Imagen del contenido Homenaje al Cardenal Pironio: ponencia de Mons. Carlos H. Malfa, Secretario General de la CEA

Homenaje al Cardenal Pironio: ponencia de Mons. Carlos H. Malfa, Secretario General de la CEA

Espiritualidad que nace del Misterio Pascual

Estimado Sr. Embajador ante la Santa Sede, Rogelio Pfirter; estimados señoras y señores presentes.

En nombre de la Conferencia Episcopal Argentina, celebro con sincera gratitud la iniciativa de recordar al Siervo de Dios, Cardenal Eduardo Francisco Pironio,  al cumplirse 20 años de su partida a la casa del Padre.  La bondad de su presencia como sacerdote y obispo, tanto en el país como en América Latina como en la Santa Sede, es reconocida porque “pasó haciendo el bien” a tantísimas personas, comunidades e instituciones.

En el marco de esta primera sesión titulada “La herencia del Cardenal Pironio”, intentaré acercarlos a la riqueza de su espiritualidad experimentando el gozo y la responsabilidad de transmitir algo de su legado espiritual, como testigo privilegiado por aquello de que “hemos visto y oído, contemplamos y tocaron nuestras manos…” (1Jn. 1, 1).

Me propongo hacerlo desarrollando brevemente tres puntos : la espiritualidad del Cardenal Pironio, el fundamento pascual de esa espiritualidad, yla figura de Pironio como testigo y profeta  en tiempos de Pablo VI y Juan Pablo II.  

La espiritualidad del Cardenal Pironio

 “No hay más que una espiritualidad cristiana, la de realizar plenamente el Evangelio”, en palabras del propio Card. Pironio.[1] “Ello nos irá dando una progresiva transformación en Cristo por la acción santificadora del Espíritu. No hay más que una sola vocación definitiva - decía -: la de ser santos. “Nos eligió en Él (en Cristo) para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia” (Ef 14)”.

Hombre del Espíritu, profundamente humano y todo de Dios. Nadie que se encontrara con el Cardenal Pironio podía dejar de percibir la serena irradiación de su presencia, de llevarse algo de Dios. Un breve contacto con él, una palabra, una mirada bastaban para pacificar el alma, y para que surgiera desde lo más hondo el deseo de ser más buenos y sencillos, más humildes y fraternos.

Como lo definiera el padre Lucio Gera, Pironio “era ante todo teólogo, un verdadero conocedor de Dios”, no solo en el sentido intelectual, sino fundamentalmente en la profundidad del encuentro, del seguimiento y de la identificación con Cristo. Su ser profundamente humano y todo de Dios le permitía entrar desde el corazón de Dios en el corazón de cada persona y con fina sensibilidad, hablarle en un lenguaje sencillo y claro, haciendo suyas sus alegrías y sufrimientos. Todo lo humano tenía un eco en su corazón de padre y pastor. Todo lo bueno y noble del mundo y de la historia era por él amado y valorado. Todo lo inherente a la vida humana era objeto de su comprensión y respeto. Y así era inmediatamente percibido  por todo aquel que lo encontraba.

Quienes tuvimos la gracia de conocerle y tratarle, podemos reconocernos en las palabras del Hermano Roger: “Pironio, hombre de Dios, irradiaba la santidad de Dios en la Iglesia. Cuántas veces me ha ocurrido decir: ‘actualmente los santos existen y el cardenal Pironio es uno de ellos’ (…). Tenía un alma mística y eso nos permitió ahondar en el sentido de la Iglesia una, santa y católica. Y si en Taizé tenemos un gran amor por esta comunión única que es la Iglesia, - subrayaba el Hno. Roger- él ha sido uno de los que nos han abierto la puerta”.

Como se ve, a la par de su presencia siempre luminosa, también su predicación y su palabra poseían una autoridad espiritual y moral, hecha de servicio, fidelidad y oración, de acogida y de esperanza, capaz de animar y orientar, con la fuerza del Espíritu Santo, una vida entera.

Y es que los santos no sólo tocan profundamente lo más íntimo del hombre y contagian santidad, también perciben inmediatamente como por connaturalidad la acción del Espíritu en otras almas santas.

Estamos ante un hombre que vivió de manera extraordinaria las dimensiones contemplativa, relacional y pastoral con una clara consciencia del momento histórico y de los contextos culturales, sociales y políticos en los que actuó. Estamos ante un hombre que ha entrado con coraje en la historia, como enviado, acogiendo las angustias y esperanzas de los hombres, anunciando el Evangelio y acercando el hombre a Dios. Pero sobre todo estamos ante un testigo que ha “visto al Invisible”, que ha experimentado honda y vitalmente el amor del Padre y se ha hecho “otro Cristo”.

En la perspectiva que nos da el tiempo transcurrido, percibimos su vida como una sinfonía espiritual al servicio de la liberación integral de las personas y de los pueblos, desde el Evangelio y desde el corazón de la Iglesia.

Su Testamento espiritual nos sitúan ante la verdad primera y última de una vida vivida en plenitud:

Fui bautizado en el nombre de la Trinidad Santísima; creí firmemente en Ella, por la misericordia de Dios; gusté su presencia amorosa en la pequeñez de mi alma (me sentí inhabitado por la Trinidad). Ahora entro «en la alegría de mi Señor», en la contemplación directa, «cara a cara», de la Trinidad. Hasta ahora «peregriné lejos del Señor». Ahora «lo veo tal cual Él es». Soy feliz ¡Magníficat!

No es posible hablar de la espiritualidad del Card. Pironio sin hacer una referencia a María, la Madre de Jesús. Las páginas y las oraciones más bellas que conservamos de Pironio, se refieren o están dirigidas a la Madre de Jesús, a la que nombra en cada escrito, en cada meditación como la fiel, la servidora, la pobre o la contemplativa, … Ella está en el principio de su vida - que la consideraba un milagro de la Virgen de Luján.

El fundamento pascual de la espiritualidad del Cardenal Pironio

En el arco de su vida se percibe y se manifiesta que la raíz de su espiritualidad es el Misterio Pascual de Cristo. Fuente de inspiración de su palabra, sus actitudes y sus acciones, tanto en la predicación, en los criterios con los que asesoraba y acompañaba a cantidad de personas y grupos; como en la toma de decisiones, muchas de enorme peso. Podemos afirmar que Pironio vivió una gracia especial de convicción, comprensión y anonadamiento ante el Misterio Pascual: “Ser fieles al Evangelio implica esencialmente vivir y comunicar la alegría profunda del Misterio Pascual”, solía decir.[2] “El Padre, la Cruz, la Esperanza y María”, claves asimismo de su espiritualidad, se entienden en el Misterio de la Pascua.

Estamos ante la razón, el fundamento y el sentido de la fe cristiana, pero hay en el pensamiento del Card. Pironio un modo original de establecer desde el Misterio Pascual la relación Iglesia y mundo, “es decir entre el Pueblo de Dios y el género humano” (1970)[3], entre historia de salvación e historia humana.

Esta vinculación la observamos en sus textos proféticos de los años ´60 y ’70, de claro corte postconciliar, donde nos habla del “hombre nuevo” nacido de la Pascua:

“La resurrección de Jesús no es simplemente un signo que confirma su misión (Jn, 2, 18-22). Ni es sólo el principio de nuestra propia resurrección y la garantía de nuestra fe (1 Con. 15,22s). Fundamentalmente, la resurrección de Cristo es la manifestación del hombre nuevo”.[4]

“Cristo inaugura la nueva creación. Las cosas empiezan a relacionase con Dios y entre sí de un modo nuevo. (Escritos Pastorales: 59).

“Hecho a imagen de Dios y asociado al misterio pascual de Cristo, el hombre (el ser humano) es llamado a realizar su vocación divina, a ser el artífice de su propio destino, el sujeto activo y creador de su historia. Es el hombre liberado en Cristo (Gál 5,1) de la esclavitud fundamental del pecado (Rom 6, 6ss) y de todas sus consecuencias (egoísmo, ignorancia, miseria, muerte, etc)

El hombre nuevo - para Pironio - es esencialmente para los otros. El que aprende a descubrir que cada persona es su prójimo (Lc 19,29ss) Y se siente impulsado a completar la creación, a construir el mundo, a realizar la historia. No sueña con el futuro sin hacerlo, sino que todos los días va creando futuro.

La figura de Pironio como testigo y profeta  en tiempos de Pablo VI y Juan Pablo II.

En los años como obispo de Mar del Plata y como secretario general del CELAM, era común oír a Pironio hablar de la “hora de la Pascua” y de “la Iglesia comunidad pascual”. Dice por ejemplo: “La Iglesia en América latina está viviendo “su hora”. No es precisamente la hora del triunfo o del prestigio. Es la hora del desprendimiento y la muerte, de la presencia y la donación, de la cruz y la esperanza. Algo definitivamente nuevo y comprometedor está obrando el Espíritu de Dios en nuestra Iglesia” (Escritos Pastorales, presentación).

Era su profético modo de describir la situación que se vivía en la Argentina y en otros países del Continente, de violencia, desigualdad social, injusticia; al mismo tiempo de aires de liberación y búsqueda de soluciones nuevas. “Como obispo latinoamericano, Pironio conoció la cruz que carga un padre que no tiene alimento suficiente para sus hijos, la madre de un hijo desaparecido, un joven desocupado. De esta experiencia de pastor nace su enseñanza en cuanto a la promoción, la liberación, la dignidad”. Y sin embargo siempre supo asumir con valentía, serenidad y esperanza, estas situaciones de dolor, arrojando sobre ellos una mirada de fe, e invitando a superar las dificultades mostrando al hombre sus propias riquezas humanas, no como quien habla desde fuera, sino como el padre, el hermano, el amigo que comparte el dolor y va haciendo el camino del hombre.

Al celebrar los 50 años de Medellín debemos recordar el rol clave que tuvo el entonces Mons. Pironio, sea en la preparación como en el desarrollo de aquella conferencia que definió como acontecimiento salvífico y nuevo Pentecostés para la Iglesia en América Latina. Era la encarnación del concilio en aquel continente ratificada con la histórica presencia del Beato Pablo VI, quien diría al recibir y aprobar las conclusiones que se trataba “de un verdadero monumento histórico de la Iglesia en América Latina”.

Baste mencionar que contemplación y acción, misterio Pascual e historia, fueron también las claves para su aguda percepción y reflexión teológica en torno a la liberación (1970) de la que Juan Carlos Scannone dice que “acentúa el carácter integral y evangélico de la liberación, enfocándola preferentemente desde una perspectiva bíblica y eclesial. No adopta la mediación socioanalítica, sino la ética-antropológica”.[5]

El testimonio de un mártir y santo, como será proclamado en breve por el papa Francisco, Monseñor Romero, da cuenta de la importancia de aquel acontecimiento. Dice Monseñor Oscar Romero en su primera Carta Pastoral como arzobispo de El Salvador, en la que cita a Pironio en tres ocasiones:

"Con emoción de pastor me doy cuenta de que la riqueza espiritual de la Pascua, la herencia máxima de la Iglesia, florece entre nosotros y que ya se está realizando aquí el deseo que los Obispos expresaron en Medellín al hablar a los jóvenes: “que se presente, cada vez más nítido en América Latina, el rostro de una Iglesia auténticamente pobre, misionera y PASCUAL, desligada de todo poder temporal y audazmente comprometida en la liberación de todo el hombre y de todos los hombres” (Medellín, Juventud, n. 15).

“Los Obispos proclamaron que la Iglesia no podía sentirse indiferente ante “un sordo clamor de millones de hombres, pidiendo a sus pastores una liberación que no les llega de ninguna parte” (Pobreza, 2). (…) Hora difícil. “Hora –diría el Cardenal Pironio- de cruz y de esperanza, de posibilidades y riesgos, de responsabilidad y compromiso” (Mons. Oscar Romero cita a Pironio, Escritos pastorales: 206) Mons. Romero.

El itinerario espiritual del Card. Pironio nos muestra a un contemplativo con los pies en la tierra, “con un oído en el Evangelio y otro en el pueblo” como decía Mons. Angelelli, y Pironio recodaba muchas veces.  "Lo que hemos contemplado y lo que hemos tocado con nuestras manos, es lo que les anunciamos" (1 Jn 1,1).

En 1976 en sus Meditaciones para tiempos difíciles - que ciertamente lo eran en nuestro país y él los sufría directamente -, escribe: “La contemplación no es olvido de la historia ni evasión de la problemática del mundo. Sería un modo absurdo de complacerse a sí mismo, dejando siempre en la penumbra al Señor. La contemplación verdadera es don del Espíritu Santo. Sólo se la consigue con limpieza de corazón y con hambre de pobres” (…) Los tiempos difíciles tienen que ser penetrados por eso desde la profundidad de la contemplación. Nos hace ver lejos y a lo hondo. También nos descubre las causas del mal: por qué suceden tales cosas…”

Una última palabra de gratitud por el paso del Card. Pironio en la historia de nuestro país y en la Iglesia, en América Latina y universal. De él se ha valido el Espíritu para abrir los caminos de la alegría del Evangelio, de la esperanza, de la opción por los pobres, y de santidad que hoy vive la Iglesia de la mano del Papa Francisco.

Muchas gracias.

 

 

 


[1] Pironio, Card. Eduardo Francisco, Espiritualidad sacerdotal, en Iglesia Pueblo de Dios, Bogotá, 1970: 57-8.

[2] Pironio Card. Eduardo Francisco, Espiritualidad Sacerdotal, en Escritos Espirituales, 1976.

[3]Pironio Card. Eduardo Francisco, Iglesia y mundo, en Escritos pastorales, 1975: 51

[4]Pironio Card. Eduardo Francisco, Cristo Señor de la historia, en Escritos pastorales, 1975: 59

[5]Scannone, Juan Carlos (1982). «La teología de la liberación. Caracterización, corrientes, etapas». Stromata (38): 3-40. ISSN0049-2353.



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