. Pero también nos corresponde
asumir nuestras responsabilidades a los pastores: obispos, presbíteros y
diáconos. Lo mismo decimos de los religiosos y de todos los consagrados, a
quienes el voto de pobreza los ha de estimular a una participación activa para
acrecentar en la Iglesia el espíritu de comunión de bienes.
Esto no dejará de revertir en un mejor testimonio de los cristianos
dentro de la sociedad civil en la promoción del bien común social. Y es tanto
más importante cuanto que nos hallamos en medio de una cultura individualista,
donde los que tienen más tienden a desentenderse de lo público y a replegarse a
la esfera de su vida privada.
3°) Ejemplaridad: Las
prácticas en vigor en la Iglesia en materia de adquisición y administración de
bienes son observadas y juzgadas por quienes nos rodean, los cuales exigen, con
razón, conductas ejemplares de los cristianos. La ejemplaridad no debe ser el resultado de una campaña de
relaciones públicas, como lo puede hacer una empresa, sino el fruto natural de
una administración conforme al Evangelio, y de acuerdo con las leyes civiles y
eclesiásticas.
4°) Transparencia: En el contexto de una
creciente corrupción social, la
transparencia en la rendición de cuentas en las comunidades cristianas, y
en los diferentes niveles de las mismas, está destinada a ser un signo
importante de credibilidad. El testimonio de un compartir fraterno y de una
administración transparente reforzará la acción de la Iglesia contra la
injusticia y la corrupción.
5°) Solidaridad: La solidaridad de los que tienen más
con los que tienen menos, será el signo más visible de que nuestro amor es
efectivo y no meramente declamado. "Si alguien vive en la abundancia, y
viendo a su hermano en la necesidad, le cierra su corazón, ¿cómo permanecerá en
él el amor de Dios? Hijitos míos, no amemos solamente con la lengua y de
palabra,
sino
con obras y de verdad"[43]
6°) Eficacia: La eficacia en
los medios adecuados es otro de los criterios necesarios para juzgar que se ha
abrazado de veras la conversión en el renglón de la economía eclesiástica. Los
hermanos que estuviesen peleados en vano se reconciliarían si no arbitrasen los
medios para expresar y cultivar la reconciliación. Por ejemplo, poner la mesa
en torno a la cual confraternizar. Lo mismo, sucede en la Iglesia. Ésta no
puede contentarse con predicar el espíritu evangélico de la comunión de bienes.
Necesita implementar planes concretos, acordes con lo que pretende. De allí ha
surgido el Plan COMPARTIR, cuyo
éxito depende en gran medida del compromiso que asuma en él cada Diócesis. Por
ello, respetando la libertad de las mismas, exhortamos a asumirlo con
creatividad. El mismo bajo el lema "Entre todos para todos" quiere
provocar el espíritu y la práctica señalados en esta Carta.
VIII. Conclusión
30. Hemos comenzado nuestra carta exhortando a contemplar el misterioso
intercambio que Dios entabló con la humanidad mediante la encarnación de su
Hijo Jesucristo. Queremos concluirla en la misma actitud de adoración. A esto
nos induce el apóstol San Pablo que, al momento de realizar la colecta para los
pobres de Jerusalén, no encontró mejor argumento que llevar a los corintios a
contemplar ese misterio: "Ya conocen la generosidad de Nuestro Señor Jesucristo,
que siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su
pobreza"[44].
Que la Virgen María, Madre de Jesucristo, Dios y Hombre verdadero,
interceda ante su Hijo para que toda la Iglesia en la Argentina obtenga la
gracia de crecer en el espíritu de comunión y en la práctica de compartir los
bienes que Dios nos da.
San
Miguel, 31 de octubre de 1998.
[1] Colecta de la Misa del día de Navidad
[2] cf. Lc 4,43
[3] Mt 28,18-20
[4] 1 Pe 4,10
[5] Mt 28,20
[6] Jn 14, 16-17
[7] Al 31 de julio de 1998, se recibieron
respuestas de 345 instituciones o grupos de reflexión, que involucran a más de
1.600 personas. Los grupos se distribuyeron de la siguiente manera: 6
Comisiones Episcopales, 5 Asociaciones y Movimientos nacionales, 9 Curias diocesanas, 15 Consejos diocesanos de Asuntos
económicos, 4 Consejos Presbiterales, 2 Consejos Pastorales diocesanos, 20
Asociaciones y Movimientos diocesanos, 57 párrocos, 31 Consejos parroquiales de
Asuntos Económicos, 19 Consejos Pastorales parroquiales, 82 Asociaciones parroquiales,
12 Comunidades religiosas, 22 Catequistas, 13 Colegios. A la primera pregunta,
sobre "su primera opinión en relación al texto que acaba de leer":
202 contestaron que era "claro"; 90 "muy claro"; 13
"confuso"; 9 "largo"; 1 "muy confuso"; 1
"citas innecesarias"; 1 "citas contradictorias".
[8] Hch 2, 42
[9] 1 Co 1,9
[10] Flp 3,10
[11] 2 Co 13,13
[12] 1 Jn 1,7
[13] 1 Co 12,12.26
[14] Rom 15, 26-27
[15] Mc 10, 29-30
[16] cf. Mt 23, 14-30
[17] cf. 1 Co 12,7; Rom 12,6; Ef 4,7.12; 1 Pe 4,10
[18] 233 respuestas dicen que es adecuada, y 33 que no.
[19] Mt 10,8
[20] Mientras 80 respuestas dicen que "el
tiempo" es lo más fácil de donar, 142 afirman lo contrario
[21] cf. Mt 20, 1-16
[22] Lc 12,33. Ver también Lc 16,9
[23] 125 respuestas afirman que es lo más difícil;
110 dicen que no.
[24] 165 responden que muy poco, y 95 que poco.
Sólo 2 dicen conocer mucho.
[25] Código de Derecho Canónico, canon 222 § 1
[26] Ibid, canon 1254 § 2
[27] Jn 12, 7
[28] Mt 10,10
[29] 1 Co 9,14
[30] cf. Lc 14,13-14; 16,9; 18,22; 19,8; Ga 2,10
[31] 179 contestaron que conocen muy poco; 90 que
poco; parcialmente, 29.
[32] cf. párrafos 14-17
[33] Por ejemplo, la formación de los seminaristas, apadrinada en parte por la diócesis de Paderborn, en Alemania; la provisión de vehículos para los sacerdotes de Parroquias extensas, por parte de Adveniat, que es una colecta que los católicos alemanes organizan en Navidad para destinarla a las Iglesias más necesitadas de América Latina; la formación de catequistas, etc.
[34] Constitución pastoral Gadium et Spes,sobre la Iglesia en el mundo actual, nº 76
[35] Jn 6,12
[36] Código de Derecho Canónico, canon 1287 § 2
[37] 2 Co 8,19-21
[38] Ibid, canon 492 § 1
[39] Ibid, canon 493
[40] Ibid, canon 537
[41] Ibid, canon 1287 § 1
[42] Cap. III, Pobreza en la Iglesia
[43] 1 Jn 3,17-18
[44] 2 Co 8,9