Entrevista a Mons. José María Arancedo, presidente de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA) y arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

Afirma que la gran riqueza de este tiempo es el hombre  y que “Cristo no ocupa el lugar de nadie, ilumina el lugar de todos”. Monseñor José María Arancedo conversó con el Equipo de Comunicación y Prensa de la Conferencia Episcopal Argentina.

¿Por qué le dicen “Toté”?

Es una cosa de familia. Una hermana mía, un año mayor, de chiquita no podía decirme José, decía “Toté” y ahí quedó hasta ahora.

¿Su familia tuvo que ver con su fe?

Sí. Una familia cristiana, en especial mi madre que fue una mujer de fe profunda, quedó viuda con 10 hijos, vivíamos en Témperley, provincia de Buenos Aires, y nos llevó a todos adelante sola. Su fe marcó. Y le tengo que agradecer, no solamente el don de la vida y de la fe sino incluso del sacerdocio como valoración de parte de ella

¿Cuándo decidió su vocación sacerdotal?

A los 20 años entré al seminario pero en 4º, 5º año de la Secundaria ya el tema aparecía. Trabajaba en la parroquia de Témperley, en la Acción Católica, y ahí descubrí lo que era la vida comprometida de un laico cristiano. Creo que para mí el sacerdocio aparecía como una totalidad de lo que hacía como laico dándole a la parroquia un tiempo limitado.  El sacerdocio me descubrió lo importante y a eso importante darle todo.