Homilía del Cardenal Jorge Bergoglio (Pilar, 7-12 de noviembre)

La liturgia de hoy tiene un decidido acento temporal: el tiempo establecido, la plenitud de los tiempos, tres días, la hora… Nos lleva desde el “eterno tiempo” de Dios hasta el momento más pequeño de los hombres; es el estilo propio de Dios o, dicho con un poco de lenguaje ilustrado, el “eterno-temporal divino” que, a lo largo de nuestra historia, plasma el “eterno-temporal católico”: “non coerceri a maximo contineri tamen a mimimo divinum est” (Cfr. S.Th. III, q.1, art.1, obj.4). Estas lecturas que hemos escuchado configuran un compendio de historia de salvación, desde lo más grande a lo más pequeño, en la que aparecen las maravillas de la redención: el envío del Hijo eterno pero nacido de mujer y en la pequeña Belén (Cfr. Miq. 5: 4), el tiempo en plenitud pero contenido en ese momento, aquellas tinajas que eran usadas para los ritos de purificación pasan a contener el vino nuevo, realidad y, a la vez, promesa del otro vino; litros de agua que, como dice el poeta, al contemplar el rostro de su Dios enrojecieron de pudor.