Imagen del contenido Homilía del Cardenal Amato en la Beatificación de Mama Antula

Homilía del Cardenal Amato en la Beatificación de Mama Antula

.

Homilía del Card. Angelo Amato SDB, pronunciada en la celebración de Beatificación de María Antonia de San José (María Antonia de Paz y Figueroa - Mama Antula), en Santiago del Estero el 27 de agosto de 2016.

.

1. Hermanos y hermanas:

Santiago del Estero, la ciudad más antigua de Argentina, se alegra hoy por la beatificación de su hija ilustre, María Antonia de Paz y Figueroa [Mama Antula], conocida no solo en su patria sino en toda la Iglesia por su extraordinario dinamismo apostólico. El Papa Francisco en su Carta Apostólica la llama «Fundadora de la Casa de Ejercicios espirituales de Buenos Aires, dócil instrumento de la Providencia y celosa misionera al servicio del Evangelio».

En ella parece renovarse el milagro de la vocación del profeta Jeremías, al que el Señor dijo: «Hoy te constituyo sobre los pueblos y sobre los reinos para arrancar y demolir, para destruir y abatir, para edificar y plantar» (Jer 1,10). El carisma de nuestra Beata fue el de arrancar el mal del corazón del hombre y de plantar la semilla del bien. Ella podía repetir con el apóstol Pablo: «Hemos tenido la valentía de nuestro Dios de anunciaros el evangelio de Dios en medio de muchas luchas» (1 Tes 2,2).

En realidad, esta insigne mujer argentina fue una incansable misionera, pionera en la formación de los laicos y de los sacerdotes en la vida de comunión con Jesús mediante la práctica de los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola. Por amplitud y por resultados, su apostolado – dicen los testimonios – superaba largamente el de muchos celosos sacerdotes.

Después de la expulsión de los jesuítas, María Antonia, mujer desconocida, sin ningún poder ni crédito, se sintió inspirada para continuar su obra, consagrándose con todas sus fuerzas a llamar a los fieles a la práctica de los ejercicios espirituales. Descalza, vistiendo una simple túnica y un cilicio y con un bastón en forma de cruz, viajaba por valles y montes exhortando a la penitencia y a la conversión.

El método de esta peregrina del Evangelio era simple y eficaz. Llegada al lugar, pedía a los superiores eclesiásticos la licencia para los ejercicios. Buscaba después un ambiente adecuado, donde las personas pudieran hospedarse con pensión completa, sin la necesidd de salir de casa y sin más preocupaciones que el cuidado de su propia alma. Los testigos concuerdan en el decir: «No falta nada a los ejercitantes; tienen fruta en el desayuno y tres platos a mediodía, con mate de hierba paraguaya con azúcar». [1]

Invitaba después a sacerdotes sabios y ejemplares – en general mercedarios y dominicos, pero también diocesanos – a predicar y a enfervorizar a los fieles a la vida buena del Evangelio. Iba de ciudad en ciudad, pedía limosnas para mantener gratuitamente a los ejercitantes, confiando únicamente en la Divina Providencia. De este modo la renovación espiritual promovida por ella se extendió de Santiago del Estero a Junjuy, Salta, Tucumán, Catamarca, La Rioja, hasta Córdoba. En Córdoba, por ejemplo, a principios de 1778 (mil setecientos setenta y ocho), en tres meses y medio, participaron en los ejercicios, dando buenos frutos, cerca de 3000 (tres mil) personas, hombres y mujeres, llegados incluso desde parroquias lejanas.

2. En la base de este incansable apostolado había una vida interior, alimentada por una grande fe en Dios. Un testigo la llama «un portento de la divina Providencia».[2]Por ejemplo, en 1786 (mil setecientos ochenta y seis), mientras Buenos Aires sufría una grave falta de alimentos, en la Casa de nuestra Beata reinaba una providencial abundancia, tanto que todos ya la llamaban la Casa de la Providencia.[3]También aquí, sin embargo, faltaba a veces lo necesario. Un día, por ejemplo, no había tocino suficiente para preparar la comida y la cocinera se dirigió a nuestra Beata. Con toda tranquilidad María Antonia respondió: «Id a decir a nuestra Abadesa lo que falta». Quería decir que se invocase a la Virgen María. Poco después un desconocido que venía a caballo tocaba a la puerta, trayendo una provisión abundante de tocino.[4]

María Antonia era una enamorada de Jesucristo y amaba profundamente la Eucaristía. Alimentaba una especial devoción al Niño Jesús, el Manuelito, como lo llamaba afectuosamente. A la providencia del Niño Jesús se encomendaba cuando necesitaban leña, alimentos, dinero. Exhortaba a sus colaboradores a no preocuparse porque a todo proveería el querido Manuelito. Y de hecho llamaban a la puerta y llegaba lo necesario.[5]

3. Al Niño Jesús atribuía también la reforma de las costumbres y las conversiones. Eran de hecho numerosos los frutos espirituales de los ejecicios. Muchos hablan del “dedo de Dios”, que obraba y se manifestaba en el apostolado de esta laica valiente. También los sacerdotes salían tranformados. En una carta Madre Antonia anota que «los sacerdotes los hacen con la más santa emulación y cuando salen parece que se han hecho jesuítas».[6]El mismo párroco de la catedral de Buenos Aires, después de haber participado en los ejercicios como capellán, deseaba renunciar a su encargo y a sus bienes para dedicarse a acompañar a María Antonia en su ministerio.

Parecía que en ella reviviese el espíritu de San Ignacio de Loyola. Nuestra Beata aparece como la mujer fuerte que bajo el estandarte de San Ignacio, ha asegurado para Cristo gran parte de América del Sur: «Hay aún mujeres en este mundo que, para confusión de los hombres destructores, protegen y conservan el espíritu de San Ignacio y de su Compañía».[7]

Su misión reflejaba su caridad para la santificación del prójimo y para la salvación de las almas. Deseaba llenar de amor de Dios los corazones, para transformar el mundo según el Evangelio. Buenos Aires fue el teatro privilegiado de su testimonio de caridad maternal. Como una madre, ponía paz en las controversias familiares e intraeclesiales.

Con caridad maternal ayudaba a los pobres y a los marginados. Se le veía caminar por las calles de Buenos Aires a pie, acompañada por un carro tirado por un asno para recoger las ofertas para los ejercicios, pero también para los pobres y los detenidos. Lograba entrar en las cárceles para aliviar el sufrimiento, el aislamiento y el desconsuelo y también para convertir y santificar aquellas almas extraviadas.[8]Su celo era extraordinario. Trataba del mismo modo a los grandes y a los pequeños, al noble y al plebeyo, al rico y al pobre, al patrón y a los domésticos, a las damas de la alta sociedad y a las del pueblo. Con todos era amable, sincera, afable.

4. Este espíritu de caridad, como un río abundante,  fue transmitido por ella a mujeres pías, que seguieron sus huellas y que se convirtieron también ellas en portadoras de agua fresca evangélica. Su humildad era ejemplar. Cuanto hacía de bueno era obra de Dios. Se consideraba un instrumento indigno de la gracia de Dios.[9]El éxito de los ejercicios lo atribuía no a su trabajo, sino a la gracia divina. No obstante los honores y los reconocimientos, permanecía humilde, sin enorgullecerse de nada. A veces por aspecto simple y modesto se le confundía con una mendiga e incluso se le despreciaba y se reían de ella. Todo lo acogía con espíritu de pobreza y de humildad. Un testigo escribe que quedó impresionado al ver a muchos jóvenes que, habiendo hecho los ejercicios espirituales, en la flor de la juventud, iluminados por el cielo y desengañados del mundo, abrazaron de buen gusto la pobreza evangélica.[10]

Mujer de gran discernimiento, las palabras de Mama Antula llegaban al corazón, infundiendo confianza y serenidad. Soportaba aflicciones y contratiempos por la vuelta de los Jesuítas y rezaba y se mortificaba duramente por el restablecimiento de la Compañía en Argentina. En una carta a los Padres exiliados en Italia escribía: «No puedo pensar que ignoráis la causa de mis sufrimientos interiores, que no es otra que la Compañía de mi amado Jesús ya no exista y haya sido alejada de estas grandes provincias y reducida a vivir en un pequeño rincón del mundo».[11]No tenía paz por esto. Su firme esperanza no podía ser vana y sin fundamento. María Antonia dio un gran impulso a la veneración de los Santos jesuítas, tanto que los niños, el día de san Ignacio de Loyola, saliendo de la escuela, gritaban por las calles: “Viva san Ignacio”.[12]

María Antonia es la mujer fuerte que ha levantado de nuevo el estandarte en el que está escrito: «¡Temed a Dios, honrad al Rey, sed siervos del Señor!».[13]Hija del Nuevo Mundo, ha sido comparada a menudo y con razón con Santa Catalina de Siena y con Santa Teresa de Ávila, apóstolas de Cristo y misioneras de su Evangelio en la Iglesia y en el mundo. Como laica supo interpretar bien su vocación bautismal, de discípula de Cristo y de apóstola en la sociedad, para difundir la virtud y extirpar el vicio. Los ejercicios fueron la terapia milagrosa que curó a tantos laicos y sacerdotes de la tibieza, transformándoles en fieles discípulos de Cristo y en apóstoles de su Evangelio.

5. Hoy finalmente la Iglesia da cumplimiento a las oraciones que desde 1993 (mil novecientos noventa y tres) se elevan cada 7 (siete) de marzo en la catedral de Santiago del Estero para la beatificación de esta heroína de la vida cristiana.

Hoy finalmente sus hijas espirituales pueden alegrarse por la glorificación de su fundadora, que ha hecho de su carisma un arma espiritual invencible para la formación del pueblo de Dios.

Hoy finalmente Argentina puede poner al lado del Beato Gabriel Brochero, apóstol y benefactor del pueblo, la igualmente gigantesca figura de esta mujer que ha transformado su sacerdocio común en un apostolado dinámico y valiente, que ha traído a través de los siglos frutos copiosos de santidad y de coherencia evangélica.

Hoy la herencia preciosa de esta laica es por la Iglesia no solo reconocida sino apreciada y entregada a todo el pueblo argentino, para que, siguiendo el ejemplo de Madre Antonia, pueda hacer reflorecer la alegría de ser discípulos de Cristo, en una sociedad tan necesitada de Evangelio y de santidad.

Al lado del Beato José Gabriel del Rosario Brochero, que será canonizado próximamente, la Beata Madre Antula es otra joya preciosa de la corona de los Santos argentinos, que han sido misioneros incansables del Evangelio.

Y es éste el mensaje que la Beata deja a sus hijas espirituales, Las Hijas del Divino Salvador, pero también a los jóvenes y a todos los laicos, hombres y mujeres. La Iglesia espera hoy mucho de los laicos, invitados a utilizar sus talentos para renovar la faz de la tierra.

La admiración por la Beata Madre Antula llegue a ser imitación de sus virtudes y de su apostolado y sobre todo compromiso para reavivar la práctica de los ejercicios espirituales, como indispensable medicina de buena salud espiritual y de dinámico y alegre impulso apostólico.

.

Beata Mama Antula, reza por nosotros

 


[1]Summarium, Documentos, p. 170. La cita está tomada del opúsculo de autor desconocido titulado: El estandarte de la mujer fuerte, reproducido en los documentos adjuntos a la Positio, p. 160-175.

[2]Ib., p. 187.

[3]Ib. p. 189.

[4]El estandarte de la mujer fuerte, p. 170.

[5]Informatio, p. 195.

[6]Informatio, p. 165.

[7]Ib., p. 213.

[8]Ib. p. 238s.

[9]Ib. p. 298.

[10]Ib. p. 298.

[11]El estandarte de la mujer fuerte, p. 173.

[12]Ib. p. 174.