Celebración interreligiosa con la nuevas autoridades nacionales

El Cardenal Mario Poli, Arzobispo de Buenos Aires y Vicepresidente 1º de la Conferencia Episcopal Argentina, presidió el pasado viernes 11 de diciembre una celebración interreligiosa en la Catedral Metropolitana con motivo de la asunción de las nuevas autoridades nacionales. Estuvo presente el Presidente de la Nación, Ing. Mauricio Macri, su señora esposa; la Vicepresidente Gabriela Michetti; y el gabinete ministerial. También participó Mons. Carlos Malfa, obispo de Chascomús y Secretario General de la CEA.

Reproducimos a continuación la homilía del Cardenal Poli luego de la proclamación del Evangelio según San Juan (13, 1-17):

 

La Palabra, el servicio, misericordia, la Patria.

Comenzamos esta celebración de acción de gracias por nuestros gobernantes y por la Patria, escuchando la Palabra de Dios. Y la razón nos la da San Pablo cuando enseña que “toda la Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar y para argüir, para corregir y educar en la justicia a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para hacer siempre el bien”.

El Evangelio de San Juan nos narra un pasaje de aquella última cena pascual con sus discípulos.  Jesús, aquella noche, saltea el protocolo ritual y sin hacer alarde de su condición divina se arrodilla ante sus discípulos y les hace el servicio de lavarle los pies. Entre la sorpresa y la perplejidad de los apóstoles, ven al Maestro amado anonadándose y realizando un insólito gesto. No se conocía tanta cercanía y abajamiento de un Señor. Sus parábolas y milagros durante su ministerio público anunciaban el Reino de Dios y su justicia y dejaban entrever una autoridad que trascendía lo humano, aunque ninguna de sus expresiones había sido como ésta. Lo vieron humilde, en silencio, agachado, mirando desde abajo a quienes Él había elegido para continuar su obra. Todo un signo para que no pase desapercibido.

La pregunta “¿comprenden lo que acabo de hacer por ustedes?”,  parece completar el carácter parenético original del pasaje. Acaba de inaugurar el camino de la felicidad por la vía del servicio. Y del servicio a los hermanos: “ustedes serán felices si sabiendo estas cosas las practican”. Jesús sella así lo que ya había enseñado con autoridad y ahora bajaba a sus manos. “El que quiera ser grande que se haga servidor de ustedes, y el que quiera ser el primero que se haga servidor de todos. Porque el mismo Hijo del Hombre no vino para ser servido sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud”.

Estas actitudes del Supremo Pedagogo iban preparando el ánimo de sus seguidores para que cuando, suspendido de la cruz, viesen al mismo que les lavó los pies haciendo el gran servicio de la salvación, “porque no hay amor más grande que dar la vida por sus amigos”. Y Él cumplió sus palabras.

Dos momentos gozosos dan su marco venturoso para este nuevo tiempo para los argentinos que hoy piden a Dios su bendición y su amistad. Por un lado, el Papa Francisco ha convocado a vivir el Jubileo de la Misericordia que comenzamos el 8 de diciembre y se extenderá por todo el año 2016. Y por otro, la Patria se dispone a celebrar el Bicentenario de la Independencia Nacional.

El Papa nos propuso un lema para este año: “Sean misericordiosos como el Padre”. Los salmos nos revelan a un Dios clemente y compasivo, que nunca retira su amistad, es lento para el enojo, rico en misericordia y fiel, siempre dispuesto a perdonar y a renovar su alianza de amor. Un argentino que fue elegido como Sucesor de Pedro, nos enseña: “es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina”.

Imitar a Dios misericordioso es inclinarse ante los pobres. Mirarlos desde bajo, no desde arriba. Los que no tienen voz, los que se caen del sistema, los pequeños privilegiados de Dios. Todo lo que hagamos por ellos, a Él se lo hacemos. Y Dios no se deja ganar en generosidad. Los que se han echado al hombro la responsabilidad del bien común, ayer han jurado ante el pueblo de la Nación. Todos los juramentos patrióticos tienen por modelo al de los hombres de alma decidida y de nobles aspiraciones que en la ciudad de San Miguel de Tucumán, hace 200 años, en medio de tinieblas que cubrían la nueva Patria, hicieron brillar la luz de la esperanza. Y con espíritu magnánimo salvaron la gloriosa revolución que habían iniciado los próceres de Mayo.

Cada vez que un argentino jura servir al pueblo, se renueva el carisma de aquella asamblea que nos dio vocación de Nación. Uno de nuestros poetas lo dice bellamente. Porque hay mucho humus moral en nuestro pasado y prefiero apelar a los poetas:

La patria, amigos, es un acto perpetuo
como el perpetuo mundo. (Si el Eterno
Espectador dejara de soñarnos
un solo instante, nos fulminaría,
blanco y brusco relámpago, Su olvido.)
Nadie es la patria, pero todos debemos
ser dignos del antiguo juramento
que prestaron aquellos caballeros
de ser lo que ignoraban, argentinos,
de ser lo que serían por el hecho
de haber jurado en esa vieja casa.
Somos el porvenir de esos varones,
la justificación de aquellos muertos;
nuestro deber es la gloriosa carga
que a nuestra sombra legan esas sombras
que debemos salvar.

Nadie es la patria, pero todos lo somos.
Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante,
ese límpido fuego misterioso.

 

Es una oda escrita por Jorge Luis Borges en 1966.

Así concluyo.

Que el Buen Dios los bendiga a todos.

Así sea.