El mensaje final de los jóvenes: “Con vos renovamos la historia”
Convocados para renovar la historia, jóvenes de Argentina fuimos protagonistas del II Encuentro Nacional de Juventud durante los días 25, 26 y 27 de mayo de 2018 en la ciudad de Rosario.
En estos días hemos compartido la diversidad y riqueza que tiene nuestro país, nos hemos visto cuestionados por la realidad en la que vivimos e interpelados por nuestra historia. También redescubrimos las raíces que con gran anhelo jóvenes soñadores hicieron crecer, dando pasos certeros en un camino de fe que hoy seguimos callejeando.
Las necesidades de nuestra sociedad, a las que no podemos ser ajenos, nos demandan un verdadero compromiso para su transformación. Esto no es posible si lo intentamos solos, requiere de todos y cada uno; necesitamos del impulso, de la creatividad, la sinceridad y la sensibilidad que nos son propias. Y así, con la certeza de que Jesús será el guionista en esta aventura, sigamos haciendo camino, escribiendo nuestro presente sin pretender borrar el pasado, sabiendo que aún nos queda mucho por contar.
Queremos ser jóvenes que hagan pogo de la esperanza. Que fieles a nuestras convicciones y siendo protagonistas de la iglesia misionera, construyamos una sociedad que no le dé la espalda a la pobreza, ni a la exclusión, sino que procure el bien común, amando en la diversidad y empatizando con los más vulnerables.
Nos sostiene la fe en un Dios cercano, amigo, que está entre nosotros, en las sonrisas, las miradas, los abrazos, en los gestos concretos con los demás. Creemos en un Dios que “no es cuadrado”, que incluye, que no sabe de diferencias y que sobretodo escucha a los que no tienen voz. Este Dios es compañero, nos conduce respetando nuestra libertad, nos perdona, nos sostiene, nos cuida. Este Dios de corazón enorme, es ternura, paciencia, esperanza y consuelo. ES AMOR.
Cada una de nuestras vidas es un sueño de Dios que reclama su realización y depende de nosotros concretarlo. Como jóvenes sabemos que la vida sin Jesús es superflua. Por eso, es preciso aprender a ver como Él nos ve. Sólo en la medida que podamos descubrir nuestra propia historia como una historia de salvación, vamos a encontrar el verdadero sentido.
Tenemos la convicción de que la vida es un regalo invaluable. Cualquiera sea su condición, toda vida es amada por Dios. Como jóvenes queremos ser artesanos de una patria que promueva la dignidad humana. Por eso, queremos crecer en sensibilidad, para que cada herida de nuestra sociedad pueda ser transformada al amor. Salir de la burbuja para meternos de lleno en la realidad del otro. Embarrarnos con y para el otro, porque es caminando juntos que se transforma la historia.
Queremos ser una Iglesia que se arriesgue; sin miedo a equivocarse. Una Iglesia que se la juegue, que pueda ser testimonio de un amor sin límites. Queremos construir una Iglesia que sea para todos, que sea casa que recibe y que también salga al encuentro, especialmente en situaciones de dolor. Queremos una Iglesia transparente, que no tenga miedo de mostrarse frágil y que esté en permanente conversión. Soñamos una comunidad de comunidades, donde personas de distintas generaciones, carismas, culturas, contextos puedan tejer redes; y hacer de la diversidad potencia.
Las palabras no son ingenuas. Escuchar expresiones como “la juventud está perdida” puede llevarnos a pensar que no tenemos valor, que no servimos para nada. ¿Pero es realmente así? No podemos permitirnos enterrar nuestros talentos; regalos de Dios y tesoros que el mundo se está perdiendo de conocer. Animémonos a desplegarlos. Sigamos soñando. Pero no nos cortemos solos, hagámoslo juntos.
Hoy queremos hacer memoria agradecida de los jóvenes que nos precedieron, demostrando que la civilización del amor no es una utopía, sino una realidad que se concreta cuando dos o más deciden apostar al amor. Ahora es nuestro tiempo, tiempo de transpirar sueños, transformar realidades, testimoniar apasionadamente que Dios está vivo, que en Él se renuevan todas las cosas.
Con María, nuestra Madre, animémonos a decir Sí a la voluntad del Padre para hacer presente a Jesús en medio de la realidad que nos rodea; que al igual que ella actuemos con valentía frente al llamado de Dios, confiados en el auxilio del Espíritu Santo, para poder gritar juntos como pueblo: “CON VOS, RENOVAMOS LA HISTORIA”.