Te Deum en Bariloche - Homilía de Mons. Fernando Maletti
Muy queridos hermanas y hermanos,
Sra. Presidenta de la Nación,
Autoridades Nacionales, Provinciales y Municipales.
Señores Embajadores representantes de otras Naciones del mundo.
Representantes de otros credos y de pueblos originarios
Querido Pueblo de Dios aquí reunido y aquellos que nos siguen por los medios de Comunicación social
Una antigua Tradición nos congrega, una urgente Misión nos compromete. Nos hemos reunido en esta Iglesia Catedral de Nuestra Señora del Nahuel Huapi, para orar por nuestra Patria. Desde lo más profundo del corazón estamos juntos en oración de súplica y de acción de gracias por la República Argentina. Nuestra Patria. Don de Dios recibido y tarea que supone compromiso para hacer fecundo este regalo del Altísimo. Hemos venido a implorar al Padre Dios en Jesucristo, Señor de la Historia, para que ilumine nuestro camino y fortaleza nuestras almas.
El Evangelio que acabamos de escuchar nos habla de una “acumulación” egoísta, cerrada a la mirada solidaria: “dile a mi hermano que comparta la herencia” (Lc. 12, 13). En el Evangelio de San Mateo (6, 20-21), sin embargo, Jesús nos da la mirada positiva de la “acumulación de tesoros” y nos enseña que los únicos tesoros que tenemos que acumular son los Tesoros del Cielo, que no se pueden robar, destruir ni arruinar, que son los valores permanentes de orden trascendente.
Una cosa es la “riqueza” realidad que se puede valuar, pero que no nos asegura la “vida” y otra son los “tesoros” invaluables, que para Dios están en todo ser humano. Son los que no tienen precio y conforman la imagen y semejanza de El en nosotros. Como Pueblo somos herederos de grandes tesoros que nos han legado nuestros mayores. Uno de esos tesoros es la fe en Dios como Padre, y que estuvo en el corazón de los hombres y mujeres que forjaron el “primer grito de libertad” de aquel 25 de mayo de 1810. Otro legado es la confianza en la Providencia de ese Dios Padre.
Hablar de Mayo es una muy buena ocasión para hablar de nosotros, los argentinos. Estamos muy conmovidos por las oraciones y mensajes de los hermanos de otras iglesias cristianas y religiosas, y de los Pueblos Originarios, que nos acaban de compartir.
Nuestro Pueblo es religioso. Visita los santuarios, reza ante el dolor y la muerte, da gracias en la fiesta. Este espíritu religioso nos hace mirarnos como hermanos, con un origen y un destino común. Por eso la amistad social que buscamos es algo más que un simple pacto de no agresión. Es la capacidad de caminar juntos construyendo la paz y la justicia.
Reconocemos que la vida es un regalo de Dios. No somos fruto de la casualidad, y menos todavía producto de la fatalidad. La vida de los otros también es regalo de Dios. Estamos llamados a vivir en sociedad. Nuestro ideal no es como decía uno de los padres del liberalismo ver al “hombre lobo del hombre”. Un “Nosotros” que, retomando lo que estaba en nuestros orígenes, hizo que nuestros hombres y mujeres se pusieran en movimiento, continuando el sueño de construir una Patria Grande, no por conquistadora, sino por acogedora.
“El desierto será un vergel y el vergel parecerá un bosque”, nos dice el Profeta Isaías (32, 15b): la vida del Planeta es un don de Dios. Las montañas y los lagos que hoy nos sirven de escenario son también un templo en que alabamos a Dios por la belleza de la creación. Los ríos, llanuras, desiertos, la variedad de vegetación y de especies animales son también regalos de Dios. Una hermosa casa que debemos cuidar y proteger para que habite la familia humana.
Los pueblos originarios nos enseñaron a valorar la tierra como hábitat y cuidarla como a una madre. Las diversas tradiciones religiosas nos muestran la dimensión trascendente de la persona humana. San Francisco de Asís nos enseñó a cantar con belleza y sencillez la fraternidad universal de lo creado: al hermano sol, la hermana luna, la hermana agua...
El amor a la Patria hace que miremos el terruño, el pago, con gratitud. También la Nación es como comunidad política un regalo de Dios. No estamos “condenados” a vivir juntos, sino que nuestra naturaleza y vocación es vivir con otros, de allí la palabra con-vivir.
Nuestra Patria ha crecido -no sin tensiones- en una integración de culturas: pueblos originarios, diversas corrientes migratorias de Europa y de otros Continentes, como también de países vecinos. Hemos aprendido a convivir y a trazarnos objetivos comunes. Demos gracias a Dios entonces por tantos beneficios con que el Padre del cielo nos ha bendecido en nuestra historia.
Pero pensemos también unos momentos: ¿Qué queremos dejar nosotros para las futuras generaciones?
Nosotros estamos de paso: (Lc 12, 20) “Dios le dijo: `insensato ésta misma noche vas a morir´”. Por eso respecto de la creación, quienes vivan en estas tierras dentro de 5, 10 o 200 años tienen el mismo derecho que nosotros al aire puro, al agua potable, a los alimentos. El derecho a contemplar la belleza de este paisaje y gozarse como lo hacemos hoy. Así estaremos compartiendo la herencia del evangelio.
Volviendo a la predicación de Jesús, podemos decir sin lugar a dudas que nosotros somos un tesoro para Dios. Él nos quiere de verdad y para siempre. Renovemos, entonces, nuestro compromiso por el bien común. Estamos en un tiempo histórico privilegiado de Bicentenario del 2010 al 2016. Renovemos el compromiso para erradicar la pobreza y promover el desarrollo integral.
Los obispos argentinos en nuestro aporte para los dos Bicentenarios reflexionamos: “Creemos que existe la capacidad para proyectar, como prioridad nacional, la erradicación de la pobreza y el desarrollo integral de todos. Anhelamos poder celebrar un Bicentenario con justicia e inclusión social. Estar a la altura de este desafío histórico, depende de cada uno de los Argentinos” (C.E.A. 2008). Mucho es lo que hemos alcanzado, mucho es lo que nos queda por hacer.
Dios los bendiga a todos ustedes. A sus hogares y familias. A todos los argentinos y a toda persona que vive en nuestro suelo, en especial a los que sufren y pasan necesidades, y nos conceda “que no nos falte el Pan en nuestras mesas, el trabajo digno en nuestras manos, la paz en nuestros corazones y la justicia en nuestras estructuras”. Amén.