Cuaresma: Mons. Arancedo y sus reflexiones en el marco del Año de la Fe

 
1 - Iniciamos el Tiempo de Cuaresma en el marco del Año de la Fe. Este hecho nos ayuda a reflexionar sobre el sentido y el alcance del don de la fe, como una realidad que nos enriquece y está llamada a examinar nuestras relaciones con Dios, nuestros hermanos y el mundo. Decir creo en Dios es un don, pero también una tarea que debemos asumir. Para comprender y vivir esta nueva realidad es necesario partir de la imagen y la vida de Dios que nos ha revelado y comunicado Jesucristo. Sólo en él la fe cristiana alcanza su pleno sentido y nos descubre en la dinámica de un proyecto único y personal. La fe no construye a Dios, es respuesta a su Palabra. La escucha es la actitud del hombre de fe. Fijemos nuestra mirada en él, nos dice el autor de la carta a los Hebreos, porque él es: “el iniciador y consumador de nuestra fe” (Heb. 12, 2). En el encuentro con Jesucristo la fe se hace camino y vocación plena para el hombre.

2 - La primera certeza que nos da la fe es que Dios es Persona, Amor y se nos comunica. Dios nos habla. Su Palabra, en Cristo, se convierte en la fuente más clara para conocerlo y conocernos. El Concilio Vaticano II, retomando la rica tradición patrística sobre la dignidad de la persona humana, nos recuerda que: “el misterio del hombre sólo se esclarece a la luz del misterio del Verbo encarnado” (G. S. 22). La fe no es un agregado para el hombre sino el ámbito donde abreva su verdad más profunda. Es bueno tener presente, en este tiempo de gracia y conversión de la cuaresma, esa dinámica de la perfección cristiana que san Pablo la expresa en términos de una meta a alcanzar: “hasta que todos lleguemos, nos dice, al estado de hombre perfecto y a la madurez que corresponde a la plenitud de Cristo” (Ef. 4, 13). La fe es la que nos introduce en este camino de santidad.

3 – La vivencia de este hecho requiere una mirada teológica sobre nuestra vida y vocación.  Vivimos muy pendientes del hoy, del momento. No está mal, si ello no nos hace perder de vista ese horizonte más amplio que da sentido a nuestra vida. Aquí la fe encuentra su lugar propio. Al comienzo de la Carta Apostólica el Santo Padre nos dice que “la puerta de la fe” nos: “introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia”. Atravesar esta puerta, agrega: “supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cfr. Rom. 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él” (P.F 1). Esta mirada nos descubre la vida cristiana como un camino que se apoya en la  presencia viva y actual de Jesucristo. En él, vivimos y caminamos con la confianza y la alegría de la esperanza.    

4 - Como vemos, la fe no es un recetario de respuestas para cada problema. Ella nos habla del hombre como hijo de Dios, como criatura con un destino trascendente desde el cual se ilumina toda nuestra vida. La fe no da soluciones inmediatas, a medida, sí una luz que nos permite encontrar un camino, incluso en  momentos difíciles de cruz y oscuridad. Para la fe siempre hay un mañana, porque el horizonte es la vida eterna. La fe no está a la búsqueda de signos mágicos ni se alimenta de milagros, sino de la Palabra de Dios que da sentido y fortaleza al hombre. Esta fe es la se convierte, dirá san Pablo: “en fuerza y sabiduría de Dios para los que creen” (1 Cor. 24). 

5 - Es necesario mantener esta jerarquía de verdades que debe sostener y orientar nuestra vida. Para ello debemos partir, decíamos, de la imagen de Dios que nos ha revelado Jesucristo. Cuando Dios ocupa su lugar todo se ordena. Recuperar la centralidad de Dios es el comienzo de una vida nueva. Esto no siempre es fácil, las urgencias, lo inmediato, postergan lo importante. No se trata sólo de crear espacios reservados a Dios, aunque es necesario, sino de vivir en presencia de él, de tenerlo siempre presente y de que su Palabra sea la referencia moral para nuestros actos. Cuántas veces se mantienen por rutina “tiempos religiosos”, pero el corazón y la mente están en otros tiempos y se nutren de otras palabras, que terminan vaciando de contenido la propia vida de fe. Sólo Dios es el Señor, es el comienzo de una vida de fe que ilumina y orienta nuestros actos y compromisos.

6 - Ahora bien, es importante que la imagen de Dios que jerarquiza y ordena nuestra vida sea realmente la del Padre de Nuestro Señor Jesucristo. Esto que parece fácil de suponer hoy no siempre es tan claro. No se trata de cualquier imagen de Dios. Hay una pseudo cultura religiosa con sus propios rituales y técnicas, que nos presenta la imagen de una divinidad impersonal que es ajena al Dios Padre que nos ha revelado Jesucristo. Aquí llegamos a esa otra certeza de la fe cristiana: Dios habló de un modo definitivo por su Hijo. A la pregunta de Felipe: “Señor, muéstranos al Padre”. Jesús le responde: “El que me ha visto, ha visto al Padre” (Jn. 14, 8-9). Y en la carta a los Colosenses san Pablo, refiriéndose a Cristo, como Imagen de Dios y Cabeza de la Iglesia, nos dice: “El es la imagen del Dios invisible, el Primogénito de toda la creación” (Col. 1, 15).  

7 – Estas reflexiones no deben quedar en un plano bíblico-teológico, sino que están llamadas a convertirse en vida. Creer que Dios hoy me sigue hablando personalmente en su Hijo, es el fundamento de una fecunda vida de fe. Debemos descubrir de nuevo, nos dice el Santo Padre: “el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, trasmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de vida ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos” (cfr. Jn. 6, 51; P.F 3). La Palabra tiene un contenido que debe formar nuestra inteligencia y nuestro corazón. La fe en Dios, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, no puede quedar reducida a un mero sentimiento sino que tiene que: “alcanzar y transformar con la fuerza del evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida…” (E.N. 19). Cuando la vida religiosa deja de tener su fuente y orientación en Dios, que nos ha revelado Jesucristo, ella se empobrece; podemos estar tentados a buscar, o vivir a la espera de otras manifestaciones, que nos alejan de la solidez de su Palabra. Cuidar y alimentar el don de la fe en Cristo es nuestra tarea.

8 - En este sentido la carta Apostólica “Porta Fidei” es clara: “Habrá que intensificar, nos dice, la reflexión sobre la fe para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa, sobre todo en un momento de profundo cambio en el que la humanidad está viviendo” (P.F. 8). Una madura y comprometida vida cristiana, que nace y se alimenta del encuentro con la Palabra de Dios necesita, también, de un estudio serio y sistemático que de solidez al acto de fe. Aquí adquiera todo su valor el Catecismo de la Iglesia Católica como: “subsidio precioso e indispensable”, para un conocimiento sistemático del contenido de la fe. Doy gracias a Dios de que podamos contar con la presencia del Instituto Arquidiocesano de Ciencias Sagradas, con sus filiales en el interior y su amplia propuesta formativa.  Reconocer la necesidad de ahondar el contenido de nuestra fe por medio de la formación, es el comienzo de un camino de madurez personal y eclesial.

9 – Existe, como leemos en la Carta Apostólica: “una unidad profunda entre el acto con el que se cree y los contenidos a los que prestamos nuestro asentimiento” (P.F. 10). La decisión del acto de fe es un sí a la persona y el evangelio de Jesucristo. Esto es lo que nos debe llevar a comprender la importancia de tener razones por las que se cree. La fe no se opone a la razón, la necesita. La obediencia de la fe, como respuesta de nuestra libertad a la Palabra de Dios, es ante todo un acto humano con todo lo que ello implica. Como se puede ver, concluye el Santo Padre: “el conocimiento de los contenidos de la fe es esencial para dar el propio asentimiento, es decir, para adherirse plenamente con la inteligencia y la voluntad a lo que propone la Iglesia” (P.F. 10).  Una lectura pausada de Porta Fidei nos puede ayudar a valorar el tema del estudio y la reflexión sobre los contenidos de nuestra fe, en los “textos cualificados y normativos del Magisterio” afirma el Santo Padre. De modo especial se refiere al Concilio Vaticano II: “como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX”. Y concluye retomando una afirmación del Beato Juan Pablo II: “Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza” (P.F. 5).

10 – He considerado oportuno proponerles estas breves reflexiones en el marco del Año de la Fe, para que vivamos este tiempo de gracia de la Cuaresma como: “una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo” (P.F 6). Que María Santísima, Nuestra Madre y Patrona de Guadalupe, nos enseñe la docilidad al Espíritu Santo para vivir en la obediencia de la fe y en la comunión de la Iglesia. Reciban, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor Jesús.

Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz    

Santa Fe de la Vera Cruz
Cuaresma de 2013