DECLARACION
I
Nuestra
fe, renovada por la reciente celebración pascual, nos mueve a dirigirnos a
nuestro Pueblo cristiano y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad,
para proclamar la verdad sobre Jesucristo vivo, quien, revelando el amor de
Dios Padre "manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre
la sublimidad de su vocación" (G.S. 22), con la fuerza del Espíritu Santo.
Como
nos fue anunciado en la mañana de Pascua, El nos precede (cfr. Mt. 28,7), y por
él entendemos que no es una utopía del hombre el vivir como hombre, imagen y
semejanza de Dios, llamado a la comunión fraterna y al uso de la creación como
su señor y su destinatario, en la justicia para todos, en particular para los
pobres y necesitados.
II
En
la realización histórica y social de esta vocación del hombre redimido por
Cristo resucitado son necesarias tanto la actividad política como el quehacer
social, en cuanto cauces que, a través del amor solidario cuyo fruto es la paz,
orientan y definen la pertenencia a una comunidad.
La
vida política, como expresión madura de una sociedad, muestra toda su noble
condición de ejemplaridad y de mediación necesaria cuando - dejando de lado una
infecunda gimnasia hacia el poder, que desgasta y quita credibilidad -
manifiesta una sincera y comprometida búsqueda del bien común, que la justifica
y la reclama. La política, iluminada por la ética, debe alimentarse de la
verdad y la justicia, y expresarse en el honesto testimonio de la idoneidad y
asimismo en la capacidad de crear las condiciones que posibiliten el desarrollo
integral del hombre.
En
este doliente y esperanzado camino hacia el tercer milenio, no podemos dejar de
reconocer con preocupación, la existencia de desequilibrios económicos, muchas
veces fruto de pautas internacionales, que perturban y degradan las relaciones
sociales. El principio de no discriminación, tan valorado como expresión de la
dignidad humana, también debe aplicarse a la participación de las riquezas,
tanto mediante el trabajo honesto y su justa retribución, como a la generosa y
responsable apertura de nuestras fronteras a otros pueblos.
Por
ello, los rostros de la pobreza y la exclusión, como consecuencia de criterios
exclusivamente economicistas, son una afrenta moral que hiere a la humanidad.
Las falencias en relación a la salud pública, la educación, el trabajo y la
seguridad, lejos de cualquier instrumentación política partidaria, deben ser
asumidas con la grandeza de una cuestión de Estado que compromete a todos y a
cada uno en su esfuerzo diario, según el grado de responsabilidad que le
compete en la sociedad.
III
El
encuentro con Cristo resucitado, el Hombre nuevo, camino de conversión, de
comunión y de solidaridad, nos invita a renovar la esperanza frente a todas las
dificultades y problemas, y aun ante el desaliento, que diluye los vínculos
sociales creando un clima de desconfianza.
Por
ello a todos nos compromete la responsabilidad de darnos el gesto de la
reconciliación, siguiendo el camino de la verdad, de la justicia y del retorno
a Dios, quien "estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, no
teniendo en cuenta los pecados del hombre y confiándonos la palabra de
reconciliación... Por eso les suplicamos en nombre de Cristo: "déjense
reconciliar con Dios" (II Cor. 5, 19-20).
Ponemos
a los pies de María santísima, nuestra Madre de Luján, las angustias, pero
también las esperanzas de nuestro pueblo, para que Ella acompañe el camino de
la justicia y la solidaridad, que deben sostener y proteger las relaciones de
una comunidad que anhela la reconciliación en la paz.
77ª Asamblea Plenaria
San Miguel, 12 -17 de abril de 1999.